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Channel: El Signo Roto - Blog personal del escritor Germán Hernández
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El destino de las palabras – Santiago Gil

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El destino de las palabras, es la última novela de Santiago Gil (por el momento); esta vez en formato digital mediante la atractiva propuesta del proyecto editorial Attikkusque inaugura su catálogo con esta obra  a través de Amazony la cual es fácil y económicamente accesible, lo cual confirma y motiva la emergente lectura por otros medios no impresos.

Santiago Gil ya ha estado de visita en el Signo Roto, primero lo tuvimos en la Convocatoria Permanente de Narrativa con un delicado texto “Películas”, luego tuvimos el grato regocijo de comentar su novela “Sentados”. Ahora nos vuelve a dar la oportunidad de leerlo en “El destino de las palabras” y con esta novela, regresan los horrores de la demencia, la senilidad y el devenir.

Con su estilo llano, directo, Gil monta un escenario y unos personajes cuyo drama al principio puede ser el de cualquiera que nos topamos en la acera, gente común, Carmen y su esposo, su hija Irene y su otra hija muerta, su terapeuta, espacios y circunstancias que el autor plasma de primera entrada, que por comunes las comprendemos de inmediato, hasta que vienen los giros que nos remueven y dan vértigo enseguida: el de la violencia y la invalidez afectiva, la inversión de roles, hasta el horror de las vidas tomadas y la sanción social.

Una vez que se tienen claros los personajes y su contexto, vamos avanzando por una lectura sutil, compuesta de retazos, susurros de los personajes que en conjunto van formando un cuadro completo de la trama, sobre su incapacidad de tender puentes, de las profundas brechas de desapego que se abren entre ellos, pero también de los irrompibles vínculos que los unen, que los obligan a compartir ese destino.
Santiago Gil

La composición de “El destino de las palabras” obliga una lectura de un tirón, para que puedan llegar hasta nosotros los instantes y fragmentos de la vida de los personajes como los rumores que nos cuentan sobre algún vecino, y por eso también nos obliga a reformular nuestra curiosidad morbosa a cambio de una humanizada empatía, para no caer en los juicios incompletos y fragmentados de la prensa, y devolverle la dignidad al escarnecido dolor de estos.

En esta estupenda novela de San Santiago Gil, con sutileza y economía sabe desatar un insondable testimonio que los lectores tendremos que acabar de construir.

Germán Hernández



Arnaldur Indridason – La mujer de verde

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“¿Quién condena un hombre por asesinar un alma?”
Arnaldur Indridason – La mujer de verde (pág. 238)

Desde el meteórico y espectacular paso de Stieg Larsson y su trilogía Milenium, editores y lectores de todo el mundo han puesto su atención a la literatura negra nórdica, y los hallazgos han sido notables. Pero la literatura negra en esos países no es tan reciente y es obligatorio mencionar a quienes sin duda son los precursores del género, el matrimonio compuesto por Maj Sjöwall y Per Wahlöö, con su saga de diez novelas en las que aparece el inspector Martin Beck; y también a  Henning Mankell y su atormentado inspector Kurt Wallander. Gracias a ellos, el número de autores y obras desde los países del norte van en aumento y en el caso particular de la novela que comentaremos a continuación “La mujer de verde” del islandés Arnaldur Indridason, influencias a tener en cuenta (de las buenas).

Arnaldur Indridason nació en 1961, es  historiador, periodista, crítico de cine y literatura, y hoy por hoy el más conocido y difundido escritor islandés, traducido a 37 idiomas y con más de siete millones de ejemplares vendidos de su obra, con alrededor de 19 títulos, 13 de ellos de su serie negra con el detective Erlendur y su equipo.

El detective Erlendur nos recuerda en algunos aspectos al inspector Walander de Mankell, por su vida disfuncional, abandonó su matrimonio y a su hija, que acabó en la indigencia y drogadicción, vive atormentado por la desaparición de su hermano durante la infancia en una ventisca de nieve. El lirismo bellamente logrado en el estilo narrativo de Indridason nos recuerda a los precursores Maj Sjöwall y Per Wahlöö y esa voluntad por desmistificar a los países nórdicos, que pese a sus bien aprovechada y casi infinita riqueza natural y sus sistemas de bienestar social, también ocultan sus miserias y a través de ellas mediante la ficción de la novela es que se “explica un país”. Desafortunadamente, las obras Indridason han sido poco traducidas al español, y no han provocado el furor que sí han tenido en lengua inglesa.

