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Channel: El Signo Roto - Blog personal del escritor Germán Hernández
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Descender de la torre de marfil - La poética de Gustavo Solórzano-Alfaro (Segunda Parte)

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Aquí puede leer la primera parte: Descender de la Torre de Marfil (Primera Parte) 



Un encontronazo y una amistad 

Gustavo Solórzano Alfaro. Fotografìa de Esteban Chinchilla.
En el año 2007, se publica la antología de poesía costarricense contemporánea “Sostener la Palabra”, compilada por el escritor costarricense Adriano Corrales, dicha antología provocó una intensa polémica sobre su composición, alcances y contenido entre Corrales y Solórzano, y quien escribe estas líneas también se coló de alguna manera y tuvo un intenso intercambio en Costaricacr con Solórzano sobre el mismo asunto. El encontronazo desembocó en un debate público en la Casa de la Cultura del TEC en Barrio Amón, San José, exactamente después del funesto domingo en que el SÍ al TLC triunfó en el referéndum. Casualmente eso fue lo primero que intercambiamos Gustavo Solórzano y yo en nuestro primer apretón de manos. La polémica y el encontronazo pasaron y fue un afortunado pretexto para que hasta el día de hoy surgiera una invaluable amistad, donde un servidor ha llevado la mejor parte, y entre ellas, la osadía de abrir este blog. 


La múltiple forma del delirio 

Publicado en 2009 por la Editorial de la Universidad de Costa Rica, son poemas como lo advierte el autor en la Inscripción que pertenecen a un momento anterior, entre 1995 y 2001. Esto confirma la constante actitud del autor por añejar los textos, separarlos de la empatía y la afectividad, dejarlos reposar hasta que ya no estén emocionalmente inscritos en su devenir, listos, fulminados, independientes para andar y pertenecer a quien corresponda.

En una sola unidad, más orgánico, son dieciséis poemas como secuelas de un proyecto poético más integral, no se desgranan en cuadernos, ni secciones, cada uno se apoya en el otro, retoma para sí lo anterior y lo renueva, de esta manera abre y parte desde la misma roca y el mismo musgo en Elegía para alguien que duerme donde esa acción debe ser entendida como el momento en que surgen la creación, donde se gestan los sueños y su realidad y que igual que en el poemario anterior, la imagen de la casa remite a la memoria y la consciencia cautiva en la corporeidad. Al estar en clave de elegía es evidente que esa corporeidad ya no retiene más al hombre que duerme… 


Hoy duermo en una casa abandonada
Desnudo, gravitante,
tu vientre es una daga en mi espalda,
un desierto que crece
donde la piedra se fija
y el musgo se detiene
Pero yo no quiero abandonar la casa
ni morir ahora
ante tus pies cansados.

Hoy todo está vacío.
El mar quedó vacío.
El mundo está vacío…
Y yo no quiero despertar. 

Aunque también queda la extrañeza para el lector, aun están presentes las imágenes blindadas, superrealistas y circunstanciales cuya interpelación para el lector puede verse truncada en poemas como Fugacidad: 

Humo y sed
Sed de abismo,
El abismo nos invoca,
No entiende razones,
Razones para el mundo
Son mentira,
Son el fuego,
Son el aire
Y no son nada.[1] 

Como un militar extraviado en Angola
Como una mariposa encendida en el ojo: 

Ocurre lo mismo con poemas como New York, muchas de las imágenes en lugar de aclarar nublan y ocultan el objeto del poema, al menos, en este poema, se logra salir de esa perplejidad, cuando se transmite la poderosa idea del mito como algo más grande, más pétreo y más real que la realidad. 

Tendré que volver la vista
Para no caer en la tentación.
Toda ciudad es un mito
Y los mitos se confunden con la niebla 

Como en Fábulas del olvido, la personificación de los objetos está presente, en New York el que habla es el último pájaro, en La luna, es esta la que podría de repente decir algo, pero al revelarlo acarrea consecuencias, el narrante no quiere dejarse arrastrar por la influencia del astro, o bien, desea apelar al conocimiento racional, positivo. 

¿Y qué más tendríamos?
Solo presagios,
Coronas y fuentes rotas.

Habría en todas las cosas
un instante de amor.
sabrías que tiemblo en tu presencia,
como una rodaja al viento
Como una espada ciega en la carne abatida.
Sí, sabrías eso, no más,
porque la luna moriría por mi mano. 

La resignada aceptación del olvido, el brutal poder del tiempo que lo borra todo, también aparece en la Múltiple forma del delirio, en Tránsito de olvido, tal parece que la situación es revelarse, afirmarse en el presente, en el instante y poseer el cuerpo amado antes de que todo sea borrado. 

Una vez fuimos de piedra,
pequeños aposentos de la nada,
manos que suben
por la escalinata del tiempo. 

Y quizás, reiterando esto, en Responso para un día cualquiera la afirmación es categórica: 

Hoy es día de fiesta sin memoria. 

Dos poemas de corte amoroso Fábula para despertar a una mujer y Promesacontinúan en el poemario, tensos eso sí, pero igualmente íntimos y circunstanciales, como escaleras de imágenes que intentan transportarnos por la atmósfera anímica del amante iracundo y apasionado, pero ante todo, un desborde de versos, de imágenes, de sonoridades y ritmos. En la Múltiple forma del delirio y en Fábulas del olvido son frecuentes las licencias poéticas que se toma el autor y emplea la rima asonante, buen ejemplo de ello son los poemas citados, en Fábula para despertar a una mujer: 

¡Qué bello es el equilibrio y su paradoja!
Silente bambalina recortada en el lago.
Luz de saba y naftalina.
Fruta nomal y adormilada.
Es la luna que me habla con mesura,
es el lobo que aulla en la cascada.

Correr, mentirme y no parar.
Súbita apariencia de eucalipto,
piedra sublunar y arrepentida,
la herida dulce que no cierra.
Mujer de sombra, mujer ungida,
¿quién sabrá dónde duermes y despiertas? 

En Promesa: 

Hojas rotas de flor ilusa,
devenir cerrado ante la noche.
Tú me haces romper la profecía,
el exilio suavizado de la tierra.
Todo se rompe y restituye
en el magma oloroso a yerbabuena, 

Hasta aquí La múltiple forma del delirio es el Gustavo Solórzano que ya conocemos desde La fábula del olvido. Llegamos entonces a Fijeza de los trenes, y el tono se vuelve confesional, como si bajara la voz, dirigiéndose directamente al lector, invitándolo a divagar junto al poeta: 

Me vengo fijando desde hace mucho.
Doy vueltas,
acaricio cada contorno de piedra y sal
y yo me fijo y no hay nada.
Nada que pueda hacerme sentir de otra manera.
De otra forma menos ligera y tranquila.
¿Te has fijado?
….
La fijación se me vuelve una angustia
y la angustia una apatía
y la apatía empieza a enojar mis manos
y mis manos también se quedan mudas,
Fijas y absortas,
moderadas y abiertas.
Deambulo por estas calles
con los pitos de los carros
queriendo fijarse
en mis oídos.
Y me quedo fijo de nuevo:
fijación siempre.
La fijación no es un instante.
La fijación es toda la vida. 

La fijeza, la captura del instante, la fijación de la memoria, la que es roca y luego nada, ni olvido, porque ni conciencia del olvido hay; una contante en la poesía de Solórzano, y también la fijeza como el acto de poner toda la atención en un punto, en ese instante, elementos en los que ahora participamos, el juego semántico está perfectamente logrado, también están ahí los recurrentes encabalgamientos con la primera y última palabra de cada verso, y sin embargo todo ha cambiado, el “yo” que se fija se desprende de los objetos que contempla para que también nosotros podamos hacerlo, se desdobla. 

Y mamá llama a todos a comer.
Y todos comemos
y nos vamos de nuevo a jugar.
Y el cartero insinúa palabras
que se quedan en ciudades
donde mis manos juegan a ser niñas,
y niños que pronto descubren
la delicia del hastío,
y entonces viven para él,
se alimentan de él y lloran con él,
y penetran a solas
los lugares donde yo estuve hace mucho.
Vamos, entra,
¿no ves que me canso de estar solo? 

Y el juego deriva ahora en la circularidad, en las ondas concéntricas del tiempo, ¿entonces, si la historia se repite, no es acaso como si se anulara así misma?, ¿no es como si el tiempo mismo representara la fijeza? 

Las personas que buscan
el calzado de su medida en las tiendas equivocadas,
los señores apurados
que no saben que el tren hace mucho ha partido
y que la estación de tren fue clausurada
por unas manos ilustres
y por eso el tren nunca más regresa,
y sus esposas se quedan esperándolos
Al otro lado,
sin saber que nunca llegarán
porque el tren fue clausurado hace mucho.
Y sus hijos ya son grandes
y van a la escuela y la maestra les habla de la historia de los trenes
y los niños no saben
que esa historia de sus padres;
de las personas que buscan trajes a su medida
en las tiendas equivocadas
por que el tren fue clausurado.
Y los niños ya son abogados y arquitectos,
y tienen en su puerta una mujer indecisa.
….
Y entonces el muchacho ahora grande,
compra un tiquete para el tren de las doce,
pues ha olvidado que se maestra le hablaba
de que habían clausurado los trenes. 

Todo este itinerario hacia ninguna parte, toda esta fijeza se transforma en hastío de fijarse, el yo lírico del narrante regresa para hacernos esta confesión: 

¡Qué impertinentes son los vecinos!
Tan necios y tan ciegos
como estas líneas
que poco a poco a poco avanzan sin razón,
absortas en sí mismas,
perdidas, buscando no sé cuales
jeroglíficas serpientes
que se muerden la cola
Y chillan como degeneradas
intentando decir algo que nunca dicen,
porque  están condenadas a nunca decir  ese algo
que eternamente están a punto de decir,
porque muy bien saben que si lo dijeran
no serían ya palabras, sino cosas útiles
que podríamos endosar en los álbumes,
pegar en las paredes,
incluir en tratados de libre comercio,
enviar en cartas
a los que quedaron lejos,
expresar nuestro afecto,
conquistar a la novia,
entusiasmar al auditorio.
Por eso no dicen
lo que siempre están a punto de decir,
Y eso es todo lo que nos queda. 

No es gratuita la imagen turgente, sólida y pesada de los trenes, esas bestias gigantes que parecen flotar sobre los rieles a toda velocidad. Por eso, es más dolorosa la ausencia, más profunda su fijeza, no vienen ni van a ninguna parte, los que esperan están condenados a la muerte y no son ese: 

dios seguro de lo que debe hacer,
dios al borde del pecado y siempre bajo control 

Con esa certeza de que las cosas que no devienen y que por estar inmóviles y petrificadas, están muertas, como las palabras que están escritas y todo lo que quisieran recoger y fijar. Ante esto no queda más que la desolación de las estaciones vacías: 

¿No vas a entrar?
Y me quedo solo a la orilla del mundo,
y nadie me espera al final de la estación,
y yo pregunto por qué los trenes tan vacíos y tan quietos
y el mío que no llega,
y tu piel que se aleja,
y yo me quedo fijo, esperando,
como si algo estuviera a punto de ocurrir,
pero nada pasa
porque los mundos fueron clausurados desde siempre.
Y yo fijo, mirando la estación, tu figura,
mi propia fijeza al borde de los cielos.
y nada ocurre,
y todo gira y permanece como si algo nuevo
Estuviera por fin a punto de ocurrir.
pero todo quieto,
y nada.
Nada pasa por el mundo. 

Tal es la fuerza de Fijeza de los trenes que el poema por sí solo reclama su propia autonomía y se desgaja del resto del poemario, su fuerza evocadora y su detallada composición y tonalidad lo hacen brillar con luz propia, seguro que estamos hablando de uno de los mayores logros poéticos de la obra de Gustavo Solórzano. Además, el poema donde definitivamente inicia su descenso hacia el asfalto.

El poemario continúa con poemas como La noche, Origen, Canonización, Comuniónque vuelven a cerrarse, poemas crípticos, intimistas y de circunstancias, la evocación a la madre, en Origen parece obvia, en Canonización es un enigma, a no ser que la apelación como en Fábulas del olvido se refiera al nazareno en versos como: 

Antes de mi no había nadie
y después no habrá.
Dios me ha mirado a los ojos sin mentirme
y me asombro de haber hecho lo mismo.
Después vendré dormido.
Quien me nombre será santo,
quien me venda una paloma. 

Aproximándonos al final del poemario nos encontramos con otro poema de gran formato, dividido en tres secciones está El bolero de Abbadón, el ángel exterminador de la apocalíptica judeocristiana, brutal, arrasando y borrándolo todo, pero ante todo la memoria, se transforma en ángel del olvido, de la desolación y de los desiertos. 

¿Qué puede el hombre –gris y polvoriento-
contra un desierto en su memoria?
A esta raza no le queda otra cosa
Que unos templos destruidos e inútiles.
Le queda una esperanza que parece una mentira.
Le queda su agonía.
Le queda su tristeza.
Y ante todo: su mirada perdida. 

Hemos pasado de la muerte y el olvido individuales de los primeros poemas de Solórzano hasta la escatología, hasta la muerte de una raza, la humana. Todo el trayecto del poema está traspasado por la apocalíptica judeo-cristiana, pero no en la clave de la esperanza y la restauración, sino más bien desde un punto de vista cercano a la gnosis: la creación es un farsa, y la solución es su exterminio. 

¡Qué delicia para encontrar razones
para las sinrazones del pasado!
No quisiera salir de este marasmo,
de esta farsa tenue de saberte a mi lado,
vaivén de las horas, elixir del viento,
cruel despedida la que me toca ahora presenciar.
Nací en un tiempo de invierno.
Y ahora, cuando recuerdo ese día:
Solo desiertos me quedan. 

Pero el aniquilamiento es cósmico y metafísico, el ángel será el único testigo de su obra, el único que escriba y recuerde: 

Ha caído la primera esfera,
ahora llegará a su fin la
la codiciada esfera de los cielos,
el cáliz sagrado que se rompe
y los dioses que se derrumban.

Y yo aquí, todavía en pie,
testigo condenado a verlo todo,
a saberlo todo
y escribirlo todo
sin derecho a protestar.

Abandono y dolor, otra vez volvemos sobre el tópico de la inutilidad de las cosas, no queda esperanza donde no quedará memoria parece decirnos el poeta en El Bolero de Abbadón, uno de sus mejores poemas. Desiertos, el poema que le continúa parece ser una especie de coda. Y cierra el poemario con el poema homónimo, donde está presente el Solórzano-Alfaro amante del ritmo y la imagen en función del mismo lenguaje.

Este segundo poemario de Solórzano-Alfaro, es bisagra, pues se abre a nuevas posibilidades, contrastándolo con Las fábulas del olvido, conserva las mismas esencias, pero ya no escarba en el léxico, prefiere las palabras cotidianas y sucias de todos, se aproxima a lo coloquial, pero sin dejar de hacer piruetas y acrobacias lingüísticas. Es un libro donde se percibe el conflicto del poeta, cuestionándose todo, probándolo todo, domando su escritura, y ofreciéndonos algunos de sus mejores poemas a la fecha.

Germán Hernández


[1] Nótese el recurso de iniciar cada verso con la última palabra del verso anterior. Un recurso que ya también se puede ver en el libro anterior Fábulas del olvido.



Warren Ulloa nos entrevistó a propósito de "Apología de los parques"

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En el oficio de la literatura Germán Hernández tiene mucho camino recorrido, desde haber participado en el mítico taller de don Chico Zuñiga hasta comentarista de libros en su blog el Signo Roto. Pero Germán a pesar de los muchos años en el medio literario se ha tomado eso de publicar con mucha calma y  mucho trabajo. Solo posee dos libros publicados, el cuentario «Variaciones para una misma ficción» EUNED y su más reciente novela corta «Apología de los parques» Uruk Editores. Además Germán también es colaborador de Literofilia con reseñas agudas y como es también de la casa quisimos hablar con él de su nueva obra.
 
¿Cuál es la diferencia entre el Germán cuentista y el Germán de ahora, novelista?
 
Warren Ulloa
Los géneros literarios no son más que convencionalismos, pequeños ajustes formales con propósitos puramente taxonómicos. Desde luego que tienen su utilidad académica, y para los occidentales es de gran ayuda en su fingido control y ordenamiento del caos. La experiencia personal de escribir cuentos o novelas es igual, al final todos estos textos son parte de uno solo que no he acabado de escribir y que se va publicando por “entregas”. Hubo en su momento más de un lector que me dijo que “Variaciones para una ficción” le parecía una novela, y no un libro de cuentos. ¡Genial!, el lector siempre rebasa con su apropiación del texto cualquier intencionalidad del autor sea de forma o de fondo.
 
¿Disfruta más escribiendo cuentos o novela?
 
Escribir es el gozo más grande de mi vida, el formato, novela, poema, ensayo, cuento, es intercambiable según la necesidad, lo imperativo es la absoluta realización personal que tengo al escribir.
 
Sabemos de usted como crítico literario es bastante estricto y honesto en sus reseñas. ¿No teme una venganza literaria ahora con «Apologías de los parques»?
 
Yo no soy un “crítico”, tan solo un lector apasionado que gusta de comentar su experiencia de los libros que lee. Quizá estamos habituados a las reseñas condescendientes y de repente las mías se salen un poquito de lo usual, pero mi confrontación es con el texto, no con los autores, no temo venganzas literarias, porque seguramente se echaría de ver y no creo que los lectores le den valor a una “sacada de clavo”. Pero si alguien de buena fe expone lo bueno o lo malo, lo que le gusta o no de mi obra, yo guardaré el silencio debido, y la gratitud con quien se toma la molestia en someter a examen crítico mi obra. La única venganza literaria que veo posible es que me equivoque con el juicio desfavorable que haga de un libro y que los lectores por el contrario lo reivindiquen, y ese tipo de venganza me parece estupenda.
 
¿Se podría decir que en «Apología de los parques» predica con el ejemplo o sus críticas literarias distan mucho de sus propuestas literarias?
 
El más feroz crítico de la obra de Germán Hernández es Germán Hernández, creeme, tengo conciencia del escritor que soy, de mis capacidades, de mis potencialidades, y también tengo conciencia del escritor que quisiera ser y que nunca alcanzaré.
 
El tiempo que tomó escribir “Apología de los parques” fue muy breve en comparación al tiempo que tomó trabajar en su depuración, a las personas que me honraron con su lectura previa no les pedí que me dijeran si les gustaba el texto, les rogué que lo destruyeran e hicieran pedazos. El primer borrador era de 270 páginas, el texto que ofrecemos impreso apenas tiene 86.
 
¿Cuánto de usted como escritor le debe al taller de don Chico Zúñiga?
 
La experiencia del taller fue juvenil, fue durante una época muy difícil a nivel personal, el taller fue mi refugio emocional y afectivo, fue mi hogar y mi familia de muchas maneras. En el taller aprendí a escribir, a examinar el texto, a desprenderme emocionalmente de lo que escribía, a tener celo y pasión. En el taller construí amistades duraderas y auténticas. Fui discípulo de todos y todos mis compañeros y compañeras fueron mis maestros y cuando cumplí mi ciclo dentro de él, partí en el momento indicado.
Pero dejame agregar algo sobre Chico Zúñiga, él fue mi padre, el me enseñó con su ejemplo el rigor y el respeto profundo por el arte. Lo extraño muchísimo. Lo poco bueno que pueda tener como escritor y como persona, se lo debo a él.
 
Coda: El amigo Warren Ulloa nos hizo una pregunta más que no salió en Literofilia pues la respondimos tardíamente, pero queremos compartirla aquí:
 
¿En Apologías de los parques hay un acercamiento a San José como capital, podría decirse que es la protagonista de este novela, a que se debe a que ahora se valore más San José como objeto literario?
 
Escribo de San José por que es la ciudad que mejor conozco, y por que tiene la misma dignidad literaria que París, Buenos Aires o Bombay
 
Esta entrevista apareció publicada en Literofilia el 15 de septiembre de 2014

 
 
 

Descender de la torre de marfil - La poética de Gustavo Solórzano-Alfaro (Tercera parte)

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Aquí puede leer la primera parte: Descender de la torre de marfil (Primera parte) 
Aquí puede leer la segunda parte: Descender de la torre de marfil (Segunda parte)


Simultaneidad y proceso
 
Cada libro de poemas de Solórzano-Alfaro, parece representar más o menos un bloque, un periodo de tiempo que puede llevar años. Implícitamente, estos bloques representan cierres, es decir, términos de un momento, de unas tribulaciones y obsesiones y el paso a otras preocupaciones poéticas y estéticas. Lo anterior tampoco implica renuncia al trabajo previo, pues estos periodos no son necesariamente consecutivos, sino que se traslapan, se comunican, y hasta coinciden alrededor de los tópicos, (como la fijeza) que ya hemos mencionado.
 
Es interesante el caso de los poemarios La Múltiple forma del delirio, al cual nos referimos anteriormente y de La Condena. Podemos fijar el espacio temporal en que fueron escritos, pero no podemos decir con total certeza cual es primero. Al respecto surge la singular anécdota de que ambos libros fueron presentados al público la misma noche.
 
La Condena
 
La Condena, es en efecto un poemario muy diferente a los dos que le preceden, como el autor nos indica son poemas escritos entre el año 2000 y 2008. Son veinte poemas, algunos compuestos y extensos, otros más breves; reconocemos la vos Solórzano-Alfaro en ellos, al mismo tiempo que encontramos nuevos abordajes, el tono de fatalidad de sus dos primeros poemarios cede a un clima más bucólico y alegórico.
 
De primera entrada arranca el poemario con el breve Enterrador y luego Poeta, como afirmamos antes, la alegoría está presente, no es un enterrador en particular, ni un poeta en particular, o el amigo del poeta en particular. Son El Enterrador, El Poeta, El Amigo del Poeta, La Amada del Poeta como arquetipos, habitando una vez más los escenarios de la conciencia, constituyéndose en esencias. Por eso, enEnterrador, (ese sujeto que en última instancia es el que nos hecha la última palada de tierra) parece plantearse ese problema platónico: 
 
Aquí yace la sombra:
 
Como afirmando que aquí todo está velado, incompleto, corrupto y solamente ahora, que comienza el tránsito hacia el más allá, evidenciaremos que:
 
Y allá, mucho más allá
de donde el tempo imagina,
las mañanas y el espejo
de otros nombres y otras sombras.
 
