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Channel: El Signo Roto - Blog personal del escritor Germán Hernández
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Warren Ulloa nos entrevistó a propósito de "Apología de los parques"

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En el oficio de la literatura Germán Hernández tiene mucho camino recorrido, desde haber participado en el mítico taller de don Chico Zuñiga hasta comentarista de libros en su blog el Signo Roto. Pero Germán a pesar de los muchos años en el medio literario se ha tomado eso de publicar con mucha calma y  mucho trabajo. Solo posee dos libros publicados, el cuentario «Variaciones para una misma ficción» EUNED y su más reciente novela corta «Apología de los parques» Uruk Editores. Además Germán también es colaborador de Literofilia con reseñas agudas y como es también de la casa quisimos hablar con él de su nueva obra.
 
¿Cuál es la diferencia entre el Germán cuentista y el Germán de ahora, novelista?
 
Warren Ulloa
Los géneros literarios no son más que convencionalismos, pequeños ajustes formales con propósitos puramente taxonómicos. Desde luego que tienen su utilidad académica, y para los occidentales es de gran ayuda en su fingido control y ordenamiento del caos. La experiencia personal de escribir cuentos o novelas es igual, al final todos estos textos son parte de uno solo que no he acabado de escribir y que se va publicando por “entregas”. Hubo en su momento más de un lector que me dijo que “Variaciones para una ficción” le parecía una novela, y no un libro de cuentos. ¡Genial!, el lector siempre rebasa con su apropiación del texto cualquier intencionalidad del autor sea de forma o de fondo.
 
¿Disfruta más escribiendo cuentos o novela?
 
Escribir es el gozo más grande de mi vida, el formato, novela, poema, ensayo, cuento, es intercambiable según la necesidad, lo imperativo es la absoluta realización personal que tengo al escribir.
 
Sabemos de usted como crítico literario es bastante estricto y honesto en sus reseñas. ¿No teme una venganza literaria ahora con «Apologías de los parques»?
 
Yo no soy un “crítico”, tan solo un lector apasionado que gusta de comentar su experiencia de los libros que lee. Quizá estamos habituados a las reseñas condescendientes y de repente las mías se salen un poquito de lo usual, pero mi confrontación es con el texto, no con los autores, no temo venganzas literarias, porque seguramente se echaría de ver y no creo que los lectores le den valor a una “sacada de clavo”. Pero si alguien de buena fe expone lo bueno o lo malo, lo que le gusta o no de mi obra, yo guardaré el silencio debido, y la gratitud con quien se toma la molestia en someter a examen crítico mi obra. La única venganza literaria que veo posible es que me equivoque con el juicio desfavorable que haga de un libro y que los lectores por el contrario lo reivindiquen, y ese tipo de venganza me parece estupenda.
 
¿Se podría decir que en «Apología de los parques» predica con el ejemplo o sus críticas literarias distan mucho de sus propuestas literarias?
 
El más feroz crítico de la obra de Germán Hernández es Germán Hernández, creeme, tengo conciencia del escritor que soy, de mis capacidades, de mis potencialidades, y también tengo conciencia del escritor que quisiera ser y que nunca alcanzaré.
 
El tiempo que tomó escribir “Apología de los parques” fue muy breve en comparación al tiempo que tomó trabajar en su depuración, a las personas que me honraron con su lectura previa no les pedí que me dijeran si les gustaba el texto, les rogué que lo destruyeran e hicieran pedazos. El primer borrador era de 270 páginas, el texto que ofrecemos impreso apenas tiene 86.
 
¿Cuánto de usted como escritor le debe al taller de don Chico Zúñiga?
 
La experiencia del taller fue juvenil, fue durante una época muy difícil a nivel personal, el taller fue mi refugio emocional y afectivo, fue mi hogar y mi familia de muchas maneras. En el taller aprendí a escribir, a examinar el texto, a desprenderme emocionalmente de lo que escribía, a tener celo y pasión. En el taller construí amistades duraderas y auténticas. Fui discípulo de todos y todos mis compañeros y compañeras fueron mis maestros y cuando cumplí mi ciclo dentro de él, partí en el momento indicado.
Pero dejame agregar algo sobre Chico Zúñiga, él fue mi padre, el me enseñó con su ejemplo el rigor y el respeto profundo por el arte. Lo extraño muchísimo. Lo poco bueno que pueda tener como escritor y como persona, se lo debo a él.
 
Coda: El amigo Warren Ulloa nos hizo una pregunta más que no salió en Literofilia pues la respondimos tardíamente, pero queremos compartirla aquí:
 
¿En Apologías de los parques hay un acercamiento a San José como capital, podría decirse que es la protagonista de este novela, a que se debe a que ahora se valore más San José como objeto literario?
 
Escribo de San José por que es la ciudad que mejor conozco, y por que tiene la misma dignidad literaria que París, Buenos Aires o Bombay
 
Esta entrevista apareció publicada en Literofilia el 15 de septiembre de 2014

 
 
 

Descender de la torre de marfil - La poética de Gustavo Solórzano-Alfaro (Tercera parte)

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Aquí puede leer la primera parte: Descender de la torre de marfil (Primera parte) 
Aquí puede leer la segunda parte: Descender de la torre de marfil (Segunda parte)


Simultaneidad y proceso
 
Cada libro de poemas de Solórzano-Alfaro, parece representar más o menos un bloque, un periodo de tiempo que puede llevar años. Implícitamente, estos bloques representan cierres, es decir, términos de un momento, de unas tribulaciones y obsesiones y el paso a otras preocupaciones poéticas y estéticas. Lo anterior tampoco implica renuncia al trabajo previo, pues estos periodos no son necesariamente consecutivos, sino que se traslapan, se comunican, y hasta coinciden alrededor de los tópicos, (como la fijeza) que ya hemos mencionado.
 
Es interesante el caso de los poemarios La Múltiple forma del delirio, al cual nos referimos anteriormente y de La Condena. Podemos fijar el espacio temporal en que fueron escritos, pero no podemos decir con total certeza cual es primero. Al respecto surge la singular anécdota de que ambos libros fueron presentados al público la misma noche.
 
La Condena
 
La Condena, es en efecto un poemario muy diferente a los dos que le preceden, como el autor nos indica son poemas escritos entre el año 2000 y 2008. Son veinte poemas, algunos compuestos y extensos, otros más breves; reconocemos la vos Solórzano-Alfaro en ellos, al mismo tiempo que encontramos nuevos abordajes, el tono de fatalidad de sus dos primeros poemarios cede a un clima más bucólico y alegórico.
 
De primera entrada arranca el poemario con el breve Enterrador y luego Poeta, como afirmamos antes, la alegoría está presente, no es un enterrador en particular, ni un poeta en particular, o el amigo del poeta en particular. Son El Enterrador, El Poeta, El Amigo del Poeta, La Amada del Poeta como arquetipos, habitando una vez más los escenarios de la conciencia, constituyéndose en esencias. Por eso, enEnterrador, (ese sujeto que en última instancia es el que nos hecha la última palada de tierra) parece plantearse ese problema platónico: 
 
Aquí yace la sombra:
 
Como afirmando que aquí todo está velado, incompleto, corrupto y solamente ahora, que comienza el tránsito hacia el más allá, evidenciaremos que:
 
Y allá, mucho más allá
de donde el tempo imagina,
las mañanas y el espejo
de otros nombres y otras sombras.
 
¿Sin trascendencia, solo reflejo? Tal vez eso es parte de la “condena” y este poemario una diminuta ventana hacia ese más allá.
 
Pero este poema de apertura, hay que ligarlo con dos de los últimos poemas del libro, “Abismos”y “Sueño”, donde nos encontramos con los mismos elementos, el espejo, el espejismo, el sueño, la sombra, la memoria, la misma fatalidad y por ello complementarios, el tópico central de La Condena será seguramente: la sombra, como muerte, como abismo, como olvido. Veamos en “Abismos”:
 
La sombra se dispersa.
No somos otra cosa
que espejos amargos del rostro del sueño
al final de las ciudades,
en lo más profundo de las noches,
habitan espejismos tan inmensos
como fuego y la memoria,
como el abismo infinito de tu beso
 
Y en “Sueño”:
 
Vivir y morir son estelas
del mar luminoso del sueño
del ángel terrible que sueña.
 
En “Poeta”, dividido en varias secciones: “El poeta recibe a su amigo”, “El amigo del poeta cuenta su historia”, “El poeta recuerda a su amada”, “El poeta acepta su destino”, el arquetipo queda perfectamente establecido. Si nos adelantamos al orden de los poemas, hacia el final encontramos otro poema de igual factura, “Canción y Leyenda” Ya no estamos en el poema de “circunstancias” tan personal y tan íntimo, sino en estos casos, en poemas que se proyectan sobre unos modelos más o menos conocidos, más o menos imaginados, pero la manera en que cada lector los asuma será personal, sesgada y existencial, pues estos modelos, hablan y actúan desde la distancia y desde el clisé, por lo tanto, no pueden por sí solos ir más allá de su sentido literal, apelan al sentido pleno que pueda imprimirles cada lector.
 
Vamos pasando de la fijeza y la inutilidad de las cosas hacia poemas como “Fecundidad”, que celebran la vida germinal y especialmente a la mujer portadora y gestora de esta.
 
Niña, eres la perfecta efigie del deseo,
la inacabada esfera del dolor,
la imposible sutileza de la carne.
Abres la tarde como surcos invencibles,
tus brazos se entregan como antorchas encendidas,
y en ellos tu hijo nace de nuevo , cada día,
A la vendimia final de tus besos
 
Y de inmediato, en el siguiente poema “Canción de estío” se derrumban las esperanzas, la derrota y la despedida irrumpen categóricas:
 
¡Ay amor mío!
¡qué triste y simple luce tu mirada!
Sé que hubo momentos en esas tierras
donde pudimos encontrar sabiduría,
pero necios testigos del silencio
dejamos pasar los días,
las tardes, los sueños.
 
Si hubiera una intención de continuidad temática en el poemario casi afirmaríamos que el poema “Después de Neruda”, sería una especie de cierre a los dos poemas anteriores. Pero no cabe, se trata de un poema muy distinto en composición el cual vuelve a remitirnos a la poesía circunstancial, debilitado esta vez por el exceso de referencias cuya carga de sentido es tan grande que se impone a cualquier intención del poeta, las evocaciones a lo largo del poema, (el mar, el pueblo, la niña) son profundamente íntimas, contrariamente el 12 Octubre (día del choque de culturas) o el penúltimo verso del poema “El cielo estaba de su lado” (¿Poema 1?). Veamos:
 
Es 12 de Octubre,
con el calendario extraviado,
repaso los poemas de Neruda.
El cielo estaba de su lado
y mi pecho se partió con la tormenta.
 
Estamos en un territorio más familiar: el de las evocaciones bucólicas, pero como dijimos antes, circunstancial, lo que hace difícil penetrar en el sentido literal de los textos, en poemas como Paisajes, se le obliga al lector a renunciar a la intención inicial del poeta. Se siente aquella tonalidad declamatoria de los primeros poemarios:
 
Llama perfecta
del ocaso que lloras
para perpetuar mi sino,
deja que el canto
a mi garganta acuda.
Déjame buscar el rastro
del caballo lento,
de tus ojos negros,
de tu boca espuria.
Déjame por fin
acceder al templo.
 
El siguiente poema, “Apología del nombre”, sentimos el aroma terrestre que ya nos había ofrecido “Continuidad de los trenes”, dividido en tres partes, comienza como una letanía, enumerando cosas, jugando con el ritmo y la rima asonante, la vitalidad de este poema, la acción de nombrar, tan poderosa, que inevitablemente nos lleva nuevamente hacia las referencias veterotestamentarias de Génesis “Dijo Dios haya [….] prodúzcase, [….] acumúlense” (Hasta nueve veces en Gen 1) o en el Nuevo Testamento en el Evangelio de Juan “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios [….] Y la palabra se hizo carne” (Juan 1, 1 y 14), o las reflexiones de Pablo de Tarso en su segunda carta a los Corintios, “pues la letra mata…” (2 Cor 3,6). Insisto en estas referencias bíblicas, pues entre líneas, toda la poesía de Solórzano-Alfaro está plagada de ellas, directa o indirectamente. Por otro lado, la idea de crear mediante la palabra, y la desoladora afirmación de Pablo “pero la letra mata”, es decir, la fijeza de la escritura, esa fijeza que recorre toda la poesía de Solórzano-Alfaro, y que siempre nos ha advertido de la inutilidad de esas cosas, se opone al hecho de que mientras el nombre fluya, vive, hasta que llega la petrificación de la escritura, luego la memoria, luego la muerte…[1]
 
Tu nombre es una marca, una llaga,
una silueta de mármol y de letras,
palabras que resuenan
en los confines inmediatos de mi pecho.
 
La segunda sección de “Apología del nombre” nos pierde un poco en sus primeros versos, pero luego retoma la fuerza de la primera parte, y comienza realmente a partir del verso trece de un modo tan fresco y logrado, en un poema digno de la generación del 27, concretamente de un Pedro Salinas de “La vos a ti debida”, sea conscientemente o no, este diálogo se acentúa aquí con resultados lúdicos, y el mejor Solórzano-Alfaro aflora y desde el teléfono “nombra” y la mediación crea:
 
Aquí estoy. Presto a llamarte
tu nombre palpita en mi boca,
sabe extraño,
su sabor es una fruta enemiga de la carne.
 
Ahora escucho el tono
al otro lado del teléfono,
me responden las ventanas, las cortinas,
un improbable perro y su mantilla.
 
Y cierra finalmente en su tercera parte con la certeza de cuál es el destino de la fijación y la calcificación de su nombre…
 
No osaría jurar en vano
ni agitar la bandera del martirio.
Solo puedo augurar,
en esta noche tan cercana,
que la palabra secreta como agua bendita
que se vierte mi cántaro,
caerá sobre tus pies
y será escuchada por legiones.
Será alabada y estudiada,
pero jamás comprendida;
y sin embargo, será tuya,
romperá el hechizo.”
 
¿Acaso ese hechizo roto tiene algo que ver con los siguientes poemas? Es mejor llamarlos elegías, la de la niña muerta en “Duelo” y la del hermano perdido en “Balada”, donde las palabras seden al dolor y es mejor callarse cuando:
 
“De todos los que lloran,
es mi madre quien más sufre:
Come a deshoras y habla poco.”
 
“Libros”, otro poema extenso, dividido en tres secciones. Por un momento nos sentimos tentados a pensar que el poema “Leyendo a Neruda” era parte de este poema y que en algún momento se desprendió de este. Poblado de referencias directas y explícitas: Poe, Borges, Prevert, pero esta vez, el poeta no está leyendo a otros, sino a sí mismo, el poeta lee sus poemas y más que el contenido, lo que contempla es la fijeza de sus textos y los evalúa con respecto al tiempo y la memoria:
 
Estuve enfermo y volví a mis libros,
y en ellos encontré de nuevo la esperanza:
Vacía, seca, pero nueva;
terrible y muda, pero grande.
 
¿En qué consiste esa esperanza? ¿De cuál enfermedad se queja el poeta? Parece ser que la fijeza consiste en permanecer un tiempo más entre los vivos, dar testimonio es sobrevivirse, o bien encontrar la intemporalidad.
 
Descubrí así la mentira, pude decir “Yo” de nuevo,
pude hablar con mi sombra como hacían antaño los poetas,
como añoramos aún a pesar de los tiempo y las modas,
a pesar de que nada importa y todo esté perdido.
 
El poeta no se engaña, pero siente el alivio. La noche es un territorio infinito de silencio y olvido, desde ahí no se puede constatar nada, es la muerte, y el poeta lo sabe:
 
Ese día, hablé con Dios.
No dijo mucho porque sabía que su nombre
me borraría para siempre de la Tierra.
me dio más tiempo, me dio más vida,
como un miserable me concedió el dolor de sufrir más.
 
Quizá como Borges, me concedió los libros,
pero no la noche,
la noche final que tanto busco,
el momento fugaz de la derrota,
la mortal encrucijada y la mañana.
 
Y esa mañana, ese renacer, o mejor, sobrevivir en la palabra, algo que el mismo Borges puso en duda tantas veces, porque sabía que toda posteridad también está prematuramente muerta, que la ficción de permanecer, de ser inmortal  es con todo una enfermedad:
 
He estado enfermo muchas veces,
Pero jamás como hoy me duele tanto.
He estado enfermo muchas veces,
Pero jamás como hoy leí tanto.
He estado  enfermo muchas veces,
Pero nunca enfermo como hoy lo estuve.
 
El poemario se desarrolla heterogéneo, destacan las estampas como en “Lugares”,el críptico “Minotauro” (la familiaridad del mito no lo hace más diáfano) y “Poema de amor” de irregular valor, hasta que llegamos una vez más a lo alegórico en “Poblados”, enigmático y abierto, aludiendo a la lectura occidental de Babel; tal vez la inversión de sentido, la confusión de las lenguas como acto de liberación no tenga lugar aquí, igual que el poeta que lee sus libros no le llega su noche:
 
Hay pueblos diminutos
como gotas de sudor,
como lágrimas de Dios,
y aquellos que no saben
y crecen
hasta ser Dios.
 
“Estirpes”, otro de los poemas extensos del poemario parece dar un largo rodeo hasta la última sección, la más lograda, las anteriores evocaciones sobre el padre, la madre, la familia, el pueblo, todas ellas por fin parecen converger en los que son seguramente los mejores versos de este poemario, aquí lo circunstancial y lo íntimo no riñen con el lector, se desplazan hacia su propia experiencia.
 
Mi padre es una estrella de limitados sueños,
mi madre un sueño perdido en la memoria de mi padre
y mis hermanos son destellos de sol sobre la tierra.
 
Los potreros caían como torbellinos infames
sobre la casa de piedra y el néctar impune.
Los animales jamás protestaron.
 
 
Ahora solo me queda el aroma
de algunas mañanas pasajeras
y el recuerdo incrustado de mi infancia.
 
No sentimos lo mismo en el poema siguiente, “Mujer detenida”, escrito como una letanía que va reiterando y aglutinando elementos. A no ser por la referencia literaria a Prevert, que se incorpora como subtexto y que sin él el poema sería prácticamente inabordable. Al menos aquí, el subtexto está incorporado como epígrafe y no como suele suceder con mucha de la joven poesía costarricense, donde más bien los poemas surgen de otros textos, lo que plantea dos problemas distintos: Primero la mediación del subtexto, si no se le conoce, el poema es impenetrable, si hay recepción del poema, es porque es un pastiche o una paráfrasis. Segundo, la referencia al subtexto es accesorio, es decir, innecesario, no aporta nada al sentido del poema.
 
Esa misma técnica, ese tejido que aglutina imágenes una tras otra, furiosas, es la del poema homónimo de La Condena. Con este cierra un poemario que está a medio camino entre la Múltiple forma del delirio e Inventarios mínimos, el siguiente trabajo impreso de Solórzano-Alfaro, donde se da la definitiva y la renovación de la propuesta poética de este autor y que discutiremos en la próxima entrega.
 
Germán Hernández


[1]Creo que está demás aclarar que esta referencias bíblicas, intencionadamente o no, no tienen nunca en la poesía de Solórzano-Alfaro una intención teológica o mística, más bien, las integra como parte del imaginario occidental. Su herencia histórica nada tiene que ver en este caso con una confesionalidad. En otras palabras, para bien o para mal, se quiera o no, todos y todas somos “católicos culturales”.
 

Parábola de la experiencia

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- El gato es un mamífero carnívoro de la subespecie Felis silvestris latus. Presenta dimorfismo sexual entre sexos. Existen diversidad de razas y colores, algunas de pelo largo, otras sin pelo o sin cola como resultado de múltiples mutaciones. El gato puede cazar más de cien especies distintas de presas gracias a su fisonomía adaptada para ser sigilosos y ágiles trepadores, a sus garras retráctiles y a sus desarrollados sentidos del oído, olfato y especialmente de la vista, idónea esta para la depredación  nocturna. Mediante maullidos, ronroneos, silbidos, gruñidos, diversidad de vocalizaciones y señales corporales se comunican entre ellos y con los humanos, con quienes han convivido por espacio de ocho mil años sin que mediara domesticación alguna. ¿Querés saber algo más?