Arnaldur Indridason
“La mujer de verde”, es su segunda novela de la serie del detective Erlendur, publicada originalmente en el 2001 con el título original Grafarþögn, y traducida en el 2008 al español, primero con el título “Silencio sepulcral” (que es la traducción literal del título en islandés)  y posteriormente con el de “La mujer de verde”. En ella, durante un cumpleaños, unos niños encuentran unos huesos expuestos en una construcción los cuales resultan ser humanos. La lenta excavación de los restos, abre una ventana hacia el pasado, y lo va desenterrando poco a poco conforme el detective Erlendur y su equipo indagan sobre el secreto que guardan; paralelamente se desarrolla un segundo estadio narrativo: la historia de vida de una mujer, su madre y sus hermanos durante la Segunda Guerra Mundial y su interminable sufrimiento en medio de la violencia doméstica, y un tercer estadio narrativo, la vida privada de Erlendur, los demonios de la culpa y su pasado, revividos en el momento en que encuentra su hija drogadicta y la interna en estado grave. Todo converge hacia el final, pero de la manera más dramática y conmovedora. En este sentido, “La mujer de verde” es capaz de removernos, de traspasar el contenido conceptual y descriptivo de la “violencia doméstica” llegando hasta el centro vital y de sentido de esta, superándola, exponiendo lo que al final, en medio del horror que es capaz de transmitir y que se resume demoledoramente:

“- ….Creo que te he hecho una pregunta sobre violencia doméstica.
- Una palabra muy neutra para el asesinato de almas. Una palabra suave para quienes no saben lo que se esconde detrás de ella.”  (Pág. 237).

Para un personaje atormentado como el detective Erlendur, cuyas heridas nunca cicatrizan y así, los pasajes dolorosos de vida, como cuando perdió la mano de su hermano en una ventisca de nieve, o cuando abandonó a su hija recién nacida, son heridas abiertas y sangrantes, es comprensible comprender su terca ansiedad:

“Un crimen es un crimen. No importan los años que hayan pasado.” (pág. 71)

Confrontar los crímenes propios y los ajenos, será, su única forma de expiación.

La mujer de verde debe de considerarse como la obra maestra de la actual literatura negra nórdica, y a Indridason, el más completo de sus actuales escritores. Es imposible salir entero después de leerlo.

Germán Hernández

Una confidencia de Maigret – Georges Simenon

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Publicada originalmente con el título “Une confidence de Maigret” en 1959, este episodio de la saga del comisario, resulta en la mutua confidencia que se hacen el comisario y su amigo el Doctor Pardon.  Cada quincena, una vez en la casa de los Maigret y a la siguiente en la de los Pardon, se reúnen ambos matrimonios para compartir sus veladas delante la cena. Estos encuentros se repiten por años, Pardon es personaje recurrente de infinidad de novelas de la serie, y se podría decir que el mejor amigo del comisario “Sentía un gran afecto por Pardon. Le consideraba un hombre, en la plena acepción que daba él a esta palabra”.  

Es durante una de esas cenas en casa de los Pardon que comienza nuestra historia, los personajes están a punto de saborear el postre, un pastel de arroz, cuando una llamada los interrumpe, es para el doctor y este la atiende. Más tarde, terminada la cena, los dos hombres se acompañan en silencio hasta que Pardon exclama “¡Una noche más en la que desearía haber elegido otro oficio!” luego, explica la situación de la llamada que ha recibido, uno de sus pacientes está prácticamente desahuciado, y pese a todo se niega a ir al hospital, Pardon se siente frustrado, sus recursos y voluntad no dan para más respecto de su paciente agonizante y su mujer embarazada del sexto hijo.  

Maigret, cuidadosamente, como queriendo ponerse en el lugar del otro, hace su propia confidencia “el caso no es completamente idéntico, sin duda… También yo he deseado algunas veces haber elegido otro oficio…”  “el simple hecho de considerar a un hombre sospechoso, de citarle en la Dirección de Seguridad, de interrogar sobre él a su familia, a sus amigos, a su portera y a sus vecinos es capaz de hacer variar el resto de su vida…  Tal individuo que tiene uno delante y que parece normal ¿ha sido capaz de matar? No se trata de decidir si es o no culpable, lo admito. Esto no es de la incumbencia de P. J. No por eso dejamos de estar obligados a preguntarnos si es posible que… ¡Y es juzgar, a pesar de todo! Eso me horroriza… de haber pensado en ello cuando ingresé en la policía, no estoy seguro de que…”  