¿Sin trascendencia, solo reflejo? Tal vez eso es parte de la “condena” y este poemario una diminuta ventana hacia ese más allá.
 
Pero este poema de apertura, hay que ligarlo con dos de los últimos poemas del libro, “Abismos”y “Sueño”, donde nos encontramos con los mismos elementos, el espejo, el espejismo, el sueño, la sombra, la memoria, la misma fatalidad y por ello complementarios, el tópico central de La Condena será seguramente: la sombra, como muerte, como abismo, como olvido. Veamos en “Abismos”:
 
La sombra se dispersa.
No somos otra cosa
que espejos amargos del rostro del sueño
al final de las ciudades,
en lo más profundo de las noches,
habitan espejismos tan inmensos
como fuego y la memoria,
como el abismo infinito de tu beso
 
Y en “Sueño”:
 
Vivir y morir son estelas
del mar luminoso del sueño
del ángel terrible que sueña.
 
En “Poeta”, dividido en varias secciones: “El poeta recibe a su amigo”, “El amigo del poeta cuenta su historia”, “El poeta recuerda a su amada”, “El poeta acepta su destino”, el arquetipo queda perfectamente establecido. Si nos adelantamos al orden de los poemas, hacia el final encontramos otro poema de igual factura, “Canción y Leyenda” Ya no estamos en el poema de “circunstancias” tan personal y tan íntimo, sino en estos casos, en poemas que se proyectan sobre unos modelos más o menos conocidos, más o menos imaginados, pero la manera en que cada lector los asuma será personal, sesgada y existencial, pues estos modelos, hablan y actúan desde la distancia y desde el clisé, por lo tanto, no pueden por sí solos ir más allá de su sentido literal, apelan al sentido pleno que pueda imprimirles cada lector.
 
Vamos pasando de la fijeza y la inutilidad de las cosas hacia poemas como “Fecundidad”, que celebran la vida germinal y especialmente a la mujer portadora y gestora de esta.
 
Niña, eres la perfecta efigie del deseo,
la inacabada esfera del dolor,
la imposible sutileza de la carne.
Abres la tarde como surcos invencibles,
tus brazos se entregan como antorchas encendidas,
y en ellos tu hijo nace de nuevo , cada día,
A la vendimia final de tus besos
 
Y de inmediato, en el siguiente poema “Canción de estío” se derrumban las esperanzas, la derrota y la despedida irrumpen categóricas:
 
¡Ay amor mío!
¡qué triste y simple luce tu mirada!
Sé que hubo momentos en esas tierras
donde pudimos encontrar sabiduría,
pero necios testigos del silencio
dejamos pasar los días,
las tardes, los sueños.
 
Si hubiera una intención de continuidad temática en el poemario casi afirmaríamos que el poema “Después de Neruda”, sería una especie de cierre a los dos poemas anteriores. Pero no cabe, se trata de un poema muy distinto en composición el cual vuelve a remitirnos a la poesía circunstancial, debilitado esta vez por el exceso de referencias cuya carga de sentido es tan grande que se impone a cualquier intención del poeta, las evocaciones a lo largo del poema, (el mar, el pueblo, la niña) son profundamente íntimas, contrariamente el 12 Octubre (día del choque de culturas) o el penúltimo verso del poema “El cielo estaba de su lado” (¿Poema 1?). Veamos:
 
Es 12 de Octubre,
con el calendario extraviado,
repaso los poemas de Neruda.
El cielo estaba de su lado
y mi pecho se partió con la tormenta.
 
Estamos en un territorio más familiar: el de las evocaciones bucólicas, pero como dijimos antes, circunstancial, lo que hace difícil penetrar en el sentido literal de los textos, en poemas como Paisajes, se le obliga al lector a renunciar a la intención inicial del poeta. Se siente aquella tonalidad declamatoria de los primeros poemarios:
 
Llama perfecta
del ocaso que lloras
para perpetuar mi sino,
deja que el canto
a mi garganta acuda.
Déjame buscar el rastro
del caballo lento,
de tus ojos negros,
de tu boca espuria.
Déjame por fin
acceder al templo.
 
El siguiente poema, “Apología del nombre”, sentimos el aroma terrestre que ya nos había ofrecido “Continuidad de los trenes”, dividido en tres partes, comienza como una letanía, enumerando cosas, jugando con el ritmo y la rima asonante, la vitalidad de este poema, la acción de nombrar, tan poderosa, que inevitablemente nos lleva nuevamente hacia las referencias veterotestamentarias de Génesis “Dijo Dios haya [….] prodúzcase, [….] acumúlense” (Hasta nueve veces en Gen 1) o en el Nuevo Testamento en el Evangelio de Juan “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios [….] Y la palabra se hizo carne” (Juan 1, 1 y 14), o las reflexiones de Pablo de Tarso en su segunda carta a los Corintios, “pues la letra mata…” (2 Cor 3,6). Insisto en estas referencias bíblicas, pues entre líneas, toda la poesía de Solórzano-Alfaro está plagada de ellas, directa o indirectamente. Por otro lado, la idea de crear mediante la palabra, y la desoladora afirmación de Pablo “pero la letra mata”, es decir, la fijeza de la escritura, esa fijeza que recorre toda la poesía de Solórzano-Alfaro, y que siempre nos ha advertido de la inutilidad de esas cosas, se opone al hecho de que mientras el nombre fluya, vive, hasta que llega la petrificación de la escritura, luego la memoria, luego la muerte…[1]
 
Tu nombre es una marca, una llaga,
una silueta de mármol y de letras,
palabras que resuenan
en los confines inmediatos de mi pecho.
 
La segunda sección de “Apología del nombre” nos pierde un poco en sus primeros versos, pero luego retoma la fuerza de la primera parte, y comienza realmente a partir del verso trece de un modo tan fresco y logrado, en un poema digno de la generación del 27, concretamente de un Pedro Salinas de “La vos a ti debida”, sea conscientemente o no, este diálogo se acentúa aquí con resultados lúdicos, y el mejor Solórzano-Alfaro aflora y desde el teléfono “nombra” y la mediación crea:
 
Aquí estoy. Presto a llamarte
tu nombre palpita en mi boca,
sabe extraño,
su sabor es una fruta enemiga de la carne.
 
Ahora escucho el tono
al otro lado del teléfono,
me responden las ventanas, las cortinas,
un improbable perro y su mantilla.
 
Y cierra finalmente en su tercera parte con la certeza de cuál es el destino de la fijación y la calcificación de su nombre…
 
No osaría jurar en vano
ni agitar la bandera del martirio.
Solo puedo augurar,
en esta noche tan cercana,
que la palabra secreta como agua bendita
que se vierte mi cántaro,
caerá sobre tus pies
y será escuchada por legiones.
Será alabada y estudiada,
pero jamás comprendida;
y sin embargo, será tuya,
romperá el hechizo.”
 
¿Acaso ese hechizo roto tiene algo que ver con los siguientes poemas? Es mejor llamarlos elegías, la de la niña muerta en “Duelo” y la del hermano perdido en “Balada”, donde las palabras seden al dolor y es mejor callarse cuando:
 
“De todos los que lloran,
es mi madre quien más sufre:
Come a deshoras y habla poco.”
 
“Libros”, otro poema extenso, dividido en tres secciones. Por un momento nos sentimos tentados a pensar que el poema “Leyendo a Neruda” era parte de este poema y que en algún momento se desprendió de este. Poblado de referencias directas y explícitas: Poe, Borges, Prevert, pero esta vez, el poeta no está leyendo a otros, sino a sí mismo, el poeta lee sus poemas y más que el contenido, lo que contempla es la fijeza de sus textos y los evalúa con respecto al tiempo y la memoria:
 
Estuve enfermo y volví a mis libros,
y en ellos encontré de nuevo la esperanza:
Vacía, seca, pero nueva;
terrible y muda, pero grande.
 
¿En qué consiste esa esperanza? ¿De cuál enfermedad se queja el poeta? Parece ser que la fijeza consiste en permanecer un tiempo más entre los vivos, dar testimonio es sobrevivirse, o bien encontrar la intemporalidad.
 
Descubrí así la mentira, pude decir “Yo” de nuevo,
pude hablar con mi sombra como hacían antaño los poetas,
como añoramos aún a pesar de los tiempo y las modas,
a pesar de que nada importa y todo esté perdido.
 
El poeta no se engaña, pero siente el alivio. La noche es un territorio infinito de silencio y olvido, desde ahí no se puede constatar nada, es la muerte, y el poeta lo sabe:
 
Ese día, hablé con Dios.
No dijo mucho porque sabía que su nombre
me borraría para siempre de la Tierra.
me dio más tiempo, me dio más vida,
como un miserable me concedió el dolor de sufrir más.
 
Quizá como Borges, me concedió los libros,
pero no la noche,
la noche final que tanto busco,
el momento fugaz de la derrota,
la mortal encrucijada y la mañana.
 
Y esa mañana, ese renacer, o mejor, sobrevivir en la palabra, algo que el mismo Borges puso en duda tantas veces, porque sabía que toda posteridad también está prematuramente muerta, que la ficción de permanecer, de ser inmortal  es con todo una enfermedad:
 
He estado enfermo muchas veces,
Pero jamás como hoy me duele tanto.
He estado enfermo muchas veces,
Pero jamás como hoy leí tanto.
He estado  enfermo muchas veces,
Pero nunca enfermo como hoy lo estuve.
 
El poemario se desarrolla heterogéneo, destacan las estampas como en “Lugares”,el críptico “Minotauro” (la familiaridad del mito no lo hace más diáfano) y “Poema de amor” de irregular valor, hasta que llegamos una vez más a lo alegórico en “Poblados”, enigmático y abierto, aludiendo a la lectura occidental de Babel; tal vez la inversión de sentido, la confusión de las lenguas como acto de liberación no tenga lugar aquí, igual que el poeta que lee sus libros no le llega su noche:
 
Hay pueblos diminutos
como gotas de sudor,
como lágrimas de Dios,
y aquellos que no saben
y crecen
hasta ser Dios.
 
“Estirpes”, otro de los poemas extensos del poemario parece dar un largo rodeo hasta la última sección, la más lograda, las anteriores evocaciones sobre el padre, la madre, la familia, el pueblo, todas ellas por fin parecen converger en los que son seguramente los mejores versos de este poemario, aquí lo circunstancial y lo íntimo no riñen con el lector, se desplazan hacia su propia experiencia.
 
Mi padre es una estrella de limitados sueños,
mi madre un sueño perdido en la memoria de mi padre
y mis hermanos son destellos de sol sobre la tierra.
 
Los potreros caían como torbellinos infames
sobre la casa de piedra y el néctar impune.
Los animales jamás protestaron.
 
 
Ahora solo me queda el aroma
de algunas mañanas pasajeras
y el recuerdo incrustado de mi infancia.
 
No sentimos lo mismo en el poema siguiente, “Mujer detenida”, escrito como una letanía que va reiterando y aglutinando elementos. A no ser por la referencia literaria a Prevert, que se incorpora como subtexto y que sin él el poema sería prácticamente inabordable. Al menos aquí, el subtexto está incorporado como epígrafe y no como suele suceder con mucha de la joven poesía costarricense, donde más bien los poemas surgen de otros textos, lo que plantea dos problemas distintos: Primero la mediación del subtexto, si no se le conoce, el poema es impenetrable, si hay recepción del poema, es porque es un pastiche o una paráfrasis. Segundo, la referencia al subtexto es accesorio, es decir, innecesario, no aporta nada al sentido del poema.
 
Esa misma técnica, ese tejido que aglutina imágenes una tras otra, furiosas, es la del poema homónimo de La Condena. Con este cierra un poemario que está a medio camino entre la Múltiple forma del delirio e Inventarios mínimos, el siguiente trabajo impreso de Solórzano-Alfaro, donde se da la definitiva y la renovación de la propuesta poética de este autor y que discutiremos en la próxima entrega.
 
Germán Hernández


[1]Creo que está demás aclarar que esta referencias bíblicas, intencionadamente o no, no tienen nunca en la poesía de Solórzano-Alfaro una intención teológica o mística, más bien, las integra como parte del imaginario occidental. Su herencia histórica nada tiene que ver en este caso con una confesionalidad. En otras palabras, para bien o para mal, se quiera o no, todos y todas somos “católicos culturales”.
 

Parábola de la experiencia

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- El gato es un mamífero carnívoro de la subespecie Felis silvestris latus. Presenta dimorfismo sexual entre sexos. Existen diversidad de razas y colores, algunas de pelo largo, otras sin pelo o sin cola como resultado de múltiples mutaciones. El gato puede cazar más de cien especies distintas de presas gracias a su fisonomía adaptada para ser sigilosos y ágiles trepadores, a sus garras retráctiles y a sus desarrollados sentidos del oído, olfato y especialmente de la vista, idónea esta para la depredación  nocturna. Mediante maullidos, ronroneos, silbidos, gruñidos, diversidad de vocalizaciones y señales corporales se comunican entre ellos y con los humanos, con quienes han convivido por espacio de ocho mil años sin que mediara domesticación alguna. ¿Querés saber algo más?

 - Sí, ahora cuéntame algo sobre los gatos.

Germán Hernández.


Dialéctica de las aspas - Gustavo Arroyo

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El 2014 fue un gran año para la poesía costarricense, nuevas voces y textos incursionan y en esta oportunidad, queremos destacar Dialéctica de las aspas, primer obra impresa del poeta Gustavo Arroyo, quien nos ofrece una pequeña muestra que esperamos sirva de acicate y motivación a los lectores y lectoras para que se enfrenten y dialoguen con este poemario.  



CUESTIÓN DE VALÍA

No sé si has notado, mamá,
que aquí nunca se ven los aviones;
ni siquiera se escuchan.

Se alejaron en bandada
desde antes que decidiéramos
tragarnos el llanto.

Sus prudentes pilotos
no tomaron el riesgo
de volar sobre lo nuestro.

Buscaron otros lugares
donde valiera la pena
desplomarse.

***

DENTICIÓN URBANA

Crecer no fue una opción que pudiera elegir.
Simplemente ocurrió,
mientras el tiempo jugaba a durar menos cada día.
Entonces primero no hubo,
luego sí,
después cayeron varios,
brotaron otros,
y la encía a veces gorda como un capullo,
a veces tenue y olvidada,
era reflejo de la inestabilidad policromática del crecimiento.

Los edificios crecen a su manera.
De pronto hacia arriba o a los lados,
pero esas son las formas menos comunes.
Por lo general crecen enmoheciendo,
despintándose,
fluctuando entre el giro habitacional y el comercio,
en medio de una peste de goteras
que son, sin duda,
parásitos inmobiliarios de bajo perfil.

El niño disimula su profundo dolor.
La inocencia ya no le cabe en el cuerpo.
Un par de lágrimas mojan la almohada
debajo de la que deja uno de sus dientes
en un desesperado intento por seguir siendo niño,
que de nada servirá.
En el fondo, él lo sabe.

Cuando los edificios crecen hasta el tope
llega el momento en que dejan caer sus semillas
y son demolidos sin remedio.
El suelo vuelve a exhibir la desnudez
que las ropas de concreto habían escondido,
según las normas de la moral constructiva.
Algo resurgirá.

Los dientes están completos de nuevo.
Volverse adulto también es una forma de demolición.
La más cruel y silenciosa.

***

DIALÉCTICA DE LAS ASPAS

Tesis:
El ventilador me enfría la nuca
y abate el pedazo de cosmos
que existe entre mi espalda y la pared,
mientras se esparcen jubilosos
los virus que algún día
derribarán mis resistencias.

Antítesis:
Hace tanto calor
que no me importan los contagios.

Síntesis:
Mi abuela siempre dijo
que de algo hay que morir.
 



Gustavo Arroyo. San Ramón, Alajuela, 1977. Escritor, abogado litigante, notario público y consultor jurídico. Licenciado en Derecho por la Universidad de Costa Rica. Cofundador y actual coordinador del Conversatorio Poético Ceniza Huetar, fundado en el año 2012, con sede en el Museo Regional de San Ramón. Participó en el II Encuentro Nacional de Escritores Costarricenses (Pérez Zeledón, 2012). Su interés radica, fundamentalmente, en la poesía contemporánea, nacional e internacional. Dialéctica de las aspas (EUNED, 2014) es su primer libro.



Karla Sterloff - La Mordiente

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Karla Sterloff, debuta con el pie derecho con su primer cuentario “La mordiente” el cual fue reconocido con el premio nacional de cuento Aquileo Echeverría 2014. Apenas un preámbulo para una obra en marcha y que esperamos continúe por la prometedora que lleva hasta ahora. Y para los lectores y lectoras un delicioso entremés  que la autora ha querido compartir con El Signo Roto, los cuentos: Campo de algodones y La Barby,  para que se animen a descubrir todo lo que “La mordiente”  ofrece.


Campo  de  algodones

Las mujeres que tienen vida nocturna, salen a altas horas de la noche
 y entran en contacto con bebedores, están en riesgo. Es difícil salir a la calle y no mojarse.

Arturo González Rascón
Ex procurador de Justicia del Estado,  febrero de 1999.
En “El Diario de Juárez”, 24 de febrero de 1999.

Ya no puedo esperar más. Ahora solo resta la descomposición de mi cuerpo, la masa bizarra y uniforme de mis carnes camino a ser un líquido viscoso y mal oliente. El aire se envicia con el paso de los días. La cabeza sigue dando vueltas buscando la forma de  dejar entrar un soplo de oxígeno por alguno de los bordes de la nariz, por algún poro.
La vez que pasé por la esquina donde los carros estacionados con las puertas abiertas me llamaban, les dije mi nombre, coqueteé un poco con ellos. Pero luego no lloré,  no abrí las piernas. No acudí, ¿habré caminado junto a ellos?  Los recuerdos plagados de miedo son recuerdos exacerbados e inexactos, así que  tal vez acepté una cerveza.
─¡Bonita tu blusa, mujer! ─sonrisa.
─¡Guapa! ─otra vez sonrisa.
Volví la cabeza para sonreír también.
Me inquietaban aquellos hombres, tenía curiosidad, ganas, ese revoloteo en el cuerpo que me hace juntar las piernas y apretarlas con tironcitos pequeños.
“Guapa”, es una linda palabra, un imán para darme vuelta y fingir timidez cuando me aparto el pelo. Voltear esta trama errada parece sarcástico. No, más sarcástico que la cabeza siga el remolino de las horas y de los días que pasan como un coletazo de reptil hasta convertirme en esta osamenta en medio del polvo.
Terminaba el turno de las dos y caminé a la próxima parada del autobús. El calor a esta hora es un puñado de piedras en la espalda: seco, árido, grave. Suena.
Todo se escucha  con eco, el calor cayendo en diminutos granos de arena sobre el camino, la música de la camioneta saliendo estrepitosamente por la puerta abierta como una bofetada, los hombres con sombrero y los haces de luz de las botellas de cerveza en las manos.
Veo la hebilla plateada. La figura metálica con las fauces abiertas en la cintura, los ojos incrustados como piedras rojas y la correa gruesa y negra al borde del pantalón. Escucho las risas y luego los gimoteos. No es cierto que la muerte sea el final. Lo lamento por todo lo que nos enseñaron, por la vida vivida, por la tía Sara que dejó de buscar al vecino cuando volvió de la iglesia arrastrando aquel sermón  y por mi madre.  Me río de la falda en el colegio, una cuarta más abajo de la rodilla y del miedo al mar, a la noche, a los espantos y al fuego. No hay una luz en este espacio, ni un río, no hay ángeles que te encaminen a dios o al infierno. No hay santos, ni están los conejos que criaba mi madre, como pensé.
Los conejos. Mamá pasó toda la vida criando a estos animales, que pronto yo adoptaba como mascotas para después llorarlos, uno a uno, con la misma devoción con que mamá lavaba los zapatos ensangrentados. Imploro la vida de este conejo delante de mamá, esa es mamá que encoge los hombros con la mirada vacía y me da la espalda mientras se curten las pieles al sol y yo construyo la idea de un cielo blanco plagado de conejos.
Oiga usted el chillido del animal amplificado, vea su nariz rosada palidecer, los ojillos rojos dilatándose hasta la inmovilidad del resoplo. Vuelve el chillido del animal encerrado en mi pecho. Mi diafragma es pequeño pero me he vuelto sonora, asmática, acústica, acústica, acústica...
Un coyote ulula detrás de la montaña. Cuando calla, me percato de que no nací aquí. Esta tierra que me contiene, no es mi tierra. Tengo la vaga imagen de un tiquete de autobús y una fila interminable de personas con maletas y bolsas de fibra plástica.  Pongamos que fue un catorce, el día catorce que hui de casa alentada por un programa de radio. Era un programa infantil donde narraban una leyenda del sur. Radio Musicalito, efe eme, paratantantantán. “Bríncate el círculo de baba”, Lorena, me decía la caja aun estando apagada. Yo era la serpiente que murió de hambre y sed al creerse atrapada en la circunferencia de baba que el sapo había trazado. Él se llamaba Francisco. El primer año juntos fue bueno, luego vino el otro y los demás, y el círculo era cada vez más estrecho. Me sentía asfixiada. Sí, esa soy yo escuchando la radio. Asustada y de parchones, con interferencia y  efecto moiré. Lo planeé seis meses, el dinero, los papeles, salir sin dejar dirección ni contactos. Dicen que al norte hay trabajo.
Subo al autobús esquivando la bolsa de la mujer gorda con várices en sus piernas.  Ahora todo es vaporoso, la nube hacia la escalinata que lleva a la puerta parece estrecharse a su paso. Recuerdo a la  mujer gorda  porque la enagua de flores rosa que viste, parece terminar en las várices que se extienden hasta los tobillos, como los tallos de las flores sembradas en el jardín de casa. A cierta edad las piernas acaban siendo dos vástagos de superficie irregular. Así hubieran sido las mías en treinta años más.
El hecho es que la bolsa de plástico luce pesada, casi tan pesada como ella y cada vez que la mueve para avanzar en la fila, termina por rozar de alguna manera conmigo. Ahora ambas somos pasajeras.
La experiencia desde la ventanilla resulta alucinante. Adentro tengo una sensación que ahora podría describir como visceral. Se me seca la boca y las náuseas son un gancho prensado en el estómago. Fui saliendo de un hormiguero de gentes y automóviles y del silbido frío de la madrugada hacia paisajes donde el autobús se convierte en el único acompañante de su sombra. Son doce horas de maldito desierto. Maldito calor y frío extenuante que llevan hasta la frontera. Si alguna vez hubo camino, hoy lo cubrió el viento con su frazada de polvo y nubes y lejos de admirar el paisaje, cierro los ojos para que el sol no los queme. Treinta grados y el dolor en la nuca y el codazo inconsciente en el vidrio para despertar y caer en cuenta de lo oscuro que pueden ser los autobuses al filo de la nada.
La mujer de las várices duerme plácidamente reclinada sobre el asiento detrás del chofer. A cada tanto, el autobús da algún tumbo y la mujer cambia el brazo con que se apoya sobre el asiento. En unos minutos me preguntará:
─¿Va para el otro lado?
Le sonrío y asiento con la cabeza.
Ella se estira las medias, se acomoda en el asiento y vuelve a dormir.
Durante horas, no puedo dejar de pensar en sus venas deformadas. Una piedra debajo de la llanta, un animal solitario en medio de la ruta, una espina, la temperatura inflamada del sol, cualquier cosa provocaría el estallido de los tallos de sus piernas y a consecuencia, yo que estoy ciega por esta ventana, tendría que observar cómo se le tiñe de rojo la media de nylon hasta llegar al zapato, observarla sacar el pañito de la bolsa, limpiar el piso con la misma prolijidad con que se pule el piso propio cada mañana. Cierro los ojos con asco.
De paso, me río al sorprenderme pensando en el color de su sangre.
Esta vez debería ser sin lugar a dudas, verde. Sangre verde que liberaría a la vena de la presión que la ha deformado por años. Verde, como la de todas nosotras que irrigaremos los campos al lado de la Panamericana. No hay nombres ni lápidas en este lugar olvidado que vomitó el desierto, solo quedan las ramas leñosas donde los copos de algodón parecen conejos.