 - Sí, ahora cuéntame algo sobre los gatos.

Germán Hernández.


Dialéctica de las aspas - Gustavo Arroyo

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El 2014 fue un gran año para la poesía costarricense, nuevas voces y textos incursionan y en esta oportunidad, queremos destacar Dialéctica de las aspas, primer obra impresa del poeta Gustavo Arroyo, quien nos ofrece una pequeña muestra que esperamos sirva de acicate y motivación a los lectores y lectoras para que se enfrenten y dialoguen con este poemario.  



CUESTIÓN DE VALÍA

No sé si has notado, mamá,
que aquí nunca se ven los aviones;
ni siquiera se escuchan.

Se alejaron en bandada
desde antes que decidiéramos
tragarnos el llanto.

Sus prudentes pilotos
no tomaron el riesgo
de volar sobre lo nuestro.

Buscaron otros lugares
donde valiera la pena
desplomarse.

***

DENTICIÓN URBANA

Crecer no fue una opción que pudiera elegir.
Simplemente ocurrió,
mientras el tiempo jugaba a durar menos cada día.
Entonces primero no hubo,
luego sí,
después cayeron varios,
brotaron otros,
y la encía a veces gorda como un capullo,
a veces tenue y olvidada,
era reflejo de la inestabilidad policromática del crecimiento.

Los edificios crecen a su manera.
De pronto hacia arriba o a los lados,
pero esas son las formas menos comunes.
Por lo general crecen enmoheciendo,
despintándose,
fluctuando entre el giro habitacional y el comercio,
en medio de una peste de goteras
que son, sin duda,
parásitos inmobiliarios de bajo perfil.

El niño disimula su profundo dolor.
La inocencia ya no le cabe en el cuerpo.
Un par de lágrimas mojan la almohada
debajo de la que deja uno de sus dientes
en un desesperado intento por seguir siendo niño,
que de nada servirá.
En el fondo, él lo sabe.

Cuando los edificios crecen hasta el tope
llega el momento en que dejan caer sus semillas
y son demolidos sin remedio.
El suelo vuelve a exhibir la desnudez
que las ropas de concreto habían escondido,
según las normas de la moral constructiva.
Algo resurgirá.

Los dientes están completos de nuevo.
Volverse adulto también es una forma de demolición.
La más cruel y silenciosa.

***

DIALÉCTICA DE LAS ASPAS

Tesis:
El ventilador me enfría la nuca
y abate el pedazo de cosmos
que existe entre mi espalda y la pared,
mientras se esparcen jubilosos
los virus que algún día
derribarán mis resistencias.

Antítesis:
Hace tanto calor
que no me importan los contagios.

Síntesis:
Mi abuela siempre dijo
que de algo hay que morir.
 



Gustavo Arroyo. San Ramón, Alajuela, 1977. Escritor, abogado litigante, notario público y consultor jurídico. Licenciado en Derecho por la Universidad de Costa Rica. Cofundador y actual coordinador del Conversatorio Poético Ceniza Huetar, fundado en el año 2012, con sede en el Museo Regional de San Ramón. Participó en el II Encuentro Nacional de Escritores Costarricenses (Pérez Zeledón, 2012). Su interés radica, fundamentalmente, en la poesía contemporánea, nacional e internacional. Dialéctica de las aspas (EUNED, 2014) es su primer libro.



Trillos y nubes – Francisco Zúñiga Díaz

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Numerosas semblanzas y testimonios hablan de Francisco Zúñiga Díaz (Chico), y la manera cómo tocaba la vida de las personas a su alrededor. Un ser humano excepcional sin ninguna duda, de una generosidad sin límites y maestro de muchos y muchas que le debemos nuestras primeras intuiciones literarias.

Pero ocurre algo, pasa el tiempo y se va dejando de lado que Francisco Zúñiga Díaz también fue un poeta, narrador, e investigador con una extensa bibliografía donde hay poesía, cuento, novela, investigación histórica y literaria. Pese a ello, desde la partida física de Chico, no se hace más que hablar de la buena persona que era y prácticamente nada se ha hecho por ubicarlo como autor mediante la reedición, investigación y recopilación de su obra; las nuevas generaciones lo oyen mentar nada más y lo buena persona que era, mientras que la deuda de las instituciones culturales de este país con su obra se amplía cada vez mas.

En este 2015, se cumple el cincuenta aniversario de la publicación de “Trillos y nubes” primer libro de relatos de Chico y su debut literario.

Impreso en 1965 por la imprenta Tormo, “Trillos y nubes” aparece sin ningún patrocinio editorial, parece una edición del autor, aunque eso sí, ricamente ilustrada por dibujos de Juan Manuel Sánchez y acompañada por los comentarios de Alfredo Vincenzi y el poeta Mario Picado.

En total son doce narraciones breves, traspasadas por la influencia de Salarrue y Carlos Salazar Herrera, casi estampas, diminutos instantes reconstruidos mediante una prosa que busca la exquisitez plástica mediante la imagen, poemas en prosa también se podría decir, donde la trama se vuelve mínima, apenas sustrato para los lienzos que constituyen este libro.

Dice Alfredo Vincenzi: 

“Los cuentos que componen este pequeño volumen constituyen una serie de acuarelas costumbristas. A grandes rasgos, y con un estilo húmedo y fluctuante –pero ajustado al motivo– nos presenta varios cuadros campesinos que parecen pintarse en la memoria apenas leídos. De no ser literato, Francisco Zúñiga Díaz sería un hábil dibujante. Es de notarse, en estos cuentos, lo predominante del dramatismo humano de nuestros campos sobre un esquema del paisaje como telón de fondo: el ambiente lo traza en pocas pero certeras pinceladas, con una adjetivación sobria, pero en modo alguno incompleta: he ahí su secreto.” 

El espacio rural, el idilio, el concho, esos son posiblemente los ejes sobre los que se van forjando los relatos, como decíamos antes, las influencias son reconocibles, agrega Vincenzi: 

“Pensamos, en efecto que estos cuentos rememoran los ya famosos de dos grandes firmas centroamericanas: Carlos Salazar Herrera –reciente y justamente galardonado con el Premio Magón– y Salvador Salazar Arrué más conocido bajo el esotérico de Salarrué.

Del nuestro gran cuentista costarricense recoge Francisco Zúñiga Díaz la facilidad pictórica para plegarse al motivo. Del gran cuentista salvadoreño, cierta facultad alada para formar algo así como un velo flotante sobre la realidad.

Del autor de “Cuentos de Angustias y Paisajes”, la agilidad de crayón de su pluma. Del escritor de los “Cuentos de Barro” la tendencia a vaporizar ideas como neblinas o volutas de incienso. Del costarricense, su sentido de ubicación.

Del salvadoreño, en fin, su hechicería, quizás de ancestro maya.” 

Los motivos y el espacio rural (que no el costumbrismo) estarán presentes a lo largo de la obra de Francisco Zúñiga Díaz con mayor o menor énfasis, eso sí, pronto se desprende de la influencia de Salazar Herrera y Salarrué, su estilo personal se irá imponiendo en sus trabajos siguientes ubicándolo como un digno representante de su generación. Por ahora, sirva de muestra la presente selección de textos de “Trillos y nubes” en el cincuenta aniversario de la incursión en las letras costarricenses de Francisco Zúñiga Díaz.

Germán Hernández.



Trillos y nubes (selección)






El Forastero



Tres golpes de nudillo sobre la puerta. Demetrio, en el interior de la casa, tuvo un estremecimiento. Su sombra, larga y flaca, al abrir, la echó atrás un chorro de luz húmeda.

—¿Podría entrar?

Demetrio, desconfiado, abrió más la puerta e invitó a pasar. Adentro estaba oscuro. Hubo encuentro de luz y de sombra tibiecita, que se crispó al contacto.

—Siéntese, don —dijo Demetrio, y agregó:

—Mercedes traele café al señor.

—No se moleste, amigo. ¿No tiene mejor… un traguito?

Demetrio sintió de nuevo un estremecimiento, que se ocultó en las sombras.

Afuera la garúa se convertía en torrencial aguacero.

Hacía frío, adentro. Mercedes, con una manta a la espalda, se comunicaba en silencio con su marido. Del techo viejo se descolgaban estrellas de salpiques.

—Hace frío, ¿no? —dijo el forastero.

—Sí— contestó Demetrio entre dientes.

El silencio, indolentemente, se escondía entre las sombras. Interrumpía la respiración un rayo, que de cuando en cuando se venía del cielo. El agua aporreaba con furia. Ruidazal de golpes sobre el techo, que se escurría por los canalillos hasta congelar el rancho.

Demetrio masticaba un montón de dudas. Sentía frío y deseaba, como el visitante, tomarse un trago fuerte, pero a la taquilla la separaba una inundación de distancia.

El forastero, empapado, dejaba adivinar una mirada suplicante.

El cielo, filtrado por las rendijas, reflejaba un culebrear de rayos.

Demetrio, de pie, consultó con la mirada a su esposa. Ella asintió. La sombra larga y flaca del marido se alargó huyendo por las paredes al acercarse al fogón.

…. —Pues mire, don —dijo al cabo.

—Ahí me queda un chingastillo. Poquito porque es bendito —agregó medio tímido. — Usted perdone.

El visitante se incorporó del asientillo de tiras de cuero. Su sombra, hacia la puerta, se convirtió en ráfaga helada.

Sacó un silbato y lo chupó larga, finamente. La señal se recibió en la casucha más próxima.

A Demetrio se le metió el silbido hasta muy adentro.

Miró fijamente a su mujer como el otro día, aquél en que el aprieto también había venido a visitarlos. En esa oportunidad no había evidencia, ni lluvia como la de ahora, que le forma charcos de desesperanza.

Esa vez los hombres del resguardo registraron hasta el trasfondo del terrenillo y de entonces tenían espina, que el ladino Demetrio hundía y hundía. Les toreaba las situaciones hasta hacerlos corcovear de rabia. Busca que busca husmeaban aquí y allá, hasta en las verrugas de la montaña.

Su intranquilidad era sorpresa; incluso una variante en su vida monótona. Era vivir una aventura prohibida.

Y así lo recordaba, como recordaba siempre cuando a escondidas le jugueteaba cariños en la ladera del montecillo a su Mercedes de ahora. Después se le había anudado un montón de cariño, y ya fue en serio hasta que se la llevó a vivir al rancho.

Ahora adivinaba. Se iba adelante en su imaginación llena de angustia, separado de Mercedes, del terreno, de todo. Allá lejos rumiando, sin poder siquiera darle los buenos días a sus cosas y a su vida.

Trató de analizar el asunto, pero ya tenía helada su existencia,

A Demetrio, es cierto, no le dolía haberse jugado, a la brava, el papel de hombre, hasta cercar su propio terreno. Tampoco culpó nunca, ni ahora, a quien había cantado sus secretos.

Bien recuerda esto y todo; más todavía. Por su mente transcurre desordenado su pensamiento. El retumbo del trueno, que se desgajaba, sacudió en su memoria, una y otras veces, varias situaciones de su vida. De su vida después de Mercedes, que antes casi ni tenía sentido.

Recordó situaciones de pobreza, sus trabajos de peón, incluso sus necesidades de agricultor. Porque llegó a tener su propio terreno, gracias al auxilio de la saca.

El resguardo sabía que Demetrio destilaba, pero la saca le zafaba el bulto. Observa ahora Demetrio que la prueba palpable y caliente la muestra el policía a sus compañeros. La misma prueba brindada por él cuando el corazón le traicionó, para satisfacer al mismo corazón que se derretía en frío, desgranando, como los árboles, lágrimas de temporales.

El aguacero cedía ante el cansancio de tanta agua.

Poco a poco dejó de llover. Una lágrima se secó en la despedida, mientras el vientecillo de la tarde rozaba el rostro curtido del contrabandista y se enredaba en las alas anchas de los sombreros de los policías del resguardo fiscal.

Caminaban rápidamente. A su paso los caballos dejaban huellas de cascos entre los barreales.






El Bautizo



Como mañana bautizan al chiquillo de Rosa, Maclovia quiere desatoruzarse de un cerro de argumentos que ha acumulado desde hace días. Anoche, por cierto, se durmió ya casi en la madrugada, de piense y piense en el asunto.

No había querido, de antes, vaciar sus temores, porque al fin ella tiene su temperamento de no meterse donde no es llamada. Mas al cabo es madrina de los chiquitos y eso la obliga a plantear todo, tal y como ella lo entiende.

"Está bien —se dice— si fuera el único. Pero son tres. ¡Tres! (toma con la mano izquierda los tres dedos centrales de su diestra, como para dar fuerza a sus argumentaciones) ¡Y todos hechos fuera de la ley de Dios!".

No puede Maclovia dejar de atender su obligación de comadre; menos podría negarse a llevar a la pila al último de los hijos de Rosa.

Y así, llena de un tierno cariño, comprensivo y humano, se dirigió al rancho donde Rosa trae al mundo sus hijos.

Por el camino, entre la tarde cansada, teje sus pensamientos llenos de ternura; llenos asimismo de temores; untados de comprensión. Le suenan todavía las expresiones del cura cuando asentaba la partida del chiquillo. Eso de que se expresara de Rosa como si fuera una perra, nada más porque sus hijos no tenían padre, la henchía de una cólera que apenas medio mitigaba el temor a Dios.

Considera Maclovia que algo de culpa tiene su comadre, pero también piensa que eso no es todo. Medita en la pobreza de Rosa, en sus necesidades, sus sinsabores. Acopia las circunstancias que la obligaron a sus deslices.

Y el cura —lo medita para persignarse luego— no puede comprenderlo, porque quizá nunca ha tenido ilusiones.

Un vientecillo ligero le restriega un poco de frío sobre la nuca, que ella cubre subiendo un poco su toalla de color de uso.

La casa de Rosa está quieta en el fondo del bajo. Por las rendijas, anchas y disparejas, sopla el viento bocanadas de tarde.

Cuarto pequeño y estrecho, cama ancha y dura. Dos sillas, una mesa lucia del raspón de chumico. A un lado el fogón en ayunas de llamas. Piso de tierra pulido con escoba de monte. Sobre la pared cuadros de santos y remiendos de periódicos viejos, que el viento ya amarillea.

Ahí vive Rosa desde hace más de cuatro años. Desde pocos días antes de que Miguel, su primer hijo, lanzara al mundo su primer llanto.

El padre del chiquillo fue para Rosa el primer hombre, el único que quiso.

"Si no hubiera muerto", piensa frecuentemente. El padre de Rosa se disgustó porque la muchacha se había entregado. La echó de la casa.

El hombre pensaba formalizar el matrimonio para que el chiquillo naciera legítimo, pero el embarazo de Rosa absorbió las lágrimas de su muerte trágica.

Peores tormentas se le vinieron a la pobre Rosa. Trató, por medio de su madre, de volver a la casa. Aún resuenan en sus oídos las palabras con que su padre recibió la oferta, o más bien la petición, el ruego:

—"¡No quiero putas en mi casa!"



Terminó el invierno. El padre de Rosa, a punta de ruego de su mujer, accedió a llevar a la hija a su casa. No tuvo el valor Rosa para explicar a su madre que nuevamente un hijo surgiría de sus entrañas.

Ya Maclovia sabe de sobra la historia, pero al oiría de nuevo de labios de Rosa siente la misma lástima que se le agolpó cuando el relato original.

Sentada a un lado del fogón, que ya arde, seca un par de lágrimas, que rebalsan las arrugas de sus ojos, y se precipitan afuera.

La frescura de la noche se cuela por las pajas del techo seco. Los tres niños duermen desarrapados y dan vueltas de malestares por la rama ancha. La luz de la candela agrupa una aureola que se llena de zancudos. La noche, afuera, se estremece entre los brazos del viento, eriza de frío.

En la miseria más grande nació Merceditas. Enferma, débil, pálida de hambres y de raquitismo. Su cuerpo endeble daba la impresión de que no pegaría.

Cuando eso, Rosa aún estaba bella. Sus ojos redondos, su seno erguido, sus caderas flexibles al movimiento del cuerpo hermoso, hecho del color moreno del deseo.

Raúl la conocía desde que era una niña, cuando apenas chapaleaba los barreales al regreso de la escuela. La cortejó discretamente y la hizo suya.

En el ánimo de Rosa se levantó de nuevo el deseo de erguirse, de levantarse del barro en que se había sumergido con el nacimiento de su primer niño. Una esperanza la entregó al abrazo de Raúl, que se alejó cuando quedó encinta.

El agua ya hierve en la cafetera. Maclovia, conmovida, deshace lágrimas que se evaporan. La noche, arriba en un peldaño, deja entrever un pedazo de luna que apenas se asoma. Afuera, imperceptiblemente, juguetea el viento entre los árboles.

Rafaelito nació luego, cuando Mercedes andaba apenas a gatas de sus dieciocho meses. No le importa ya a Rosa justificar su venida al mundo. No es la historia del padre de Miguel, que fue su vida; tampoco la de Raúl que fue su precipitarse por la senda de su debilidad y de su miseria.

Nació simplemente, porque ya ella no podía poner obstáculos a los giros de una vida, que de tranco en tranco la empujaba hacia un abismo. Y ahí está Rafaelito, en sus ocho meses. Mañana va a ser bautizado.

Tímidamente Maclovia desovilla sus temores. De dar vuelta y vuelta pierde el inicio del hilo. Sus argumentos se han revolcado en su cerebro, que no atina; de su corazón, precipitado en latidos, un suspiro se convierte en lágrimas.

—Sí, comadre —dice al fin.— Usted tiene razón. Pero todavía se encuentra a tiempo. Con la voluntad, con la voluntad.

Logra rodear el tema y, una vez apropiado, lo vuelca con el mayor logro de convencimiento.

A Rosa no le conviene llevar esa vida; debe dejar de caer ya en la entrega. No puede permitir que una y otra cesión la empuje al abismo, del cual no saldría jamás. No puede olvidar que esa costumbre puede arrastrarla al vicio, a la perdición definitiva.

Quiere arrancar a Rosa la promesa deseada. Anhela que al comprenderla tome el camino justo de la reivindicación y de la lucha, por el bien de sus hijos.

—Usted me va a perdonar. Me va a prometer, comadre Rosa, que Rafaelito será el último. Que ya ahora si se va a terminar la cosa. ¿Sí?

En medio del llanto. Rosa mueve la cabeza, Sus cabellos, desordenados, se untan de lágrimas.

—No, comadre, —replica— no puedo prometérselo. El último será este otro.

Sus manos atribuladas se ocultan entre el delantal, que discretamente cubre el vientre, otra vez fecundado.







El Baile



En la pista las parejas bailan al compás de la marimba.

"Eso lo hace cualquiera", piensa, y de un golpazo tira un trago de ron a sus pensamientos.

Sobre su frente, quemada al sol de la montaña, se desordena un rosario de gotas de sudor. La noche, cálida. La luna, en el medio cielo, ilumina una blancura de nubes.

Una nutrida ola de parejas se sucede en vaivenes por la pista del baile. A su alrededor, mesas y sillas colocadas en desorden, apenas para dar paso a las parejas y al salonero que sirve, tras empujones, las bandejas llenas de vasos y de botellas.

Mientras María Isabel vuelve, Roberto apura de nuevo un trago de ron grosero, que baja por su cuerpo hasta calmarle los sentimientos. Y son muchos los que se suceden porque no baila.

Indolente gira y gira el vaso sobre la mesa, hasta ovalar la rodaja que como huella ha formado el hielo, al rechazar el golpe del ambiente cálido fuera del vidrio.

Afuera del salón el silencio se humilla y se acurruca de insomnio, mientras pegado a las rejas del portón un grupazo de mujeres más que mira olisquea desde la acera.

La marimba arranca melodías a la madera. En sus ubres de jícara el sonido se acompasa de ecos.

Roberto, sólo en la mesa, repasa sus pensamientos. El aburrimiento se acompaña mecánicamente con el tamborilear de los dedos en su vaso, con el ritmo de la música, que a golpe de bolillo se le desangra a la marimba.