George Simenon
Estas reflexiones del comisario, darán lugar al relato sobre el caso de Adrian Josset, el farmacéutico, cuya mujer aparece degollada en su casa, todas las sospechas caen sobre él, todas las circunstancias y motivaciones lo señalan, todos piensan que se casó por conveniencia, para ascender socialmente, por el dinero de su esposa, todo se agrava, tiene una amante, estuvo en la escena del crimen, por un momento intenta huir, pero comprende que es inútil, denuncia el homicidio y se entrega resignado, jura por su inocencia, Maigret que no lo juzga, finalmente tiene que entregarlo a la fiscalía, Josset es juzgado, y condenado, pero a Maigret lo persigue la duda, la cual solamente se aclarará parcialmente tiempo después, gracias a una carta y los rumores de un proxeneta, pero todo nuevo indicio carece de fundamento, quizás sí, quizás no, el caso Josset era ya cosa juzgada.  

La trama del “inocente condenado” está magistralmente llevada a cabo en esta novela, la distancia emocional del policía sobre su presa como requisito metódico entra en crisis y con esto, George Simenon nos brinda uno de los testimonios más intensos sobre la humanidad del comisario.    

Germán Hernández


Parábola de lo singular

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- ¡Diez minutos que pueden cambiar su vida! – enfatizó teatralmente la presentadora de noticias mientras sonreía y pasaba a otra nota.

Él se quedó meditando, ella tenía razón, salir diez minutos antes de lo usual podía hacer la diferencia; así evitaría la presa de carros de cada día, la gruesa cadena de minutos perdidos frente al volante, la gasolina evaporada inutilmente, el horizonte infinito de luces rojas de los que van delante de él; sin hacer un gran sacrificio ganaría tiempo, ganaría vida, bastaba anticiparse diez minutos nada más al levantarse, al bañarse, desayunar y alistarse para salir en su carro en la mañana; apagó el televisor, mañana lo haría.

Al día siguiente, él y cien mil choferes más, tomaron las calles diez minutos más temprano.

Germán Hernández


¡Volvieron los Combos! ¡Y con nueva ley!

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Los premios nacionales en literatura “Aquileos” para 2013, fueron más que generosos. De las tres categorías: novela, cuento y poesía, se premiaron cinco obras. La tendencia a otorgar premios compartidos, parece no tener freno en Costa Rica, o sobran los genios, o faltan más premios.

Como sea, hay que hacer algunas consideraciones importantes, esta vez, el jurado compuesto por tres miembros, no fue tal y solo fueron dos, por la visible ausencia del representante de la Asociación de Escritores. Además, y como afirma CulturaCR “Entre las contradicciones de este proceso resalta que, en literatura, los jurados fueron juramentados en diciembre de 2013, a final de año, un miércoles, pero el plazo para la recepción de obras vencía dos días después. CulturaCR supo que los jurados recibieron dos paquetes de obras, uno a finales de noviembre y otro a finales de diciembre, y con en ese tiempo tuvieron que decidir”. Esto es grave.

Sin entrar en detalle sobre el valor de las obras premiadas, como escritor, para mí sería lamentable, recibir un galardón en estas condiciones, con un jurado incompleto y con apenas un par de meses para conocer, deliberar y decidir sobre la producción literaria nacional del año en cuestión.

En el caso de poesía, se ha premiado la obra reunida de dos escritores, “La Canción de Oficio” de Osvaldo Sauma, y “Gramática del Sueño” de Diana Avila. Igual que el año anterior (en que se premió una antología personal de Luis Chaves) no se otorgó el premio a ninguna obra poética nueva. Es decir, que para los jurados en el 2012 y el 2013, no hubo publicaciones de obras nuevas en poesía lo suficientemente relevantes como para ser premiadas, y parece ser que este año los jurados han optado por este reparto salomónico que más parecen premios “honoríficos”. En cuanto a obras nuevas: “desierto”.

Parecido ocurre en novela, donde “Guirnaldas (Bajo Tierra)” del multipremiado Rodolfo Arias Formoso y “Crimen con sonrisa”debut literario de Mirta González Suárez, son equiparadas como mejores novelas del año, por lo menos sí son obra nueva.