Fotografía de Margarita Durán.


La  barbi

El día que la antipática de Guiselle había traído todas las barbis a la escuela, Catalina conoció la envidia. Se había dedicado a observar cómo las cuatro elegidas por la arpía, se dirigían de la mano buscando un espacio en el suelo para vaciar el contenido del bolsito rosado.
─Aquí las tenés ─la oyó decirles a las otras niñas mientras las muñecas, vestidos y zapatos rodaban sobre el mosaico de colores. Una montaña de ropa diminuta y accesorios rosados fue colocada frente a sus ojos.
De espalda sobre la pared del pasillo, Catalina pudo escuchar cómo las niñas suspiraban mientras deshacían los nudos de las largas cabelleras y le probaban a las muñecas los vestidos de chifón que se les atoraban en las tetas.
Semanas antes, ella había traído sus muñecas regordetas sin ningún éxito, de esas que su familia solía regalarle en todos los cumpleaños, y que cada año, le gustaban un poco menos.
A su prima Adriana también le habían comprado barbis. Se las habían traído del norte y desde el momento en que Catalina las tuvo en sus manos, supo que lo que deseaba más en la vida, era tener una de las muñecas rubias, de cintura de avispa y delantera espectacular.
Su prima dejaba que jugara con ellas cuando Catalina la visitaba por las tardes. Tenía dos, una vestida de hada y la otra de hawaiana. Catalina se acercó a su madre con la barbi en traje de baño y anteojos de sol. Las piernas torneadas larguísimas de la muñeca terminaban en una perfecta punta. Una diminuta sandalia rosa cayó sobre la mesa del comedor donde tomaban café su madre y su tía.
─Mami, yo quiero una.
─Esas muñecas no son para niñas. ─dijo su madre ocupada en las imágenes que saltaban a latigazos del televisor de la cocina─. Luego le puso mantequilla a la galleta, sorbió un trago de café y continuó conversando con la tía Fresia sobre la telenovela.
El suspiro de Catalina no lo escuchó nadie.
 Parece que no había más posibilidad que conformarse con las bebitas gordas que tenía, hasta que Adriana, aburrida de jugar con las barbis, le heredara alguna. Claro que para esa fecha, ya estaría un tanto ajada y posiblemente con la melena mocha.
─¡No se hable más del asunto! ─Y así fue─. En casa no se hablaba de muchas cosas y los adultos determinaban la importancia y el orden de los eventos que marcaban las vidas.
Una tarde el sol se puso anaranjado y la chiquillada desbordó las aceras. La tribu de niños correteaba con ardor y todas las puertas lucían abiertas. El barrio era un bloque de casas siamesas que se enfilaban sobre cincuenta metros de cuadra.
Catalina sintió ganas de orinar. Así que pidió una tregua a los demás niños, se quitó los patines para no rayar el piso como había ordenado su mamá, y con ellos debajo del brazo y en puntillas, entró corriendo a su casa en busca del baño. Sintió como un hilito tibio empezó a humedecerle los calzones y apresuró el paso. El teléfono comenzó a timbrar desde la sala.
─Cata, ¿sos vos?, ¡Contestá, puede ser tu papá! ─gritó su madre desde la pila con los vasos y platos nadando en jabón.
Era bastante tarde y ahora irremediablemente tendría que cambiarse el calzón. Así que pegando brincos, dejó los patines a un lado y contestó la llamada con una de las manos entre las piernas.
─¿Aló?
 ─Aló, repitió Catalina frente al silencio que se escondía del otro lado.
Entre cada palabra un pitillo robótico marcaba las segundos. Cuando estaba a punto de colgar,  una voz de mujer preguntó:
─¡Hola, Cata! ¿Sos vos?
─Sí, contestó Catalina tratando de reconocer aquella voz tan fuera de su repertorio familiar.
─Marvin me ha hablado mucho de vos. Vos no me conocés, soy la Macha, una amiga de tu papá. ¿Cuántos años tenés ya? ¿Nueve, diez?
─Ocho, voy para nueve ─respondió apresuradamente Catalina sintiendo reventar la vejiga.
─Yo vivo en Estados Unidos, ¿sabés? Cuando vaya allá te voy a llevar un regalo y le pido a Marvin que nos presente.
Catalina optó por sentarse en el piso y arrugar la cara lo más fuerte que pudo. Luego siguió apretar las piernas, jalar más duro con la mano, pensar en que no se orinaba ya. Contener, contener…
─¿Te gustan las muñecas?, preguntó la mujer en medio del pitillo que marcaba la llamada de larga distancia.
─Ya estoy grande para eso, dijo Catalina pensando en sus bebés gordas.
─De seguro que te gustan las barbis. Aquí son las muñecas de moda, todas las chicas las quieren. La próxima vez que vaya, te voy a llevar una. Sentenció la mujer del teléfono antes de preguntar: ¿Y Marvin?
─No está.
─Gracias, mi reina. Guardame el secreto de que lo llamé. Yo llego por allá en marzo, vas a ver que barbi tan linda te llevo.
La tarde pasaba lenta. Los hijos de los vecinos todavía jugaban al fut y patinaban por la acera. El Chevy rojo de Marvin se estacionó sobre la entrada tumbando un árbol recién germinado de pitanga. Catalina recuerda que sobre el piso quedó una manchita de 
orines, que su madre lavaba platos vuelta de espaldas y que esa tarde no sacó más los patines. A la semana siguiente, Marvin empacó sus cosas en tres maletas que puso dentro del Chevy rojo. Había llegado marzo, con las flores de todos sus árboles explotando en el paisaje.


Karla Sterloff. Nació en San José, Costa Rica en 1975. Estudió Psicología y Ciencias de la Educación recién obtuvo el Premio Nacional Aquileo Echeverría de Cuento con “La mordiente” (URUK, 2014). Ha publicado también dos poemarios: “Especies menores” (EUCR. 2011) el cual fue galardonado con el primer premio en el Concurso de Poesía 2011 convocado por la EUCR,  y “La respiración de las cosas” (The Rolling Book)






Esteban Ureña - Minutos después del accidente

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Premio Nacional de Poesía Aquileo Echeverría 2014. Eso bastaría para presentar "Minutos después del accidente" de Esteban Ureña, lo que también podría provocar un: "uno más". Pero este no es un premio más, ni un libro más de poesía; es quizá uno de los desafíos poéticos más relevantes de los últimos años. Quien quiera adentrarse en esta aventura literaria, quien realmente acepte el desafío de interpelar esta poesía y hacerla hablar, tendrá que comprometerse con cada poema, como su autor lo ha hecho... el gozo, el aniquilamiento y la síntesis serán al final una grata recompensa... y para muestra un botón con esta breve selección del autor para todas las personas lectoras... 


no se apague tu luz, no sobrevenga la oscuridad 

Fue extrañante cuando escuché que Ronaldo o Messi,
ya no sé cuál, era un poeta del balón, y no es que yo le niegue a
la gambeta algo de encabalgamiento y hasta de bustrófedon,
no por prohibirle al delantero que se zambulla y robe espaldas
ni al defensa que barra el área y se arme de machete o motosierra,
no por negar la guerra fría entre el fútbol de Florida y de Boedo,
no porque rechace —y las rechazo— las teorías de Pasolini
sobre el fútbol poesía individualista del latinoamericano
y el colectivista fútbol prosa de los europeos.

Pero es así: la poesía empezó a tener buena prensa
y a no leerse casi al mismo tiempo — ahora los matemáticos
quieren demostraciones estéticas, los albañiles levantan muros de lenguaje
las arañas tejen hilos de duras perlas que se deshacen en lágrimas
a las primeras luces, hasta los filósofos ingleses quieren ser poetas
dicen “lo que hace a la poesía es violentar el uso común de la lengua”
en cuyo caso serían poetas los que tienen a Dios cantando en su pecho
como un cenzontle en 400 lenguas de ángeles y serían poetas
los escolares que tragan grueso antes de escupir la gramática
y las hembras que putean.

Pero para escribir poesía hace falta trabajar mucho, caminar mucho,
vagar mucho, estudiar mucho, olvidar mucho. Todo eso
y nada de eso. La verdad cae un poco más fácil decir lo que no:
no es la mirada de luz de Ronaldo en lo alto de su estatua
no es la gradería de sol abierta en una sola garganta
no es la belleza metamatemática ni la vivisección áurea
de los más íntimos secretos de la conciencia, no es las tetas
de aquella ni su sudor para el recuerdo ni sus labios fríos,
no es la negación de la negación negada a su vez y dada vuelta.

Poesía por favor hablame porque no te quiero oír, y la vida se me pasa
como noticias publicadas sobre mí en cualquier otro periódico. 


Graducción 

locura          :        purity 

perro hecho de ladridos

calle hecha de atajos

vos, tu isocintura
tu isocuerpo

pureza        :        madness 

segunda mano de veneno
de segunda mano

pueblos ágrafos del mundo, uníos 


Esperanza de vida 

En el café del museo, después de visitar
el Salón de la Fama de nuestros ancestros, miro los ojos
de mi amiga sapiens, sus delgados arcos superciliares,
la frente abombada después de millones de años, la cara plana
y esos dientes diminutos. Tan parecida a mí
y al mismo tiempo escapada de su planeta
ancestral. Grandes órbitas nos contemplan
desde otras mesas, inmensos e inútiles
volúmenes craneales, manos que empuñan
con torpeza los tenedores de plata.
Pienso pobres neandertales, primeras víctimas
del lenguaje y la cultura en una época sin tótemes
ni prozac. En este lugar todo coexiste
apenas distribuido en el espacio.
Mi amiga calla hace algunos minutos:
mira mis ojos, siento miedo. Como si tuviera cosida
la boca, Lucy in the Sky with Diamonds. 


Arañas y abejas 

Me, poor man, my library
was dukedom large enough 
The Tempest, I.2 

A Juan Murillo 

—¿Cuál es tu aspiración como poeta?
—Hacer poesía que no lo sea,
por supuesto.

—O sea: ¿poesía moderna?
—No; no sé hacer poesía moderna.

—¿Alguna razón o solo sos inepto?
—Las dos, pero te lo voy a razonar.
El poeta moderno es un gusano de seda:
saca un solo hilo de lo profundo.
En cambio yo no pude con mi lectura de Shakespeare,
algo edípica, cómo no, pero él prefiere el telar:
hablar con las orejas.

—¿Entonces aspirás a escribir como Shakespeare?
—En realidad no he logrado ni plagiarlo.

—¿Alguna razón o solo sos inepto?
—Solo soy inepto.

—¿Y cuál es tu aspiración como poeta?
—Te dije que no sé escribir.
Pero si La tempestadfuera una alfombra
me gustaría ser un abejón que la recorre
huyendo de la furia de Próspero
y convertirme en uno de sus arabescos.
No sé si esto es posible.

—¿Y si no? 
—Ya vendrá otro abejón.




Esteban Ureña nació en San José, Costa Rica en 1971. Es poeta, editor y profesor. Estudió Filología Española y Literatura Latinoamericana, en UCR. Fue miembro del Taller de Literatura Activa Eunice Odio entre 1989 y1993 y de la iniciativa de escritores jóvenes Octubre Alfil 4 entre 1992 y 1994. Fue subdirector editorial de la Editorial Santillana Centroamérica Sur. Ha publicado el poemario Bestiario de amor (2004) ECR y Minutos después del accidente (2014) EUNED.
 

Cristian Alfredo Solera - Epitafios inútiles

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El poeta Cristian Alfredo Solera presentó su último poemario Epitafios inútiles, con la Editorial de la Universidad de Costa Rica acompañado de un prólogo del también poeta Cristian Marcelo. Estos poemas por íntimos no dejan de interpelar al lector en la hondura emocional y afectiva de su memoria, y quizá ahí residan sus mayores aciertos, pero para muestra un botón, y el autor comparte esta breve selección para que se anime a enfrentar el libro completo

Germán Hernández  

Oración de la mañana



Hoy no puedo contemplar los ojos de mi padre.
Me duele su extraña impureza,
su maldita imprudencia,
su aliento corrupto y su mirada cobarde,
su instinto asesino
con deseos de vencerme.
Sería mejor si faltara,
si no viniera a sentarse a esta mesa,
si no doblegara mis entrañas
con un poco de ternura
y un cálido olvido,
devoto desde siempre
de lo incorrecto y necesario.
Sería mejor, lo sé,
atravesar en lujoso tren el purgatorio,
tomar de nuevo vacaciones siniestras
para no volver a este desquicio,
no temerle a esa oscuridad que me ofrecen
todas sus carencias mayores;
darle un buenas noches hipócrita a mi madre
que hoy no vuelve a casa,
que hoy visita otras praderas
y que hoy me quiere desbordar
con la imagen de este hermano que me inquieta
y que me sangra.
Sería mejor no reconocerlo en el espejo
con este semblante que agoniza
ni dejarlo acariciar
por última vez a mi hijo
con la violencia de las sombras. 
Mejor no acabar este poema
por el que deberías mensualmente
pagarme tributo,
después de todo papá
aún llevas tu ataúd a cuestas,
tu suerte de hombre dormido,
taciturno y condenado.





Oración por el padre que nunca regresa



Jamás podría perdonarlo,
si en este instante me siento perdido
como un niño que no encuentra
una manera de herirlo con palabras.
Fui su hijo equivocado
entre las cosas que somos,
entre odios vencidos que se paseaban por la casa,
entre discos de Serrat y la Duquesa
y un par de tazas de horrible café
que jamás corresponde.
Aún así, miles de templos construí
con la palma de sus manos,
espejos para quinientas ceremonias
donde negaba mi sonrisa,
hogares lanzados de un golpe al vacío
y en los que todo cambia.
Ahora estoy seguro de eso,
en algún momento llegará a consolarme,
a tomarse veinticinco tragos de tequila
en esta cantina enardecida,
nebulosa y transitoria,
a decirme que no encuentra la manera
de entender cómo es que un puño de su ira
amenaza con besarme
cuando su mirada consternada
intenta llevarse mi encefálica inocencia.
Pero no. No me iré de vuelta,
quiero que lo sepa,
aquí me quedaré esperando
a un lado de este parque y de mi sombra,
el mismo autobús de colores
donde su muerte a veces viaja.





Carta póstuma a mi madre



Tantas culpas me caben hoy en la cabeza
por no atreverme a soñar.
Ya me aprieta esta desidia del alcohol,
esta furia ponzoñosa que quizá me dictamina,
esta venganza siempre dulce
en la piel del enemigo.
Por eso regreso a los retratos de Dios
y comienzo a murmurar con los brazos incorrectos
esta calamidad contagiosa
de soñar con mujeres dormidas
que desangran mis caderas.
Estas culpas,
contenidas en mi fe como una llaga.
Entretanto yo, en compañía de mis huesos,
de mi odio y de mi tren
y de aquel desayuno caóticamente irremediable
en el que todo te hizo falta.
En compañía del gato que aún no reconoce
su derrota y su consigna,
y de esta vaga memoria
que rebusca en todos mis recuerdos
una respuesta absurda,
una mujer simple y amorosa
que, víctima insistente de su propia destrucción,
quizá por esta vez
sí se levante entre los muertos
y sea como lo espero:
la golfa aventurera
que me bese y que me salve.





Travesuras



Para este momento quizá ya no te importe
cada poema concebido,
cada medalla recibida,
cada galaxia conquistada por mí hermosamente
con este puñado de pólvora
que traigo entre las manos.
Para este momento
los celos de mi madre me habrán condenado
a sucumbir por la casa,
a dejar mi ponzoña
como una herida que se cumple
delante del vacío,
a envolver mis palabras siniestras
antes de que estalle en sus pupilas,
antes de hundirme frente al mar.
Las horas regresarán para que todo cambie
y yo empiece por odiar
esta rara obstinación de ser otro,
estos cadáveres de mujeres que me llaman
en el punto final de este poema.
Mi visión del paraíso es
lo que sangra en mis rodillas,
otra vez los ojos empedernidos
y furiosos de mi madre
que sube las escaleras para venir a reclamarme
todos los cementerios que ahora le nombran,
y que creo
también le hacen falta.





Cadáver



Hoy pensé en suicidarme,
era tarde de lluvia
y no tenía más que castigarme con palabras
no sin antes declararme un alegato,
un nuevo guiño ante la niebla.
Creí que te había olvidado para siempre
después de tus besos,
después de tus manos,
después de esta cruz que voy cargando a cuestas
como un idiota
por lugares y reinos sin sentido.
No era suficiente un trago de whisky
ni el humo de un café ni un cigarrillo
para tener la frente en alto.
Tampoco una escalinata muy antigua
para subir hasta esa luna
de pronto reventada en las ranuras de mi cuello.
Había para entonces
un torbellino de sal en mi cabeza
dando vueltas como un trompo
en todas direcciones.
Y es que en algunos lugares
no quisieron recordarme adherido a la nostalgia,
asimilar que mis penas mayores
se salían de mis párpados
con el ceño fruncido y esta pútrida verdad.
Pensé seriamente en suicidarme,
pero no pude, y lo siento,
corrí ciegamente hacia el invierno
con ganas de decirte algo:
una culpa desde entonces,
una moneda entre mis labios
para salir victorioso de este patíbulo,
de esta noche ligera y tranquila
en la que habito impertinente
la mitad de otro sueño.





Noticias de casa



Ya no me quedaré dormido,
consintiendo que vuelvas una vez más
para de nuevo perderte.
No buscaré, lo prometo,
los mismos abejones en las heridas de tu madre,
es tanta mi impureza
que aún vuelo desorientado
con toda la vergüenza del olvido
y pidiéndole perdón entre las sombras.



Te traeré la canción que escribí para vencerte,
los jardines del tedio donde repasas tu esperanza,
los retratos de ella
si es que te atreves a mirarlos.
Tienes tanto dolor
que aún no has delegado tu ternura,
tu fatídico delirio,
solo volteas la página
en la que encuentras otro necio que te habla
de tu causa perdida,
de tu ingenua juventud.
No me quedaré dormido
cada vez que escriba un pecado capital
en cada uno de mis poemas.
Solo entiendo que Dios ya no sobra ni me alcanza
en esta casa y este sueño
donde siempre, por beber y fumar a menudo
voy siguiendo, ya ves,
los mismos inalcanzables pasos.





Cristian Alfredo Solera, 1975 ( San José, Costa Rica ). Profesor de literatura. Representante de Costa Rica en el XIX festival de poesía del Caribe, celebrado en Santiago de Cuba en el año 1999 y participante del Congreso Mundial de Poesía celebrado también en la ciudad de Santiago de Cuba en al año 2000. Miembro activo de la Asociación de Autores de Obras Literarias, Científicas y Artísticas de Costa Rica y directivo de esta misma asociación entre los años 1999 y 2001. Ha publicado Traficante de auroras, 1999, Fundación Intercultural de comunicación; Itinerario nocturno de tu voz, 2000, Editorial Líneas grises; Tú no sabes nada de la ausencia, 2004, Láser de Centroamérica.  Ceniza, 2005, Láser de Centroamérica; La piel imaginada, 2008, Editorial Costa Rica; Criaturas alucinadas y otros poemas que mienten, 2011,Editorial de la Universidad de CostaRica,  Impostergablemente la lluvia, 2011, (Poemario ganador del primer lugar en el  Certamen Lisímaco Chavarría, del CentroCultural José Figueres Ferrer, San Ramón de Alajuela); Poemas para no leer en tu funeral, 2013, Editorial Costa Rica; Epitafios inútiles,2014, Editorial de la Universidad de Costa Rica.



Ricardo Marín - El miedo es un director de orquesta

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Recién presentado este segundo poemario de Ricardo Marín, durante la pasada feria del libro 2014 bajo el sello de Ediciones Espiral, constataos su vena poética terrestre, lúdica y callejera, son poemas de calle, de peatón, de largas distancias recorridas en la vida, se le siente ese aroma a autenticidad, y el autor comparte con todas y todos los lectores esta breve selección de poemas de su libro, para que también se impregne y se anime a ir con todas por el poemario completo.