"Eso lo hace cualquiera", se repite. Pero el valor se le acurruca en la arriazón de la vergüenza.

La luna llena, en el medio del cielo, em­puja a las estrellas para abrirse ruta.

Roberto desea, desde hace días, aprender a bailar. A María Isabel le gusta el baile y quisiera complacerla. Nunca quiso ir con ella a ninguno, pero María Isabel cumple quince años.

Quiere romper la pena que desde tiempo lo retiene. Y así sólo con él bailaría una pieza y otra. Ese abrazo al ritmo de la música se le hace indispensable. La soledad —entre el barullo — lo maltrata. El vaso vacío vuelve a llenarse y nuevamente la inquietud entre el revolverse de las parejas se le desbanda.

Ya hace rato de su ingreso al salón con María Isabel. El hubiese preferido no venir, pero ella quería y el abrirse de su ruego fue para él encanto. Su súplica, apuñada en los labios, fue como un beso que se diluyó en sonrisa.

Ahora, sólo desde rato, piensa que debe aprender a bailar. Hubiese preferido no venir, irse con ella a caminar caricias, a contemplar a la luna, a envolverse en la frescura de la noche.

Y ha bailado con Gonzalo a quién él no acepta. Pero a pesar de eso, María Isabel es su novia. No puede Gonzalo, apremiante en su empeño, apurar sus ansias.

Al recordar sus posibilidades, sonríe plácidamente.

Sí le gusta bailar. Ya ahora manda a su excusa afuera, porque se le ha desacomodado. Su decir viejo no tiene justeza, porque María Isabel es bella. No es cierto que no le gusta el baile, y lo descubre ahora. Tiene que aprender a bailar. Gonzalo, otra vez en la noche, le pide a su novia el consentir de un abrazo. Tras la melodía, Roberto tritura un desengaño.

"Eso lo hace cualquiera. Voy a decirle... ¡voy a bailar!" La vergüenza, en punta de pies, se le arrima a la cara. Un trago de ron quemante, en la ruta, le asienta el empeño.

La música casi no deja parpadear al tiempo. María Isabel, lejana, se le plega con más furia a sus sentidos. Su corazón palpita sus jugueteos, hasta sembrarle celos.

Con el avanzar de la noche la música se desnuda de melodía. Alcohólica, se desmembra en la intemperie, mientras las parejas, en ritmos locos, se desarticulan sobre la pista.

Roberto, para no ver a María Isabel, diluye su mirada por las paredes. Se siente aburrido. El licor le ha saturado sus pensamientos. Siente la piel que se ha engrosado, sus manos, casi torpes, sostienen con dificultad el vaso de ron sobre la mesa. Quisiera irse lejos y  arrastrar consigo a su novia. Llevársela. Su baile con Gonzalo le demuestra que tiene que hacerla suya, reconquistarla. En su pensamiento se configura a María Isabel desnuda, con unos pechos iniciales pero turgentes, blancos como la blancura que sobre las flores deja entrever la luna.

Quita el pensamiento con un agitar de su cabeza. El cigarrillo colgando del labio, muestra el cadáver de la ceniza. En la pared, al frente, una figura insinuante le sonríe, ofreciéndole un vaso de coca cola. Los senos se le desbordan de la seda en apariencia fina, dejando casi a flote los pezones redondos y macizos. El nuevo trago le encauza sus divagaciones. La mujer se corporiza en su mente, que quiere descuartizarla a dentelladas. Piensa, sueña, desea. El tiene dieciocho años duros de trabajos. El campo lo ha curtido en el moreno de su cara soleada. El coraje se le ha templado en la doma o en el establo. Los dedos, hechos a la labor brusca, sueñan deslizándose por un cuerpo blando, en un cuerpo desnudo, sobre unos pechos de mujer, de la mujer del anuncio, de una mujer cualquiera, de María Isabel, de alguien.

Dieciocho años duros de trabajo y nunca ha sentido a una mujer junto a su cuerpo, bajo su cuerpo desnudo. Los besos de María Isabel son otros, que ahora desea los de macho sobre una boca firme, sobre un cuerpo erguido y generoso.

María Isabel interrumpe sus pensamientos. La siente al lado suyo. Le agrada que haya venido a buscarle, que se haya desprendido de Gonzalo.

Quiere decirle que la aborrece, que la quiere únicamente para… mas su sonrisa lo trastorna, y la toma dulcemente de la mano, hasta asirla con fuerza y calor, surgido de sus mismas entrañas.

Quiere bailar con ella, pero al compás de una nueva pieza ve acercarse a Gonzalo. María Isabel, súbitamente, desciñe la mano de Roberto. —María Isabel, ¡No! ¡Noo! Una sonrisa no esbozada adivinó Roberto de los labios de Gonzalo, que si no la dibujó, por lo menos la sintió allá adentro, en el mismo sitio donde él ha sentido su coraje.

El suavizar de la música ahoga a su novia y a Gonzalo en el remanso de un bolero.

La luna, entretanto, se va adentrando en los linderos de la madrugada.

Violento, se incorpora para dirigirse al centro del salón. Sus palabras se le desacomodan de la boca, que profiere únicamente un trastabillar de gritos, que apaga el marimbear de la marimba.

Casi a empellones es sacado por la policía. Ya afuera, al llenar de aire los pulmones, Roberto lanza un grito que es desafío, coraje e impotencia.

—Está borracho — comenta el grupazo de mujeres que olisquea desde la acera.






El Hambre



Poquita es Manuela; metida en sí misma. Ha sorbido paciente todo su pasado y vive la muerte de su propia existencia.

Todo es igual para ella. Su gusto feneció con José Angel, como si también hubiese sido destripado en la montaña.

Lava ropa ajena y pasa hambres; sufre también el hambre de sus pequeños, de sus siete chiquillos, que le dan esencia a su vida. Los quiere y por eso sufre; no puede darles de comer, ni pagar las medicinas, que se han alzado por las nubes.



El riachuelo ahoga a las piedras que se mojan en el agua. La brisa atardecida se empapa en los charquillos. Sobre las aguas, perezosamente, las hojas de los árboles de la ribera se acarician, al urdirse las ramas en un techo de sombra rica.

Ya la faena cumplida y Manuela de nuevo al hogar sin lumbre, a hacerse el calor entre el ovillo de ocho cuerpos fríos.

A pocos pasos suyos arrastra la anemia Marcelillo, el último vastago. El postrer tributo brindado a José Angel, quince días después de su muerte.

Quiere a Marcelo más que a los otros, porque se ha alimentado de sus sufrimientos.



Pero hoy amaneció malo Marcelo. En los ojos se le siente la muerte. Un puñito de huesos frágiles arderá pronto en la calentura que no baja. Y no hay cómo curarlo, a fin de arrebatárselo a la muerte. Llora Manuela su impotencia. Marcelo, ya sin aliento, suelta un lloriqueo que se extiende por la humedad del rancho.

Afuera la tarde ni se entera de la tragedia.



Puso a un lado Manuela la vergüenza y se armó de valor. Salió a buscar a don Pablo, el dueño de la extensión donde José Angel perdió la vida.

Se le cerró el hombre y le negó ayuda. Marcelo, entre tanto, da el último suspiro, que ya casi ni puede escucharse.



José Angel nació en la finca de don Pablo. Creció, se hizo hombre. Hizo suya a Manuela y se la llevó al monte ,a las orillas de la finca de don Pablo. Un día murió, aplastado por un inmenso roble, del que sacaron maderas para la casa de su patrón.



Allí empezó la amargura de Manuela. No podía alimentar a sus hijos, ni curarlos. Su escaso jornal, arrancado a la batea en el río, nodaba para hacerle frente a las necesidades.

Don Pablo, de quien ella esperaba una ayuda, no quiso contribuir. El reclamo de la muerte de José Angel no prosperó, porque el dueño de la finca interpuso sus medios.



Es tímida Manuela; metida en el caparazón de su pobreza.

Pero hoy siente que su último hijo se muere. Es el primero que toma la ruta por donde se irán yendo, poco a poco, todos. Ella no puede detener a la muerte, pues le tiene miedo porque de nuevo horada su existencia. Sus fuerzas no responden casi ni para hacerle frente a la vida.

Y ante don Pablo se yergue valiente. No es Manuela la que pide, no es la que exige; esta Manuela que llora se ha crecido. Son sus hijos, su hambre, sus recuerdos.

El medio día desflora sudores. Está pesado el aire, como de plomo. El sol, allá arriba, hunde rayos verticales. A lo lejos un caballo en trote se revuelca en su propia brisa.

Mas don Pablo, sonriente, busca una excusa. Se enciende Manuela y grita. El respeto a su patrón se quiebra en trizas; la muerte cercana de Marcelo la aguijonea con furia. El sudor y las lágrimas le embarrealan la cara.

Y don Pablo, turbado, no tiene contestación. Las palabras de Manuela, hirientes, le penetran por la vergüenza. Porque Manuela ya no puede poner dique a sus palabras.

Por eso se asustó don Pablo. Las palabras, de Manuela, como fuego, le encendieron la cara de coraje:

—Usted tiene que ayudarme, don Pablo. Usted no puede permitir que se mueran sus nietos; no puede dejar que  se mueran los hijos de José Angel… ¡De su hijo José Angel!

Un portazo fiero, tremendo, cubrió las espaldas de don Pablo, que se refugió en su casa, como si fuere una trinchera, que le separaría de Manuela, de la realidad y de su conciencia.







El Curandero



Y Núñez se enloqueció. Le empezó la cabeza y tejer enredos, que le enmarañaron la tranquilidad a Chana.

—Pues claro, ¡maleficio! …y todos decían que Juan le había dado un bebedizo que le jodió las entendederas.

Para atrás y para atrás y no respondía ni al agua bendita ni a nada ¡Ni a nada! Decía Chana que Juan lo había maleficiado con un trago, porque todo salió al amanecer de una juma, de las últimas de Federico Núñez.

Y empezó Chana a recorrer su calvario, a la amanecida apenas de sus dieciséis años. Por las noches, cuando las estrellas perforaban el cielo oscuro, las lágrimas se le empozaban como estrellas al resplandor de la canfinera.

Días y días pasaron como temporales de chirrite en la alcahuetería del monte. Y con el viento, en ancas de un vecino, llegó la noticia como si llegara un milagro. Los ojos de Chana, cansados de lágrimas, brillaron como un suspiro.

Las estrellas de esa noche, diminutas, se zambullían en un remanso de luna llena.

Y en la madrugada Chana Astorga cogió un poco de fe junto a la chalina y se encaminó al pueblo. El día no más se relamía de aurora; el camino, ya seco del relente, se despeinaba en nubecillas de polvo seco.

La noticia había despertado en Chana la esperanza casi muerta.

Los dichos de los milagros y curaciones cundían hasta adentrarse por los caminos, hacia los campos. La fama se desenredaba de los límites del poblado hasta formar estrella con las estrías de tantos caminos.

El sufrimiento, originado por la locura del marido, se confundía ahora con la congoja de Chana, con su inexperiencia y su ingenuidad. El camino, terco de distancia, no se acababa nunca. A los lados, silencio.

Alambradas con potreros donde las vacas desperezaban el rumiar del buenos días. Puntos suspensivos de tijos sobre las cercas, puestos allí como intervalos. Algún fruto de piñuela sonrojaba de vez en cuando el paisaje.



Chana le contó sus temores. La agitación del camino se le dibujaba bajo la blusa. Sus labios de congoja atropellaban la historia, hilvanada con suspiros.

Sus manos no servían ni para enjugar las lágrimas.

—Y Vicenta, la de Juan, fue novia de Federico —decía Chana.

—Y entonces Juan — concluía — le metió el bebedizo en el trago'e guaro.

Los ojos se le iluminaron con el enjuague de las lágrimas. Sus pechos adolescentes surgían agitados por la angustia. El calor de la tarde, entre tanto, le prendía colores a las mejillas.

Chana Astorga contó al curandero toda su historia: cómo conoció a Federico, cuánto lo amaba y de su matrimonio que no ajusta el año.

Ya casi noche llegaron Chana y el curandero al caserío.

Concluido el examen, empezó a descender la noche. Las estrellas, afuera en el cielo, se atropellaban en su algarabía de luna llena.

La luz de la canfinera, en la mesa de la cocina, ofuscaba a las sombras.

Los ojos negros de Chana resplandecían por las lágrimas.

El curandero, tras sorbos de café negro, absorbía a la noche. Sobre la calle un borracho zigzagueaba un sartal de malas palabras. Núñez, más adentro, se alborotaba en carcajadas. Una brisa se metía por la rendija para juguetear con la canfinera.

¿Y usté cre que se cura…?

Ya el silencio, de salto en salto, se acostaba en las otras casas.

—Sí, pero depende de usted.

Los ojos de Chana abrieron un signo de interrogación que tardó en cerrarse.



—Sí, depende de usted. Si usted lo quiere debe hacer el sacrificio — sentenció firme el curandero ¿Usted lo quiere?

Y entonces explicó el curandero a Chana cómo era el asunto del maleficio.

—A tu marido— dijo cambiando el tono — no le dieron bebedizo; fue otra cosa.

Y ante el rubor de la muchacha, que se acrecentaba con la luz sobre su cara, vertió la tesis como quien empuja una estaca. Le explicó cómo Núñez tenía relaciones con Vicenta, de cómo la mujer quería hacerlo suyo; de cómo, ante lo imposible, había decidido enloquecerlo.

—¡Y fue ella la culpable! — gritó firmemente el curandero.

—¡Ella fue la culpable!—

El eco de su voz desarmonizó al silencio. Y tenes que curarlo vos— ¡Tenemos que hacer el sacrificio!

(La boca de Chana se transformó en un paréntesis, que encerró a un suspiro).

Los ojos del curandero, apoderados del ambiente, se tornaron dominantes. La experiencia que trajo de la ciudad, para aplicar al campo, le ganaba la partida a la pobre Chana.

—Pero… masculló Chana en medio de su congoja.

—Ese es el único remedio — repitió en voz baja el curandero, y sus ojos, terribles como una pesadilla, se posaron sobre el silencio, hasta ocuparlo todo.

—Ese es el único remedio — musitó.

Y no tuvo casi que forcejear. La frescura de la aurora, que se levantaba entre las nubes, cubrió con una brisa fresca a Chana y al curandero. En el cuarto contiguo, con aspavientos, Federico Núñez aplaudía, tratando de atrapar a una carcajada.



Francisco Zúñiga Díaz.







Parábola del cazador de dinosaurios

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Cada mañana al despertar, el cazador de dinosaurios cree que los dinosaurios siguen ahí. Ve dinosaurios en todas partes y cuando los encuentra los persigue y les dispara sin descanso.

El cazador de dinosaurios es beligerante, y advierte a sus semejantes sobre la terrible amenaza:

- Si ve a un dinosaurio no le hable, no le ayude, no le crea, huya o mátelo.

Pero nadie le hace caso, pues todos saben que los dinosaurios están extintos como él.

Germán Hernández

Notas sobre la crítica literaria como experiencia

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El vino de la fiesta de San Martín, Pieter Brueghel el Viejo

Voy a parafrasear a Gramsi pero refiriéndome no a la filosofía, sino a la crítica literaria al decir que: todo lector de literatura, es también un crítico literario. Que su aparato crítico sea más o menos sistemático, más o menos espontáneo, más o menos empírico es otra cosa. Si esa crítica tiene que ver con la experiencia particular de ese lector con un texto en particular, hablamos de crítica literaria.

Yo creo en la crítica literaria como un ejercicio libre, voluntario, intencional y democrático. Expliquemos qué entendemos por cada uno. La crítica literaria es libre porque cualquiera que se enfrente a un texto puede hacerla, y es voluntaria pues ese lector que se enfrenta a un texto puede manifestar su crítica o puede no hacerlo; y es intencional pues si ese lector decide manifestar su crítica, ésta estará traspasada por una motivación y un sentido que el lector asigna al texto; y es democrática, porque tiene igual valor que la de cualquiera que concurra y critique dicho texto, es decir, que no aplica una jerarquía de validación o juicio de experto que la haga más o menos relevante.

Entendemos también que la crítica literaria es limitada. Con esto queremos decir que tiene un marco de referencia y unos límites de expresión y recepción, los cuales también se deben ubicar diacrónica y sincrónicamente. En otras palabras, un texto está determinado socio históricamente a un lugar y tiempo, igualmente un lector en cuanto sujeto, está determinado socio históricamente. Lo que un lector sobreviviente de la peste en Florencia del siglo XV experimentó con el Decamerón de Bocaccio y lo que un Costarricense del siglo XXI experimenta con su lectura, debe ser muy distinto, aunque no por eso extrañas o divergentes una de otra, sencillamente distintas, particulares, parciales, los límites de la crítica son los límites del propio lector, es decir, el lugar y tiempo que heredó, y sus límites particulares, su experiencia, su propia vida, ese es el marco de referencia desde el cual lee y juzga. Por eso son distintas las lecturas de un niño francés de ocho años y de un etíope octogenario ante el Quijote de la Mancha. Por eso pueden haber tantas lecturas y sus críticas como lectores haya. Paradójico, ¿verdad? Limitada por un contexto, pero ilimitada por cada experiencia particular.

Otro aspecto que es necesario señalar es que la crítica puede ser abierta o cerrada. La crítica cerrada se limita a un juicio categórico: “Me gusta, no me gusta”, “es bueno, es malo”, “he dicho”. Expresada de esta manera o en cien páginas, este tipo de crítica es cerrada pues no dialoga, petrifica el sentido de un texto, lo vuelve estático, por lo tanto: mudo. La crítica abierta por lo contrario, es dialógica, el juicio de un lector es dinámico, surge del sentido literal del texto, traspasa la experiencia del lector y es devuelto con un nuevo sentido, el lector hace hablar al texto, le da sentido, y esa lectura dialoga con las otras críticas, se confrontan, se refutan, se complementan, se enriquecen unas de otras, y enriquecen el sentido del texto.

Por más que no lo pretendan, hay ciertos tipos de lectura, que por su énfasis, por su finalidad y motivación disciplinaria, pese a ello, no dejan de ser experiencias. Me refiero a la crítica especializada de un filólogo, de un lingüista, de un historiador, de un filósofo, de un sociólogo, etc. Ciertamente a través de su lectura delimitan su objeto de estudio y mediante un enfoque de análisis y unas coordenadas metodológicas interpretan el texto, ciertamente hacer sociología, filología, historia o economía de un texto literario no es propiamente crítica literaria, pero inevitablemente está implícita, la sola elección de un modelo de análisis o de un énfasis, limitan cualquier intento de objetividad y de cristalización del texto. Sea crítica o no, el análisis especializado de los textos sin duda enriquecen la experiencia de lectura para cualquier lector, arrojan luz sobre cuestiones que para el lector-crítico común podrían no estar a su alcance, como la ubicación socio histórica del texto, o las peculiaridades lingüísticas de este. En todo caso es ganancia. Pero estas lecturas, no ocupan ninguna jerarquía en particular con respecto a la del resto de lectores-críticos-aficionados.

Insistiré en esto, sin menosprecio de las credenciales de cada quien, pero en todo caso, defiendo el valor de cada lectura, sea que coincida o no con las propias. Esto supone que debemos superar al menos la lectura ingenua y cerrada del “me gusta no me gusta”, “bueno o malo”, “mejor o peor” y “he dicho”, por la sencilla razón de que no son dialógicas. Igualmente debemos superar los juicios de autoridad que asignamos a los lectores especializados, pues sus lecturas no ocupan ninguna jerarquía más que dentro de los límites y especificidad de su disciplina.

¿A qué viene todo esto? Pues bien, es resultado de las intensas polémicas que se vienen dando en redes sociales y otros medios vernáculos (y en hora buena que sea en estos medios, dado que en los medios tradicionales, tanto impresos como virtuales, estáticos y académicos son totalmente indiferentes y están ausentes dichas disputas). Destacar aquí el valor y dignidad de cada lectura es crucial, en vista que la vieja perorata de que “no hay crítica” no es más que una falacia, que sospechosamente, más bien quiere evitarla.