La única obra que no fue “medio premio nacional” es “Tu nombre será borrado del mundo” de Guillermo Fernández en la categoría de cuento, algo que nos alegra, teniendo en cuenta que este año que pasó también habían importantes obras en dicho género como la destacable “Cuando se ama a una rana” de Eduardo Alfonso Castillo.

Todo esto coincide con la recién promulgada Ley de premios nacionales, la cual, desafortunadamente no cambia mucho las cosas en cuanto a los “Aquileos” en literatura, tanto que incluso, extiende transitoriamente por un año más las actuales disposiciones de los premios (O sea, que habrá jurado de dos miembros para el 2014, que podrán premiar en combo antologías, reediciones, obras completas y premios honoríficos disfrazados). Sería de esperar que en la redacción del reglamento a la nueva ley se delimiten de mejor manera los alcances y los límites de unos premios, donde se ha galardonado generosamente de todo y que año con año se devalúa en relevancia y rigor, o preparémonos para más de lo mismo.

Germán Hernández



Nueve Dragones – Michael Connelly

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Entre el hastío y la inactividad y con la medrosa apatía de su compañero Luis Ferras, el ahora agente de Homicidios Especiales Harry Bosch inicia la historia de esta catorceava entrega de la serie, originalmente publicada inglés como “Nine Dragons” 2009. En ese contexto, el detective y su compañero acuden a investigar el asesinato del dueño de una tienda de abarrotes, no es un caso especial, pero al menos lo mejor para mantenerse activo. A partir de aquí comenzaran a conectarse esta novela con otras de la serie, sus personajes y tramas en el juego intertextual al que nos tiene acostumbrados el autor, sin afectar desde luego la integridad e individualidad de cada una.

La víctima de homicidio es el Sr. Li quien durante los disturbios raciales de South Bay (El vuelo del ángel 1999) acogió a Bosch en su tienda saqueada y compartió con él su último cigarrillo; para encenderlo, Bosch recogió del suelo una carterita de fósforos con publicidad de la tienda, dentro de esta, encuentra escrito un aforismo: “Dichoso aquel que halla solaz en sí mismo” guarda la cartera de fósforos en su pantalón y encuentra arroz del día de su boda con Eleanor Wish. La carterita de fósforos ha permanecido por doce años con el detective, solo le hace falta el viejo fósforo que empleó aquella vez, la ha conservado porque  cree en lo dice el viejo aforismo que le ha dado fuerza en los momentos más duros. El detective se siente comprometido con la familia y la memoria del Sr. Li y da inicio a la investigación, que por sus primeros indicios da a entender que no se trata de un atraco sino de un ajuste de cuentas por parte de la Triada china dedicada a la extorción.

En el transcurso de la investigación Bosch recibe una llamada angustiada de su hija Maddie, quien acaba de cumplir trece años y vive en Hong Kong con su madre Eleanor Wish, su exesposa, antigua agente del FBI, y ahora jugadora profesional de pocker, al parecer la adolescente ha sido secuestrada por la Triada, ¿acaso una forma de boicotear la investigación en marcha? Este giro desatará uno de los episodios más intensos y vertiginosos, un día de treinta y nueve horas en que Bosch y la mujer de su vida Eleanor se juntarán por última vez, en esta ocasión en Hong Kong tras los secuestradores de su hija.

Michael Connelly
Imposible no hacer analogías con “Pasaje al Paraíso”, donde Eleanor era la secuestrada y su salvador Bosch y que al momento de su liberación exclama “¡Harry, sabía que vendrías!” Aunque esta vez quien exclame sea su hija “¡Papá, sabía que vendrías!”  Pero para que todo esto ocurra, antes habrán ocurrido otros acontecimientos que marcarán la vida del padre y la niña, quienes por sus actos compartirán una responsabilidad y un fardo de culpabilidad que ya hemos constatado en otras entregas de la serie, comprobaremos cómo los actos despreocupados e impulsivos de Maddie contribuirán al desarrollo de más de un mal entendido, y algo que los fanáticos de la serie jamás perdonaremos al autor. ¡Te odio Michel Connelly, cómo pudiste hacerle esto a Eleanor!

Con todo, se abren nuevos escenarios en la vida del detective, nuevos personajes que han crecido con él en esta novela bisagra que marca un antes y un después. La más excesiva de toda la serie, te mantiene en vilo, un episodio crucial dentro de la saga.