Germán Hernández


Lamento por Flor Vega

Lo último que escuché de vos
Flor Vega
fue sobre tu hígado del tamaño de una uña
de la vez en el hospital arrancándote las mangueras
y la morfina
en dosis más altas que el café

nadie entendió
para vos
las fechas siempre fueron de cuidados intensivos

¿fue necesario tanto exceso Flor?
¿fue necesario incendiar tu casa aquella madrugada?
¿ser la plana de los periódicos?

a punta de altas dosis de clonazepán
te soltaron un día la camisa de fuerza
y de alguna manera te tambaleabas por el barrio

nadie te dio una cerveza o un rosario
lo tuyo era a solas
porque el alcohol de fricciones no se comparte
porque el olor del pegamento
era superior a la caridad de las fisgonas
vendrán otras generaciones Flor Vega
vendrán otras generaciones con el pan bajo el brazo
ninguna de tu árbol genealógico

el útero se te convirtió en un silencio de crack
y nadie te defendió de las pedradas

estoy sentado en la banquita del parque donde
[solías asolearte
a ratos se acercan las palomas que te gustaba alimentar
con el estruendo de los carros
se alejan y se esconden en los pinos

a pesar de tu ausencia nadie las nota
nadie recuerda con aplauso tu voz de trompeta
ni la sonrisa que nos dabas
aunque te faltaran los dientes.


El Catalunia

Visto desde el bar Copas
es la última facultad
donde los universitarios se gradúan

abrazados bajo un paraguas roto
se ayudan a contar monedas
las pequeñas para el bus de regreso
las grandes para ser un solo hilo de carne

tras esos vidrios polarizados
aúllan por igual trotskas y futuras docentes del país
estudiantos de danza se arrancan la virginidad
y estudiantas de derecho el piercing
como si la sangre fuera un delito
o el último tango en San Pedro

las lenguas una encima de la otra
el fin del mundo se paraliza
en el intento de un orgasmo
y es en el jacuzzi donde sobresale
el mejor promedio

el sexo nunca es gratis
habrá que comparar precios
y estar atentos a que no vengan en la factura
las pulgas del colchón

bajo esta lluvia que limpia el año
como una lágrima en la axila de un muerto
los universitarios lo saben

por eso disfrutan de cada espasmo
aunque la crisis y el desempleo
tengan la última palabra.


Happy End

Recordá
al niño asmático de botines ortopédicos
sus pulmones y rodillas donde anotar en el basket
o correr tras el autobús fueron su ruina

recordá
la tendencia a despertar siempre en una mala hora
y  no tener a mano el Gravol
algún libro de Onetti
siquiera los ácaros que dejan las mujeres
cuando en verdad se marchan

recordá
el aviso del desahucio
como si un Testigo de Jehová
pasara la resurrección debajo de la puerta

recordá
el autogol de pesimismo
la fobia al sudoku y al dengue
el infarto que viene
la derrota como un bocadillo delicatessen

que no se te olvide
el hombre asmático de botines ortopédicos
que aspira llegar a los 40.


la culpa es de Mao Tse- Tung

                                    “hace mucho debí
                                      darme cuenta
                                      que tengo prohibido tanto
                                      la cocina oriental
                                      como dos días felices consecutivos”

                                                                                AlfredoTrejos


Nos gustaba la comida china para llevar
a ella un poco menos que a mi
ella comía con palillos robados del King-Jo
y aprovechaba la vajilla heredada de su madre
a mí me gustaba comer frente a ella
con la bandejita plástica y la cuchara sopera

comíamos en silencio
entre Paul Auster
Cavafis
y libros de colorear
con los que mi ahijada se entretiene
otras veces
entre periódicos careados por polillas
o sobre la foto de alguna asesina en serie
que bien podría ser la madre del vecino

los jueves generalmente
pedíamos chop suey en salsa
y dos huevos de tortuga
los domingos
wan tan relleno de camarón

el resto de la cena
lo refrigerábamos para 
el día siguiente
siempre y cuando
el pescado con bambú
oliera bien

meses atrás
ella se marchó en pijama
y arrancó el carro
como quién dice:
“no es por vos ni por la comida
pero las cosas  están declinando”

días después
los chinos se llevaron
el restaurante a la capital
y solo a mí me dolió

ahora
frente a casa
donde antes se escuchaba el wok
como el rugido de un tigre
pusieron una venta de pollo asado
y los pollos sudan arriba de las brasas
como clientes fracasados de un gimnasio
desde mi ventana los miro
hasta marearme

he bajado de peso
he puesto boca abajo los porta retratos
y con los palillos del King- Jo
que ella en su prisa
dejó olvidados
intento atrapar la soledad
como si fuera esa mosca
que se mece en la cortina.


Galindo el mesero

Nunca dije que era un oficio fácil
entre poner gagos de limón con cloro en los orinales
explicar lo mejor del menú
y el orden de las cuentas se me va la noche

atiendo mujeres que piden cervezas micheladas
aunque sus amantes las golpeen
a mujeres que piden tequila después de la oficina
y abandonan sus tacones y las buenas costumbres
a jugadores de dardos que visten como Julio Iglesias
y beben al mejor estilo de Chavela Vargas

ninguna compañera me toma en serio
y solo mis consejos se llevan después de la jornada
como si la experiencia fuera mi mejor servicio

mis días de camisa abierta y tango no volverán
la risa de Milagros no volverá  
los clientes de la mesa cuatro tampoco
envejecí sin poseer una canción
o una foto de familia que me explique 
mi bigote es la herencia del alquitrán
y  de las malas propinas

por eso hazte karateca o bombero
siempre habrá pendejos que patear
o prótesis dentales bajo las llamas
si vas a servir un trago procura hacerlo gratis
como el anfitrión que estrena felpudo en el portal de su casa
y sobre todo evitá las morenas que a primera entrada
te dicen que escuchan a Piazzola y esconden la milonga
entre sus piernas 

no sigan mi ejemplo

hice de mi vida un bandoneón que nadie toca
y cada vez que surge el viejo verde que me habita
lo afina un amor que no existe.


los poetas (se) aburren
                                                   a  F.G

La última vez que enrolamos
Bily Idol y Bob Dylan
tenían muy mala acústica

quise llorar
cuando te hablé de la abuela de Gomez Jattin
pero me contuve al escucharte
que Henry Miller la pasó peor
esperando un plato de sopa
en la habitación más indecente
de Villa Borghese

y con la tranquilidad de los huérfanos
tomamos la cerveza de los demás
como si voláramos cometas
en el patio de un orfanato

para entonces
la tarde era una anciana ovulando
en una pupila dilatada

recitaste de memoria el poema
que nunca sirvió para acostarse
con las universitarias 
mucho menos de himno 
para el club de yonkis que tanto anhelaste
y por  el mismo hipo de aquellos versos
nos ahogaron la cara a golpes
aquellos compañeros de facultad
que le robaban la cocaína a sus padres

te recuerdo hincado
buscando el libro de  Antunes entre el confeti
mientras mis nudillos mancillaban
las piedras del asfalto

no hay mucho por decir
salvo que tus Converse All Star
cuelgan ahora de un mercurio
y brillan casi igual que tus poemas

de mi parte
no he vuelto escuchar a Dylan ni a Idol
porque de nada sirve la poesía
si no te puedo traer de vuelta
sobre el filo de una tocola.



Ricardo Marín (Coronado, San José, Costa Rica, 1977). Varios de sus poemas han sido publicados en varias revistas y periódicos nacionales e internacionales como en la revista Malacrianza del Semanario Universidad y la revista electrónica Ping Pong. Fue incluido en la antología Lunadas Poéticas (Editorial Andrómeda 2006). Fue miembro del taller literario de la Casa Cultural del Instituto Tecnológico de Costa Rica. Su primer poemario, Para no pensar, fue publicado por la Editorial Arboleda en el 2008.
 

Los amigos venían del sur – José Picado Lagos

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La “historia de vida”, como técnica de investigación cualitativa, es de las más difíciles de recopilar, sistematizar, analizar y sintetizar. Cuando es trabajada y moldeada mediante los recursos literarios, se vuelve también un ejercicio virtuoso entre la ficción literaria y la palpitante realidad vaciada en ese difícil género llamado “testimonio”. Mencionemos dos casos relevantes: “Los hijos de Sánchez” de Oscar Lewis, o “Memorias de un cimarrón” de Miguel Barnet, textos que si no se hubiera advertido de previo al lector, los hubiera leído con la certeza de que se trata de proezas literarias (que también lo son).
 
Los amigos venían del sur, de José Picado Lagos se emparenta con las obras citadas, y cuidado si no se advierte antes al lector de que se trata de una recopilación de historias de vida de excombatientes costarricenses durante el proceso revolucionario en Nicaragua entre 1979 y 1987, el lector llegaría a pensar fácilmente que se trata de una exquisita novela épica y polifónica, pues su composición, el hilo testimonial, geográfico e histórico que se tejen fina y sutilmente en cada relato es en sí mismo un logro. No solo son las circunstancias históricas las que unen cada relato, también están unidos, fusionados magistralmente por la habilidad y el oficio de José Picado Lagos.
 
Creo que hay que destacar que este libro es valioso por el testimonio que expone, y también por el trabajo de composición de dicho testimonio (donde también contribuyó nuestro querido poeta Alfredo Trejos).
 
Estas historias de vida tratan sobre la solidaridad de Costa Rica en 1979 por la caída del tirano Somoza y en favor de la revolución sandinista. De las brigadas de costarricenses “Carlos Luis Fallas” y “Juan Santamaría”  organizadas por los Partidos Vanguardia Popular, Socialista Costarricense y el Movimiento Revolucionario del Pueblo con más de 300 combatientes de toda índole: estudiantes, campesinos y obreros. Gobernaba entonces Rodrigo Carazo Odio, quien simpatizó con la lucha armada del FSLN; y facilitó de varias maneras la insurrección, entre ellas el apoyo de la aviación venezolana pues Carlos Andrés Pérez presidente de Venezuela era otro gran amigo de la revolución sandinista (ironías de la historia, el gran enemigo de Hugo Chávez). Guanacaste pasó a ser un bastión del Frente Sur, se establecieron campamentos en nuestro territorio, se impartió instrucción militar, se coordinó el tráfico de armas, pertrechos y diversidad de insumos en apoyo al FSLN, en todo el país hubo casas de seguridad, se prestaron servicios de salud a los combatientes para su recuperación y rehabilitación, el país estaba con el pueblo nicaragüense.
 
Luego del triunfo, en el proceso, muchos costarricenses colaboraron con la incipiente revolución  en temas de educación, agrarios, apoyo logístico, militar y otras áreas. Los somocistas se rearmaron y formaron la contrarrevolución (o más bien un ejército mercenario con la única intención de desestabilizar al gobierno sandinista), con el apoyo del gobierno de Ronald Reagan construyeron bases militares en Honduras y Panamá. El antes gobierno amigo de Costa Rica presta nuestro territorio para pistas de aterrizaje en apoyo a “la contra” a cambio del apoyo económico de $2 millones de dólares diarios al gobierno de Luis Alberto Monge, para 1983 las organizaciones políticas costarricenses conforman la Brigada Mora y Cañas, que envió tropas para combatir a “los contras” de la Alianza Revolucionaria Democrática (ARDE) lideradas por el mercenario Edén Pastora, en el Río San Juan hasta su derrota en 1987.
 
A 36 años de la Revolución Sandinista, es totalmente válido rescatar el significado de lo que implicaba entonces hablar de “internacionalismo”, de “revolución” de contrastarlos, de someter a examen los testimonios de quienes estuvieron in situ, en la selva, la montaña y los sueños, y con  el primer entusiasmo domado por la cuesta de años encima, leemos los relatos de unos costarricenses, de unos amigos, de unos héroes prácticamente olvidados examinando esos significados de entonces, ahora. El saldo es conmovedor, humano, vibrante.
 
Nada de discursos trasnochados, ni furor juvenil. Tampoco un texto histórico, pero eso sí, lleno de historia; ni biográfico, pero lleno de vida y de vidas. Un texto que sabe bien que ya no tiene sentido adoctrinar, pero sí sabe restaurar la memoria.
 
Puede ser por eso, que el jurado de los premios nacionales Aquileo Echeverría 2013, concede  a este libro testimonio, a esta novela viva, el premio nacional de ese año en la categoría de “libro no ubicable”, aunque a la larga nos ubica a nosotros más bien, en un presente en que los “amigos ya no son amigos” en que se disputan litigios en nombre de soberanías abstractas, y fronteras que en lugar de unir separan, en que se olvida que esa línea imaginaria se cruzaba para luchar por los sueños más hermosos. Los “amigos de hoy” de la extinta revolución sandinista quedan desenmascarados: como el Mercenario Pastora, comandante de la “Contra” que en su propia tierra y a su propio pueblo le envenenaba pozos de agua, quemaba cosechas, masacraba y violaba niños y niñas y reclutaba humildes campesinos a cambio de no matarles. Impune, el asesino es ahora un paladín de la soberanía al servicio del orteguismo.
 
 Todo ello se puede constatar mediante este testimonio, y se puede hacer también todo un minucioso ejercicio historiográfico para comprender la cronología de los hechos, las circunstancias que mediaron y especialmente, para sentir las vidas que vivieron esos hechos y circunstancias y devolverles los latidos. Una lectura urgente, necesaria, imprescindible.
 

Germán Hernández.
 
 

Karla Sterloff - La Mordiente

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Karla Sterloff, debuta con el pie derecho con su primer cuentario “La mordiente” el cual fue reconocido con el premio nacional de cuento Aquileo Echeverría 2014. Apenas un preámbulo para una obra en marcha y que esperamos continúe por la prometedora que lleva hasta ahora. Y para los lectores y lectoras un delicioso entremés  que la autora ha querido compartir con El Signo Roto, los cuentos: Campo de algodones y La Barby,  para que se animen a descubrir todo lo que “La mordiente”  ofrece.


Campo  de  algodones

Las mujeres que tienen vida nocturna, salen a altas horas de la noche
 y entran en contacto con bebedores, están en riesgo. Es difícil salir a la calle y no mojarse.

Arturo González Rascón
Ex procurador de Justicia del Estado,  febrero de 1999.
En “El Diario de Juárez”, 24 de febrero de 1999.

Ya no puedo esperar más. Ahora solo resta la descomposición de mi cuerpo, la masa bizarra y uniforme de mis carnes camino a ser un líquido viscoso y mal oliente. El aire se envicia con el paso de los días. La cabeza sigue dando vueltas buscando la forma de  dejar entrar un soplo de oxígeno por alguno de los bordes de la nariz, por algún poro.
La vez que pasé por la esquina donde los carros estacionados con las puertas abiertas me llamaban, les dije mi nombre, coqueteé un poco con ellos. Pero luego no lloré,  no abrí las piernas. No acudí, ¿habré caminado junto a ellos?  Los recuerdos plagados de miedo son recuerdos exacerbados e inexactos, así que  tal vez acepté una cerveza.
─¡Bonita tu blusa, mujer! ─sonrisa.
─¡Guapa! ─otra vez sonrisa.
Volví la cabeza para sonreír también.
Me inquietaban aquellos hombres, tenía curiosidad, ganas, ese revoloteo en el cuerpo que me hace juntar las piernas y apretarlas con tironcitos pequeños.
“Guapa”, es una linda palabra, un imán para darme vuelta y fingir timidez cuando me aparto el pelo. Voltear esta trama errada parece sarcástico. No, más sarcástico que la cabeza siga el remolino de las horas y de los días que pasan como un coletazo de reptil hasta convertirme en esta osamenta en medio del polvo.
Terminaba el turno de las dos y caminé a la próxima parada del autobús. El calor a esta hora es un puñado de piedras en la espalda: seco, árido, grave. Suena.
Todo se escucha  con eco, el calor cayendo en diminutos granos de arena sobre el camino, la música de la camioneta saliendo estrepitosamente por la puerta abierta como una bofetada, los hombres con sombrero y los haces de luz de las botellas de cerveza en las manos.
Veo la hebilla plateada. La figura metálica con las fauces abiertas en la cintura, los ojos incrustados como piedras rojas y la correa gruesa y negra al borde del pantalón. Escucho las risas y luego los gimoteos. No es cierto que la muerte sea el final. Lo lamento por todo lo que nos enseñaron, por la vida vivida, por la tía Sara que dejó de buscar al vecino cuando volvió de la iglesia arrastrando aquel sermón  y por mi madre.  Me río de la falda en el colegio, una cuarta más abajo de la rodilla y del miedo al mar, a la noche, a los espantos y al fuego. No hay una luz en este espacio, ni un río, no hay ángeles que te encaminen a dios o al infierno. No hay santos, ni están los conejos que criaba mi madre, como pensé.
Los conejos. Mamá pasó toda la vida criando a estos animales, que pronto yo adoptaba como mascotas para después llorarlos, uno a uno, con la misma devoción con que mamá lavaba los zapatos ensangrentados. Imploro la vida de este conejo delante de mamá, esa es mamá que encoge los hombros con la mirada vacía y me da la espalda mientras se curten las pieles al sol y yo construyo la idea de un cielo blanco plagado de conejos.
Oiga usted el chillido del animal amplificado, vea su nariz rosada palidecer, los ojillos rojos dilatándose hasta la inmovilidad del resoplo. Vuelve el chillido del animal encerrado en mi pecho. Mi diafragma es pequeño pero me he vuelto sonora, asmática, acústica, acústica, acústica...
Un coyote ulula detrás de la montaña. Cuando calla, me percato de que no nací aquí. Esta tierra que me contiene, no es mi tierra. Tengo la vaga imagen de un tiquete de autobús y una fila interminable de personas con maletas y bolsas de fibra plástica.  Pongamos que fue un catorce, el día catorce que hui de casa alentada por un programa de radio. Era un programa infantil donde narraban una leyenda del sur. Radio Musicalito, efe eme, paratantantantán. “Bríncate el círculo de baba”, Lorena, me decía la caja aun estando apagada. Yo era la serpiente que murió de hambre y sed al creerse atrapada en la circunferencia de baba que el sapo había trazado. Él se llamaba Francisco. El primer año juntos fue bueno, luego vino el otro y los demás, y el círculo era cada vez más estrecho. Me sentía asfixiada. Sí, esa soy yo escuchando la radio. Asustada y de parchones, con interferencia y  efecto moiré. Lo planeé seis meses, el dinero, los papeles, salir sin dejar dirección ni contactos. Dicen que al norte hay trabajo.
Subo al autobús esquivando la bolsa de la mujer gorda con várices en sus piernas.  Ahora todo es vaporoso, la nube hacia la escalinata que lleva a la puerta parece estrecharse a su paso. Recuerdo a la  mujer gorda  porque la enagua de flores rosa que viste, parece terminar en las várices que se extienden hasta los tobillos, como los tallos de las flores sembradas en el jardín de casa. A cierta edad las piernas acaban siendo dos vástagos de superficie irregular. Así hubieran sido las mías en treinta años más.
El hecho es que la bolsa de plástico luce pesada, casi tan pesada como ella y cada vez que la mueve para avanzar en la fila, termina por rozar de alguna manera conmigo. Ahora ambas somos pasajeras.
La experiencia desde la ventanilla resulta alucinante. Adentro tengo una sensación que ahora podría describir como visceral. Se me seca la boca y las náuseas son un gancho prensado en el estómago. Fui saliendo de un hormiguero de gentes y automóviles y del silbido frío de la madrugada hacia paisajes donde el autobús se convierte en el único acompañante de su sombra. Son doce horas de maldito desierto. Maldito calor y frío extenuante que llevan hasta la frontera. Si alguna vez hubo camino, hoy lo cubrió el viento con su frazada de polvo y nubes y lejos de admirar el paisaje, cierro los ojos para que el sol no los queme. Treinta grados y el dolor en la nuca y el codazo inconsciente en el vidrio para despertar y caer en cuenta de lo oscuro que pueden ser los autobuses al filo de la nada.
La mujer de las várices duerme plácidamente reclinada sobre el asiento detrás del chofer. A cada tanto, el autobús da algún tumbo y la mujer cambia el brazo con que se apoya sobre el asiento. En unos minutos me preguntará:
─¿Va para el otro lado?
Le sonrío y asiento con la cabeza.
Ella se estira las medias, se acomoda en el asiento y vuelve a dormir.
Durante horas, no puedo dejar de pensar en sus venas deformadas. Una piedra debajo de la llanta, un animal solitario en medio de la ruta, una espina, la temperatura inflamada del sol, cualquier cosa provocaría el estallido de los tallos de sus piernas y a consecuencia, yo que estoy ciega por esta ventana, tendría que observar cómo se le tiñe de rojo la media de nylon hasta llegar al zapato, observarla sacar el pañito de la bolsa, limpiar el piso con la misma prolijidad con que se pule el piso propio cada mañana. Cierro los ojos con asco.
De paso, me río al sorprenderme pensando en el color de su sangre.
Esta vez debería ser sin lugar a dudas, verde. Sangre verde que liberaría a la vena de la presión que la ha deformado por años. Verde, como la de todas nosotras que irrigaremos los campos al lado de la Panamericana. No hay nombres ni lápidas en este lugar olvidado que vomitó el desierto, solo quedan las ramas leñosas donde los copos de algodón parecen conejos.

Fotografía de Margarita Durán.