El recurso más usual para “evitar la crítica” no tiene nada que ver con la crítica en sí misma; consiste en descalificar al que la hace, consiste en descalificar al lector, negarle su experiencia de lectura, disminuir su capacidad a nada; los que niegan la crítica ni siquiera se detienen a refutarla, van directo a la yugular del crítico y no a las críticas, y esa manera de actuar viene desafortunadamente de los mismos autores.

Voy a ilustrarlo con dos ejemplos (que igual servirán de denuncia).

En el Semanario Universidad N° 1989 del 1° de mayo de 2013, con el título ““Alexánder Obando y la ciencia ficción costarricense” Iván Molina, autor de ciencia ficción y uno de los principales gestores de este género en el país, se refiere a dos entradas en el blog de autor de Alexander Obando en que se refiere a las antologías “Posibles Futuros” y “Objeto no identificado”. En las entradas ¿Objetivo no identificado? I y ¿Objetivo no identificado? II, Obando reflexiona sobre el quehacer del género, expresa sus opiniones y gustos, y hace sus propias valoraciones sobre los textos antologados.

La reacción de Iván Molina en su artículo no es validar o refutar los argumentos de Obando, sino descalificar a Obando diciendo que sus consideraciones están “dominadas por sus propias preferencias estéticas e ideológicas”¿Acaso Molina no lo está o no las tiene también? ¿Existe algo de malo en tenerlas? Las piedras y los hongos no tienen preferencias estéticas e ideológicas, ¿Será eso lo que Molina le está diciendo a los lectores que nos atrevemos a hacer crítica? ¿Que seamos como las piedras y los hongos?

Lo más lamentable es cuando Molina afirma: “Ciertamente, la actual ciencia ficción costarricense necesita de crítica; pero de una crítica profesional, comparativa e informada por los nuevos desarrollos en los estudios literarios, en particular los realizados en el campo específico de la ciencia ficción”. Tristemente Molina no se molesta en indicar cuáles son esos críticos profesionales que él sí autoriza, ni cita cuáles son esos estudios literarios comparativos e informados. Pero está claro que según él, los lectores, como piedras u hongos debemos callar ante su autoridad y la de los críticos invisibles que él valida.

Como sea, Molina no hace más que “chotear” al crítico, y ni de lejos somete a examen los juicios del crítico.

Más tarde, en la Revista de Filología y lingüística de la Universidad de Costa Rica, en su Volumen 40, N°1 de enero-junio de 2014, en su artículo “El novum de la ciencia ficción costarricense” de Roy Vargas Alfaro (Creo que el medio, una revista académica y el autor Egresado del Posgrado en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Costa Rica, están fuera de toda sospecha y deberían pertenecer a ese medio de críticos profesionales e informados de los nuevos desarrollos en los estudios literarios que señala Molina) dice más o menos que:

“…en relación con el concepto de novum desarrollado por Darko Suvin. Se plantea la poética suviniana como referente para el análisis y construcción del género de ciencia ficción, en cuanto tal enfoque permite la elaboración de una ciencia ficción que aglutine el contexto empírico del escritor y las posibilidades ocultas tras tal contexto. Asimismo, se define la ciencia ficción como una literatura crítica, que en nuestra actual situación implica una crítica a la nomocracia posmoderna. De igual modo, se establece que la denominada ciencia ficción costarricense no es realmente ciencia ficción.

Entre los muchos textos citados por Roy Vargas, están “Posibles Futuros” y “Objeto no identificado” los que antes también criticara Alexánder Obando. Que el novum establecido por Darko Suvin sea el canon definitivo o no para determinar qué es o no es Ciencia Ficción (por cierto que yo siempre he preferido llamarla Ficción Científica) y si la Ciencia Ficción costarricense lo es o no (yo pienso que sí), es algo que se puede discutir. Pero hay que ver la inmediata reacción de Iván Molina en el periódico la Nación en la sección de Opinión del 22 de octubre de 2014 “El libre juego de la irracionalidad” donde dice:

“¿Cómo un artículo, escrito para descalificar ideológicamente a un conjunto diverso de autores y obras, que carece de fundamentos analíticos mínimos, y que califica más como ciencia ficción académica que como estudio académico, fue aprobado por la Revista de Filología y Lingüística?”

¿Pero no es eso lo que Molina hace con Obando como crítico y ahora con un crítico autorizado como Alfaro? ¿En qué quedamos? Tristemente, los que en este país intentamos hacer crítica, desde nuestra experiencia o desde la academia estamos expuestos al escarnio y la lapidación de los autores, que niegan que exista crítica. Iván Molina es una evidente constatación de ello.

El segundo ejemplo que quería exponer es más reciente, tiene que ver con una entrada en el muro de Facebook del escritor, amigo y también lector y crítico Cristian Marcelo el pasado 2 de febrero que decía provocadoramente lo que sigue:

“Cada día me sorprendo más de la profunda objetividad y capacidad analítica de nuestros críticos literarios y de nuestras revistas culturales. Son verdaderos iluminados, capaces de ver la aguja en la paja, o la paja en la paja. Debemos rasgarnos las vestiduras ante tan poderoso espectáculo de sapiencia y conocimiento. ¡Poetas costarricenses, cuentistas, novelistas, dramaturgos, arrodillaos! ¡Mirad estos cuatro gatos que con sus maestrías y sus doctorados nos muestran la verdad irrefutable, la verdad verdadera!”

La reacción fue impresionante, dicha entrada desató una enconada discusión, un “miche”, lo malo es que en el proceso dialéctico no hubo síntesis. Pero igual es ilustrativo, las reacciones fueron de primera entrada interpelando a Cristian:

“GA Chaves: Escribí vos tus críticas y refutaciones y dejá de hablar paja sobre la paja.
2 de febrero a las 13:07
Santiago Porras: En esto de las críticas somos víctimas y victimarios.
2 de febrero a las 14:12
Benedicto Víquez Guzmán:  Ni doctor ni crítico Un simple lector de literatura y profesor ya jubilado que me gusta mucho la literatura.
2 de febrero a las 14:20
Edmundo Retana Jiménez: Pienso que tienen tanto derecho los críticos de escribir sus "verdades verdaderas", como Cristian de criticarlos. No aplica la Ley mordaza...
2 de febrero a las 14:23
Santiago Porras: Sí, los derechos no están en cuestión.
2 de febrero a las 14:36”

El intercambió se intensificó, yo por variar, siempre llego tarde a todo y me enteré de último, pero es más que relevante destacar aquí que las más enconadas críticas contra los críticos (que no a sus críticas) fueron las de los autores, más adelante, luego de varios comentarios, destaco el intercambio entre el escritor Gustavo Solórzano-Alfaro y el escritor Jorge Mendez-Limbrick donde se lee:

“Gustavo Solórzano-Alfaro: Guillermo, entonces a lo mejor podrías poner ejemplos de críticas aparecidas en medios extranjeros (periódicos o revistas) para poder distinguir. Por ejemplo, yo podría pensar que Germán Hernández, Sergio Arroyo, Cristian Marcelo, GA Chaves, Carlos Soto Bogantes, entre otros, hacen crítica en CR, como la hacen en otros países; mejor o peor es otro asunto”.
2 de febrero a las 16:45
Jorge Méndez-Limbrick: Bueno, parece que la charla no dio para más. Y yo no concuerdo con vos Gustavo Solórzano-Alfaro: creo que a los sujetos que afirmás hacen crítica literaria acá en Costa Rica, no poseen el palmarés ni la erudición, menos la cultura literaria para hacer crítica. Así de simple pienso. Sé que son amigos tuyos y vos lo defendés pero eso es otro asunto.
2 de febrero a la(s) 16:51
Jorge Méndez-Limbrick: Acá cualquiera por tener un blog piensa que hace crítica. ¿Crítica Literaria? Acá existen RESEÑISTAS y eso siendo benévolo.
2 de febrero a la(s) 16:54
Jorge Méndez-Limbrick: Y la verdad: ni sé para qué discutir este asunto de crítica literaria en Costa Rica. Si Costa Rica (NI LA MISMA CENTROAMÉRICA CUENTA LITERARIAMENTE HABLANDO) para el resto de Latinoamérica. Somos la región más tristemente olvidada de Latinoamérica. PUNTO FINAL.
2 de febrero a la(s) 16:59
Gustavo Solórzano-Alfaro: Jorge, entonces ¿mejor no decimos nada más? Diay, estamos listos, entonces. En cuanto a la "amistad", que no entiendo por qué la traen a colación siempre, puedo afirmar que la mitad de los citados son amigos personales. El mismo Cristian difícilmente me pondría en su grupo de amigos, por ejemplo. A otro ni lo conozco de nada. Como que algo no me calza.
2 de febrero a la(s) 17:06
Jorge Méndez-Limbrick: Es sencillo... Gustavo... la verdad que cada uno haga lo que mejor le parezca... Y todos contentos. IMPRIMATUR.
2 de febrero a la(s) 17:08
Gustavo Solórzano-Alfaro: Jorge, hiciste una afirmación sobre las personas que yo cité, incluido el anfitrión de este muro. ¿Por qué considerás que estas personas no tienen los atestados para ser críticos?
Sobre las diferencias en cuanto a qué es crítica, vale, pero ¿por qué nunca dialogamos directamente con los "reseñadores"? Es más que obvio, que este tema surge debido a la lista de "Literofilia". Pero ahí nadie dijo nada, en el sitio, y hay comentarios muy diversos, de gente joven como Byron Salas o de reconocidos académicos, como Albino Chacón. ¿Lo que dicen no merece ni una palabra? La crítica es muy diversa, como he sostenido. No podemos esperar que haya un gurú que hable de todos los libros. Eso sí es dañino. La crítica va desde todas las contratapas que redactó Guillermo Fernández para la ECR hasta las revistas especializadas, pasando por blogs y afines. ¿O no?
2 de febrero a la(s) 17:58
Jorge Méndez-Limbrick: Para ser crítico de Literatura hay que conocer, estar al tanto de corrientes literarias, leer, estar en una Universidad y estudiar Literatura como vos. Ser abogado o politólogo y sacar una maestría en Literatura de esa manera no me merece respeto el que se dice crítico, es una manera de blanquear un título. De todas maneras es mi opinión, personal, nadie posee el LITERÓMETRO de los 7 demonios para decir esto es lo máximo. Esta es una discusión Bizantina Gustavo y vos lo sabés muy bien. Pienso de esa manera porque, al menos lo que les he leído a tus amigos no me agrada ni como "críticos" y mucho menos como escritores que los considero muy mediocres. Pero, te vuelvo a repetir es mi opinión. Yo al menos doy la cara y digo lo que pienso con nombres y apellidos como cuando dije que la novela de Obando EL MÁS VIOLENTO PARAÍSO NO ERA UNA NOVELA. Pero, parece que el señor Cristian Marcelo, no es de mi opinión y se reserva los nombres de los 4 gatos que critica.
2 de febrero a la(s) 18:14”

Lo subrayado es por mí. Donde quiero destacar la posición del escritor don Jorge Méndez-Limbrick respecto a los críticos, que no a la crítica de la que no dice nada. Intentemos sistematizarlo:

1. Queda prohibido y desautorizado en el que hacer crítico en palabras de Méndez-Limbrick quienes “no poseen el palmarés ni la erudición, menos la cultura literaria para hacer crítica.” Según esto, el resto de lectores seguramente debemos ser piedras y hongos.

2. “Acá cualquiera por tener un blog piensa que hace crítica. ¿Crítica Literaria? Acá existen RESEÑISTAS y eso siendo benévolo”. (Se agradece la magnanimidad don Jorge) Según esto, los y las lectores (incluso los de su obra) piedras y hongos que escribimos en los blogs, no merecemos la menor consideración, seguramente escribir en blogs o en redes sociales es una constatación de diletantismo y que nuestras lecturas no merecen la atención de nadie más, y nuestras reseñas no merecen tampoco dialogar con nadie más y que los blogs (criaturas maravillosas en vías de extinción) no tienen la dignidad y el valor de otros medios (sabrá Méndez-Limbrick cuáles).

3. “Para ser crítico de Literatura hay que conocer, estar al tanto de corrientes literarias, leer, estar en una Universidad y estudiar Literatura como vos (Refriéndose y choteando a Gustavo Solórzano-Alfaro, poeta, editor, y profesor universitario). Ser abogado o politólogo y sacar una maestría en Literatura de esa manera no me merece respeto el que se dice crítico, es una manera de blanquear un título.” Si para ser un lector cuyas críticas merezcan el respeto de don Jorge Méndez-Limbrick hay que hacer tantos méritos académicos y todavía ser estudiante activo, quién sabe cuántos requisitos habrá que cumplir para ser un escritor inapelable como él.

4.  “Pienso de esa manera porque, al menos lo que les he leído a tus amigos no me agrada ni como "críticos" y mucho menos como escritores que los considero muy mediocres.” Y la descalificación. El argumento de autoridad se reafirma siempre: ellos son mediocres, ergo, todo lo que hagan lo es. Qué pena, porque dudo mucho que don Jorge Méndez se haya tomado la molestia de leer la obra en proceso de Sergio Arroyo, Cristian Marcelo, GA Chaves, Carlos Soto Bogantes, Gustavo Solórzano-Alfaro, a quienes a priori llama mediocres, pero bueno, la chota es su espada. Y con ella eficazmente impide cualquier diálogo, y anula cualquier posibilidad de crítica de antemano. Muy conveniente al multipremiado escritor (premio Una Palabra, premio de la Editorial Costa Rica, dos veces Aquileo Echeverría) ante él, lectores y lectoras, solo podemos ser piedras y hongos mudos. Por demás creo que sería inútil pedirle a don Jorge Méndez-Limbrick que señale críticamente, exhaustivamente, convincentemente, con argumentos nuestra mediocridad, en eso es una piedra y un hongo.

En Costa Rica existe crítica literaria. En Costa Rica la crítica literaria la hacen los lectores, los académicos, y todo el que quiera concurrir. La crítica literaria se hace desde los vehículos tradicionales y también desde los emergentes, sin jerarquías. La vitalidad de cualquier obra literaria la concede y la alimentan los lectores, descalificarlos de antemano me parece un suicidio cuando viene desde un autor; sin lectores no hay literatura. Podrán haber editoriales, publicaciones y toda la parafernalia de los premios que sin los lectores y sus críticas nada son.

Nada me haría sentir más reivindicado que sentirme respetuosamente refutado en una de mis críticas (no hacia mi persona, sino hacia mis argumentos, decirme mediocre lo hace cualquiera) si con ello se abre el puente que permita el intercambio y el enriquecimiento que da la lectura de cualquier texto y su disputa que no se limita al pueril y dicotómico resultado de un ganador o un perdedor, sino a la inagotable búsqueda de sentido y experiencias.

Soy una piedra que hiere, soy un hongo que dispersa sus esporas.

Germán Hernández

La mujer que arañaba las paredes (Departamento Q 1) – Jussi Adler-Olsen

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Lo mejor después de la publicación de la trilogía Millenium de Larson, fue descubrir la cantidad de autores y autoras nórdicos de novela negra que hay en la actualidad (sin olvidar desde luego a los maestros precursores (el matrimonio Söwall y Wahlöö y a Henning Mankell). La vitalidad y variedad en el género es mucho más que una moda, y la calidad de la mayoría de las obras algo inapelable.

Carl Valdemar Jussi Henry Adler-Olsen nació en Copenhague 1950, es publicista, editor,  empresario, y además estudió medicina, sociología, historia política y comunicación audiovisual. “Kvinden i buret” (La mujer en la jaula) y en español traducida como “La mujer que arañaba las paredes” es la primera entrega de la serie Departamento Q.

En Copenhague, el policía Carl Mørck, amargado, desafiante e irreverente, atraviesa una mala racha, hace poco fue sorprendido por el ataque de un asesino, en el asalto su compañero Anker  resulta muerto y su otro compañero Hardy gravemente herido y paralítico. Mørck cae en desgracia y el remordimiento; sus superiores y los medios dudan de su actuación en el incidente y es enviado al ostracismo en el recién creado departamento para investigar casos no resueltos: el Departamento Q.

El primer caso de Carl Mørck  será el de Merete Lynggaard, una joven y prometedora política que en el año 2002 mientras realizaba un viaje en ferry desaparece inexplicablemente; ante la falta de evidencias que dieran con ella la policía cierra el caso. Pero sabemos que Merete Lynggaard está viva, sometida al capricho de sus captores y que morirá el 15 de mayo de 2007. Sin saberlo, la apertura y resolución del caso para nuestro detective será una carrera contra reloj. En la narración se irán alternando tanto la situación de cautiverio de Merete con la investigación policiaca hasta el inevitable punto en que los relatos converjan. Una trama arriesgadísima, al borde de lo inverosímil, y virtuosamente librada.

Jussi Adler-Olsen
Pero lo mejor de la novela son sus personajes, los cuales se nos van revelando poco a poco, complejos y sensibles, en lo cotidiano, en lo grave y lo hilarante, el autor tiene la gran virtud de mantenernos al borde del vértigo y de sacarnos carcajadas también a través de los protagonistas. Pero el que se lleva el premio sin duda es el enigmático y paradójicamente transparente Assad, el ayudante de origen sirio encargado a Carl, es refugiado político, poco sabemos de su pasado, de quién era o hacía en su país de origen pero es evidente que sabe de operaciones policiales, de armas, de análisis y falsificación de documentos; Mørck al principio lo emplea como el “chico para todo” desde sacarle fotocopias hasta traerle el café, pero Assad es un sujeto curioso y entrometido, y poco a poco se va colando en las tareas de Mørck al punto que es quien acicatea y revive al detective amargado, contagiándolo y moviéndolo a actuar y que por su propia cuenta es quien indirectamente va a revelar el enigma del caso, todo un acierto, y una figura eje que va más allá del típico ayudante del detective.

El extraordinario debut literario de Adler-Olsen ya no es una sorpresa dentro la nueva novela negra nórdica, pero sí un satisfactorio contagio para continuar la saga del “Departamento Q”.

Germán Hernández.


¿Quien dijo miedo a los libros electrónicos?
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 La mujer que arañaba las paredes




La Mala cosecha – Francisco Zúñiga Díaz

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En 1967, en Santiago de Chile, aparece impreso un delgado y sutil volumen de cuentos: “La mala cosecha” de Francisco Zúñiga Díaz, apenas cinco relatos, apenas el segundo volumen de cuentos del maestro, un texto que apenas y se sabe en Costa Rica que existe.

Cuentos de ámbito agrario, cuentos comprometidos, socialmente beligerantes, pues se intuye en ellos que la fatalidad existencial de las personas, también tiene una raíz social y económica.

Cuentos duros, más ásperos, pero sin abandonar ese riguroso uso de la imagen como un puñal en cada línea, ya Zúñiga Díaz dejó atrás las primeras influencias, las de Salazar Herrera, y Salarrue; su estilo a partir de ahora será distinguible, su narrativa densa, entrecortada, siempre dando a entender y entreabriendo puertas de significación.

Y hay un elemento más, en este breve cuentario, en particular en su último cuento, “La fiesta” posiblemente el mejor del conjunto: la síntesis, la contención y especialmente el humor, algo tan difícil en la buena literatura será uno de los tópicos de toda la narrativa de Zúñiga Díaz, un humor dulce y triste, un humor que surge desde la ironía, y que en este texto “La fiesta” resuena.

Recientemente el narrador, editor y crítico Sergio Arroyo, destacó también que con este cuentario y en particular con los cuentos “Juan Soto P”. y “La fiesta” convierten a Zúñiga Díaz “en el primer escritor costarricense que ve publicados sus microrrelatos fuera del país”.

Ofrecemos a los lectores y lectoras y a todos y todas las personas que honramos la obra literaria de Francisco Zúñiga, los cinco textos íntegros que componen ese segundo libro del maestro.



Germán Hernández.