Germán Hernández

Una Patria sin futbol - Alonso Matablanco

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http://signoroto.blogspot.com/p/convocatoria-permanente-de-narrativa.html


Y llegó a ser considerada la mejor decisión que hubiese tomado el país luego de la abolición del ejército en 1948. Nadie o casi nadie extrañaba el denominado deporte rey; todos entendieron las ventajas de su extinción vía decreto.

Los ministros de Cultura y Educación se reunían a tomar vino, a celebrar; a veces invitaban al director del Instituto del Deporte; juntos brindaban por el sueño conquistado: un país sin balompié.

Todo comenzó en una mesa de tragos, los titulares de Educación y Cultura se reunían a discutir los problemas del país y sus posibles soluciones;  una noche concluyeron que todo, absolutamente todo era culpa del fútbol, que ese deporte era la consagración del capitalismo salvaje, la desigualdad social, la corrupción, violencia y delincuencia.

–Deberíamos abolirlo– dijo el jerarca de las artes riendo.

La broma quedó revoloteando en la cabeza del ministro de Educación, hasta convertirse en su único pensamiento. La siguiente ocasión que vio a su amigo le propuso su estrategia: suprimir cualquier actividad económica asociada con el balompié.

El primer paso sería explicarle la idea al director del Instituto del Deporte; si él estaba de acuerdo, seguirían con el plan; de lo contrario, lo abandonarían de inmediato, sin su apoyo no tendrían éxito. Convocaron al director a una reunión ultrasecreta a la cual asistió gustoso, pues pensaba que el deporte, la cultura y la educación eran un trípode indispensable para el desarrollo social.

La propuesta le pareció sensacional; el tipo era un atleta pensionado que siempre había odiado a los futbolistas; a ellos les daban de todo, plata, patrocinios, fama, a cambio de malograr goles y reclamarle a un árbitro, mientras que los atletas, verdaderos deportistas, debían costearse sus propias tenis, pellejearla para asistir a una competencia y, en el caso de que les fuera mal, aguantar las críticas de media humanidad.

“¡Cómo putas no les va a ir mal si nadie los apoya!”, gritaba siempre.

Abolir el fútbol era solo la primera parte del plan, luego venía la fase denominada “Redistribución de la inversión efectuada al balompié en las artes, los deportes y las aulas”. El objetivo era desviar todos los millones que se destinaban en salarios de jugadores, los patrocinios y la comercialización de la mejenga, en campañas, programas y obras sociales.
El primer escollo que deberían superar los tres soñadores era su jefe, sabían que el presidente estaría en contra, el fútbol es la forma perfecta de desviar la atención del pueblo, la gente se preocupa más por los resultados de su equipo que en las nunca cumplidas promesas de campaña. Además, entretiene a los medios y a los inquisidores, dando respiro a los choriceros de cuello blanco.

Redactaron un memorando en donde con letra fina y redacción pulcra, denunciaban que el Gobierno utilizaba el fútbol para cometer hechos ilícitos: desde desviar fondos hasta meterle miedo al pueblo.

El documento fue dejado en un sobre anónimo en la oficina de un legislador de oposición.

El escándalo no tardó en estallar; todos los diputados opositores pidieron que rodaran cabezas; el tema ocupó las primeras planas de los periódicos y fue lo único de lo que se habló en el plenario, los hogares, los parques, las universidades, las cantinas…

Hasta llegó a pensarse que el famoso memorando se traería abajo al presidente.


Temeroso de ser enjuiciado, el mandatario convocó a su Consejo de Gobierno a una reunión urgente. Preocupado, inició diciendo que no tenía ningún conocimiento del memorando, que él nunca antes lo había visto, que no había un complot para utilizar el fútbol como herramienta de manipulación masiva o para robarse dinero.

El mandatario exigió soluciones, alguna forma de salir de tal embrollo. Las propuestas llovieron: negación enfática y absoluta, armar un escándalo de otra cosa, colgar los trapos sucios de la oposición; incluso se planteó la idea de aceptarlo todo en un mea culpa y pedir perdón al pueblo. Múltiples opciones. Ninguna convenció al Presidente.

El ministro de Educación levantó la mano –aquí venía el siguiente paso del efecto memorando–  y propuso que para convencer al país de que el Gobierno no tenía relación con el mentado documento y que no pensaba utilizar el fútbol como un arma de dominación desmedida, debían abolirlo.

–¿Qué?– preguntó de forma unísona el Consejo entero, incluyendo al Presidente y al ministro de Cultura, cómplice del plan antibalompié.