La  barbi

El día que la antipática de Guiselle había traído todas las barbis a la escuela, Catalina conoció la envidia. Se había dedicado a observar cómo las cuatro elegidas por la arpía, se dirigían de la mano buscando un espacio en el suelo para vaciar el contenido del bolsito rosado.
─Aquí las tenés ─la oyó decirles a las otras niñas mientras las muñecas, vestidos y zapatos rodaban sobre el mosaico de colores. Una montaña de ropa diminuta y accesorios rosados fue colocada frente a sus ojos.
De espalda sobre la pared del pasillo, Catalina pudo escuchar cómo las niñas suspiraban mientras deshacían los nudos de las largas cabelleras y le probaban a las muñecas los vestidos de chifón que se les atoraban en las tetas.
Semanas antes, ella había traído sus muñecas regordetas sin ningún éxito, de esas que su familia solía regalarle en todos los cumpleaños, y que cada año, le gustaban un poco menos.
A su prima Adriana también le habían comprado barbis. Se las habían traído del norte y desde el momento en que Catalina las tuvo en sus manos, supo que lo que deseaba más en la vida, era tener una de las muñecas rubias, de cintura de avispa y delantera espectacular.
Su prima dejaba que jugara con ellas cuando Catalina la visitaba por las tardes. Tenía dos, una vestida de hada y la otra de hawaiana. Catalina se acercó a su madre con la barbi en traje de baño y anteojos de sol. Las piernas torneadas larguísimas de la muñeca terminaban en una perfecta punta. Una diminuta sandalia rosa cayó sobre la mesa del comedor donde tomaban café su madre y su tía.
─Mami, yo quiero una.
─Esas muñecas no son para niñas. ─dijo su madre ocupada en las imágenes que saltaban a latigazos del televisor de la cocina─. Luego le puso mantequilla a la galleta, sorbió un trago de café y continuó conversando con la tía Fresia sobre la telenovela.
El suspiro de Catalina no lo escuchó nadie.
 Parece que no había más posibilidad que conformarse con las bebitas gordas que tenía, hasta que Adriana, aburrida de jugar con las barbis, le heredara alguna. Claro que para esa fecha, ya estaría un tanto ajada y posiblemente con la melena mocha.
─¡No se hable más del asunto! ─Y así fue─. En casa no se hablaba de muchas cosas y los adultos determinaban la importancia y el orden de los eventos que marcaban las vidas.
Una tarde el sol se puso anaranjado y la chiquillada desbordó las aceras. La tribu de niños correteaba con ardor y todas las puertas lucían abiertas. El barrio era un bloque de casas siamesas que se enfilaban sobre cincuenta metros de cuadra.
Catalina sintió ganas de orinar. Así que pidió una tregua a los demás niños, se quitó los patines para no rayar el piso como había ordenado su mamá, y con ellos debajo del brazo y en puntillas, entró corriendo a su casa en busca del baño. Sintió como un hilito tibio empezó a humedecerle los calzones y apresuró el paso. El teléfono comenzó a timbrar desde la sala.
─Cata, ¿sos vos?, ¡Contestá, puede ser tu papá! ─gritó su madre desde la pila con los vasos y platos nadando en jabón.
Era bastante tarde y ahora irremediablemente tendría que cambiarse el calzón. Así que pegando brincos, dejó los patines a un lado y contestó la llamada con una de las manos entre las piernas.
─¿Aló?
 ─Aló, repitió Catalina frente al silencio que se escondía del otro lado.
Entre cada palabra un pitillo robótico marcaba las segundos. Cuando estaba a punto de colgar,  una voz de mujer preguntó:
─¡Hola, Cata! ¿Sos vos?
─Sí, contestó Catalina tratando de reconocer aquella voz tan fuera de su repertorio familiar.
─Marvin me ha hablado mucho de vos. Vos no me conocés, soy la Macha, una amiga de tu papá. ¿Cuántos años tenés ya? ¿Nueve, diez?
─Ocho, voy para nueve ─respondió apresuradamente Catalina sintiendo reventar la vejiga.
─Yo vivo en Estados Unidos, ¿sabés? Cuando vaya allá te voy a llevar un regalo y le pido a Marvin que nos presente.
Catalina optó por sentarse en el piso y arrugar la cara lo más fuerte que pudo. Luego siguió apretar las piernas, jalar más duro con la mano, pensar en que no se orinaba ya. Contener, contener…
─¿Te gustan las muñecas?, preguntó la mujer en medio del pitillo que marcaba la llamada de larga distancia.
─Ya estoy grande para eso, dijo Catalina pensando en sus bebés gordas.
─De seguro que te gustan las barbis. Aquí son las muñecas de moda, todas las chicas las quieren. La próxima vez que vaya, te voy a llevar una. Sentenció la mujer del teléfono antes de preguntar: ¿Y Marvin?
─No está.
─Gracias, mi reina. Guardame el secreto de que lo llamé. Yo llego por allá en marzo, vas a ver que barbi tan linda te llevo.
La tarde pasaba lenta. Los hijos de los vecinos todavía jugaban al fut y patinaban por la acera. El Chevy rojo de Marvin se estacionó sobre la entrada tumbando un árbol recién germinado de pitanga. Catalina recuerda que sobre el piso quedó una manchita de 
orines, que su madre lavaba platos vuelta de espaldas y que esa tarde no sacó más los patines. A la semana siguiente, Marvin empacó sus cosas en tres maletas que puso dentro del Chevy rojo. Había llegado marzo, con las flores de todos sus árboles explotando en el paisaje.


Karla Sterloff. Nació en San José, Costa Rica en 1975. Estudió Psicología y Ciencias de la Educación recién obtuvo el Premio Nacional Aquileo Echeverría de Cuento con “La mordiente” (URUK, 2014). Ha publicado también dos poemarios: “Especies menores” (EUCR. 2011) el cual fue galardonado con el primer premio en el Concurso de Poesía 2011 convocado por la EUCR,  y “La respiración de las cosas” (The Rolling Book)






Benedicto Víquez Guzmán se refiere a Apología de los parques

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Germán Hernández publica este año, 2014, la primera novela Apología de los parques y es Uruk Editores quien lo hace.

La novelita no pasa de las 86 páginas pero la calidad si supera esa  pequeñez.

Muchos podrían pensar que se trata de otra novela de la ciudad ahora enfocada a los parques pero no. La novela posee otras dimensiones literarias importantes y originales. No encontrará el lector una voz que lo guíe por una lineal historia sino voces que narran sus pequeñas historias o sus atisbos de historias, Así la novela pierde la linealidad del sintagma para desarrollar una especie de mural, no solo de voces sino de historietas entremezcladas que abren un hermoso paradigma lleno de sensibilidades humanas poco conocidas por el vidente que ve esas personas deambular por la ciudad sin aparente meta y menos proyectos de vida.

Ese mural permite ver y oír al lector gentes sin casi perfil alguno, con pequeñas ambiciones: una mujer que se escapa y el personaje la sigue por toda la ciudad sin poderla detener, asido a un amor desigual e imposible, un ciego que cuando un caminante le ayuda a pasar la avenida le quita los anteojos y recobra la vista, favor que se convierte en perjuicio para el cieguito que pierde su cotidianidad y rutina y  eso para él es fatal, un pordiosero que le falta una pierna y es rescatado por un médico que se sorprende cuando la pierna comienza a formarse y recobra su estado original, un guarda que se enamora de la jefa ejecutiva de recursos humanos en un hotel capitalino y no solo pierde su trabajo sino su amor platónico, imposible a pesar de su  lucha por conseguirlo, un zapatero que desea hacer un favor para que se lo agradezcan y daña unos zapatos que compra una joven y cuando viene a devolverlos le da el dinero y dos pares más. Poco después la muchacha regresa para que le cambie los dos pares regalados porque están dañados y muchas otras pequeñas historias más.

No es fácil observar, en esa casi vida de la ciudad y  los parques en particular, y penetrar en la sicología social, la impersonalidad, la rutina, la superficie sin perfiles, esa gente anodina que nada, en apariencia, tienen que decir y que más que vivir duran, y delinear sus limitados sentimientos, sus pequeños y a veces escasos proyectos de vida.

Y otro aspecto de la novela digno de destacarse es visualizar qué es lo que esa masa amorfa realmente necesita. Deja claro que sus necesidades son diferentes a los otros, los diferentes, los que disfrutan de otros bienes y condiciones o ¿serán iguales, vestidos decolores llamativos y peinados a la moda? La duda nos hará pensar. Y para ellos ni los milagros son importantes y más bien interrumpen sus actividades y  el logro de posibilidades de satisfacer necesidades primarias.
Benedicto Víquez Guzmán
Un símbolo de lo que  decimos está configurado con la muerte de las palomas. Quizás ellos son esas palomas que dan alegría y vida a seres anodinos, habitantes de los parques, niños inocentes como ellos, pero que también como ellos pareciera que algunos estorban y las matan. Es cierto que las palomas se vengan y la muerte por un cadáver de una de ellas, del viceministro, lo evidencia así  como la aparición de cadáveres en frente de los edificios y sobre todo las iglesias. Como a ellos, algunos piensan, hay que matarlos.

Original novela que bien podríamos ubicar como polifónica, de mural de voces, llena de sensibilidad y con un agudo sentido de la observación sobre un mundo que está a la vista pero que pocos se atreven, no a ver, sino a mirar y comprender.

Benedicto Víquez Guzmán


Georges Simenon – Maigret y las buenas personas

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Maigret recién ha regresado de unas vacaciones de tres semanas cuando lo despierta una llamada a las dos de la madrugada, es un colega suyo que lo alerta de un crimen  en un apartamento de Montparnasse, se trata de la familia Josselyn “el tipo de gente entre los cuales nunca se espera que pase una cosa así” La víctima es el señor René Josselyn quien ha muerto de dos disparos en su sillón, su mujer y su hija quienes estaban esa noche en el teatro lo han encontrado al llegar a casa. Antes, la víctima había estado jugando ajedrez con su yerno en esa misma sala “No ha habido robo ni fractura… los Josselyn no tenían enemigos… son buenas personas, que llevan una vida sin historia…”. 
 
Cuando Maigret llega al apartamento se pone al tanto y se entrevista con la hija de la víctima, luego con su yerno, la señora Josselyn está sedada y es incapaz de ayudar en ese momento, el cadáver es recogido, la investigación está en marcha, el revólver de la víctima ha desaparecido y todo apunta a que ha sido asesinado con esta, cuando Maigrét sale platica con el médico de la familia, no saca mucho “Son buenas personas. No tardé mucho tiempo en hacerme amigo de ellos” y del yerno de la víctima que también es médico “Es un hombre absolutamente entregado a la medicina y a sus enfermos, una especie de santo laico”, de la víctima descubre que padecía del corazón, que para cuidarse había vendido su pujante negocio de cartonería a sus empleados y que ahora se dedicaba a pasear por los jardines, a la lectura apasionada y al ajedrez. Maigret regresa a casa con un malestar, le produce un gran desasosiego tener que sospechar del doctor Fabre, el yerno de la víctima, tendrá que reconstruirlo paso a paso cada evento, descartado el robo, desaparecida el arma del Señor Josselyn con la que seguramente había sido asesinado, y estando la puerta cerrada cuando lo encontraron, sin duda el homicida era alguien conocido y en quien confiaba.
 
Maigret decide comenzar investigando en torno a René Josselyn, se dirige a su antigua cartonería y a ahí se entrevista con Juoane, uno de sus ex empleados a quienes les vendió el negocio y que al recibir la noticia de la muerte de su ex patrón reacciona sorprendido: 
 
“-¿Pero quién podía tener interés…? Escuche, señor comisario… Usted no lo conocía. Era la mejor persona del mundo… Para mí, un verdadero padre, más aún… Cuando entré aquí tenía dieciséis años y no sabía nada… Mi padre acababa de morir… Mi madre era asistenta… Empecé como mozo de recados, con un triciclo… Fue el señor Josselyn quien me lo enseñó todo… y quien, más tarde, me nombró jefe de servicio…”
-¿Tenía enemigos?
-¡Ninguno! Se hacía querer de todo el mundo. Dé una vuelta por las oficinas y pregunte a los empleados lo que piensan de él…
¡También él era una buena persona! ¿Es que Maigret, en ese asunto, no iba a encontrar más que buenas personas? El comisario estaba casi irritado”.
 
Más tarde en el apartamento de los Josselyn, Maigret se entrevista con la viuda, esta había pasado toda la noche fuertemente sedada, sorprendido por su aplomo, Maigret solo confirma lo que ya sabe en un penoso interrogatorio que dispara hacia la nada. Mientras tanto sus colaboradores han confirmado la coartada del yerno y le comunican los primeros resultados de la autopsia y las indagaciones con los vecinos del edificio.
 
Por fin, surge una pista, algo a lo que Maigret había perdido el hilo al principio, aparentemente entró al edificio un sujeto después de la partida del yerno anunciándose falsamente con el nombre de otro inquilino.
 
“¿Quién podía tener  una razón para matar a aquella buena persona?
Un poco más y el comisario empezaría a detestar a las buenas personas”.
 
Georges Simenon
Y es que en este bello capítulo de la saga creada por Simenon, los personajes son todos tan buenos que realmente cansan y agobian, no aportan nada al caso, el comisario habrá de hacer un gran esfuerzo para lograr penetrar esas fachadas de gente común, de bien y sin historia para resolver el crimen, habrá que esforzarse a fondo hasta encontrar la fisura, la grieta que finalmente saque afuera el secreto de la familia Josselyn. 
 
Maigret y las buenas personas fue escrita en 1962, y publicada con el título original en francés de Maigret et les bonnes gens, y es un hábil retrato de las familias pequeño burguesas de París.
 
“En París es raro que los vecinos se conozcan, excepto en los barrios populares. Todo el mundo vive su vida sin saber a quién tiene enfrente.” (¿Alguna asociación con nuestra vida urbana y pequeño burguesa de hoy?)
 
Y como es de esperar también, Maigret y las buenas personas es una demostración más del genio del autor para extraer excepcionales singularidades de entre la multitud y la generalidad.
Germán Hernández
 
 
 

Sergio Arroyo se refiere a Apología de los Parques

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Hay un punto del espacio en el que una cantidad indefinida de cuerpos se ha posado al menos una vez. Esos cuerpos nunca han coincidido y no pueden coincidir porque una de las cualidades fundamentales de la materia es que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo; sin embargo, en distintos tramos del tiempo sí es posible que dos cuerpos distintos ocupen el mismo lugar; con lo cual, al menos en la cuarta dimensión, esa en la que (no) interviene el tiempo, la soledad no existe. Y ese punto del espacio puede ser cualquier loseta del Parque Central de San José o de cualquiera de los parques y plazas donde ocurren las acciones de la primera novela de Germán Hernández, Apología de los parques.

Una fuerza o un impulso que nunca se nombra aparece en la novela desde la primera página y nunca se va, parece empujar a los personajes a escapar de la soledad. Pero, de todos los personajes, hay uno que parece recibir los mayores embates de esa fuerza y también es el personaje más misterioso de todos, un hombre llamado Raimundo.

Raimundo corre el riesgo de pasar inadvertido o, en el mejor de los casos, a ser confundido con un indigente. El hombre vaga por las calles de la ciudad siguiendo una ruta que solo él conoce. Cuando la noche lo encuentra, busca refugio en algún hotel barato y, más avanzada la novela, ya sin ningún reparo, se abandona a dormir en las aceras y las calles.

Sin embargo, a diferencia de los indigentes, Raimundo no es un sujeto estático ni está allí a la espera mejores tiempos, más bien está entregado a una búsqueda inútil, la de una mujer en quien descansan sus últimas esperanzas. A pesar de todos sus intentos por dar con ella, lo único que sale a su paso son multitudes de palomas muertas.

Ha sucedido algo en San José —no se sabe qué— que ha acabado con la vida de las palomas. Las permanentes habitantes de los parques de San José aparecen en distintas fases de descomposición, amontonadas unas sobre otras, a lo largo y ancho de toda la ciudad. Pero no todas están muertas, algunas se las arreglan para seguir volando en plena agonía, pero cuando ya no pueden más, simplemente se desploman, ya convertidas en diminutos kamikazes nacidos (o muertos) para matar.

Con la transformación de ese símbolo de la paz, que son las palomas, en agentes de la muerte, hay de fondo  una lectura irónica, pero profundamente crítica, del discurso pacifista costarricense de los eslóganes oficiales y los actos cívicos de las escuelas. No hay paz. La paz no es la ausencia de guerra. Nunca ha habido paz. Y si la hubo, la envenenaron.

Precisamente, a raíz de un accidente con una paloma que se derrumba, surge otra de las voces narrativas de la novela. Se trata de otro hombre, esta vez un vendedor de zapatos, que recibe en su casa una visita inusual.

Durante esta visita el hombre es objeto de un inesperado acto de bondad; y como si no fuera capaz de procesar el bien, se queda totalmente desarmado, incapacitado para reaccionar de otra forma que no sea devolviéndoselo a otra persona. El bien se convierte en ese objeto caliente que nadie está en condiciones de sostener y, por lo tanto, hay que pasárselo a otro.

Es en este momento cuando decide llevar a cabo un curioso experimento: se impone como objetivo hacer el bien por una vez en su vida, pero no un bien cualquiera, sino uno que no se pueda confundir de ninguna manera con el pago de un favor o con un chantaje velado. Este es otro de los temas de la novela, el bien inesperado en oposición al mal esperado.

Poco tardará el vendedor de zapatos en descubrir que no sabe cómo hacer el bien. La bondad no es parte de su naturaleza, sino un conocimiento por adquirir. La voluntad de hacer el bien lo termina arrastrando a crear un vacío que llenar o, dicho de otro modo, a preparar el camino para el bien a través del mal. Ese bien inesperado, más que un bien, parece ser la reparación de sus propias culpas añejas. La consigna de hacer el bien que nadie espera requiere de un beneficiado que esté dispuesto a sufrir antes un mal necesario.

El texto de Apología de los parques es un hervidero de crítica más o menos explícita. Al pasar cada página del libro, aparecen miradas que raspan sin miramientos la costarriqueñidad, sea lo que sea eso.

Una de ellas es la mirada que ridiculiza, por parcial, el discurso publicitario de sol y el pretendido amor por la naturaleza con el que se intenta vender el país en las ferias del turismo internacional, ese que destaca los valores ecologistas de una “Costa Rica esencial”.

Cada vez que un turista extranjero se topa con Raimundo, en pleno San José, y le pide las señas de una casa de cambio o de un putero, así es como responde Raimundo:

    —¿Ve estas vastas extensiones de banano? ¿Puede resistir un segundo como quien mira el sol todo este lesivo resplandor verde?, pues bien, internándose por estos estrechos surcos que dividen las matas y cuidando de no caer en las zanjas donde las coralillos y las terciopelos esperan los tobillos descuidados, caminando por ahí y esquivando los charcos infectados de Nemagón y las nubes de mosquitos, siga derecho, no le puedo decir cuánto, pues siempre se pierde la noción de la distancia entre la monotonía del paisaje, pero no se desanime, lleve el paso constante y al cabo de veinte minutos deténgase y descanse para recuperar el aliento, porque sin importar donde esté, ahí mismo debe doblar a la derecha y caminar siempre en línea recta, ahí la geografía es un poco más adversa, puede ser que tope con alguna aldea, los nativos le ofrecerán un vaso de agua, aunque tibia y de dudosa potabilidad, usted la beberá con gusto, jamás tenga miedo de perderse, eso sería lo peor, guarde energías para cuando deba cruzar los ríos, cuando al fin dé con unos antiguos rieles abandonados, ya estará cerca.

Sergio Arroyo
No es que Raimundo se burle de los turistas, nada de eso, lo que ocurre es uno de los numerosos momentos fantásticos que atraviesan Apología de los parques. Cada vez que da una dirección, él mismo parece migrar a esa San José de la jungla, cercada de plantaciones bananeras y poblada por nativos, una San José que solo se puede recorrer con alguna seguridad si se toman en cuenta sus indicaciones al pie de la letra. Y como si esto no fuera suficiente, ya sea que escuche los prudentes consejos de Raimundo o que no lo haga, el turista deberá asumir el riesgo de toparse con toda clase de bestias salvajes y hambrientas.

Muchos son los discursos que se cruzan en la novela de Hernández, cada uno ocupado de una cuestión distinta que no se profundiza en esta nota: la condenación de los milagros, la “sustituibilidad” de los engranajes —las personas— de la maquinaria urbana de producción y la dificultad de distinguir entre una persona y un objeto, como lo puede ser un maniquí.

Los discursos, sin embargo, no parecen resolver ningún problema. Tampoco lo intentan, solo ponen de manifiesto los líos y los nudos de que forman parte los solitarios visitantes de los parques y las calles de una ciudad cualquiera, como lo puede ser San José.

Sergio Arroyo.

El presente texto apareció publicado en la revista Paquidermo.


 

Diario de Finisterre – G.A. Chaves

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Todo lo que es sólido se disuelve en el aire
K. Marx


Antes de referirnos a esta estupenda novela, cabe hacer un par de aclaraciones o advertencias tanto para quien ya leyó Diario de Finisterre como para quienes están a punto de hacerlo.

Primera aclaración:

San José, como personaje o como escenario literario no es una novedad. Hace rato que la narrativa costarricense ha logrado librarse de los naturalismos y criollismos para apropiarse el espacio urbano. Habrá a quién quien le parezca “polo” referirse a San José como sujeto literario, ya sea que sirva de sustrato para el desarrollo narrativo, o ya sea como personaje, y tal vez tenga razón cuando San José es equiparada con una Babilonia, Sodoma, Gomorra y Babel todas juntas, cuna y suma del pecado y todos los males de la tierra. Eso por supuesto es un clisé muy cursi, y lleno de moralina y es un hecho que se evidencia en muchas obras, especialmente en la poesía: que el discurso sobre la ciudad y en especial San José parezca la toxica prédica condenatoria surgida de un púlpito dominical.

Pero no se alarme, en Diario de Finisterre, San José es una ciudad muy amable, un lugar donde se puede vivir y soñar, un lugar que se transforma a cada instante según su observador. Por sus proporciones, por sus múltiples rostros, San José puede ser abordada desde su diversidad y conocida selectivamente, ni la mejor ni la peor, tan solo un objeto-espacio con toda la dignidad de convertirse en un sujeto-literario. Igual valor literario tienen París, Londres y San José, lo profundamente humano y el sentido habitan igualmente en estas ciudades y en cualquier otra.

Aclaro esto, para ya no tener que referirme al asunto de la ciudad en Diario de Finisterre, brillantemente tratado, pero un tópico más, ni el más relevante, ni novedoso.

Segunda aclaración:

Tiene que ver con las expectativas de lectura, en especial en un país donde poco se lee, y de esa pequeña población de lectores, su preferencia por un autor u obra nacional es todavía menor. Salvo, eso sí, los libros condenados y destinados a las labores escolares y a fecundar el odio por la lectura, o bien, aquellos que generen algún tipo de escándalo (por demás extra literario)  que despierte la morbosidad del público. Para el lector más o menos habitual, que busca mensajes profundos, hermosas alegorías sobre la vida, enseñanzas y gestos ejemplares, de antemano le digo que no las busque en Diario de Finisterre. Esta novela debe ser leída sin prerrequisitos, tan solo con la intención ociosa de gozar un texto cuyos logros plásticos tanto de composición como lingüísticos son portentosos. Los otros constructos, sobre la existencia, sobre nosotros mismos, la manera en que nos desnuda esta novela, es ganancia.