La mala cosecha



Benedicto empujó la puerta lentamente; de adentro salió una agrura de medicina.
Puso el sombrero de lona sobre la banca y siguió en la masticadera de desesperanza.
Del cuarto vino la voz de la mujer, un remedo más bien:
—... nedicto.
—Mjú — (balbuceó él).
—¿Nada? — (la pregunta difícil).
Benedicto tardó un trago de saliva para contestar; para mentir, que eso fue.
—Compra cigarros pa los que vengan —dijo nuevamente el susurro de la esposa.
A Benedicto le dieron ganas de fumar (Desde anoche no lo hacía).
El olor de medicina era ya parte de él mismo. Sus ropas, su sudor, su angustia.
—Lina —dijo al rato, con el ánimo de que le creyera—, ya compré la caja.
La mujer sollozó. Ella misma no supo cuál de los dolores era el que le salía ahora.
Benedicto se acordó de un cabo de puro que había guardado. (Fue en el momento de la nueva congoja, esa otra que hizo más alta la estiva de congojas, cuando lo guardó).
Fue una astilla de alegría, que estorbó con su soledad la carretada de tristezas. Se paró rápidamente y fue a encenderlo con un tizón, y volvió a la banca a seguir siendo estatua.
Por algún lado se colaba una brisa. Benedicto trató de buscar por dónde era, pero la mirada se fue tras el humo del cigarro. "Tal vez a Lina le caiga bien un poco de aire"—pensó. Podía ser que tuviera pereza de tapar la rendija, pero estaba cansado. No tenía sueño, ni hambre, pero tal vez lo que le hacía falta era dormir y comer.
La tos convulsa de la mujer lo desacomodó de nuevo.
—Si hubiera jarabe de pino blanco —pensó.
—Lina —dijo— ¿Te froto otra vuelta?
—Ya no hay guayacol —contestó la mujer.

***

El hijo, ya iba a cumplir los dos años. Pero ya no los cum¬pliría. Pensaba el padre: "Ahora, el día de San Benedicto, lo hubiéramos mudado con el vestidito nuevo. De haberlo sabido se lo ponemos antes, para que no lo estrenara de mortaja.
Las lágrimas gruesas salieron, por suerte. Mejor que fuera así, porque si no habría salido un sollozo, y él no quería impresionar a Lina.
—¡Cómo hará Lina para aguantar tanto! —pensó Benedicto:
—Yo, por lo menos, estoy alentado. Pero ella, ¡y ahora en cuarentena!
Se vio muy mal Lina en el parto. El del niño que ahora deberían enterrar fue normal, a pesar de que en ese entonces era primeriza. El siguiente ya la cogió con anemia. La mala cosecha de ese año, en el que Benedicto no sólo tuvo que entregar el producto a don
Porfirio por el préstamo para la siembra, sino quedarle debiendo, casi se vuelve mala cosecha de Lina. De ahí nació su tos.
Pero no fue tan mala esa cosecha: el segundo retoño, aunque revejido, ahí anda gateando sus doce meses. Ahora este último, nacido en la miseria, en la enfermedad, en esa tos que ahora la hace escupir sangre:
—.. .nedicto —dijo quedamente.
—Mjú.
—¿Le ponemos Benedicto también, para reponerlo?
—Dios primero no habrá de morirse —contestó el hombre.
La mujer sollozó. Benedicto también sollozó.
El aire, pesado de olores de medicina, era un aire de lágrimas y de muerte.
Las flores, que adornaban el cuerpo del niño muerto, ya estaban marchitas.
Benedicto contempló al difunto. Al colocarle sus labios en la frente, sintió adentro su frío.
Una a una, como chuzazos, se repitieron las palabras de don Porfirio. Igual a como le estuvieran martillando cuando hacía de estatua en la banca, junto al sombrero de lona, entre los vapores del guayacol, ante las ganas de fumar.
"Para poder prestarle yo, Benedicto, usted tiene que ponerse al día con el saldo que me adeuda. Si no, ni un cinco. ¡Ni un cinco!".
"Pero don Porfirio"—había dicho Benedicto— "es un caso de caridad cristiana. ¡Hay que enterrar al niño!".
Don Porfirio siguió empacando libras de azúcar detrás del mostrador. Después, entre dientes, murmuró: "piensan que a uno le cae la plata del cielo".
A Lina le preocupaba lo de la vela. Porque el chiquillo murió en la tarde; y en la noche, cuando Benedicto y tres vecinos lo velaron, no hubo cigarros, ni café, ni un trago
("Buena gente"—había dicho Benedicto).
Lina por eso le encargaba, "ahora que ya todo se había arreglado", comprar cigarros, para darle a los vecinos que llegaran al entierro. Mas vale tarde que nunca, pero en las velas hay que dar cigarros, pensaba Lina y Benedicto así lo creía también. "¡Por lo menos un cigarro a cada uno!".
Se levantó y fue al cuarto (ella dormía convulsamente). Tomó el alcohol para humedecer un pañuelo y ponerlo en la frente de Lina, atizada con la calentura. El también se puso un poco en la nuca, por si el aire lo molestaba luego.
Observó de nuevo a la mujer: estaba pálida, flaca, casi ter¬minada. Se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
La tos, otra vez, vino a mortificarlos.
—¿A qué hora se lo llevan? —preguntó Lina.
—Ahorita —mintió él.
Benedicto no le hallaba solución al problema. ("Al niño hay que enterrarlo:
¡Ni un cinco! ...¡Ni un cinco! ..."Las palabras de don Porfirio eran como el golpe del pico sobre la tierra buena).
Y Benedicto comenzó su delirio: lo envolvería en una sábana y él mismo iría a enterrarlo al potrero. Allí haría un hueco, sembraría flores.
Sin flores y sin cruz tendría que ser. Si ellas se ponen intervendría la autoridad, por haber hecho un entierro a escondidas, sin los trámites usuales.
"¿Sin flores y sin cruz? —Se dijo Benedicto. ¡NO!: él no es un perro,
No pudo soportar el peso de sus pensamientos: salió al co¬rredor y lloró.
Ya más sereno entró de nuevo a la casa. Tomó el hacha y la pala (tanto que las cuidaba), y salió. De paso se llevaría el yugo y el arado y lo que fuera.
—¡Aunque tenga que venderme yo mismo! —dijo quedamente, tragándose una amarra de salivas.
Se fue por el trillo. Por su mente transcurrió la imagen de un entierro, en cajita blanca, con flores, con niños, con ángeles.






Efraín Soto P.


Tal vez grabar el nombre, como primera cosa que se escribe cuando se tiene a mano un instrumento, sea un acto inconsciente. Sobre todo si el nombre lo escribe un individuo, como Efraín Soto P., que apenas aprendió a escribir. Podría decirse: puso en la ventana, con carbón y en letra ruda, Efraín Soto P., porque eso fue lo que más aprendió a hacer en la escuela del pueblo, hace un montón de años. Pero en realidad, Efraín Soto P. quiso sobrevivir.
Entonces lo impulsó un deseo de perdurar; de que su nombre, tosco como cualquiera, durara un poco más que su vida, que ya casi se extinguía.
Esa tarde, igual a las otras, no llovió: el verano se había recargado mucho, como el mango de mangos maduros, y tenía que llover. Efraín Soto P. salió al corredor de la casa y contempló la arboleda. Los árboles de aguacate abortaban por el viento; la tierra reseca; el camino, a diez varas, lleno de polvo menudo y de las cicatrices de las huellas de las carretas.
Hacia el oeste, el sol, en un abuso de colores, se recostaba casi agotado de quemar y quemar los pastizales del potrero.
"...Que llueva, que llueva,
la Virgen de la Cueva...".
(Se le vino a Efraín Soto P. desde la infancia) y recordaba la ronda, de la mano de María, de Fernando, de tanto chiquillo ahora viejo (o muerto que era lo mismo), viejo como él (qui¬zás ya muerto como ya casi él lo estaba); posiblemente enfermo a punto de acariciar por última vez una tarde de verano; con el deseo, traducido en mirada al cielo, de que cayera una inundación sobre la sequedad de su existencia.
Tomó del fogón una astilla encendida y aspiró al otro lado del puro, el humo espeso.
Luego escribió, con el tizón apagado, el Efraín Soto P., en la ventana de la casilla.
Había vivido mucho, a pesar de sus cuarenta y tres años. Su mujer hecha un nudo con sus enfermedades y las de ella. Sus cuatro hijos: dos muertos en la infancia (por dicha —pensaba Efran Soto P.). El otro en la Zona Bananera, haciendo quién sabe qué; la hija menor, en la ciudad, sí sabiéndose qué hacía.
El y la mujer no quisieron salir del campo. Tal vez si se hubiesen ido —piensa Efraín Soto P.— la hija no hubiera tomado el rumbo que escogió, ni el hijo habría partido.
Pero no es eso lo cierto —sigue pensando Efraín Soto P. Los dos tenían, aquí en el campo, su destino; él las eras re¬pletas de furia de creación; ella, la creación de hijos para engendrar a las eras, darle vida al campo, y con ello, rellenar de ilusiones su soledad de ahora, su angustia de hoy.
Al final ocupó la casilla de la finca de don Napoleón. Allí, como cuidador, tenía techo: un corredor sin baranda, una co¬cina. El cuarto, que encerraba los males de enfermos y una ventana que tenía grabado, en letra tosca, un Efraín Soto P. Sobre todo tenía tierra, árboles.

***

Efraín Soto P. murió ayer: tuberculosis, dijeron. Lo enterraron en el cementerio del pueblo. La campana de la iglesia redobló a duelo. La lluvia, cuando llegue, inundará la era que acogió el cuerpo de Efraín Soto P.
Tal vez dentro de unos días derriben la casilla, si el viento no se encarga de hacerlo antes.
Y entonces el Efraín Soto P., como el dueño del nombre ahora, no será ni recuerdo.
Los rasgos groseros de las letras, en una próxima quema para la voltea, se perderán, prendidos de alguna brisa, en las socolas.


El Matapalo 

Dicen que Victoria Rojas fue bonita. Terminó por juntarse con Simón, y ahora, muerto el viejo, no es sino un tronco del que se prenderá la muerte un día de estos.
La muerte es como el matapalo para Victoria Rojas, y así lo sabe. No tiene temores: simplemente se encuentra satisfecha de haber vivido. Morirse era, a su juicio, no llorar, no sentir a Luis, no empaparse de su vacío.
Posiblemente en compensación a no haber muerto, hizo su obra ahora. Complacida sonríe; vive de nuevo.
Las malas lenguas dicen que va a heredar a Rosalía: su casilla llena de años, la carreta de Simón y nada más. De por sí Rosalía no tiene nada, lo mismo que Victoria Rojas antes.
Rosalía tiene que formar su vida. Eso de esconderse es no vivir: debe decirse, ajeno a las murmuraciones de siempre, que uno hizo lo que hizo porque le dio la gana, porque quiso, en el caso de Victoria Rojas, o de Rosalía, surcar ilusiones. Hacerse veranera para enredarse en los vaivenes de la brisa, y no llegar, como Victoria Rojas, a ser un tronco absorbido por el matapalo.
Porque tal vez Victoria Rojas no hubiese sido un tronco…

***

Hace bastantes años (habría que determinarlos por inviernos), Victoria Rojas se fugó con Luis. Ella tenía quince; él era jornalero de la hacienda de Roderico Méndez, en el Norte. Se fueron naturalmente: como la corriente de El Guacalito (despacio, sin bríos, pero tumultuosa, profunda).
En un bote tomaron rumbo a Nicaragua. Desearon quedarse entre la montaña, en las tierras en donde habían nacido. Pero Luis, en un arrebato tal vez, por defender su amor hacia Victoria, mató de un tiro de escopeta a Roderico Méndez. Y Victoria, virgen como la tierra que anhelaban, se fue con Luis, a quien había prometido el tributo de su cuerpo nuevo.
Los pechos de Victoria Rojas se abrieron al abrazo de Luis Ramírez.
Los labios sellaron una promesa, llena de aventura, de anhelos, de vida.
El Río Guacalito ponía en sus bordes los caprichos de las orquídeas y el ensueño del garcerío. Los cocodrilos, perezosos, tomaban las riberas al palotear de los remos. Los lirios, en los remansos, hacían colores, reverberando, en sus corolas, al sol que se levantaba.
Ya en el Lago, tomaron rumbo a cualquier parte. Llevaban consigo amor y un empeño de levantar montaña, de hacer hijos, de vivir.
Pero Luis fue víctima de la montaña: una serpiente le arrancó la vida.
Victoria la sintió desplomarse como si fuera un árbol, que por la terquedad del hacha se echara de bruces.
Ya sin Luis, decidió regresar al caserío.
Años después se juntó con Simón, como para proteger un desamparo, pensaba, pero no fue sino para acrecentar su amargura con una gota minúscula.

***

Tal vez no por el Río Guacalito, bastante montaña después de Victoria Rojas, Rosalía emprendió un camino parecido. Posiblemente en la ruta de Rosalía las garzas no se encresparon las plumas en el equilibrio de su sola pata; es posible que no fuese el caudal de un invierno barrialoso. Quizás la polvareda de los cascos relinchaban en el trayecto.

Pero sí palpitaban dos corazones, huyendo tal vez, encontrándose desde luego.
(No interesan las razones de la huida. Luis Ramírez debía una vida: (Victoria anidó una muerte). Don Roderico no logró sus intenciones: (La escopeta de Luis más que una vida quitó el empeño). Victoria Rojas y Luis huyeron (el hijo no nació: quedó náufrago de un mar de lágrimas) Rosalía, ahora, también huía.
La cierto es que llegó al pueblo de Victoria Rojas.
Victoria Rojas no llora la muerte de Simón, porque ni siquiera recuerda cuando ocurrió. Sí, tiene presente la ausencia de Luis, muerto en la montaña, tronchado con la violencia que Victoria no toleraba. Que, ahora, no podría perdonar.
Victoria Rojas los hospedó. Dicen las malas lenguas que va a heredar a Rosalía. ¿Qué puede dejarle?: una casilla vieja, que no anidó un amor que ya se anida. Una carreta, la de un hombre que fue su marido, para que el hombre de Rosalía juegue el papel de Luis.
El matapalo, piensa Victoria Rojas, se llenará de flores.


La Carreta 

Dentro de poco se llevaría la carreta.
—¡Agustín! (Casi no fue palabra. Si hubiera podido llorar, se desborda).
—Ya, mujer. Ya, ya —contestó el marido.
Agustín sintió su lástima en la garganta. Tragó fuertemente y carraspeó. Empezó a pensar. Podría, alargándose en los montazales, decir que la carreta fue el principio. En ella, Teresa y él, juntos ya para siempre, doblegaron el zacatal para hacer después trillo. Se adentraron potrero adentro, hasta el Playón. El Río Barranca roncaba los tumbos de un aguacero deshecho en agua sucia.
Pasaron la noche bajo el manteado, en la carreta. Por la ojiva de la compuerta el cielo era más cielo, más lleno de estrellas. Parecía que después del desborde salieron brillantes, llenecitas de lluvia.
Al día siguiente partirían; en la mañana, cuando el río ya sereno se hubiese vaciado al mar.


(Ahora la carreta saldrá del corredor. Esa es la preocupación de Teresa y la lástima de Agustín. Tal vez sea nostal¬gia, porque los recuerdos se desgajan:
—Se encariña uno y le da cabanga. Es como si me quitaran a Teresa —piensa Agustín).
Se fueron al amanecer. Las ruedas de la carreta, al romper el río, cerraron remolinos de corriente. Los bueyes, aliviados por el desenyugue y el pasto, halaron suavemente. Al paso por el río se revolvían pedruscos.
Un garrobo perezoso se llenaba del sol de invierno.
Por el camino a San Jerónimo contemplaron la montaña.
—Ya hoy no llueve (la voz de Agustín). Teresa no dijo nada.
—¿Estás contenta? (Ella respondió con una sonrisa).
Allí en San Jerónimo, pensaba Agustín, clavaría las estacas en donde amarrarían su nueva vida. Más tarde tendrían que hijear allí.
—Bonito es San Jerónimo. Yo estuve ahí hace mucho, una vez que me vine de Heredia.
—¿Cuánto hace? —preguntó Teresa. —Cuatro años.
Los dos se callaron. Agustín pensó que si se hubiese quedado en San Jerónimo no hubiera vuelto ahora con Teresa. Para él era encontrarse ya con un conocido: volver a un retazo de su pasado con una esperanza repleta.
Teresa pensaba que al segundo hijo le llamaría Jerónimo. El primero no, que tendría que llamarse Agustín.
La carreta, al entrar al poblado, hacía dibujos de ruedas entre los barriales.
De las casas, regadas por allá, salían a curiosear los moradores. El día, surgido de las nubes de agua, venía fresquito.

(Dentro de poco se llevarán la carreta. Saldrá del corredor como cuando salió del corredor el ataúd con el cadáver de Agustín, el mayor de los hijos. A Teresa, seguro, se le desgarrará adentro su sentimiento contenido y un desborde de llanto se le convulsionará, impotente de detenerse más.
Agustín está apenado, también. Pero la carreta saldrá hundiendo paralelas, como si en vez de marcar los surcos maceraran toda su vida, que tuvo su principio con la carreta.)
En San Jerónimo hizo su terreno. Construyó su casa, for¬mo eras, sembró y sacó cosechas. 
Allí nacieron sus hijos. Junio a la casa, un cobertizo entejado para la carreta. Ella fue su auxiliar, así como Teresa su consuelo. De tanto darle y darle al trillo formó calle: de la finca al pueblo, del pueblo al regazo de Teresa, del regazo de Teresa al cañal, al trapiche, a la cosecha.
Para el bautizo de Agustín, el hijo mayor, la carreta, contra las piedras, tiraba redondeces de música sonora. En ella fueron al pueblo: a comprar zarazas para Teresa, una chupeta para el chiquillo, maíz, canfín, sustento. Y volvió ya de noche con tres bajo el manteado:
—Hace un año vinimos dos —dijo Agustín a Teresa en un descanso del camino. Agustín, el hijo, sonrió apaciblemente.

—(Ya no debe tardar Marcelo que tiene que llevarse la carreta. Ya es más del mediodía, y si quiere que no lo tome la noche debe pasar el Barranca en la tarde, que estará flojo de agua.
—Tal vez no venga hoy, Teresa (lo dice Agustín con el ánimo de que sea cierto).
—¿Y qué? Si no viene hoy llega mañana (la voz tiene apariencia de consuelo).
A Agustín le sigue doliendo que se lleven la carreta. Es por él, por Teresa, por su vida.
Ya Teresa no volvió a insistir. Ya dejó su mirada de súplica, de nostalgia. Pero Agustín la sigue sintiendo:
—"¡Cómo es posible que no diga nada. Cómo es posible que no se oponga! ¡Cómo quisiera que llorara!"
Agustín quiere que llueva; quiere llover él mismo: hacerse un temporal de lágrimas, y junto a Teresa, cantarle un adiós a la carreta).

Se fueron creciendo los hijos: Agustín, Jerónimo, Teresa, Josefina.
Cada nuevo retoño era una raíz prendida al humus de San Jerónimo, la tierra cálida a la que llegó con Teresa y la carreta.
Un día fatal murió Agustín, el hijo. Lo destripó un árbol en la montaña, cuando apenas llegaba a los dieciséis años.
La carreta sacó el cadáver al pueblo. Su canto, de regreso por los pedregales, era un acorde muerto.
La fatalidad los hería, y ellos, que sintieron desprenderse una rama del higuerón que se habían hecho, siguieron la rutina de su vida amarga, ya con historia.
Los otros crecían bien. Ayudaban a Agustín los varones y a Teresa las chiquillas.
Se llenó la casa de música nuevamente.
En las noches de marzo u otras de luna, iban en la carreta al río, para verla sumergirse en la corriente que se ponía serena para hacerse espejo.