El educador dijo que lo más viable y acertado sería prohibir, mediante un decreto ejecutivo, cualquier actividad comercial relacionada con el fútbol e iniciativas sobre ese deporte.
Reinó el silencio en la sala durante varios segundos, hasta que este fue roto por el jerarca de las artes.

–Claro… y podríamos usar el dinero que se invierte en las mejengas, en programas de arte, bueno, no sé, en educación, seguridad y democracia– dijo para cederle lugar de nuevo al silencio.

Al ministro de Seguridad la idea no le pareció para nada mala, sin fútbol no tendría que preocuparse de los pleitos en los estadios y la delincuencia de las barras; la ministra de Transportes pensó que sin fútbol habría menos consumo de licor y por ende menos borrachos en la carretera; la ministra de la Condición de la Mujer imaginó que la ausencia del fútbol reduciría la violencia de género, ya los machos no celebrarían pegándoles a sus parejas; el presidente de la Caja de Seguro Social soñó con no tener que andar cerrando estadios por la falta de pagos de cuotas obrero-patronales, y así uno a uno, cada ministro y jerarca de entidad encontró las virtudes de la erradicación del balompié.

–No se hable más–dijo el Presidente y dio por finalizada la reunión.

Al día siguiente anunciaron el decreto y su consecuente “Redistribución de la inversión efectuada al balompié en las artes, los deportes y las aulas”. Los ministros de Educación y Cultura se ofrecieron a redactarlo, en una semana estaba todo listo. “Cualquiera pensaría que lo tenían hecho de antemano”, le decía el presidente a sus asesores.
La oposición tomó la iniciativa con recelo; pero, cuando les explicaron acerca del objetivo de una mejor distribución de la riqueza, se sumó a la barca.

En el país las reacciones fueron diversas, las mujeres rosas se alegraron pues ya no les interrumpirían las telenovelas; las mujeres azules siempre pensaron que el fútbol era de bárbaros; las mujeres rojas dijeron que en buena hora, así los varones asumirían más responsabilidades con la familia y la sociedad; y a las mujeres lilas les importó un carajo. Mientras que aquellas a las que les gustaba el fútbol, se aliaron con los hombres de todos los colores, amantes de tomar cerveza y rascarse la panza los domingos frente al resumen deportivo, y  juntos  forjaron la principal resistencia popular al plan antifútbol.

Plantearon decenas de recursos de amparo y de acciones de inconstitucionalidad, pero los magistrados los rechazaron ad portas, pues ellos también consideraban que el fútbol era el culpable de al menos la mitad de las sentencias que debían resolver a diario.

Otros que se molestaron con la decisión fueron los futbolistas, pues ya no tenían con qué pagar las cuotas de sus carros de lujo, ni tenían viáticos para pasear por los países del Caribe, Europa y Sudamérica durante las pretemporadas.

Las modelos, amantes de los jugadores, también pegaron el grito al cielo. El mundo de farándula en que vivían no se lograría mantener a flote sin su contraparte masculina.

De todos, los más molestos fueron los medios de comunicación y las agencias de publicidad, se habían quedado sin un gran pedazo del pastel multimillonario que era el balompié.

Comenzó la batalla; primero hubo manifestaciones frente a la Casa Presidencial, en donde los marchistas iban con espinilleras y tacos exigiendo el retorno de su deporte favorito. Después, las modelos, uniéndose a la protesta, se rehusaron a posar semidesnudas hasta que volviera el fútbol. Los noticieros cada día sacaban la triste y desgarradora historia de algún futbolista hundido en la depresión, pues no tenía nada que hacer ni cómo pagar las múltiples pensiones alimentarias que debía.

Mas los embates fueron recibidos con gallardía y astucia por parte del Gobierno. En cuanto a las marchas hizo lo que hace con todas las marchas, decir que solo habían llegado cuatro gatos. A los futbolistas los incorporó a programas de enseñanza del Instituto Estatal de Aprendizaje, allí comenzaron a adquirir conocimientos en mecánica, fontanería, locución radiofónica; otros terminaron sus estudios secundarios y se matricularon enseguida en la universidad. Las modelos, al ver que su amenaza de abstenerse a posar semidesnudas no había dado frutos, decidieron cambiar de oficio y apostar menos a su físico.

Todo se fue tranquilizando; el fútbol comenzó a desaparecer del imaginario colectivo.

El único obstáculo, siempre presente y en constante amenaza, eran los medios de comunicación. “Todo plan maestro tiene y tendrá una piedra en el zapato”, decía el ministro de Educación.