Dicho lo anterior, podemos pasar al texto, priorizar en lo que nos parece más relevante y es la construcción de personajes sólidos, complejos y psicológicamente logrados, Carlos Agustín Galsonati es todo un logro literario, G.A. Chaves al igual que su tocayo Flaubert ha alcanzado construir un personaje al nivel de una Madame Bovary. Esa elaboración minuciosa que nos permite contemplar a un personaje, verlo actuar y desenvolverse, cobrando vida en el transcurso de la novela, un personaje que es "lo que hace" y no lo que "nos cuentan que hace", que es "lo que dice" y no lo que "nos dicen que dice"; eso requiere maestría y trabajo arduos, igual podemos referirnos de otros personajes: la tácita Sonia, la encantadora Denia, el maravilloso Rubén. G.A. Chaves ha logrado su  le mot juste” en cada personaje.

La novela está compuesta por siete capítulos que corresponden a un día, cada uno en orden cronológico, y de una Obertura y un Epílogo.

Sonia se ha ido para Brasil por quince días, y no ha pasado el primer fin de semana y Agustín Galsonati, su esposo, ha entrado en un profundo paroxismo, la casa está hecha una pocilga, no ha preparado sus clases universitarias, “Era como si el mundo se hubiera ido a Brasil con Sonia.” (pág.17) Tras mil esfuerzos logra reponerse, sobrevive a una intensa resaca el lunes, imparte sus lecciones en la Universidad de Costa Rica  y logra al fin ordenar un poco su mundo cuando se encuentra con Rubén, su amigo de la infancia y desde siempre, que es músico igual que él para almorzar juntos como todos los lunes y platicar entre bromas y discusiones bizantinas sobre la música por la que parecen sentir en lugar de vocación y convicción, oficio y obligación. Pero aquí es donde se nos declara un aspecto importante sobre la personalidad de Galsonati y Rubén. Para Rubén encontrarse con su amigo es parte de la vida, un asunto trivial, una escusa para nutrirse y renovarse, literalmente y anímicamente. En cambio para Galzonati es la vida, desde el momento en que algo se rompe o no funciona dentro de su administración de rutinas el protagonista entra en crisis. Es curiosa esa fragilidad, que contrasta con los odiosos juicios de valor de Galsonati que parece condenar las vidas y gestos de todo el mundo. Despotrica durante ese almuerzo contra el matrimonio, pero él está casado, pero claro, no como los demás, el sí tiene una razón verdadera (según él) “la necesidad de justificar que Sonia lo acompañara cuando él fue a hacer su doctorado al extranjero. Ellos no necesitaban de seguridades formales para estar juntos. Ni siquiera se habían molestado en intercambiar anillos de bodas.” (pág. 29)Y termina trivializando aquello que no se ajuste a su forma de ser “Es muy típico de gente que se casa con alguien sólo para que les regalen electrodomésticos en la boda, para que el banco les apruebe el préstamo para construir la casa, para dar la apariencia de ser estables y recibir un ascenso en el trabajo, para no sentirse solos y para amortiguar impuestos. Con ese bostezo de vida cualquiera se aburre y termina buscando consuelo en estupideces.” (pág. 29)

Más tarde, en casa, hace intento por retomar la lectura de una novelita, Boca del Monte de Susana Domingo, segundo volumen de una trilogía llamada Eva San José, pero no tiene éxito, dormita el resto de la tarde mientras “llegaba la hora de ir al concierto de esa noche del Festival Internacional de Música en el Melico Salazar. A Galsonati le era indiferente el concierto, pero tenía tiquetes de cortesía por haberse ofrecido a presentar a un profesor estadounidense que hablaría al día siguiente sobre Anton Reicha, su predilecto y olvidado compositor checo, y por alguna razón se sentía comprometido a asistir.” (pág. 34)

Inicia los rituales, “Como siempre, descartó ir de traje entero, convencido de que eso es lo que hace la gente que no sabe de música y asiste a conciertos por cultura. Descartó también ir en jeans y con las faldas por fuera (primero, porque hacía frío; segundo, porque él no era ningún fachoso con ínfulas de artista de esos que van a conciertos para “alimentar el alma”)”(págs. 36-37) como siempre con el aguijón para los demás y su altamente estimado sentido práctico.

Y previo al comienzo del concierto, “Notó que los músicos vestían todos iguales y fue cuando cayó en la cuenta de que el concierto de esa noche era con la Filarmónica, lo cual le resultó terriblemente aburrido porque él había venido con la esperanza de escuchar a músicos extranjeros, y no una orquesta local que podía oír cuando quisiera. Para eso lo llamaban, pensó, Festival Internacional de Música.” [….] “A Galsonati le resultaba siempre un fastidio tanta ceremonia alrededor de gente que él conocía de guareras y de chismes del medio. Lo único que le ayudaba a tomar distancia era ser profesor de teoría y no instrumentista, pero igual se sentía fastidiado por ese medio tan aburrido y endogámico.” [….] “No solo tengo que oír a una orquesta local, sino que también tengo que sufrir de entrada el mayor cliché de la música actual: una pianista china” [….] “No podía creer que, una vez más, hubiera caído en la trampa de asistir a un festival tercermundista” (págs. 38-39) Galsonati no lo aguanta y sale en el intermedio, cuando lo llaman en la calle, es Ana María, fagotista, salvadoreña-norteamericana, una antigua compañera de estudios, resulta que ella también toca esa noche, el encuentro hace a Galsonati regresar al concierto y luego salen a cenar, concretan un posible segundo encuentro, pero Galsonati titubea, siente que todo a su alrededor conspira en su contra, lo empuja hacia pensamientos y deseos hacia su amiga que no había considerado, pero lo peor es que se siente por un instante capaz de concretarlos. “Galsonati lo consideró. Se puso a pensar que si se quedaba un minuto más en esa habitación era posible que no pudiera irse nunca. Ana María notó la pesadez de los pensamientos de Galsonati y decidió cortar por lo sano”(pág. 54). Y aquí aparecen los escrúpulos de Galsonati, su falsa moral, esos “demonios solteros” que lo acosan según él, desde que perdió el confort y el orden de su vida con la partida de Sonia y que ya no lo abandonarán pese a negarlo.

El martes despierta con la llamada de su amigo Rubén, “ayer te vieron entrar a un hotel capitalino a altas horas de la noche con una chica de humo que nadie sabe a dónde va, dónde vive, y todo está mal…” (pág. 55) Galsonati aclara todo con naturalidad. Las llamadas matutinas de Rubén serán a partir de este momento el contrapunto, el detonador que enciende las luces de alerta en su amigo. A media mañana en su cubículo universitario Galsonati recibe una inesperada visita, se trata de Denia, una chica cándida y hasta ingenua, metida en el mundo vegano y new age, es estudiante de canto y además mesera en la Soda Pilar donde tan a menudo va el protagonista y quien nunca la había determinado. Ella le ha traído un sandwhich orgánico, quiere que lo pruebe, ella es beligerante y quisiera que en su trabajo se ampliara el menú con comida sana, y confía en la opinión de Galsonati, terminan charlando un rato. Galsonati escribe un correo a Sonia y hace una llamada furtiva a Ana María sin éxito.

Por la noche presenta al experto en Reicha. Téngase en cuenta que Galsonati pese a ser Doctor en alguna especialidad musical, no es quien hace la ponencia, sino otro; que siendo profesor universitario no da clases de composición, sino de apreciación musical en Estudios Generales; que su amigo Rubén lo llama “Teoriquín”, por lo visto Galsonati es un profesional venido a menos, o más bien, conforme. Al final de la conferencia Rubén se junta con su amigo. Dispuestos a tomarse unos tragos aparece Denia que también ha asistido, a Rubén le avisan que su hijo ha tenido una crisis de asma y tiene que irse. Es un momento crucial para Galsonati, tiene que ser espontáneo e invita Denia a una cerveza antes de irse, descubre que puede decir cosas ingeniosas, que puede pasar un buen rato, “que podía darse el lujo de ir caminando de noche por Barrio Escalante con una muchachita que apenas estaba naciendo cuando él ya tenía cédula”(pág. 73) que ha recuperado el control otra vez y entran al Bar Buenos Aires, al rato pasan a recoger a Denia unos amigos, ella se despide, “Bueno, profe… Galsonati escuchó “profe” y entendió “abuelito”” (pág. 76) la brecha entre ambos según él es inmensa, solo, toma una cerveza más y camina hasta su casa y se acuesta a dormir. Galsonati es un adulto joven que no llega a los cuarenta y cinco años, por eso sorprende su patetismo. No es que alentemos las relaciones asimétricas, pero definitivamente Galsonati confunde una cosa con otra, es él quien se impone una serie de límites y barreras bajo el estandarte de una dudosa ética, hipócrita y conservadora.

A las seis de la mañana del miércoles, un trasnochado Rubén llama a Galsonati. Hablan de la tragedia de su hijo Carlitos, Rubén bromea, alienta y condena su encuentro con Denia, y un siempre recto Galsonati niega cualquier posibilidad de aventura de su parte, “uno, que a mí nunca me han gustado las mujeres que son más jóvenes que yo; dos, que para mí no hay placer en la vida como dar clases de música y que no voy a comprometer eso por un revolcón escandaloso con una carajilla que de fijo lo que quiere es sacarse buenas notas conmigo cuando le toque” (págs. 79-81). Solo Galsonati se lo puede creer, hasta aquí sus posibilidades de un “revolcón” son ridículamente nulas, no ha hecho nada de qué arrepentirse, por eso es tan divertido leer las razones y meditaciones de Galsonati al respecto, ridículas para alguien tan “racional, laico y ateo” que jamás admitirá que se puede “pecar” de pensamiento. La única culpa que siente es no haber cocinado en todos esos días, ni haber ido de compras, el miércoles es su día libre y no lo pasará inmovilizado en casa.

Sale de su casa, desayuna en el Mercado Central, compra algunas cosas y cuando sale, divisa a una mujer que definitivamente tiene que ser Sonia su mujer, la sigue, tiene que comprobarse a sí mismo que no es ella, finalmente la pierde y no logra alcanzarla. Azorado, no le perturba el haber visto a una mujer idéntica a su esposa, sino haber creído que era ella. “Podía existir alguna razón para que Sonia hubiera querido ponerlo a prueba y montarse la impostura de un viaje a Brasil con el fin de seguirlo por dos semanas y ver de qué fibra moral estaba hecho su esposo?” (pág.90) caminando “se topó con la mirada acusante de los dos ángeles de la iglesia de La Dolorosa.  –Yo no he hecho nada –les dijo.” (pág. 90) Llegando a casa echó una miradilla hacia la Soda Pilar por si veía a Denia, ya en casa revisó su celular por si Ana María le había llamado, pero ni señales de ellas. Se dispuso a arreglar la casa y luego de unas horas, como para coronar aquel esfuerzo se puso a cocinar, hay que ver el detalle y parsimonia con que lo hizo, y todo el ritual para comer, terminó de arreglar la cocina y retomó la lectura de la novelita que había comenzado hacía unos días, así se pasó toda la tarde dormitando y leyendo hasta la hora de cena, volvió a cocinar, alistó sus clases y para congratularse por todo lo que había hecho ese día, salió a tomarse un par de cervezas en La Bohemia, ¡que animal de costumbres! “Todo estaba bajo control” (pág.93).

Pero tal vez no por mucho, Galsonati va a tomarse su recompensa en el bar La Bohemia, con toda tranquilidad lee La Boca del Monte, la novelita tantas veces pospuesta por la modorra y la apatía, un pasaje le ha recordado el episodio de la mañana cuando vio por la calle a una  mujer idéntica a Sonia y es interrumpido. Es Denia otra vez, que ha venido hasta su mesa a saludarlo, se sienta con él y se interesa por el libro que está leyendo, lo invita a una lectura de poesía la noche siguiente que amenizará ella con una amiga que casualmente cumple años esa noche, “Galsonati tenía sentimientos encontrados respecto a la propuesta. Por un lado, con solo tener a Denia enfrente por un par de minutos, sentía que ya no quería dejarla irse. Le alegraba la vida, y le entraban ganas de abrazarla. Eran pensamientos que al mismo tiempo lo excitaban y lo enternecían, y luego lo hacían sentir como un cretino.” (pág.96)

Despierta, es la mañana del jueves y la llamada de Rubén es breve, solo para confirmar el almuerzo juntos más tarde. Desayuna en la soda El Pilar, y camina hasta la academia donde da clases, pero en algún sitio “entre la Corte y la Asamblea Legislativa, se le había activado el culo-radar –como lo llamaba Rubén- y ahora en cada dirección que miraba lo único que podía detectar era escotes prominentes y enaguas talladas entre las abogadas, pasantes, magistradas, asesoras, secretarias, diputadas y cuanta mujer le saliera al paso. Se convenció de que el calor era culpa de los diablos solteros.”(pág.101) Termina las clases y sale caminando hasta su encuentro con su amigo en el Restaurante Whapin. San José es un territorio peatonal y conquistado por Galsonati, cuando se encuentra con su amigo bromean y ríen un rato hasta que Galsonati pregunta “¿Vos que pensarías de mi si yo le diera vuelta a Sonia con otra mujer?” (pág. 105) Un Rubén casi paternal le responde “yo no juzgo [….]yo creo que lo mejor que podés hacer es irte a casa, ver porno en Internet, jalártela un rato, y no arruinar tu vida y la de otra gente con varas que , por más que uno las idealice, nunca terminan bien.” (pág.105). El resto de la tarde pasó leyendo “La Boca del Monte” hasta terminarla, y ya en la noche se alistó para ir a la presentación de poesía en la Alianza Francesa, ahí se sentía un poco fuera de lugar pues no conocía a nadie, Denia fue a saludarlo y le dio un una mariposa de origami. Siempre juicioso, analizó la interpretación de Denia, a los poetas y cuando anunciaron al último, un tal G.A. Chaves, a Galsonati le resultó conocido, en efecto, sacó de su bolsillo el ejemplar de “La Boca del Monte” que había traído para prestárselo a Denia y confirmó que la contraportada había sido escrita por ese Chaves.

¿Quién es este G.A. Chaves de ficción?, ¿el autor de Diario de Finisterre?, ¿el narrador de Diario de Finisterre?, ¿tan solo un personaje? Desde luego que todas ellas. Pero detengámonos un instante en esta deliciosa intrusión del autor. No es nuevo, otros autores han hecho lo mismo, los tres primeros que se me vienen a la mente son Georges Simenon, Andrea Camilieri y Paul Auster y en los tres casos se trata de novela negra. En el primero, Georges Simenon en una de sus novelas de la saga de su comisario Maigret, “Las memorias de Maigret”, el detective cuenta cómo se le encomendó colaborar con un joven escritor George Sim (seudónimo muchas veces empleado por Simenon) para que lo acompañara en sus investigaciones y le facilitara información de cómo es el trabajo de la policía judicial de París. Maigret no solo nos hace saber sobre su inconformidad, sino que también nos da su opinión de los libros que Simenon escribe sobre él, los cuales considera como pura fantasía, y que nada dicen sobre cómo son realmente las cosas en el mundo de la policía judicial. El segundo caso es el de Andrea Camilieri, en su novela “El campo del alfarero”, su detective Salvo Montalvano, en medio de una investigación empantanada, toma de su biblioteca una novela de Andrea Camilieri y al leerla le sugestiona nuevas pistas para su investigación, desde luego que eso no le impide al comisario Montalvano criticar las novelas de Camilieri que considera mediocres. Y el tercer caso, en la novela “La ciudad de cristal” de Auster, el mismo Auster es personaje de su novela y asiste a su desvalido protagonista en sus delirios y enajenación.

Este hermoso y difícil recurso está bellamente logrado en Diario de Finisterre, surge sutilmente y a partir de este momento la novela da un giro y muchos eventos incidentales pasan ahora a primer plano y logran su justificación dentro del texto. Además, el curso de la narración deviene en su Epílogo en forma de “crónica”, desde luego que este cambio no es más que una simulación y una farsa, en ese sentido nos recuerda el genial díptico “Los lanzallamas” y “Los siete locos” de Roberto Arl.

G.A. Chaves
Dos versos de un soneto leído por G.A. Chaves han calado en Galsonati, “… y con sed genital se prodigaron afectos que la luz del día aclaró”(pág.108) Cuando termina el recital avanza hacia Chaves, “Sentía que Chaves, más que Rubén o que un cura o un psiquiatra, tendría alguna idea útil sobre cómo lidiar con esa “sed genital” que se confunde con “afectos” (pág.110) Galsonati lo aborda, y comienzan a platicar de “Boca del Monte” y de cómo conseguir la trilogía, (la sed genital pasa a segundo plano) Chaves le explica que solo se escribieron dos novelas, la primera escrita por él “Las cartas flamencas” y la segunda “La boca del monte”, “El tercero se encuentra en estado pirandélico: anda en busca de autor” (pág.111) Galsonati se interesa por la primera novela y Chaves se la ofrece y para ello caminan un par de cuadras hasta la casa del autor  donde Chaves le obsequia la novela. Galsonati regresa presuroso hasta la Alianza Francesa donde sabe que está Denia, para ir a la fiesta de cumpleaños de la amiga. En casa de la cumpleañera, en medio de grupos de jóvenes, Galsonati se sintió transportado a sus tiempos universitarios “un tiempo imborrable que por suerte ya se había acabado” (pág. 113) “y soportó, por espacio de unas dos horas, la música bailable, las constantes presentaciones de Denia a amigos suyos que a Galsonati no le interesaba conocer, varias versiones del mismo infructuoso intercambio en el que alguien quería saber a qué se dedicaba y varios gestos de temeroso respeto por parte de los asistentes varones que probablemente lo estaban confundiendo con el papá de Camila” (la cumpleañera) (pág. 114). En algún momento de la fiesta Denia y Galsonati tuvieron un momento a solas, hablaron de la mariposa de origami, del poema escrito en ella, del tiempo para estar con uno mismo, de los fracasos amorosos, en fin, la más inofensiva charla de amigos, pese a los escrúpulos de Galsonati. Antes de irse, le entregó el ejemplar de Boca del Monte a Denia.

La madrugada del Viernes, cuando ya se dirigía a su casa, sobre el Paseo Colón un evento va romper definitivamente el “mínimo de paz mental que había obtenido después de su conversación con Denia” (pág. 119), entramos en un intenso frenesí, Galsonati ha perdido el contacto con la realidad, todos sus ridículos sofismas naufragan, cree que sus racionamientos son más reales que la realidad y se pierde en su propia demencia inducida por sus escrúpulos, hasta que su errático noctambulismo lo lleva de nuevo hasta G.A. Chaves, que magnánimo lo recibe, le ofrece café y un enigma, y seguramente las mejores páginas de esta novela: la desmitificación definitiva de San José y la puesta en evidencia del intelectual orgánico (como diría Gramci) que es Galsonati, y que es a mi modo de ver, de los más logrados personajes de ficción que se ha construido en nuestra literatura.

A Galsonati todos lo conocemos, ha sido nuestro profesor en la universidad, ha sido nuestro jefe en el trabajo, es el laico hipócrita y conservador que se pierde en su retórica y su autosuficiencia, un inútil que nadie echará de menos, un heliogábalo onanista, el más cobarde de los cobardes. Un perfecto hombre occidental y moderno.

Este personaje,  sin ayuda de nadie se ha perdido para siempre hasta el fin del mundo donde nadie irá a buscarlo, y esta novela, última entrega de una trilogía imposible, es testimonio de una de las sagas más exquisitamente logradas de la literatura costarricense.

Germán Hernández.



Intento de prólogo en Fa menor - Laura Fuentes se refiere a "Apología de los parques"

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Se tiende a defender aquellas causas que mucha gente considera perdidas, como la vida en Marte, el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos, y claro, el hipotético caso que nos ocupa, el transcurrir de la vida en los parques de un satélite aldeano con ganas de ciudad. Este sitio, semejante al casco central de San José de Costa Rica, es donde Germán Hernández localiza la acción de su novela, es un contexto urbano ceniciento, cuya peculiar belleza quizás se encuentra en las grietas espacio-temporales que permiten la evasión del recinto, o bien, la asimilación al engranaje que sostenido entre neón y monumentos olvidados, recoge el gastado andar de una especie urbana neo-tropical.

Es sobre personajes desposeídos de glamour, cuyas vidas parten de la búsqueda, la huida y la persecución, a veces superpuestas, otras veces contradictorias, porque el monopolio del autoengaño huele a homo sapiens, que el autor construye un relato convincente sobre las carencias cotidianas, la sobrevivencia del cuerpo y del espíritu, o tal vez, solamente sobre los afectos idos y anhelados.

Ya dentro de la trama, el narrador entra y sale de las subjetividades de transeúntes y personajes que pueblan la aldea urbana, como si fuera un realizador cinematográfico mostrándonos los planos de sus personajes, va cámara en mano, proyectando una suerte de travellingmental, donde privilegia el monólogo interno. Así, este narrador nos presenta desde travellings de seguimiento, que finalizan bruscamente con un elemento inesperado que cambia la acción, cuyo desenlace creemos ingenuamente adivinar, hasta travellings de presentación progresiva, donde el narrador va mostrando paulatinamente los detalles de aquello que contempla el personaje, desde un plano subjetivo.

La comparación cinematográfica no es fortuita, pues en esta novela de Germán Hernández se nota un detallado trabajo de observación e interpretación de la fauna urbana, mostrada como una intrincada red de tentáculos humanos que se succionan los unos a los otros hasta perecer o formar otro tentáculo aún más monstruoso. El resultado parece ser el humus donde crece el cementerio de palomas en que se convierte la ciudad capital.

Abundan los guiños fantásticos en “Apología de los Parques”; las palomas se transforman en una plaga de proyectiles asesinos, un montículo de hojas implorante es una mujer violada que sigue al protagonista hasta dispersarse en el viento o en el olvido, otra mujer se extrae el corazón y lo conserva en la nevera, Dios es una luz azul surgida de un proyector imaginario que acosa con su presencia a uno de los protagonistas, y asistimos a un espectáculo –curiosamente aún no ideado por los tecnócratas- que podría llamarse explotación sexual comercial de maniquíes piromaníacos.