(Parece que va a llover y es posible que Marcelo no venga).
—Tere (lo dijo suavemente a la esposa). Ya Marcelo no llega hoy.
—¿Quién dice? —Va a llover.
Un trueno, en la lejanía, comprobó lo dicho. El aguacero, en los lagrimales de las nubes, pugnaba por extirpar los goterones uno a uno.
—El problema es la palabra... (musita Agustín).
(Teresa no dice nada).
—Es parte del trato con Marcelo. El me vendió el tractor y yo le cedí la carreta.
(Lo dice como para justificar su decisión). Es parte del pago y es… mi palabra. Porque yo siempre cumplo lo que ofrezco, aunque me duela, aunque nos lastime a los dos.
Teresa no pudo soportar un sollozo. Era lo que esperaba Agustín. La tomó del brazo, la atrajo hacia su cuerpo y la besó tiernamente primero, con pasión después.
Mañana me voy a Esparta, Teresa. Si viene Marcelo le decía cualquier cosa. Coge los doscientos pesos de la hipoteca y se los das. Dios proveerá para el fin de mes, en que deberemos pagar al Banco.
La carreta es parte de nosotros, Teresa, y no podemos permitir que nadie se la lleve, aunque tengamos que devolverle el tractor...
Por las mejillas de Agustín se resbalaron las lágrimas. Teresa estaba repleta de ellas, como con los goterones del aguacero, hace muchos años, en el Playón del Río Barranca, cuando decidieron venirse a hijear hijos y cosechas.





La Fiesta



—¡Qué raro. Cómo está tomando Leoncio! —Sí, hombre. Tan formal que ha sido siempre. Primera vez que veo que toma. —Lo dejó la mujer. ¿Supiste?
—No sabía. ¿Pero cómo es posible si ella era tan dedicada a su casa?
—Sí. Parece que se fue con Beltrán Méndez.
—¡No!
—Sí. 

***

Y en el mostrador de la cantina Leoncio Núñez alimenta su borrachera:
—Me dejó la puta con cinco chiquillos —dice al cantinero. —¿Qué hago yo. Manuel? Pues, servime otro trago. Yo quisiera que llegara de nuevo a casa para echarla como a una perra: ¡a patadas! Eso se merece. ¿No sabes que los güilas han llorado? Imagínate vos: poner a llorar a cinco criaturas. No, yo no lloro, yo estoy borracho de pura cólera.

***

Transcurrieron quince días. —Idiay, sigue tomando Leoncio. —Sí, hombre. La empezó de nuevo hoy. —¿Se volvería a acordar de la mujer? —No, propiamente. La mujer regresó. Parece que Beltrán, después de estar con ella unos días, la dejó. ¿Y la recibió Leoncio? —Sí. —¡No!

***

Y en el mostrador de la cantina.
—Y que querías que yo hiciera, Manuel: vieras que contentera la de los carajillos. ¡Parece que están de fiesta!


Lina – Adriano Corrales Arias

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Decía Gabriel García Márquez, a propósito de las múltiples y divergentes interpretaciones que sobre “Cien años de soledad” se han hecho, que disfrutaba y hasta se reía de las más pretenciosas que suponían develar sentidos, alegorías y referencias donde el autor había hecho guiños que solamente los amigos íntimos podrían reconocer.

Esto hace quedar en ridículo a los que pretendemos hacer crítica, por un lado, pero también pone en peligro a los autores, que deliberadamente o no, desatan mensajes que jamás imaginaron y consecuencias de las cuales no tienen, como un aprendiz de brujo, el control.

Así que decir que Lina de Adriano Corrales, su tercera novela impresa por ahora, tiene múltiples posibilidades de sentido, no sería falso, como tampoco sería falso decir que es la más íntima y personal obra del autor donde  algunos creemos descifrar y reconocer sin equívocos más de un evento familiar. Ambas posibilidades son posibles siempre y cuando reconozcamos que García Márquez es un mentiroso, y que como los monos de Monterroso, somos juiciosos y atentos críticos de lo que vemos reflejado en los textos sobre nosotros mismos.

Hechas estas salvedades, me siento más cómodo en compartir mis juicios de valor sobre Lina, una encantadora muchacha que no es más que sustrato, eje sobre el cual girará toda la novela donde los protagonistas son otros.

El narrador es benévolo con el paisaje, implacable con los personajes, casi desalmados, los arroja desnudos y tal cual son al lector, tal como debe ser en toda novela testimonial, y es que toda la narrativa de Corrales está escrita en esa clave, como si más que el sujeto que cuenta y recuerda, sea siempre eso, lo que cuenta y recuerda lo más importante, por eso seguramente, dentro de su generación es el más sólido en explicar de dónde viene el desencanto, pues sabe hacer memoria de la utopía que lo gestó, en lugar de emborracharse de discursos posmodernos.

El artificio de nombrar a las personajes con la ele, Lina, Livia, Lucía, Lorna… o que David su protagonista sea un humanista que bebe de todas las artes y no pueda dar un paso sin abrir la boca para encontrar el reflejo en la realidad de lo que ha degustado, es algo más que una mentira verdadera… y no es que la realidad exceda la ficción, sino más bien que la realidad es inaprensible y calza en la zapatilla de cristal equivocada…

¿Pero será que basta con esto,  para llamar a esta brevísima novela, testimonio de su generación? Sospecho que sí se puede, que existe un nudo interno, algo que Lina ni sabe, que su anorexia, que sus episodios ciclotímicos, que su inercial existencia, también suponen y exigen la paternidad de una generación que ahora reniega de ella. Lina es una muchacha concreta, pero también puede ser la hija de la generación del desencanto, tiene en sus manos qué hacer con ella, renegar o apresarla entre sus brazos para siempre…

Por eso no extraña la acertada composición de esta novela, siempre pendular, primero ayer, luego la parábola que salta hasta el presente y regresa otra vez hacia la sensualidad y el patrimonio de los cuerpos que se arriesgaron a soñar y cristalizar sus sueños en la piel… en un mundo tan imperfecto para el amor, y que pese a todo podía engendrarlo…

Es por todo lo anterior que seguramente, el progenitor ya sabe de antemano cuál es su decisión, y por eso aquello que se impone como prueba irrefutable de su progenie y como constatación positiva de los hechos no tiene la menor importancia cuando decide afirmarse como sujeto histórico ante todo lo vivido, lo azarosamente vivido, ante todas sus derrotas y los triunfos, como haciendo balance, como si su antiguo corazón fuera a ser pesado en la balanza de Anubis junto a la pluma de Maat ante la voraz mirada de Ammit, ya no teme a nada, ante la mirada de Lina, que es el reflejo perfecto, la summa de su vida.

Germán Hernández
19 de agosto de 2015


Parábola sobre la verdad

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-¡Los empujaremos hasta el borde del mar, los arrojaremos al abismo, esta tierra es nuestra!
-¿Quién lo dice?
-Lo dice nuestro dios, en el libro que escribimos.


Germán Hernández

Larga noche hacia mi madre – Carlos Cortés

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Mi madre tenía tres meses de embarazo cuando asesinaron a mi padre. Guardaba cama por prescripción médica, para prevenir un aborto similar al del año anterior y permaneció en reposo absoluto hasta que yo nací, cinco meses más tarde. 34 años después murió del mal de Parkinson, tras una larga, casi interminable enfermedad. Había pasado en cama o sin moverse algunos de los momentos más importantes de su vida.”

Este texto corresponde al primer párrafo del relato “Retrato de mujer con los instrumentos de la pasión” de la colección de relatos “La última aventura de Batman” de Carlos Cortés (obra que fue reconocida como premio nacional de cuento en 2011). Podemos afirmar que en este párrafo se resume toda su novela “Larga noche hacia mi madre” trama mínima, sin más, salvo un desfile de parientes de mediocre singularidad.

No deja de ser interesante rastrear la génesis de esta novela en otros relatos del cuentario citado, particularmente en tres cuentos: “La última aventura de Batman”, “Retrato de mujer con los instrumentos de la pasión” y “La viuda de blanco” dichos textos abarcan, resumen y agotan todo lo que tres años más tarde “Larga noche hacia mi madre” relata de manera sobrecargada, y es que para mí, la novela está prácticamente agotada en las primera veinte páginas, en vista de que en el resto no habrá más que un estéril sabor a redundancia, a concéntrica vaguedad y sofismo.

Desde luego que Carlos Cortés sabe escribir, y lo hace bien, por lo que no asombra que surjan destellos de ingenio y belleza plástica entre sus páginas, pese a la ciclotímica actitud del narrador, que ensaya desde la actitud del superhombre nietzsheciano hasta el más patético Kafka de “Carta a mi padre”.

Carlos Cortés
No hay giros narrativos ni recursos para al menos despertar la atención en este plano relato del que ya se sabe todo desde el principio; apenas inquieta, y ni de lejos aquellos capítulos divergentes, quizás como intento para romper la monotonía, totalmente impostados como “X. 28 semanas de gestación” ó “XIII. De Fernando a tía Nena” donde en este último el artificio epistolar cae en lo absurdo, pues la carta la escribe un personaje que llegará mucho antes al destino de su carta.

La edición de Alfagura es lamentable, está plagada de erratas, hoy diríamos "dedazos".

Con todo, “Larga noche hacia mi madre” es una novela multipremiada, primero  obtuvo en 2013 el Premio Centroamericano de Novela "Mario Monteforte Toledo", en Guatemala, luego el premio Ancora en 2015 en Costa Rica y fue una de las siete finalistas del premio hispanoamericano Rómulo Gallegos en su última edición. Pese a ello, no puedo comprender qué habrán visto los generosos jurados en esta novela, donde lo “experimental” caballito de batalla en toda la obra de Cortés, comienza ser indicio de carencia y no sé si tendrá el favor de los lectores.


Germán Hernández.


Santiago Gil se refiere a "La colina de los niños"

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Un largo y venturoso viaje

No es casual que Germán Hernández haya comenzado su libro de relatos citando a Julio Cortázar. El escritor argentino decía siempre que en la novelas la victoria podía ser por puntos, pero que en los relatos siempre había que ganar por ko. No hay concesión posible cuando alguien quiere contar en pocos renglones lo que podría narrar en miles de páginas. Germán consigue noquearnos en casi todos sus relatos, y lo bueno es que recurre a distintas técnicas, a virajes inesperados, a juegos de palabras y a una constante intención de rozar algunas de nuestras emociones.

Este es un libro que se va leyendo sin que casi seamos conscientes de que andamos persiguiendo las letras del abecedario. Es hipnótico y sorprendente, valiente en algunos de los temas que aborda y al mismo tiempo es un gran tablero que propone todos los juegos literarios que queramos emprender más allá de lo que tenemos delante.

Me gustan sus principios y me levanto de mi asiento ante sus finales. Si tiene que ser duro es duro y si quiere ser sensual sabe moverse por los márgenes del erotismo, para dejarnos libre todo el camino que conduzca a nuestros propios sueños. Se acerca a los adioses y a las muertes, y en sus ficciones casi todos los personajes quieren escapar hacia alguna parte. Encontrarán humor y soledad, metaliteratura con sugerentes guiños inesperados y unos personajes que saben contarse y que jamás confunden sus voces, como tampoco nos confunde la voz del autor cada vez que aparece para contarlos. Destaco, sobre todo, el buen oído de Germán para llevar al papel las voces de la calle.

La lectura no deja de ser más que un largo viaje. Los invito a que se adentren en La colina de los niños sin más equipaje que las propias ganas de seguir viajando a través de las palabras. El destino es siempre un misterio, un final abierto que jamás acaba. Por eso leemos. Para que la vida sea siempre un poco más larga.

Santiago Gil

Santiago Porras se refiere a "La colina de los niños"

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Cuentos de azares

En los inicios de los noventa fui por primera vez al legendario taller literario que regentaba Francisco “Chico” Zúñiga en la vieja casona del INS. Allí encontré una boyante pléyade de jóvenes que soñaban con ser escritores (a la postre varios lo concretaron). Con uno de ellos hice migas rápido. Cultivaba el cuento y sin él saberlo se convirtió en uno de mis referentes en el grupo. Se notaba que sabía sobre el cuento y las lecturas que me recomendaba fueron fundamentales para encausar mis esfuerzos hacia la narrativa. Sus textos eran interesantes y muy sugerentes. De esos días recuerdo “El afán de los ciclos” con el que percibí que Germán Hernández, de él escribo, tenía un gran potencial como cuentista y hoy con la publicación de su libro: “La colina de los niños” lo confirma.

Aunque ya Germán había publicado el libro de cuentos “Variaciones para una ficción” y la novela “Apología de los parques”, no pareciera aventurado afirmar que en esta nueva obra se le percibe menos contenido que en esas obras, la autocensura que a veces lo limitaba ha sido superada con creces y eso le ha permitido una prosa bien tallada con la que escribe y cuenta historias interesantes.
El cuento que da nombre al libro es de una factura impecable. La minuciosidad de detalles y los giros de las acciones y de los personajes le concede un realismo tan creíble que aquí no cabe la interrupción pasajera de la incredulidad que pedía Coleridge, porque lo narrado tiene todos esos visos que tiene la vida; en este caso la vida de un agente de ventas. El narrador, como es de esperar, se interesa y hasta parece conmovido por las vicisitudes de la protagonista, luego sucede lo que suele suceder cuando uno de los personajes está en condición de vulnerabilidad. El final de relato, previsible para algunos lectores, no desencanta.

En “Los adioses”, la atmósfera confusa con que se desarrolla recuerda un entierro muy conocido en el teatro de esa historia. La conducta del narrador que juega, atinadamente, con el dato escondido de que hablaba Hemingway, urde un final de antología; bueno, el cuento es de antología, por el tema que aborda, por la forma en que se desarrollan las acciones u omisiones y por la manera en que está escrito. Un cuento redondo, mejor dicho, esférico, compacto y que, como en toda esfera, arropa la mayor densidad de datos pertinentes en la superficie menor posible. Hasta una fugaz digresión ideológica contra un periódico está magníficamente inserta. Es el cuento más sugerente del libro.

“De por qué matamos a nuestras mujeres” es el abordaje machista de los asesinatos de las mujeres a manos de sus esposos o parejas. Se decanta, el asesino, por una explicación dominada por la pasión, nunca por el sentimiento de propiedad exacerbada que suele señalárseles a esos homicidas. No se trata siquiera de atenuar la atrocidad del asesinato de las mujeres, lo suyo es una sinrazón absoluta, pero lo que arguye un asesino para explicar lo que hace, es una realidad sin sentido pero realidad al fin que cualquier análisis sobre la violencia doméstica no debe soslayar; no siempre las leyes y la protección a las víctimas están dando el resultado deseado. Texto para reflexionar.

“Los duelos” es un cuento un tanto enigmático. Narrado desde la perspectiva de una mujer lesionada, su visión de mundo y su óptica de vida es extraña, a veces inexplicable si no fuera porque se está ante una persona que es disfuncional para lo que se llama normalidad (una simple convención con base en la estadística). No creo haberlo apreciado en su totalidad, quizá otras lecturas me ayuden, pero también creo que encontrará lectores más perspicaces que yo. 

“La primera vez” relata el descubrimiento de un adolescente de la sexualidad y de manera especial del placer solitario, motivado o incitado por el más antinatural de los objetos sexuales; cada uno se acordará del suyo y aunque no se parezcan al de este personaje en su naturaleza si podrá parecerse en su sinrazón, que podrá acentuar o ridiculizar el recuerdo del sentimiento de culpabilidad que pudo habérsele imbuido en la niñez a algunos lectores. 

Santiago Porras
“Soledades” es el único cuento que no releeré. Me resulta extraño en esta colección. No sucederá lo mismo con “Y viceversa”, retrata de manera elíptica los alcances de la lectura en circunstancias inimaginables. La lectura también, de distintas maneras, puede ser un bálsamo, con la ventaja de que la poción balsámica que tiene un libro se puede compartir sin que se gaste, el libro estará completo para cada necesitado de él. Es un relato cercano a los buenos lectores. 

Luego hay siete cuentos breves de factura notable. Con ellos Germán echa por la tierra los infundios de los que buscan demeritar al micro cuento. Cada uno maneja en su brevedad un universo suficiente como para satisfacer las exigencias del cuento y de su lector. Aunque esa brevedad plantea una limitación importante en el desarrollo de una historia, en este caso, tanto por la elección del tema como por la forma en que se le escribe, esa limitación no se percibe. Desafortunado el título de uno de esos cuentos breves que anticipa, innecesariamente, su final.

En el último cuento “El secreto” Germán Hernández se sumerge (y sumerge al lector) en el mundo de sus lecturas. No podía faltar su autor recurrente y de seguro preferido: Simenon. Este cuento es una manera ingeniosa y nada presumida de mostrar sus filias y fobias literarias.

Santiago Porras


Rodrigo Soto se refiere a "La colina de los niños"

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Bajo el acecho de lo inesperado

“Hay otros mundos pero están en éste”, sentenciaba el poeta Paul Eluard. De eso, precisamente, tratan los cuentos de este, el segundo libro de cuentos del narrador costarricense Germán Hernández (San José, 1974). Por la ocurrencia de lo inesperado, la vida ordinaria nos devuelve su carácter misterioso y profundo. Una de las muchas formas legítimas de entender la poesía, es precisamente esa: la revelación de lo insondable que acecha en lo cotidiano y más humilde.

En estos cuentos, personajes perfectamente reconocibles de nuestro entorno social se confrontan con lo inesperado  y, de ese modo, se transportan –y a los lectores con ellos–, a una dimensión de la existencia que, por su intensidad, solo podemos llamar “poética”.  Pero, atención: lo inesperado, en estos cuentos, no tiene relación con lo fantástico, es decir, con otra dimensión que trastoque o subvierta lo que habitualmente consideramos “real”. Lo inesperado ocurre por lo fortuito, aunque también puede incorporar lo onírico. ¿Acaso alguien negará que soñamos, o que los sueños hacen parte de nuestra existencia?

Rodrigo Soto
Es cierto que, como en la mayoría de los libros de relatos, los que aquí reúne el autor tienen características diversas y difícilmente pueden valorarse de la misma forma. Los mejores –los que ponen el listón más alto—son precisamente los que reúnen las características que venimos de reseñar. Otros resultan más bien estudios de personajes, retratos en donde predomina el análisis sociológico (o social), mientras que en algunos más asoma la ironía o la deformación caricaturesca, pero en cualquier caso, prevalece un deslumbrado asombro por la condición humana y sus rarezas. Por último, en otros relatos se impone el afán lúdico, a veces por la apropiación irreverente de referencias, personajes o hechos de la tradición literaria.

Pero en todos los cuentos del volumen se advierte un esmerado cuidado de lo formal, tanto en el dibujo de los personajes, como en el manejo de las estructuras narrativas y, sobre todo, en el trabajo de las palabras, el ritmo y el fraseo. Otro rasgo común a todos los relatos es la deliberada omisión de los nombres  propios de los personajes. Este “anonimato”, sin embargo, dista de restarle singuaridad y precisión al dibujo de los personajes, al que ya hicimos referencia.

Germán Hernández confirma con este volumen que hace parte del nutrido contingente de voces  que, desde hace algunos años, renueva y enriquece la literatura centroamericana de inicios del siglo XXI.

Rodrigo Soto.





  

El pretexto de la novela negra en Costa Rica

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Que en la trama de una novela cualquiera aparezca una nave extraterrestre u ocurra en el futuro, no lo convierte en ficción científica, como tampoco en un relato que tenga un detective o un crimen por resolver  lo convierte automáticamente en una novela negra o policíaca.

El coqueteo con la stigmatizada literatura de género (de cualquier género)  en nuestra actual narrativa es hoy un fenómeno de desmitificación y renovación; en hora buena, yo lo celebro, por fin los escritores de verdad se dieron cuenta que la otra literatura, la de género (el que sea) tiene igual valor y dignidad, y a veces más que su aburrida obra seria.

Con todo, considero que falta escuela, tradición literaria en la literatura de género, en especial la policíaca en nuestra literatura (todo es novela agraria y realismo testimonial) pese a que hay  antecedentes aislados, pero no una tradición. Por lo tanto podemos decir que el actual “boom policíaco” es una irrupción, una ruptura, en otras palabras “estamos abriendo trocha”.