Los frutos de una patria sin fútbol se vieron al poco tiempo; en las escuelas se enseñaba artes marciales, las cuales, además del trabajo físico, exigían alta disciplina de los niños.

Los periodistas dejaron de entrevistar a los entrenadores balbuceantes, empezaron a investigar y descubrieron un negocio redondo de lavado de dólares detrás de los principales clubes de primera división.

Millones de colones se reinvirtieron en el fortalecimiento de programas sociales, guarderías, artes y folclor, tal y como lo habían soñado los creadores del plan antibalompié.




Las familias comenzaron a compartir juntas los domingos; las cantinas redujeron ventas, y muchos de sus dueños las cerraron y abrieron en su lugar galerías de arte y librerías. El plan estaba saliendo mejor de lo que se había pensado.

Todo iba tan bien que la noticia comenzó a recorrer el mundo; pensadores chapines, salvadoreños, hondureños y hasta mexicanos propusieron emular el concepto de una nación carente de balompié, pues los resultados eran dignos de aplauso.

La FIFA, preocupada por las ideas revolucionarias, insurgentes y crecientes, concentró esfuerzos en derrocar el mundo feliz sin balompié y volver a restablecer en el poder el orden futbolero, para ello se alió con los más poderosos medios de comunicación.

Con dineros de grandes anunciantes de marcas deportivas, contrataron asesores y pagaron mordidas para que el contraataque comenzara a dar pasos gigantes. Acudieron al Tribunal Nacional de Elecciones  y solicitaron un referendo. El órgano electoral dio luz verde a la supuesta fiesta democrática. Sería el pueblo quien decidiría si el fútbol volvía o se quedaba por siempre en el olvido.

Los ministros de Educación y Cultura tenían cierto temor, aunque confiaban en que la gente, que ya había disfrutado de las mieles de un universo sin fútbol, votara por el NO. Ellos menospreciaron a los medios de comunicación.

Los canales, la radio y periódicos fueron abiertamente impulsores del SÍ  AL FÚTBOL. En sus editoriales, en sus notas informativas, en sus entrevistas, todo estaba parcializado a favor del deporte rey. La lucha era desigual, pero los de convicción de acero se mantenían claros con el NO.

El día del referendo dieron los resultados y enseguida el más conocido narrador de partidos gritó: “¡Gooooooooooooooool, ganó el SÍ, ganó el SÍ; cántenlo conmigo señores…!”, y  sonó a todo volumen la pieza de Queen “We are the Champions”. La victoria fue estrecha, pero victoria al fin.

Esa noche, los ministros de Educación y Cultura se reunieron a tomar una copa de vino que les supo tan amarga como un autogol.




Alonso Matablanco es licenciado en Comunicación por la UCR y tiene una maestría en Sociología de la Universidad de Salamanca, España. Es periodista en Revista Dominical y administra el blog Vida en San José. Es autor de los cuentarios Caníbales ( Uruk, 2009) y Adictivos, el cual, si no llueve, se publica este año. También tiene un cuento publicado en el compendio Antología de microrelatos (editorial De Costa Rica, 2012) y otros que se exhiben en matablanco.blogspot.com



Descárgue el texto completo de La Herrera → Aquí 
O léalo en línea desde → Scrib

Para publicar en la Convocatoria Permanente de Narrativa
 

Apología de los parques - Una primicia

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De nuestra primera novela impresa, queremos compartir esta breve primicia e invitarlos a ser cómplices de ella...
 