Por otra parte, Raimundo, el protagonista principal, devuelve la vista a un ciego y hace que se regenere un muñón en la pierna de un lisiado, sus anti-milagros son fruto del azar y de la ignorancia de su “don” en un zoológico humano, que de forma general vive mejor con su carencia y es incapaz de desenvolverse desde la completitud, una metáfora cargada como una Beretta 9mm dispuesta a mutilar más de una conciencia. El más ilustre representante del ethos de la aldea urbana es el mismo Raimundo, cuya naturaleza está representada por la carencia, y desde ahí, por la aspiración a encontrar una amada imaginaria cuyos tacones sólo resuenan en su interior.

Laura Fuentes Belgrave
Es una fauna principalmente masculina la que el autor describe, las mujeres constituyen en el mejor de los casos, personajes secundarios cuya naturaleza tiende a ser objetivizada de la misma forma en que la mayoría de las tribus de nuestras sociedades modernas lo hacen, con una pizca de Barbie goes to work y con otra pizca de la presa atávica a cazar por la horda masculina.

El lema de esta tribu urbanita podría ser “sálvese de la vulgaridad” como lo expresa con sarcasmo lúcido el mismo narrador, quien finalmente nos lanza un sálvese de la fetidez de su propia vida, no la huela, no la palpe, sobre todo, no la ingiera. Continúe viviendo una vida plástica como la margarina, parece mantequilla, pero es sólo plástico alimentando el cúmulo de chicles que constituyen sus entrañas.

Pero no se ofenda, ponga un poquito de edulcorante en su bebida, y disfrute esta breve novela que relata el agridulce triunfo de impotentes y fracasados en un mundo que enmascara las más básicas pulsiones humanas.

Laura Fuentes Belgrave[1]
San José, Abril de 2014


[1] Laura Fuentes Belgrave. Escritora costarricense, es autora de los libros de relatos “Cementerio de cucarachas” y “Antierótica feroz”.


El Enigma de París - Pablo de Santis

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Pablo De Santis nace en Buenos Aires, Argentina en 1963. Este escritor, periodista y guionista de historietas y más de diez novelas juveniles, es también el autor de El enigma de París, novela ganadora de la primera edición del premio Planeta-Casa de América en el 2007.
Sigmundo Salvatrio, el protagonista, nos narra los eventos ocurridos treinta y siete años antes, cuando todavía no era más que un aprendiz de detective y que comienzan un 15 de marzo de 1888, cuando, “a las diez de la mañana,” junto con otros 20 aspirantes llega hasta “la puerta del edificio de la calle De la Merced”, donde vive Renato Craig, “el famoso detective, el único de la ciudad”, quien con ellos funda su academia donde los jóvenes recibirán los conocimientos y las técnicas para ser “ayudantes de cualquier detective” y es que el gran detective Renato Craig miembro del Club de los Doce, curiosamente, nunca ha tenido un adlátere, ese acompañante, menos listo pero siempre fiel,  cronista de las proezas de su jefe[1]. ” Así comienza el sueño del joven  Sigmundo Salvatrio que desde niño leía y admiraba las aventuras de Los Doce Detectives (y sus ayudantes) a través de La Clave del Crimen, “un folletín quincenal que se vendía a 25 centavos”.
La academia de Renato Craig parecía tener como fin encontrar a su ayudante, pues tener uno era una de las reglas del club de Los Doce Detectives. Durante el adiestramiento, Craig tiene noticia de que Kalidán, un presunto mago hindú, mata para beber la sangre de sus víctimas, pero no ha sido detenido porque no se han hallado pruebas de sus crímenes. Craig ordena a sus discípulos que investiguen cada uno por su cuenta. Gabriel Alarcón, el aspirante más astuto, se infiltra como asistente de Kalidán. El joven, hijo de una rica familia, desparece sin dejar rastro, se viene a pique la reputación de Renato Craig, y sus alumnos lo abandonan. Sólo Sigmundo Salvatrio permanece al lado de su maestro quien días más tarde, convoca una conferencia de prensa y revela dónde está enterrado el cuerpo del joven Alarcón y prueba que Kalidán es el asesino y muestra una caja donde éste coleccionaba objetos de sus víctimas, luego de esto Craig se retira viejo y enfermo.
Poco después, Craig le encomienda a su ayudante que lo represente  ante el club de Los Doce Detectives, quienes sesionarán en la Exposición Universal de Paris y exhibirán algunas herramientas de trabajo y sus métodos al público. Craig le entrega su bastón multiusos para que sea parte de la exhibición y le indica que únicamente a  Viktor Arzaky, el detective polaco, le puede contar sobre “el método” con que resolvió su último caso.
Sigmundo parte de viaje, por fin conocerá en persona los miembros del Club, a   Magrelli, llamado el Ojo de Roma, el inglés Caleb Lawson, el alemán Tobías Hatter, el polaco Víctor Arzaky, el portugués Zagala, el holandés Castelevetia, el detective de Tokio Sakawa, el norteamericano Novarius, el español Fermín Rojos, el veterano Louis Darbon y Madorakis el detective de Atenas y también a sus singulares adláteres los cuales no tienen voz en las reuniones de los detectives ni pueden beber alcohol (los detectives sí pueden). Entre los ayudantes corre el rumor de que está prohibido que ellos asciendan a detectives. Sin embargo, existen cuatro cláusulas que lo permiten, entre ellas la cuarta,  destruida misteriosamente por el “recto” detective japonés, que estipula que un ayudante puede convertirse en detective, y miembro de Los Doce, si su jefe detective resulta ser un asesino. 
En su primera sesión, reunidos en la sala del hotel Necárt, cada uno de los detectives cuenta una historia de algún enigma que haya resuelto. Ciertamente este es uno de los pasajes más deliciosos de la novela, pues nos encontramos con el hermoso recurso del Decameron de contar historias dentro de otras historias. Ciertamente en sus relatos, los detectives privilegian al crimen de cuarto cerrado como “el non plus ultra de la investigación criminal”. Y en algún momento en sus clases de academia ya Renato Craig había afirmado: “Un asesinato siempre es un caso de ‘cuarto cerrado’. Ese cuarto cerrado es la mente del criminal.”
Pablo de Santis
Pero una noticia altera la velada y todas las actividades del grupo en adelante: Luis Darbon, que disputaba con Arzaky el título de “El detective de París” ha sido asesinado. El polaco Arzaky se propone tomar el caso y asigna como asistente a Salvatorio. Da lugar entonces una intensa investigación, llena de sorpresas, exéntricos personajes, mujeres enigmáticas, de pasiones y recelos entre detectives infalibles y vanidosos, toda una galería de extravagancias y misterios en París, hasta que llegamos en caída libre al más obvio de los finales, o al menos eso parece hasta que el joven Salvatrio, logra revelar el doble fondo de esta caja de pandora que guarda el último enigma.
En El enigma de París, convergen la vena por la literatura juvenil y folletinesca del autor, y su prosa bellamente ejecutada en un relato metaliterario y fascinante, cuya referencia no es la realidad, sino el mundo de la novela policiaca de la primera escuela, la del relato enigma, la de los maestros Poe, Conan Doyle y Wilkie Collins, para decirlo de otra forma, una novela de novelas, montada sobre el pastiche, la parodia, el arquetipo y los clises del género policiaco. El resultado es una obra de arte, una ejecución magistral y (¿por qué no?) un cierre y homenaje digno para nuestros primeros héroes de la novela negra[2].

Germán Hernández




[1]Poe crea el prototipo, pero Conan Doyle lo consagra en la figura de Watson.


[2]Particularmente y en especial a C. Auguste Dupin, y desde luego a todos los genios del raciocinio y la deducción previos y posteriores: Marlowe, Spade, Porot, Holmes, Dupin, Philo Vance, Peter Winsey, Nero Wolfe, el Dr. Thorndyke, etc.

Descender de la torre de marfil, la poética de Gustavo Solórzano-Alfaro (Primera Parte)

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Gustavo Solórzano-Alfaro. Fotografía de Esteban Chinchilla.
Si es sospechoso juzgar la calidad literaria de un escritor por uno de sus poemas, o uno de sus libros; lo es también cuando el conjunto de su obra está en progreso, es decir, inacabada, en construcción. Entonces, no queda más que juzgar al poema o libro de poemas en sí mismo, y todo lo que surge como juicio sobre este es válido solo para el texto en sí, y no es un criterio generalizable para la totalidad de la obra de un autor. Tampoco existen criterios homogéneos sobre el valor del conjunto de la obra de un autor, y mucho menos consensos entre los lectores. En otras palabras, difícilmente se puede juzgar el conjunto de las obras de un autor y asignarles igual valor a todas ellas; siempre existe un “a mí me gusta más” que responde a la experiencia del lector y dicha experiencia es singular e irrepetible. No hay consensos ni unanimidad sobre el valor de la obra de un autor, eso es válido como experiencia individual (a veces disfrazada de academicismo y objetividad, pero disfraz); como el “fan” de un equipo de futbol, pregunte a uno cuál es el mejor equipo, seguro que responderá que el suyo.
 
Vamos a referirnos a la obra de Gustavo Solórzano-Alfaro a partir de nuestra experiencia, su obra está en proceso y por lo tanto nuestra lectura inacabada, habrán algunos aspectos formales, hechos fácticos si se quiere que nos servirán de referencia a todos. Sirvan eso sí, dos proposiciones iniciales de nuestra parte en este recorrido que verificaremos al final:
 
El poema como fijeza del instante, la petrificación de la imagen como sustituto de lo perdido. El lugar donde habitan las imágenes es la imaginación, afuera los instantes se han perdido, la rueda del tiempo las ha aniquilado. Este será un eje en toda la poesía de Gustavo Solórzano, una obsesión constante en todos sus poemarios: La fijeza.
 
El descenso de la torre de Marfil, en referencia al registro de formas y abordajes, desde la más oracular y declamatoria estructura hacia la más minimalista y lacónica, veremos como en el transcurso de la obra de Gustavo Solórzano la búsqueda de eficacia lo llevará hacia una poesía más concreta y conversacional, y también cómo el interlocutor va pasando de la interpelación del objeto de la poesía, hacia la interpelación del lector, delegando a este la función interpretativa. Llamamos a este proceso “descenso” pues muy pronto el tono grandilocuente de la primera poesía de Solórzano-Alfaro se vuelve más lacónico;  se rompe el lazo con el superrealismo y lo poco de trascendentalismo que quedaba para vincular la imagen con los objetos y para que sean reinterpretados por el lector. En la última poesía de Solórzano-Alfaro, la perspectiva del poeta ha cambiado: ya no nos contempla omnisciente; prefiere ahora caminar entre nosotros, se ha convertido en un personaje, convive.
 
Adentrémonos ahora en el autor y su obra.
 
Portada de "Del sudor de tus ojos"
(apócrifo)
Gustavo Solórzano-Alfaro nació en 1975 en Alajuela, es filólogo, editor, poeta, ensayista y docente. En algún momento de su juventud literaria entre 1993 y 1996 formó parte del Círculo de Escritores Costarricenses (No el que fundaron Marco Aguilar, Jorge Debravo y  Laureano Albán, sino el que se apropió el último), pronto se fue separando de los presupuestos teóricos y la retórica de ese grupo, tal parece que no había espacio en el proceso de exploración y búsqueda de Solórzano-Alfaro para la endogámica condescendencia del cerrado círculo (perdón por la reiteración) y sus miembros. Pero tampoco se crea que Solórzano-Alfaro es un renegado del trascendentalismo y sus variantes, por lo contrario ha sido un riguroso investigador que ha sabido recoger y asimilar lo mejor de esa tentativa estética para sí mismo. De esa etapa juvenil queda el poemario Del sudor de tus ojos (San José, Líneas Grises) publicado en 1994, el cual el autor no incluye en el catálogo de su obra.
 
Es característica de Gustavo Solórzano-Alfaro su vocación como estudioso de la literatura y difusor de esta, para muestra tenemos que en el año 2000, junto al escritor Mauricio Vargas Ortega funda y dirige la revista de teoría y crítica literaria y artes Fijezas, llegando a editar tres números. También cuenta con sus blogs, La casa de Asterión y Directorio de escritores costarricenses, de este último se deriva también el grupo que administra en Facebook; además es editor y colaborador en la revista electrónica Las malas juntas, junto a un selecto grupo de escritores y escritoras de Venezuela; vale destacar también sus dos trabajos críticos impresos: La herida oculta. Del amor y la poesía. Una lectura del poema "Carta de creencia", de Octavio Paz(San José: EUNED, 2009) y Retratos de una generación imposible. Muestra de 10 poetas costarricenses y 21 años de su poesía (1990-2010) (San José: EUNED, 2010).
 
 
Las Fábulas del Olvido
 
Portada de "Las fábulas del olvido"
En el año 2005, aparece impreso Las fábulas del olvido poemario que en 2003 fue escogido como Libro de Poesía del Año de la editorial de la Universidad Estatal a Distancia (EUNED), el texto está dividido en dos secciones: Cuaderno primero. Exhumación del alba, que contiene diez poemas; y Cuaderno segundo. Las fábulas del olvido, que contiene 18 poemas. Los poemas que reúne fueron escritos entre los años 1995 y 2001, por lo que podemos ubicarlos en la etapa juvenil del autor, poco después de desprenderse de la influencia del Círculo de escritores costarricenses, por lo cual es evidente en estos textos la influencia del trascendentalismo y la transición hacia otros recursos y medios de expresión.
 
El Cuaderno Primero, Exhumación del Alba, está dividido en tres partes: Epitafios Nocturnos, con cuatro poemas, Mujeres de cera, con cuatro poemas y Huerto de Getsemaní con dos poemas. Abre el poemario con el poema Agonía del Alba:

Encontraré mujeres preguntando por tu casa.
Encontraré a la luna bañada en tu silencio.
Habré cabalgado sobre las rojas ubres de la muerte.
No tendré reparo en gritar tu nombre
ni en rendirme al dolor de ser de piedra.

Nos encontramos con una atmósfera superealista, las imágenes más que aludir al alba en sí, aluden a su imagen, a su petrificación, a la casa en que habita, es decir la memoria, que es piedra, fijeza, lo único que retiene el instante en que nace y agoniza.

La piedra se fija en un punto:
Gira y gira la eternidad sin destino.
En un punto muerto y pequeño
cabe todo el miedo y todo el cielo,
toda la sangre y todo el mar,
La nostalgia, el paraíso.
Gira hacia la nada, gira contra el aire,
piedra final sin descanso,
piedra final del remordimiento.

Esta conciencia, esta memoria capaz de retener la totalidad en la fijeza, entra en contradicción con el movimiento, con la rueda del tiempo.

Todo será instante en la roca que se fija en tu mejilla
en el mármol que se esculpe en tu mirada.
Sé que todo por fin
será instante en la roca
que se adhiere a tu mejilla.
Ahora por fin veo tu rostro inscrito en la ventana
y sé que todo por fin será instante.

Precisamente el instante que se fija en la roca, en la mejilla, en la casa, en la memoria. Pero el instante ha pasado, fue arrollado por el tiempo, lo que se contempla son los restos de un cortejo fúnebre, de la agonía del amanecer que pasa con el siguiente poema, El hastío aguardando:

Tus piernas que crujen cenizas del viento,
yo me acerco y mi madre que llama,
llora, llora y gime que me acerque
-la tumba es demasiado angosta sutil el cuerpo-.
Mi padre ha fallecido
la hermana ríe los perros la siguen,
la estancia lejos de la ventana se abre,
el sol que entra y el paseante ausente.
¿Qué nos va quedando detrás del hambre?
 
El hastío harto de sí mismo.
Con una linterna que alumbra su desnudez apócrifa,
su belfo limpio y disecado.
efuminación latente del crisol del Alba.

Y se mantiene esa atmósfera fúnebre, esa constante de que lo único que se fija es el instante, y que incluso el poeta también muere y con él todo lo fijado en la roca, en la memoria, acaso apenas y podrá transferirlo, con un beso, como pareciera indicarlo Elegía de los Salmos:

Yo solo quiero el portal destruido de mi credo,
una letanía para abrigarme,
una suave manera de pintar un jardín
Para callar todas las flores…
y a todos los muertos.
 
Solo quiero,
en esta mañana en que se me acaba el alma,
darte a vos, niña de luto y naranjo roto…
el último beso de los santos.

Cierra esta breve sección con Epitafio para una divinidad. En efecto, la muerte, la fijeza y la memoria son los elementos ejes, tenemos una Agonía, una Elegía, y ahora un Epitafio. Entiéndase que no nos referimos a las formas, en Elegía de los Salmos, no hay de hecho una elegía formalmente hablando, y en Epitafio de una divinidad (apréciese lo ambiguo del título, o bien la constatación de la mortalidad de lo divino) es más bien una Oda, pero sin la composición latina. Más adelante, destacaremos la cuestión sobre la composición y las licencias poéticas a las que recurre el autor. Vemos en la Elegía para una divinidadsintetizados los contenidos de todo lo que llevamos hasta ahora, y de alguna manera, esa fijeza en la roca, derrota al tiempo:

¿quién supiera que aún no has muerto?
No porque la memoria te invoque.
No porque el recuerdo sea
necio y tu voz ya canta,
sino porque el tiempo
en tu pincel se ha detenido
y el nacimiento divino y fuerte ya se anuncia.
Si aquí estuvieras pintando mi mano,
sabrías que tiembla trazando tu sombra,
que mi voz por ti hoy escribe
y hoy tu música por mí ya pinta:
pinta que la muerte,
día a día,
en el oscuro lienzo nace…
y aún no sabe que así es.

La segunda parte del Cuaderno primero Mujeres de cera, mantiene la misma tonalidad fúnebre en Epitafio vacio de una mujer desnuda, la casa, entendida como la conciencia y la memoria del narrante se reitera:

Cada día era despertar ligeramente
con el árbol repleto de criptas vacías
y los epitafios vacíos de mujeres desnudas:
de tricornio alado y belfo dulce.
La casa era el espejo más solo de la tierra.
Apenas mi rostro asomado; inmóvil y presto
a romper lúcidas esquirlas de sal.

Poco a poco, la misma conciencia del poeta se ha convertido en una prisión que fija la memoria, que no le permite transcurrir, como se afirma en Inutilidad de las cosas:

si lo único que quiero decir es que la amo.
Y yo aquí mirando la mañana que no acaba.

El siguiente poema es un diálogo entre el poeta y Jezabel, por el tratamiento y el uso de los modismos bíblicos parece referirse a la reina de origen fenicio quien contrajo nupcias con el Rey Acab del Reino del Norte. Los libros de Reyes, nos cuentan que esta mujer logró apartar a Acab del culto a Yavhé, y difundir el culto a Baal en todo el reino del norte; a la muerte de Acab, cogobernó a través de sus hijos Ahaziah y Jehoram, pero cae finalmente gracias al movimiento Yahvista que la derroca y defenestra. El sino maldito, desde el punto de vista de la tradición judía cristiana se invierte en el poema, a la mujer pagana se le considera como una madre, se le adora y venera, pero ella, consciente de su destino, de la inutilidad de las cosas, de la maldición que caerá sobre ella por toda la historia, advierte:

Aquí nada queda para nosotros,
solo la muerte y la sonrisa burlona del cordero[1].

Cierra esta segunda parte con el breve poema Pronunciarte, del canto de alabanza a una reina mítica en Jezabel, pasamos a una querida niña que escucha, que es receptora de las palabras y por lo mismo de la persistencia del poeta:

Déjame contarte, querida niña,
que no se me acabe la memoria.

Contar, transferir los recuerdos, quedarse en la memoria del otro, tal parece que es la única forma de sobrevivir, la memoria-vida se acaba, deja de fluir y se pierde como los instantes que retiene si se queda prisionera.

Para la tercera parte Huerto de Getsemaní nos encontramos con más referencias bíblicas, el poema Exhumación del Albaestá escrito como una brevísima pieza teatral, los personajes son concretos como el niño y la mujer, fantásticos como la aurora, y un Jesús que aparece en distintos estadios, transformado por los anhelos de la gente o escéptico, la exhumación es el último intento de recuperar lo perdido de la memoria, pero transformado, la aurora ha muerto, todo lo que surge de la memoria también.

- Seguras estaban las gentes del pueblo
De que aquel hombre habría de resucitar.
- Entre todos levantaron la piedra
Y asombrados perdieron el habla y la decencia.
Allí estaba aquel hombre:
Tieso.
Era el Alba convertida en silencio:
Muerta.

El poema Huerto de Getsemaní pese a la referencia externa del lugar bíblico se extiende como una introspección, la referencia en este poema y otros del libro es la imagen  proyectada “por el objeto” y no “del objeto”, es decir, nadie ha visto el “Huerto de Getsemaní”, lo único que poseemos son imágenes exhumadas de la memoria, no experiencias del objeto, sino mediaciones, imágenes de otras imágenes, ello calza perfectamente con el tono intimista de esta primera poesía de Solórzano, por eso a veces es difícil penetrarla, a falta de referencia a los objetos que nombra o bien por la resignificación que hace de ellos.
 
Tenemos la sensación de que este largo epitafio que es la primera parte de este libro, logra redondearse finalmente en estas líneas al confesar su proyecto y admitir sus derrotas:

Para aquel que fue tan difícil morir alguna vez
Y que siempre quiso lo imposible.
A aquel buscador de inmortalidades pasajeras
y de secretos del recuerdo
le toca ahora recordarlo todo
y sentir la extinción de su pobre memoria
y su mentira.

Curiosamente, el Segundo cuaderno. Las Fábulas del olvido comienza con un poema que se titula Despedida y le sigue Pasar, poemas donde el ritmo y la cadencia tienen énfasis; en ambos poemas destaca el elemento de las palomas con toda su carga de significados y sentidos. Continúa Muestrario del miedo, aquí comienza a acentuarse lo que señalábamos antes, que al existir una “imagen de la imagen” antepuesta al objeto resulta difícil traspasar el sentido de estas, todo ocurre dentro, en la habitación cerrada del poeta, en su conciencia y el poema es su proyección, ocurre que no es fácil interpretar sus propios signos, solo queda dejarse llevar por los entornos y sensaciones atmosféricas que rodean los poemas, íntimos, cerrados.
 