En el artículo “La hora negra de la literatura costarricense” aparecido este lunes 23 de noviembre de 2015, me llama la atención la lista de obras y autores destacados en la nota: Verano Rojo de Daniel Quirós, Cruz de olvido de Carlos Cortes, El laberinto del verdugo de Jorge Méndez  Limbrick, Ojos de Muerto de Guillermo Fernández,  El año del laberinto de Tatiana Lobo y En clave de luna de Oscar Nuñez. Desde mi anormal opinión, ninguna de estas obras la ubicaría dentro de la novela negra, salvo la de Quirós; diría más bien que dichas obras y autores  se valen, se aprovechan de los recursos narrativos de la novela negra (como recurso metaliterario), pero su intencionalidad es otra (muchos de estos autores lo han confesado más o menos así, como para no darse el “color” de que son escritores de género (el que sea) y siguen siendo serios. En eso son mucho más consecuentes los autores de ficción científica.

Tampoco es que queremos caer en el purismo. Desde los inicios del género se han escrito “reglas” para enmarcar los requisitos de lo que una novela negra o policiaca “es o no”, son célebres las reglas impuestas  como el decálogo del padre Ronald Knox, inglés, y miembro del  "Detection Club" (que incluía a Agatha Christie, Dorothy Sayers y Chesterton) o bien las veinte reglas del norteamericano.  S.S. Van Dine; reglas que nadie ha cumplido nunca desde luego. Si fuera así cómo imaginarse entonces autores tan singulares como Manuel Vázquez Montalbán o el difuso John Connolly (que se mueve entre lo más pulp hasta lo más gótico) pero siempre dentro del género, es decir, que lo testimonial, lo histórico, la denuncia, lo social, inclusive lo experimental es sustrato, lateralidad, y lo central siempre es lo policíaco, a la inversa de nuestro incipiente género.

Creo que no se debe ser tan generoso de llamar novela policíaca cualquier obra con un policía o un crimen por resolver, así más bien la onda expansiva sobre el estanque literario será tan grande que se disolverá en la indefinición. Por cierto, en el artículo citado de La Nación: ¿de dónde sacó Uriel Quesada que Castigo Divino de Sergio Ramírez  (novela exquisita y relevante) es la “gran disparadora del género en Centroamérica”?

Personalmente, creo que todavía quedan obras y autores por delante para hablar de una novela negra costarricense con toda propiedad y no como pretexto.

Germán Hernández.




Guirnaldas (bajo tierra) – Rodolfo Arias Formoso

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Leer es un ritual hermoso, edonista y marginal. Leer es tiempo que robo a las horas pico cuando viajo en autobús. Leer es tiempo que robo al sueño en las madrugadas. Leer es siempre tiempo robado. Así leímos  "Guirnaldas (bajo tierra)", (sobre todo en los autobuses), en compañía de mi heterogénea playlist de Google Play, absorto para el mundo encapsulado en la mole colectiva, y así,  esa lectura de "Guirnaldas (bajo tierra)" y luego magnolias me hizo soltar muchas veces una carcajada o una lágrima, para perplejidad de mis compañeros y compañeras de viaje.

"Guirnaldas (bajo tierra)" ha sido una de las lecturas más gratas en mucho tiempo, un culmen y una summa del estilo narrativo y compositivo de Rodolfo Arias y un texto que definitivamente entierra la omnipresencia de aquella primera novela  “El emperador Tertuliano y la Legión de los superlimpios” cuyo campo magnético amenazaba con tragarse todo el mérito y todo el valor del resto su obra (la maldición del primer libro).

Para quienes ya conocen la obra previa del autor, reconocerán en estas “Magnolias (bajo tierra)” su inconfundible voz, su aparente levedad, su inagotable caudal de referencias, su voluntad de aproximarse y hablarnos con familiaridad y que nos hace exclamar en cada uno de sus personajes “yo conozco a ese tipo o a esa tipa”, porque en eso consiste la “trama de la vida” en que todos, por infinitas variables que no podemos controlar ni conocer estamos unidos con todo, y todas las relaciones que se producen nos afectan a todos y todas. Porque además sus personajes son entrañables, capaces de lo peor y lo mejor, Pumilla, Karla, Pitoché, Manuel y todos los tipos y sustratos posibles hasta Eva, donde todo es retorno a la semilla.

Sobre ese territorio conocido, con el ritmo de esa voz familiar, ilarante y conmovedora de Arias Formoso, el lector atravesará no un mundo por descubrir, sino un cosmos por comprender, y  todo ello ha sido posible gracias a un infame mecanismo de cábalas, un mapa sincrónico y diacrónico consistentemente ejecutado que hace converger todos los caminos. En este sentido Sergio Arroyo, es quien mejor ha descifrado esa red en su reseña Líneas y conexiones.

Tanto el tramado, que une capítulo por capítulo, episodio por episodio, como la composición de cada uno ponen en evidencia el dominio técnico y plástico del autor; destaco en especial esa habilidad con el racconto y la analepsis y la belleza parabólica con que está elaborado cada uno.

Rodolfo Arias Formoso
“Guirnaldas (bajo tierra)” junto al “Más violento paraíso” de Alexander Obando y “El enano de la mano larga larga” de Jorge Jiménez, componen lo que para mí constituye el tríptico que derriba el flujo de la novela normal e irrumpen (cada una a su manera y por sus propios medios) como lo más importante de la narrativa costarricense en lo que va del siglo.

No me queda más que agradecer a Arias Formoso, por restablecer y restaurar durante mi lectura, aquella  vieja costumbre de sentir y conmover, y por el exquisito botín literario que le robé al tiempo.


Germán Hernández


Recuentos Metacríticos

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Fotografía de José Díaz y Dominick Proestakis 


Yo, humilde ignorante, sin doctorados, ni galardones, ni  acólitos, tan solo un escritor y crítico diletante; desde mi experiencia (que es lo único que sé y que tengo) y deliberadamente lejos de todo intento o esfuerzo por ser objetivo (dado que dicho don es imposible para el ser humano) pretendo de la manera más honesta posible ( pues todo alcance es siempre limitado y parcial) referirme a seis notas, tres de ellas aparecidas en el suplemento Ancora de La Nación el pasado 20 de diciembre de 2015, y otras tres aparecidas en el blog El laberinto del verdugo del Escritor Jorge Méndez-Limbrick. Todas ellos giran alrededor de la valoración de la producción literaria en novela y en poesía durante este año que pasó.

La primera nota es: Áncora 2015: Arte, corte y construcción de Doriam Díaz quien introduce el suplemento dominical con el encabezado “Recuento del quehacer cultural”y que dice:

“Al filo del año, invitamos a 10 especialistas a confeccionar una revisión y balance de lo que pasó en teatro, danza, literatura, artes visuales, música y cine. Sus textos hilvanan hitos, transformaciones, flaquezas y vacíos.” (aquí y en adelante todos los subrayados son míos).

La segunda y tercera nota son: “Poesía en Costa Rica: Un 2015 conservador” de G.A. Chaves y “Literatura: Narrativa en Costa Rica este 2015: Mil y una historias” de Álvaro Rojas, ambos también del suplemento Ancora.

La cuarta, quinta y sexta nota, son las que aparecen en el Blog El laberinto del Verdugo del escritor Jorge Méndez-Limbrick que son: “Críticos de hoy con bolas de cristal”
de Guillermo Fernández y Jorge Méndez-Limbrick, la quinta es de  Paúl Benavides titulada: ENLATADO CRÍTICO DE NARRATIVA 2015 y la sexta es de Méndez-Limbrick NOVELAS COSTARRICENSES DEL AÑO 2015.

Comencemos con la nota de Fernández y de Méndez-Limbrick, que sentencia al inicio:

Es imprudente y riesgoso pretender erigirse en el censor de la producción de cualquier género literario del país en menos de mil palabras. Pero en Costa Rica suelen darse estas “iniciativas” que podrían adecuarse al folclor con el cual se mira el vasto universo de los sucesos. Se trata de una osadía poco realista.¿Cómo referirse a tantos libros publicados en tan pocas líneas? ¿Qué clase de don es ese? Es algo que hemos visto en muchos medios periodísticos, blogs y páginas literarias de Facebook. A su vez, el hecho de forjar un rating tomando la opinión de buenos lectores tampoco es sobrio. No creemos que exista un solo lector que haya leído toda la narrativa o poesía y que pueda definir cuál es el mejor libro. En otros años, quizá cuando el folclor era menos visible, un solo hombre, desde una tribuna periodística, definía los mejores libros del año con una autoridad de piedra. Un solo hombre. Inmenso criterio.
El 20 de diciembre del año en curso, Áncora publicó dos comentarios sobre la producción literaria del país: “Narrativa en Costa Rica este 2015: Mil y una historias”, de Álvaro Rojas; y “Poesía en Costa Rica: Un 2015 conservador”, por Gustavo Adolfo Chaves. Ambos son presentados como “especialistas”, además de otros tantos en otros campos artísticos.
La nominación de “especialista” eleva un tribunal infranqueable y nos induce a que seamos, nosotros los lectores no especialistas del suplemento cultural, receptores pasivos y resignados de lo que los conocedores han logrado percibir como los mejores libros, o los peores, o los que no merecen ni siquiera una mención”

Tienen razón los autores de la nota respecto: ¿A quién puede determinar el mejor libro? Afortunadamente ninguno de los dos articulistas mencionados lo hace. Se les reprocha que los llamen “especialistas”, pero, ¿es que no lo son? En todo caso la responsabilidad es totalmente de la presentadora del suplemento, me refiero a Doriam Díaz, es ella quien denomina especialistas a los invitados, no son estos los que se autoproclaman como tales (aunque lo son). Por cierto, ¿de dónde habrán sacado Fernández y Méndez-Limbrick esa florida e hiperbólica definición de “especialista”?

¿De dónde sacaron Fernández y Méndez-Limbrick que los autores de los artículos pretenden “erigirse” “censores” de la producción literaria?, (¿Por qué el malintencionado uso del verbo pronominal?) ¿Qué es lo que censuran? Tan solo hacen un recuento y un balance de la producción del año, exponen aquello que mejor expresa sus afinidades, sus gustos, sus valoraciones, es parte de la crítica literaria donde nunca puede darse por agotada ninguna lectura. ¿Por qué Fernández y Méndez-Limbrick se victimizan y denominan “receptores pasivos y resignados”, acaso no replican (por qué pueden y lo hacen) por otros medios su inconformidad? Eso es un sinsentido. Me parece que Fernández y Méndez-Limbrick sobrevaloran y acusan a un suplemento dominical de un medio de prensa y a los colaboradores que en ellos escriben de algo que no son ni pretenden ser. De verdad hay que ser ingenuo para darle tanta pelota a Ancora y erigirla de censora y tribunal infranqueable como lo hacen Fernández y Méndez-Limbrick.

También es verdad que no puede decirse todo de la producción literaria del año en menos de mil palabras, (¿Cuántas se requieren mis ociosos cuenta palabras?) cosa que tampoco observo que intenten Chaves o Rojas, pero sí que logran ambos abrir con sus textos un portal hacia la discusión, el debate, la polémica, a convergencias y divergencias, lo opuesto sería el silencio, la indiferencia de esos lectores “receptores pasivos y resignados”, pero no hay nada de eso, hay muchas personas interviniendo, refutando, avalando o reflexionando, pero nuevamente no creo que haya nadie tan ingenuo como para creerse que en los artículos mencionados sus autores pretendieran decir con “autoridad de piedra” la última palabra. Eso en crítica literaria no existe.

Es evidente que en el espacio dominical de la Nación tampoco cabe mucho, y menos cuando lo que se quiere destacar son las fotografías que ilustran las secciones (en este caso las fotos de las tijeras de José Díaz y Dominick Proestakis que por cierto me encantaron, son filosas, cortantes, agudas, sugestivas).

Tampoco son tan graves las omisiones, y no porque  “no merecen ni siquiera una mención”, por ejemplo Álvaro Rojas cuyo artículo era sobre narrativa no mencionó nada sobre la narrativa breve, tal vez porque el año pasado apenas se publicaron cuatro nuevos libros de cuentos “El país de las certezas” de Fabián Coto Chaves, "Reparticiones" de Diego van der Laat, "Manual para perderse en la penumbra" de Andrey Sequeira, “La Colina de los niños” del hijo de mi mamá y una antología; incluso, G.A. Chaves que se esfuerza por incluir una lista de 44 poemarios publicados (aparece en la versión digital no en la impresa) omitió "Pleamar de Vejez " de Jorge Marín Guzmán (y quién sabe cuántos más), pero bueno, nadie va hacer pataletas por eso, al menos yo no.

Méndez-Limbrick sí hace pataletas en su otro artículo NOVELAS COSTARRICENSES DEL AÑO 2015 (Refiriéndose al de Álvaro Rojas) donde afirma:

“Además, también observamos el ninguneo como es frecuente en Costa Rica no solo por los comentarios de este señor – que la verdad no poseen juicio de autoridad como crítica literaria– sino lo que es más grave, que ni señala la obra de nuestro colaborador y amigo Guillermo Fernández con su novela “Te busco en las tinieblas” publicada este año por Uruk editores.”

Ojo, véase que lo “más grave” para Méndez-Limbrick en el artículo de Rojas es que éste “ni señala la obra de nuestro colaborador y amigo Guillermo Fernández”. Pero eso no es ninguneo, se me ocurren dos razones para no mencionar la novela de Fernández, una es que quizá Álvaro Rojas no tuvo oportunidad de leerla y no quiso mencionarla sin fundamento, o bien, que sí la leyó y no encontró nada relevante que decir de ella. Ninguneo sería que esa novela de Fernández fuera todo un suceso editorial en ventas, multipremiada y alabada de forma unánime y con todo no se le mencione. (Vamos Méndez-Limbrick, ilumínanos y escribe la gran reseña sobre la novela de tu amigo para que la humanidad comprenda su valor y lo que es la crítica literaria normal y verdadera, no esperes a que otro lo haga).

Continúan Fernández y Méndez-Limbrick:

“Algunos que han suspirado por una crítica literaria en el país, siempre a favor del crítico y en contra de los escritores narcisistas y delicados, pueden sentirse satisfechos. Ahora sí hay quienes definan lo correcto, ahora sí se hieren susceptibilidades y que aguanten los que no merecen consideración de los respetables investigadores.
Sin embargo, nada más lejano que esa presunción. Leyendo sin más compromiso que el exigido por la objetividad, nos topamos con que los comentarios de los críticos están, lamentablemente, poblados de herméticas afirmaciones, si no personalísimos puntos de vista que no soportan una ligera discusión.”

La crítica literaria es sobre textos, no sobre autores. Que hay algunos que se lo toman como un asunto personal y quieren cortarse las venas o contratar un sicario cuando alguien expresa que no le gustó un libro suyo es otro asunto. Tienen razón Fernández y Méndez-Limbrick, nadie suspira por esa crítica literaria que según ellos definen. Eso sí, empleando sus propias palabras, me parece “imprudente”, “riesgoso”, “osado” hablar en nombre de la “objetividad” ¿Cuál? ¿Podrían explicar cuál es ese método suyo, imparcial, infalible, exacto, medible, estadístico, científico, independiente de juicios personales que hacen que sus sentencias sobre los críticos (Chaves y Rojas) sean objetivas?, “¿qué clase de don es ese?” ¿Hablar en nombre de la objetividad no te hace “censor” y “tribunal infranqueable”? ¿No será más bien una “osadía poco realista”?

Pero bueno, todo el preámbulo anterior que hacen Fernández y Méndez-Limbrick no tiene otra intención que la de preparar su ataque hacia Gustavo Adolfo Chaves, se olvidan de Álvaro Rojas (quien ha recibido su indulgencia y magnanimidad “objetiva”) el verdadero propósito es desautorizar al crítico como persona, no su crítica.

Sigamos a Fernández y Méndez-Limbrick y recuerden que, según ellos, todo lo que escriben no son opiniones personales ni juicios de valor, sino sentencias iluminadas por la “objetividad”:

“Gustavo Adolfo en su artículo nos indica que este ha sido un año conservador en poesía. Sin embargo, nunca define para él qué significa que sea “conservador”. ¿Es un término negativo? ¿Cómo debe ser una poesía no conservadora? ¿Una que no se apoye en la tradición? ¿Y cuál es esa tradición? ¿La de los nuevos poetas que ya no son tan nuevos? –algunos de estos también publicaron–.”

En un sentido general, conservador es exactamente eso, algo que se apoya en la tradición, que figurativamente viene a ser: “lo mismo de siempre” y eso es lo que yo interpreto que G. A. Chaves nos dice en su artículo: que la poesía costarricense en 2015, fue como la del 2014, y 2013, y de ahí para atrás… ¿Positivo o negativo, bueno o malo?, eso depende de la perspectiva de cada quien, hay gente para todo.

“ Puede decir, mondo y lirondo, que hay poemas de amor que en él despiertan su “indiferencia” y poemas de sexo que le provocan “castidad”, otros que “incitan a bailar salsa” y otros que son “imitaciones ad infinitum del estilo que ha ganado premios y becas”. Ergo, el año en poesía ha sido conservador. Es decir, de lo anterior se deduce que sea un año conservador. Y con esas apreciaciones. Pero tampoco establecemos por ningún lado cómo logra establecer la deducción.”

Efectivamente, G. A. Chaves es lapidario, a mi modo de entender dice que la poesía en 2015 no es más que un “déjà-vu”, un lugar común, lo mismo de siempre. ¿Cómo no entender las reacciones encendidas de algunos y algunas que se sienten aludidos? Pero innegablemente, eso nos obliga a salir de la confortable autocomplacencia. La poesía costarricense no ha producido nada memorable en décadas, ni un solo poemario que yo quisiera llevarme a una isla desierta. (Incluidos mis amigos poetas). Ya sé que suena grosero, concho, que hiere, que no es diplomático, pero eso no es requisito tampoco.

¿Qué de dónde lo deduce Chaves? Se preguntan Fernández y Méndez-Limbrick, pues muchachos, el señor G.A. Chaves lee, escribe y publica desde hace años, si eso no le basta a él y a cualquiera para formarse un criterio y sacar sus propias conclusiones de algo, entonces no sé qué se necesitará. (¿O se estarán refiriendo al método deductivo de Sherlock Holmes? Por favor, es un artículo de un suplemento dominical no una tesis de doctorado, eso cualquier lector lo tiene claro, no pretendan confundirlo).

“De acuerdo con su amplia lectura de los libros de poesía del año –según parece–, para el crítico que es Gustavo nadie ha roto los moldes. Pero, ¿cuáles moldes, de qué corriente literaria, con respecto a la moral o al estilo? ¿De qué habla? ¿Contra qué paradigma se dirige? No entendemos.”

Yo les explico, y me extraña que siendo tan “literarios” se vuelvan tan “literales” que ya no entienden que “romper moldes” es una imagen en sentido figurado, algo que más o menos significa “romper con lo normal, con la tradición, con lo consensuado…”, y que reitera lo que según yo es el mensaje central del artículo de G.A. Chaves y que resumo así: La poesía costarricense en el 2015 fue el mismo lugar común de siempre. No se trata de moral, ni estilos, ni paradigmas, y menos de corrientes literarias, o modas (a estas alturas hablar de vanguardias o ismos es un anacronismo). Creo que a un texto no se le puede obligar a decir algo que no intenta, ni criticarlo por lo que no es.

“…algo está ocurriendo, el análisis cuidadoso está siendo reemplazado por el aforismo iluminado, por la inspiración del hierofante, algo que les ocurría a los que leían mucho a Nietzsche y terminaban en trabalenguas.”

“… El problema es que no expone, no argumenta ni discute. ¿Cómo se puede discutir con alguien que se expresa con burlas? Es lamentable que no haya sido eficaz teniendo el espacio para serlo.”

¿Por qué le reprochan y exigen a G.A. Chaves en un breve artículo de opinión algo que no es la intención de este, y tampoco el espacio? ¿Cómo va haber espacio para lo que pretenden en algo como Ancora? A ver, ¿dónde están los extensos y doctos estudios sobre literatura costarricense de Fernández y Méndez-Limbrick? (Visite el blog del segundo para qué pueda constatar cuántas entradas dedica a la literatura costarricense).