Se eleva el tono declamatorio y exaltado en El vuelo de la razón un canto que proclama el vuelo de la lechuza de Minerva como instauración de un nuevo orden sobre todas las cosas. Pero declina, el canto oracular disminuye de intensidad y pasamos a un tono más evocador en Parvulario, igualmente íntimo, pero la referencia a la infancia perdida es afín a la experiencia del lector que es capaz de reconocerse en estos versos:

Cuando los niños éramos nosotros
es apenas un recuerdo,
una reliquia en la pesada vitrina
que resguarda el viejo salón
donde jugábamos a ser grandes,
donde los grandes no nos dejaban jugar.
Hay un momento dócil,
preñado,
en que puedo y soy capaz, lo sé,
de olvidarme de todo aquello que fui.
Olvidar los cuadros, los libros.
Olvidarlo todo y callar cuando pregunten.
No sé cuándo, no sé dónde
ni a qué hora fuimos niños.
Ni siquiera recuerdo
los hombres que fuimos
y que alguna vez quisimos ser.

Esa nota nostálgica y evocadora de Parvulario se reitera en muchos poemas de Solórzano, conforme examinemos su obra veremos cómo se despliega su esfuerzo por alcanzar y habitar nuevamente la infancia, los recuerdos, la memoria de los parientes perdidos, de los distantes amores juveniles,  al menos en Fábulas del olvido vale la pena destacar también en ese sentido el poema  Volver la vista.
 
Hay un vaivén, del intimismo exaltado hacia uno más asequible, menos traspasado de imágenes como Parvulario y luego hacia otros que elevan su tono, se refugian y encriptados prefieren el juego plástico, la enumeración, el ritmo y la tonalidad, ejemplos de ello son Lamento para alguna temporada, Insomnio, Itinerario para un camino perdido,Calaz, con su tonalidad mortuoria (¿Y sus referencias a la Guerra Civil Española?), Invocación, El gran fauno, Tetralogía Noctámbula y el muy lorquiano Azahar.

En clave amatoria pero igualmente críptico en su cierre Anagrama de tu piel

Curtida en mi piel
y tu piel sin mañana.
Curtida en mi piel
te me quedaste
llena de asombro y distancias,
llena de mí sin aviso,
llena de todo el recuerdo
Y el recuerdo de mi piel sin descanso.
…y serán las sombras
Pretexto final para el martirio.

Como lo es también el hermoso poema Desayuno a una voz

Hoy me he levantado y me he dado cuenta
de que lentamente había envejecido,
que las flores del florero ya no estaban,
de que nadie había tocado a mi puerta.
Hoy me he levantado con el pie izquierdo,
las sábanas se han pegado a mi cuerpo.
Me he dado cuenta, lentamente triste,
que a la mesa de cada día y cada noche
solamente acude una persona,
que las flores junto a vos ya no estaban
y que cada vez que despierto
un centímetro más he envejecido
y ya no me importa la distancia.

Y cómo no, destacar en ese sentido el lúdico y fascinante poema Ascensión

Creo, de vez en cuando creo
necesario, seriamente lo digo,
asistir a la reunión de tus pies.
Pero después de meditar en los relojes
y despeinar el agua con los míos,
asumo que tus pies no me gustan,
que los pies de una persona callada
no me representan el mundo.
Entones pienso: ¿acaso me gustan?
¿De verdad puede gustarme algo?
No sé, el aroma de un crucifijo
o las margaritas ardientes de mi corazón anfibio.

Este primer poemario (oficial) de Solórzano-Alfaro nos ofrece un registro lleno de cantos rimbombantes, a veces demasiado íntimos y crípticos, inclusive lleno de un vocabulario rebuscado y hasta arcaico (efuminación, égida, domeñar, belfo, demudando, cadalsos, tricornio, lechuza de Minerva, ágrafa, úvula prístina, entre otros). Incluso su título lo manifiesta, y hasta puede generarnos extrañeza si no matizamos el género de la “fábula” en el sentido de la personificación de los objetos, ahora transformados e interpelados como sujetos a lo largo de todo el recorrido del libro como en el caso de: el alba, la razón, la infancia, el olvido, etc. Se percibe un clima, una actitud juvenil y desafiante, pero contenida (por el oficio) que no quiere disolverse en la de el beodo iconoclasta y recalcitrante, “maldito” sí, pero no tanto.
 
Por otra parte, son aquellos poemas más abiertos a la evocación (de la infancia, de la amada) los que más transparentemente se nos revelan, más lacónicos inclusive y donde más aciertos encontramos. En general, estamos ante un “primer libro” pretencioso (como debe ser) y que la actitud del autor apunta hacia arriba, hacia los horizontes infinitos, es quien contempla y revela; una actitud que como veremos, comienza a variar en sus siguientes trabajos.
 
Germán Hernández




[1]Nótese que pese a ser un relato veterotestamentario, Jezabel puede reconocer que la maldición en su contra va más allá de los profetas yahvistas, que traspasará el tiempo, que continuará incluso durante el auge y hegemonía del cristianismo.
 
 
 

A manera de orientación – Tania Hernández se refiere a "Apología de los parques”

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No hay mapas que puedan abarcar una ciudad moderna. Cualquier mapa es solo una instantánea de ese espacio en constante cambio y crecimiento que representa la ciudad. ¿Cómo hacer, entonces, para encontrar algo o alguien dentro del laberinto de calles y avenidas? Hay que buscar referencias, rostros conocidos, edificios que están o estuvieron en algún sitio, como la antigua Biblioteca y de allí,  "cien varas al norte a mano derecha, antes del parque".

Los parques pueden ser una buena referencia y un buen lugar para encontrarse, más aún siendo los parques un símbolo de espacio abierto. Me refiero a los parques públicos, por supuesto, no a los de diversiones, ni a los disneylands o a los malls, en donde tienes que pagar entrada o se reservan el derecho de admisión. Los parques, los no privatizados, son esos lugares donde la gente se encuentra y se desencuentra y donde pueden suceder los milagros más espantosos y las desgracias más sublimes, mientras se camina de prisa en busca de la persona amada, como es el caso de  Raimundo, uno de los protagonistas de esta novela.
Tania Hernández
En Apología de los Parques, Germán Hernández nos presenta a San José, precisamente, como una ciudad parque, un espacio público en el que los personajes se mueven libremente, dejando a su paso gracias y desgracias, en el que es posible encontrarse y desencontrarse con aquello que se busca  o perder lo que tan adecuadamente, nos hacía falta.  Sin embargo, no hay idealización, esto no es un paraíso. Aquí pasa la vida,  y pasa la muerte, como pasarán frente a nosotros las piernas de esa mujer que podría muy bien ser todas las mujeres o una sola, cualquiera, hasta la suya. En este espacio abierto a lo real y a lo surreal, los contornos se difuminan, y en los personajes cohabitan la indefensión de “un peatón que intenta cruzar una calle” con el efecto fulminante de un cerillo encendido o de una paloma muerta que perfora el pecho de un conductor.

Adentrémonos entonces, a este espacio abierto. Pero antes de iniciar el camino, debo recordarles que no hay mapas, solo referencias. Los parques por ejemplo. O el hotel, o la zapatería, o las palomas muertas, o la vitrina de los maniquíes o el bar de la esquina. O simplemente, seguir a Raimundo y cuando llegue al parque, a su historia preferida, a la palabra clave, imagine cien varas al norte y luego cruza a la derecha.



Tania Hernández[1]

Frankfurt 2014






[1]Tania Hernández. Escritora guatemalteca. Reside en Frankfur, Alemania. Es autora del libro del libro de relatos Love veintediez, 2011“



Descender de la torre de marfil - La poética de Gustavo Solórzano-Alfaro (Segunda Parte)

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Aquí puede leer la primera parte: Descender de la Torre de Marfil (Primera Parte) 



Un encontronazo y una amistad 

Gustavo Solórzano Alfaro. Fotografìa de Esteban Chinchilla.
En el año 2007, se publica la antología de poesía costarricense contemporánea “Sostener la Palabra”, compilada por el escritor costarricense Adriano Corrales, dicha antología provocó una intensa polémica sobre su composición, alcances y contenido entre Corrales y Solórzano, y quien escribe estas líneas también se coló de alguna manera y tuvo un intenso intercambio en Costaricacr con Solórzano sobre el mismo asunto. El encontronazo desembocó en un debate público en la Casa de la Cultura del TEC en Barrio Amón, San José, exactamente después del funesto domingo en que el SÍ al TLC triunfó en el referéndum. Casualmente eso fue lo primero que intercambiamos Gustavo Solórzano y yo en nuestro primer apretón de manos. La polémica y el encontronazo pasaron y fue un afortunado pretexto para que hasta el día de hoy surgiera una invaluable amistad, donde un servidor ha llevado la mejor parte, y entre ellas, la osadía de abrir este blog. 


La múltiple forma del delirio 

Publicado en 2009 por la Editorial de la Universidad de Costa Rica, son poemas como lo advierte el autor en la Inscripción que pertenecen a un momento anterior, entre 1995 y 2001. Esto confirma la constante actitud del autor por añejar los textos, separarlos de la empatía y la afectividad, dejarlos reposar hasta que ya no estén emocionalmente inscritos en su devenir, listos, fulminados, independientes para andar y pertenecer a quien corresponda.

En una sola unidad, más orgánico, son dieciséis poemas como secuelas de un proyecto poético más integral, no se desgranan en cuadernos, ni secciones, cada uno se apoya en el otro, retoma para sí lo anterior y lo renueva, de esta manera abre y parte desde la misma roca y el mismo musgo en Elegía para alguien que duerme donde esa acción debe ser entendida como el momento en que surgen la creación, donde se gestan los sueños y su realidad y que igual que en el poemario anterior, la imagen de la casa remite a la memoria y la consciencia cautiva en la corporeidad. Al estar en clave de elegía es evidente que esa corporeidad ya no retiene más al hombre que duerme… 


Hoy duermo en una casa abandonada
Desnudo, gravitante,
tu vientre es una daga en mi espalda,
un desierto que crece
donde la piedra se fija
y el musgo se detiene
Pero yo no quiero abandonar la casa
ni morir ahora
ante tus pies cansados.

Hoy todo está vacío.
El mar quedó vacío.
El mundo está vacío…
Y yo no quiero despertar. 

Aunque también queda la extrañeza para el lector, aun están presentes las imágenes blindadas, superrealistas y circunstanciales cuya interpelación para el lector puede verse truncada en poemas como Fugacidad: 

Humo y sed
Sed de abismo,
El abismo nos invoca,
No entiende razones,
Razones para el mundo
Son mentira,
Son el fuego,
Son el aire
Y no son nada.[1] 

Como un militar extraviado en Angola
Como una mariposa encendida en el ojo: 

Ocurre lo mismo con poemas como New York, muchas de las imágenes en lugar de aclarar nublan y ocultan el objeto del poema, al menos, en este poema, se logra salir de esa perplejidad, cuando se transmite la poderosa idea del mito como algo más grande, más pétreo y más real que la realidad. 

Tendré que volver la vista
Para no caer en la tentación.
Toda ciudad es un mito
Y los mitos se confunden con la niebla 

Como en Fábulas del olvido, la personificación de los objetos está presente, en New York el que habla es el último pájaro, en La luna, es esta la que podría de repente decir algo, pero al revelarlo acarrea consecuencias, el narrante no quiere dejarse arrastrar por la influencia del astro, o bien, desea apelar al conocimiento racional, positivo. 

¿Y qué más tendríamos?
Solo presagios,
Coronas y fuentes rotas.

Habría en todas las cosas
un instante de amor.
sabrías que tiemblo en tu presencia,
como una rodaja al viento
Como una espada ciega en la carne abatida.
Sí, sabrías eso, no más,
porque la luna moriría por mi mano. 

La resignada aceptación del olvido, el brutal poder del tiempo que lo borra todo, también aparece en la Múltiple forma del delirio, en Tránsito de olvido, tal parece que la situación es revelarse, afirmarse en el presente, en el instante y poseer el cuerpo amado antes de que todo sea borrado. 

Una vez fuimos de piedra,
pequeños aposentos de la nada,
manos que suben
por la escalinata del tiempo. 

Y quizás, reiterando esto, en Responso para un día cualquiera la afirmación es categórica: 

Hoy es día de fiesta sin memoria. 

Dos poemas de corte amoroso Fábula para despertar a una mujer y Promesacontinúan en el poemario, tensos eso sí, pero igualmente íntimos y circunstanciales, como escaleras de imágenes que intentan transportarnos por la atmósfera anímica del amante iracundo y apasionado, pero ante todo, un desborde de versos, de imágenes, de sonoridades y ritmos. En la Múltiple forma del delirio y en Fábulas del olvido son frecuentes las licencias poéticas que se toma el autor y emplea la rima asonante, buen ejemplo de ello son los poemas citados, en Fábula para despertar a una mujer: 

¡Qué bello es el equilibrio y su paradoja!
Silente bambalina recortada en el lago.
Luz de saba y naftalina.
Fruta nomal y adormilada.
Es la luna que me habla con mesura,
es el lobo que aulla en la cascada.

Correr, mentirme y no parar.
Súbita apariencia de eucalipto,
piedra sublunar y arrepentida,
la herida dulce que no cierra.
Mujer de sombra, mujer ungida,
¿quién sabrá dónde duermes y despiertas? 

En Promesa: 

Hojas rotas de flor ilusa,
devenir cerrado ante la noche.
Tú me haces romper la profecía,
el exilio suavizado de la tierra.
Todo se rompe y restituye
en el magma oloroso a yerbabuena, 

Hasta aquí La múltiple forma del delirio es el Gustavo Solórzano que ya conocemos desde La fábula del olvido. Llegamos entonces a Fijeza de los trenes, y el tono se vuelve confesional, como si bajara la voz, dirigiéndose directamente al lector, invitándolo a divagar junto al poeta: 

Me vengo fijando desde hace mucho.
Doy vueltas,
acaricio cada contorno de piedra y sal
y yo me fijo y no hay nada.
Nada que pueda hacerme sentir de otra manera.
De otra forma menos ligera y tranquila.
¿Te has fijado?
….
La fijación se me vuelve una angustia
y la angustia una apatía
y la apatía empieza a enojar mis manos
y mis manos también se quedan mudas,
Fijas y absortas,
moderadas y abiertas.
Deambulo por estas calles
con los pitos de los carros
queriendo fijarse
en mis oídos.
Y me quedo fijo de nuevo:
fijación siempre.
La fijación no es un instante.
La fijación es toda la vida. 

La fijeza, la captura del instante, la fijación de la memoria, la que es roca y luego nada, ni olvido, porque ni conciencia del olvido hay; una contante en la poesía de Solórzano, y también la fijeza como el acto de poner toda la atención en un punto, en ese instante, elementos en los que ahora participamos, el juego semántico está perfectamente logrado, también están ahí los recurrentes encabalgamientos con la primera y última palabra de cada verso, y sin embargo todo ha cambiado, el “yo” que se fija se desprende de los objetos que contempla para que también nosotros podamos hacerlo, se desdobla. 

Y mamá llama a todos a comer.
Y todos comemos
y nos vamos de nuevo a jugar.
Y el cartero insinúa palabras
que se quedan en ciudades
donde mis manos juegan a ser niñas,
y niños que pronto descubren
la delicia del hastío,
y entonces viven para él,
se alimentan de él y lloran con él,
y penetran a solas
los lugares donde yo estuve hace mucho.
Vamos, entra,
¿no ves que me canso de estar solo? 

Y el juego deriva ahora en la circularidad, en las ondas concéntricas del tiempo, ¿entonces, si la historia se repite, no es acaso como si se anulara así misma?, ¿no es como si el tiempo mismo representara la fijeza? 

Las personas que buscan
el calzado de su medida en las tiendas equivocadas,
los señores apurados
que no saben que el tren hace mucho ha partido
y que la estación de tren fue clausurada
por unas manos ilustres
y por eso el tren nunca más regresa,
y sus esposas se quedan esperándolos
Al otro lado,
sin saber que nunca llegarán
porque el tren fue clausurado hace mucho.
Y sus hijos ya son grandes
y van a la escuela y la maestra les habla de la historia de los trenes
y los niños no saben
que esa historia de sus padres;
de las personas que buscan trajes a su medida
en las tiendas equivocadas
por que el tren fue clausurado.
Y los niños ya son abogados y arquitectos,
y tienen en su puerta una mujer indecisa.
….
Y entonces el muchacho ahora grande,
compra un tiquete para el tren de las doce,
pues ha olvidado que se maestra le hablaba
de que habían clausurado los trenes. 

Todo este itinerario hacia ninguna parte, toda esta fijeza se transforma en hastío de fijarse, el yo lírico del narrante regresa para hacernos esta confesión: 

¡Qué impertinentes son los vecinos!
Tan necios y tan ciegos
como estas líneas
que poco a poco a poco avanzan sin razón,
absortas en sí mismas,
perdidas, buscando no sé cuales
jeroglíficas serpientes
que se muerden la cola
Y chillan como degeneradas
intentando decir algo que nunca dicen,
porque  están condenadas a nunca decir  ese algo
que eternamente están a punto de decir,
porque muy bien saben que si lo dijeran
no serían ya palabras, sino cosas útiles
que podríamos endosar en los álbumes,
pegar en las paredes,
incluir en tratados de libre comercio,
enviar en cartas
a los que quedaron lejos,
expresar nuestro afecto,
conquistar a la novia,
entusiasmar al auditorio.
Por eso no dicen
lo que siempre están a punto de decir,
Y eso es todo lo que nos queda. 

No es gratuita la imagen turgente, sólida y pesada de los trenes, esas bestias gigantes que parecen flotar sobre los rieles a toda velocidad. Por eso, es más dolorosa la ausencia, más profunda su fijeza, no vienen ni van a ninguna parte, los que esperan están condenados a la muerte y no son ese: 

dios seguro de lo que debe hacer,
dios al borde del pecado y siempre bajo control 

Con esa certeza de que las cosas que no devienen y que por estar inmóviles y petrificadas, están muertas, como las palabras que están escritas y todo lo que quisieran recoger y fijar. Ante esto no queda más que la desolación de las estaciones vacías: 

¿No vas a entrar?
Y me quedo solo a la orilla del mundo,
y nadie me espera al final de la estación,
y yo pregunto por qué los trenes tan vacíos y tan quietos
y el mío que no llega,
y tu piel que se aleja,
y yo me quedo fijo, esperando,
como si algo estuviera a punto de ocurrir,
pero nada pasa
porque los mundos fueron clausurados desde siempre.
Y yo fijo, mirando la estación, tu figura,
mi propia fijeza al borde de los cielos.
y nada ocurre,
y todo gira y permanece como si algo nuevo
Estuviera por fin a punto de ocurrir.
pero todo quieto,
y nada.
Nada pasa por el mundo. 

Tal es la fuerza de Fijeza de los trenes que el poema por sí solo reclama su propia autonomía y se desgaja del resto del poemario, su fuerza evocadora y su detallada composición y tonalidad lo hacen brillar con luz propia, seguro que estamos hablando de uno de los mayores logros poéticos de la obra de Gustavo Solórzano. Además, el poema donde definitivamente inicia su descenso hacia el asfalto.

El poemario continúa con poemas como La noche, Origen, Canonización, Comuniónque vuelven a cerrarse, poemas crípticos, intimistas y de circunstancias, la evocación a la madre, en Origen parece obvia, en Canonización es un enigma, a no ser que la apelación como en Fábulas del olvido se refiera al nazareno en versos como: 

Antes de mi no había nadie
y después no habrá.
Dios me ha mirado a los ojos sin mentirme
y me asombro de haber hecho lo mismo.
Después vendré dormido.
Quien me nombre será santo,
quien me venda una paloma. 

Aproximándonos al final del poemario nos encontramos con otro poema de gran formato, dividido en tres secciones está El bolero de Abbadón, el ángel exterminador de la apocalíptica judeocristiana, brutal, arrasando y borrándolo todo, pero ante todo la memoria, se transforma en ángel del olvido, de la desolación y de los desiertos. 

¿Qué puede el hombre –gris y polvoriento-
contra un desierto en su memoria?
A esta raza no le queda otra cosa
Que unos templos destruidos e inútiles.
Le queda una esperanza que parece una mentira.
Le queda su agonía.
Le queda su tristeza.
Y ante todo: su mirada perdida. 

Hemos pasado de la muerte y el olvido individuales de los primeros poemas de Solórzano hasta la escatología, hasta la muerte de una raza, la humana. Todo el trayecto del poema está traspasado por la apocalíptica judeo-cristiana, pero no en la clave de la esperanza y la restauración, sino más bien desde un punto de vista cercano a la gnosis: la creación es un farsa, y la solución es su exterminio. 

¡Qué delicia para encontrar razones
para las sinrazones del pasado!
No quisiera salir de este marasmo,
de esta farsa tenue de saberte a mi lado,
vaivén de las horas, elixir del viento,
cruel despedida la que me toca ahora presenciar.
Nací en un tiempo de invierno.
Y ahora, cuando recuerdo ese día:
Solo desiertos me quedan. 

Pero el aniquilamiento es cósmico y metafísico, el ángel será el único testigo de su obra, el único que escriba y recuerde: 

Ha caído la primera esfera,
ahora llegará a su fin la
la codiciada esfera de los cielos,
el cáliz sagrado que se rompe
y los dioses que se derrumban.

Y yo aquí, todavía en pie,
testigo condenado a verlo todo,
a saberlo todo
y escribirlo todo
sin derecho a protestar.

Abandono y dolor, otra vez volvemos sobre el tópico de la inutilidad de las cosas, no queda esperanza donde no quedará memoria, parece decirnos el poeta en El Bolero de Abbadón, uno de sus mejores poemas. Desiertos, el poema que le continúa parece ser una especie de coda. Y cierra el poemario con el poema homónimo, donde está presente el Solórzano-Alfaro amante del ritmo y la imagen en función del mismo lenguaje.

Este segundo poemario de Solórzano-Alfaro, es bisagra, pues se abre a nuevas posibilidades, contrastándolo con Las fábulas del olvido, conserva las mismas esencias, pero ya no escarba en el léxico, prefiere las palabras cotidianas y sucias de todos, se aproxima a lo coloquial, pero sin dejar de hacer piruetas y acrobacias lingüísticas. Es un libro donde se percibe el conflicto del poeta, cuestionándose todo, probándolo todo, domando su escritura, y ofreciéndonos algunos de sus mejores poemas a la fecha.

Germán Hernández


[1] Nótese el recurso de iniciar cada verso con la última palabra del verso anterior. Un recurso que ya también se puede ver en el libro anterior Fábulas del olvido.



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