Si el sentido del humor de G.A. Chaves les resulta chocante, pues no se reían, pero tampoco se lamenten, la burla es hilarante para los espectadores, salvo cuando son objeto de ella. O es que todavía hoy tenemos que repetir los ya lejanos versos de Nicanor Parra:

“Durante medio siglo la poesía fue
el paraíso del tonto solemne.
Hasta que vine yo
y me instalé con mi montaña rusa.
Suban, si les parece.
Claro que yo no respondo si bajan
echando sangre por boca y narices.”

O aquellos de Pablo Neruda:

“Yo me río,

me sonrío

de los viejos poetas,
….
siempre dicen’ yo’ “
a cada paso
les sucede algo,
es siempre “yo”,
por las calles
sólo ellos andan
o la, dulce que aman,
nadie más,
no pasan pescadores,
ni libreros,
no pasan albañiles,
nadie se cae
de un andamio,
nadie sufre,
nadie ama,
sólo mi pobre hermano,
el poeta,
a él le pasan
todas las cosas”

Ya es hora que bajen de su torre de marfil.

Creo que la intención de G.A. Chaves en su artículo es sencillamente mortificar, provocar, darnos un socollón a todos para que nos dejemos de juicios de valor indulgentes, un bofetón, sí, para los poetas, “para que no nos atrasen”.

Pero Fernández y Méndez-Limbrick son muy solemnes, no les gusta la mofa, (aunque a ratos se pongan “mofosos” también, que no tiene nada de malo y es más divertido) sin embargo:

“Pues la mofa en sí misma no es una forma de convencimiento, sino la señal de una actitud donde prevalece la ostentación, la petulancia o, peor aún, la prepotencia. En una barra de bar uno podría indicar que la fruta es un referente anodino para un poema erótico, pero en un suplemento cultural, la exigencia sería que el crítico rompa el molde de ese escenario y nos lleve por los caminos de su mente diáfana, no de la chota cantinesca.”

Puede ser que Fernandez y Méndez-Limbrick tengan razón, lo malo aquí es que ya no se están refiriendo al texto, se meten hacer crítica de la actitud y personalidad del crítico, lo llaman ostentoso, petulante, prepotente. Insisto, lo que menos me interesa saber de un buen o mal texto es si el autor también lo es, reitero, cuando hacemos crítica literaria nos interesan los textos, no si sus autores van a misa o les gusta el futbol, si son simpáticos o pedantes.

Yo por ejemplo puedo decir muchas cosas sobre la personalidad de Guillermo Fernández, de Jorge Méndez-Limbrick y de G.A Chaves.

De Guillermo puedo decir que es un hombre generoso, me consta su beligerancia de muchos años en la promoción de nuevos poetas. Recuerdo que al inicio de nuestra locura que es todavía la “Convocatoria permanente de narrativa”, él fue de los primeros en colaborar y no con un cuento, sino con una antología de sus textos breves, algo que publicamos con regocijo, y que encantado invito a visitar en: En el zoológico – Guillermo Fernández.  La única oportunidad en que he podido platicar frente a frente con él fue durante la presentación de su novela “Ojos de muertos”, en que casi me trapeó por haberla comprado, y de buenas a primeras me dijo: “yo te la hubiera regalado”, incluso, hasta me pidió que le contactara para asuntos laborales y hasta me recomendó cierto remedio para mi convalecencia de una recaída de salud que recién había pasado, todo en un breve intercambio, algo que recuerdo con aprecio.

De Jorge Méndez-Limbrick, igual, una única vez nos vimos personalmente, de él puedo decir que es un hombre encantador, un maravilloso conversador, vehemente y apasionado; nos dimos una cafeteada inolvidable en los altos de Periféricos de la Gran Vía al lado de otra encantadora persona y valioso artista: Faustino Desinach.

Y de G.A. Chaves, pues un amigo entrañable, cómo no agradecer toda su gentileza en prestarnos tanto tiempo una salita en Libros Dulouz para el taller de narrativa 309, o su agudeza e inestimable lectura de mis textos, de la que tanto he aprendido y tanto ha enriquecido mi trabajo, mi deuda con él es enorme.

En fin, que sobre los autores de los artículos aludidos solo cosas buenas tengo que decir, como cualquier ser humano tendrán sus lunares, pero bueno, en mi caso nada tengo que reprochar; por otro lado, para efectos de lo que venimos escribiendo, y de lo que interesa al lector, esto no es relevante, y nada tiene que ver con que nos hagamos pedazos en disputas literarias y la clase de personas (buenas o malas) que seamos. Eso no se vale para descalificar una crítica.

Aunque para G.A. Chaves, el saldo anual es conservador, no omite decir “con todo, siempre hay recompensas” y a partir de ahí destaca algunas como: Ser un tercero, de Esteban Alonso Ramírez (EUNED), Detener la historia(Espiral) de Alejandra Solórzano, Sentimos una cosa en un momento de Juan Hernández (edición del autor), Ganamos el partido, de Mario Zúñiga (Germinal) El señor Pound, de Juan Carlos Olivas (EUNED). Bartender, de Paola Valverde (Perro Azul), la poesía reunida de Carlos Cortés, de Mauricio Molina y de Alfredo Trejos quien además publicó Crooner (EUNED) y la obra póstuma de Felipe Granados. Diez obras de cuarenta y pico, nada mal diría yo; en esas obras que G.A. Chaves subraya, es que concluye:

“En definitiva, están pasando cosas. Lo que faltó este año es lo que ha faltado siempre", pero ya finalmente se vislumbra.”

Una conclusión con la que podemos coincidir o no, que podemos refutar o ampliar, aunque no logro asociar esto con ninguna “bola de cristal”, creo que lo que G.A. Chaves vislumbra surge precisamente de las obras y autores que menciona. Desafortunadamente, Fernández y Limbrick, prefieren despotricar contra todo juicio de G.A. Chaves, pues evidentemente no les gusta su estilo laudatorio o lo opuesto. Su tarea consiste en desautorizar sin más a G.A. Chaves. Por ejemplo dicen:

“Advierte Gustavo Adolfo, finalmente (porque ya nos salió la crítica de la crítica más larga que esta misma), nos reserva una mención “curiosa” sobre el libro “Crooner” del autor Alfredo Trejos. Su mención es la siguiente: “Trejos no es que sea predecible, es que es confiable. Uno va a él como quien va a la cantina del barrio: por ʻlo de siempreʼ.” Como si no bastaran los juegos de palabras que encontramos ya arbitrarios para definir lo que se publicó en poesía en 2015, ahora nos exige Gustavo que nos imaginemos que se va al libro del poeta como se va a la cantina del barrio a pedir el mismo trago. Una comparación que bien pudo haberse quedado –de nuevo insistimos– en dicha cantina. Pues no todos los chistes de cantina sirven para hacer crítica literaria, salvo que la chistosidad haya logrado ser hoy día otra cosa.”

Ni modo, si no te gusta la chistosidad, no te gusta. A mí lo que no me gustan son los símiles, pero creo que el lector queda advertido respecto de la poesía de Alfredo Trejos en opinión de G.A. Chaves, habrá que comprobarlo o no leyendo a Trejos, pero para llegar ahí, habría que hacer referencia al objeto de la crítica, cosa que Fernández y Méndez-Limbrick no hacen. Dadas así las cosas, me muero por saber de ellos: ¿Qué vislumbran en la poesía costarricense, cuál es su balance en el año que recién pasó, qué destacan, qué tendencias o innovaciones señalan, a qué obras o autores sugieren que pongamos atención, pues hasta ahora, quienes alzan su voz bajo la luz de la objetividad nos lo han quedado debiendo. ¡Muéstrennos cómo es una crítica literaria normal y verdadera escribiendo una!

A manera de coda.

En el mismo blog de Méndez-Limbrick aparece otro artículo firmado por Paúl Benavides en referencia al de Álvaro Rojas, es un artículo cortado con la misma tijera que el de Méndez-Limbrick y Fernández: Hay que desautorizar al crítico. Dice:

“Es importante discutir sus aseveraciones por cuanto intenta presentarse su comentario como un grupo de criterios de autoridad.
Un solo comentador seleccionado por Áncora se enfrenta a todas las novelas publicadas en el 2015, que no fueron pocas, y elige la “mejor”, en tan solo mil doscientas veintidós palabras.”

Esta acusación es tendenciosa, no veo por ninguna parte que esa sea la intención de Álvaro Rojas, la misma fórmula de Fernández y Méndez-Limbrick: afirmar algo sobre alguien y luego acusarle sobre esa afirmación, vaya formulita truculenta.

¿Y qué es esa majadería de contar palabras? (Lo mismo hacen Fernández y Méndez-Limbrick)

Pero Benavides no se detiene en despotricar y desautorizar todo cuando Rojas diga, le pide respuestas que su artículo tampoco pretende responder (ya estoy entendiendo lo de receptor pasivo y resignado, ¿El que espera que le expliquen todo?) Y para muestra un botón, leamos los juicios de Benavides:

Una nota de párrafos que parecen hilados a la fuerza es lo que nos ha parecido este comentario de Álvaro Rojas”

La falta de información de la que hace gala, las generalizaciones burdas sin estadísticas a mano, las reprimendas que lanza contra el mundillo literario y el ambiente pueblerino, y el recuento colegial de las obras seleccionadas, sin más análisis”

“Las notas enlatadas en este caso revelan que el comentario falló en la lectura de las obras publicadas en el 2015. Que no hizo más que un resumen de algunas novelas.”

“Cualquiera puede confirmar aquí un alto grado de dubitación del crítico, de temblor por firmar una nota que no le cuajó y que ha aceptado escribir de manera torpe y despreocupada.”

Álvaro Rojas solo nos confunde y nos extravía en sus deliberaciones. Es tan vacilante que no puede dejar nada claro, salvo que ahora ya él no es el crítico, pues todo lo deja al tiempo.”

Lo que sabemos es que Álvaro Rojas debió haberse abstenido de analizar el panorama narrativo del año (por lo menos en novelas, porque en cuento no hace ninguna alusión), porque obviamente no estaba a la altura de dicha tarea.”

Pero claro, el único confundido y extraviado es Paúl Benavides, igual de Fernández y Méndez-Limbrick se equivocan de función, piensan que van a una defensa de Tesis Doctoral y olvidan que están leyendo un suplemento dominical (bastante venido a menos como Áncora) por eso sus reproches son tan gratuitos y malintencionados.

El primero de Octubre de 2015, Paúl Benavides comentó en el muro de Facebook de Alfonso Chase (en alusión no explícita a mis comentarios en Facebook) donde define más o menos los atestados que según él deben tener los críticos para hacer crítica literaria:

“Uno espera que escriban reseñas o comentarios sobre textos poéticos o novelísticos, críticos literarios especializados - con cinco o ocho años de literatura o de filología.- con publicaciones en revistas especializadas universitarias, dentro y fuera del país, con libros sobre crítica, con ponencias, con referencias de otros autores o especialistas, con investigaciones científicas. Es preciso salir del comentario impresionista, con palabras como "inquietante", "provocador", o "farandulismo", "chimazón""joyita" etc. Este tipo de expresiones que las hace quien oficia de "crítico literario" no revela más que el nivel que deberá superar la literatura nacional para transitar hacia esfuerzos más serios, sistemáticos, científicos de análisis de los textos literarios.”

En otras palabras: Ante esa arrogante pretensión científica positivista seamos todos “lectores pasivos y resignados”, no se atreva a sentir, ni opinar, la crítica del arte y la literatura es ciencia, usted no tiene los atestados ni para hacerlo en Facebook. “¡Mirala!” dice el poeta Aquileo Echeverría.

Tal parece que dicho criterio es compartido por Méndez-Limbrick quien por su cuenta en su blog despotrica contra Álvaro Rojas pero advirtiéndonos antes que:

“Una mala crítica es aquella que revela un canto o un panegírico a amigos o conocidos y súmele también aquello del ninguneo. Además, de la forma frívola que se desprende del texto debemos de investigar quién es el autor .Lo anterior es importante porque es una forma de delimitar un juicio de autoridad. Si la persona no posee los atestados literarios, ni académicos para realizar afirmaciones tajantes me parece entonces, que sus comentarios debemos de leerlos con cierta reserva.”

¿Acaso estos autores que deploran a todo crítico y le exigen tales credenciales no deberían exhibirlas también? ¿Acaso estos autores que deploran las publicaciones en línea, no las emplean también? ¿Por qué no mejor reconocemos la horizontalidad de la crítica, que todo lector o lectora puede exponer con igual valor y dignidad sus criterios sobre la literatura en general o un texto en particular, para bien o para mal, nos guste o no nos guste, pero eso sí, sin la censura y la condena, sino con el contrargumento o la convergencia?

Pero nada de eso, Méndez-Limbrick, igual que Benavides no hacen nada más que descalificar al crítico, (y hasta sus fuentes) de manera que cualquier cosa que el crítico quiera decir quedará anulada, (otro recurso truculento):

“Un comentario que se inicia señalando las publicaciones en “grandes” editoriales (no por ello buenas o de buen control de calidad literaria) ya denota lo “amateur” y bisoño de quien escribe. ¿Por qué razón de lo anterior? Porque, da por un hecho, como una verdad meridiana que publicar en una “gran” editorial es sinónimo de calidad, algo que está muy lejos de la verdad. Basta ver solo los títulos de algunas “grandes” editoriales como Planeta: basura.E igual su poco profesionalismose denota en señalar premios de autores para “justificar” la presunta calidad de una obra literaria. Es decir, ya desde un principio se está confundiendo: publicación con editoriales y premios.
De si existe material para hacer estudios por la gran cantidad de obras publicadas es otro comentario poco feliz porque, no todo lo publicable debe de ser aceptado para una buena crítica literaria. Peor aún, señalar al “estilo” de x o z profesor universitario como modelo de crítico denota cierto compadrazgo.
Pero, desde luego que la persona está en su derecho de hacer tales afirmaciones a ultranza. Pero, yo también tengo la obligación de señalar que este señor o autor de referencia fue un profesor de marcada orientación política con una visión de gran sesgo literariamente hablando por lo que no me convence lo dicho por el comentarista de Ancora.
Pero, aún van más allá los temerarios comentarios en Ancora y se señala la “inteligencia” de este profesor universitario. Es evidente que lo amateur no se le puede quitar de la cabeza – a este señor - cada vez que tecleó e hizo la reseña literaria para el suplemento de Ancora.
Mi abuela, tenía un refrán que supongo lo decía de sus mayores, y que yo siempre me recuerdo: el papel aguanta TODO lo que le pongan o le escriban. Hoy sería el papel y la Internet aguantan todo lo que le pongan.
Cualquier persona puede escribir lo que le venga en gana pero, existe un peligro: esa “democratización” nos ha llevado que cualquiera, pero cualquier persona puede escribir lo que le venga en gana con ribetes de autoridad, una autoridad asolapada, una autoridad larvada: en este caso escribir en Ancora un artículo de alguna manera, la persona forma “criterio”.
Una persona que no posee ninguna carrera ni como escritor, ni como académico, ni como crítico es un peligro para la comunidad literaria costarricense. Pero, acá hay que exculpar a la persona de los comentarios porque al final, es el periódico el responsable de contratarlo.”

Méndez-Limbrick resume:

“Un artículo como el anterior publicado en Ancora, es un artículo poco profesional, con un error de sesgo y que es evidente privilegia en comentarios a algunas obras y margina a otras sin explicar el por qué.
Es lamentable que se hagan este tipo de artículos, la verdad que cuando una persona se sienta ante su computadora para “hacer” crítica literaria si va a ningunear a algunos y van a proliferar los calificativos positivos a otros sin justificarlos con seriedad y profundidad mejor que no haga el artículo.”

No tengo nada que comentar, creo que las notas de Méndez-Limbrick hablan por sí solas de sus intenciones y sus dogmas; en palabras de Méndez-Limbrick: “los comentarios de los críticos están, lamentablemente, poblados de herméticas afirmaciones, si no personalísimos puntos de vista que no soportan una ligera discusión.”

Entonces, ¿quiénes son los que se erigen de censores y tribunal infranqueable?

Con todos los recursos disponibles hoy y con todas las facilidades de interactuar mediante las nuevas tecnologías de comunicación las posibilidades de hacer crítica literaria se vuelven infinitas de una manera colectiva y dialógica, eso sin duda es algo transformador, y no hay que temer por sus resultados, todos y todas podemos concurrir en ese desafío. Por lo contrario, qué horror me produce imaginar una crítica literaria sólo para científicos, consensuada y normal.

Prefiero pensar como Tito Monterroso: “en literatura no hay nada escrito”. El territorio de la página en blanco está servido para todos y todas.


Germán Hernández


Gustavo Arroyo - Una colina que no es para niños

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Con “La colina de los niños”, Germán Hernández nos ofrece un cuentario sólido, en tiempos que creemos flacos para el cuento nacional. Su logro se caracteriza por la habilidad narrativa, la sencillez del lenguaje y la inmediatez de las historias. Aquí tenemos desde amores frustrados por la falta de convicción para luchar por el afecto, pasando por la primera eyaculación de un fulano cualquiera en un ambiente oníricamente febril, para desembocar en piezas casi mínimas, intencionadamente dedicadas a seres queridos, bajo el pretexto de la amistad o, al menos, de la cercanía; afinidades electivas, como alguien más ya lo dijo con toda propiedad.

La frase honesta, llana, sentida, caracteriza la prosa de Hernández, quien bajo esa honestidad logra construcciones hermosas pero terribles, como aquella del agente de ventas que improvisa un affaireal recoger a una muchacha desequilibrada del borde de la carretera:

“Luego me alejé con la esperanza de que me odiaría al despertar”.

Un acierto más lo constituye el hecho de la jerga local, usada con tino y cuidado. ¿A qué me refiero? Pues al simple hecho de que Germán utiliza aquellas palabras que integran nuestro lenguaje cotidiano –ese que hablamos todos los días, al dejar de lado las apariencias– pero sin por ello caer en una apología de la pachucada, ni en un ánimo de ligereza. Es muy estimulante, leer las cuitas de personajes ticos, que hablan como ticos. A manera de ejemplo, el lector podrá referenciarse con el relato “Soledades”:

Gustavo Arroyo
“Pero mae, no se ponga a jetiar ni se quede mirando su dulce mirada ni el brillo sonámbulo de sus ojos bajo la luna, porque no vinimos por ella, vinimos por su carne, vea la jugada y después no se queje, yo le dije que viniera armado porque usté no sabe cómo son los maiceros de aquí, es como quitarles una hija, por eso la vara del taxi no nos funcionó la otra vez…”.

Y en una demostración de su oficio, el autor pasa de este manejo de la jerigonza, a relatos profundos y soberbiamente logrados, como el que cierra el cuentario, en el cual, el juego de corte íntimo y surrealista, nos lleva a un episodio manejado al mejor estilo de un Paul Auster; un cuento cuyo final deja al lector con el ácido de la pregunta en el cielo de la boca; que se termina bruscamente, pero destilando elegancia.

Desde el semen y la orina, a través de libros robados y vacas introducidas en microbuses de servicio escolar, Germán nos “condena para siempre a un lugar terrible, desconocido e incierto” y que, justo por eso, es un buen lugar.


Gustavo Arroyo, enero 2016.


Duke Ellington - Such Sweet Thunder

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Existen experiencias que nos transportan por íntimos éxtasis, momentos de una plenitud que solo pueden describirse como profundamente espirituales o místicos. Eso me ocurre cuando cuando escucho a Duke Ellington y su orquesta.

Such Sweet Thunder de 1957, es una suite inspirada en las obras y personajes de Shakespeare, el motivo de la misma fue la invitación que el gran maestro recibiera en su momento al "Shakespeare Festival" en Stratford, Ontario. Una de las particularidades es que en algunas de sus composiciones denominadas "sonnet", sonetos, el maravilloso compositor, arreglista, pianista y director, las ajustó para que sus partituras tuvieran exactamente catorce líneas; un hermoso ejemplo y tributo de las formas clásicas, en un diálogo musical entre literatura y música.

Para compartir esta maravillosa experiencia, dejo aquí el enlace para poder descargar el disco completo... 

Such Sweet Thunder



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