El Autor
 
 
Nadie imaginóque esta ciudad llegaría a convertirse en un cementerio de palomas, en esta habitación rigurosamente gris cuando alguna vez estuvo habitada por miles y miles de estas aves que volaban en gigantescos torbellinos de alas, comían y defecaban en los parques y monumentos para el deleite de los niños, los viejos y las familias que compraban las palomitas de maíz para alimentarlas. Ya fuera en los fines de semana, o en los días festivos, ellas aliviaban la vista de los pasajeros agobiados; acompañaban la primera fotografía de unos novios, de los niñitos que corrían tras ellas y alzaban sus brazos cuando estas volaban finalmente y se posaban en las cornisas del Teatro.
Cuando murieron las palomas, acabaron aquellas escenas cívicas y alegres, los parques quedaron desiertos y fueron invadidos por los pordioseros y el silencio. En una ciudad cuya arquitectura es típica de las ciudades homogéneas y sin estilo, la muerte de las palomas significó la caída de los últimos edificios antiguos sobre los charcos de sol, de los trillos que se abrieron con carretas y mulas y que ahora son avenidas y nombres de gente que nadie conoce; de repente la ciudad se volvió extraña y temible, y muchos descubrieron con pesar que ahí habían nacido y que jamás se moverían de ahí. Nadie supo hasta más tarde, cuáles habían sido las causas, simplemente contemplaron un día a las palomas enloquecidas volando como abejones de mayo, estrellándose contra las ventanas de los edificios y agonizando sobre los escritorios de los burócratas que se quedaban horrorizados sin hacer nada. Otras caían contra las baldosas de los parques, y temblorosas vomitaban sus vísceras; poco a poco fueron formando montañas de cadáveres en las calles y los techos. La ciudad hedía a podredumbre y los habitantes se cubrían la cabeza atormentados por la duda y las últimas sobrevivientes que solían arrojarse hacia ellos. Triste y vacía, así quedó esta ciudad que descubrió que aquellas palomas eran su respiración y su paisaje más amado. Pronto comenzaron las investigaciones, hombres de ciencia comenzaron a analizar los cuerpos inertes y sus buches sangrientos. Muchos temieron que se tratara de un virus, de alguna bacteria que mutó y se dispersó rápidamente entre la población de palomas. La amenaza de que la plaga pasara de las aves a los seres humanos era posible, la declaratoria de una emergencia sanitaria estaba latente. Poco se obtuvo de las primeras investigaciones, hasta que alguien notó que todos los perros callejeros y demás alimañas hambrientas que habían devorado los cadáveres de las palomas habían muerto también. Más tarde los análisis confirmaron las sospechas; nada devolvería la tranquilidad a los pacíficos habitantes de San José, todos se miraban atemorizados y con desconfianza, las palomas no habían muerto a causa de ningún microbio, su muerte no era un accidente, las palomas habían muerto envenenadas.
 
 
Germán Hernández
Apología de los parques
Uruk Editores. Costa Rica. 2014
 
 

Adictivos - Alonso Matablanco

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Ocurre que lo vulgar, lo cotidiano, lo abrumadoramente cíclico como la ruta del autobús, o de los automóviles en las rotondas, el recall de los celulares, los ritos nupciales y las búsquedas incansables que vuelven al punto de partida se han vuelto esquivas y renuentes en la literatura. Contra el hastío, es mejor la evasión fantástica, épica o histórica en función de la búsqueda de sentido ante una existencia que aplasta. Un sentido trascendente, es decir, externo, que por más secular que se pretenda, no escapa a la especulación mística, que busca ese sentido afuera.

Pese a ello, todavía hay autores que se decantan por lo imposible, el minimalismo irresistible de lo corriente, de lo común, de los seres absolutamente semejantes a nosotros, a los rostros difusos de la multitud. Alonso Matablanco es uno de esos autores, y lo demuestra en su libro de relatos “Adictivos”. Sus materias primas están ahí a la mano, en lo que nos ocurre a diario, en las existencias mediocres, en la gente cuya única singularidad es su pequeña parcela de aire y encierro.

¿Qué puede haber de relevante en los encuentros y desencuentros de los enamorados, en los vicios sutiles, en las mejengas, en los grafitis, en los vagones de un tren? Quizá nada, pero así son nuestras vidas, así devienen, y es a partir de esas vidas que Alonso Matablanco elabora sus relatos. Comienzan con una llamada, o con una puerta que se abre al final del día, en un semáforo, y de repente usted está ahí, viéndose a sí mismo, en sus actos de cada día, en su falta de sustancia, y súbitamente, virtuosamente, el autor de estos relatos sabe dar un giro que los resignifica, que restauran el valor y conciencia del sujeto viviente, que siente.

Así son estos cuentos, restauran el sentido, porque nos hacen sentir.

Entre las técnicas a la que recurre el autor está la de construir espejos a los que podemos asomarnos confiada y divertidamente al comienzo, hasta que finalmente viene el giro, la inversión de sentido, y nos encontramos ante un reflejo que no habíamos reconocido, descubrimos al otro en nuestro reflejo.

Lúdico, como un niño que ha tomado la decisión de construir una autopista en la arena de la playa, (con toda la seriedad que eso conlleva), vamos reconociendo estas ficciones, en que la prosa limpia, exacta del autor, nos narra con la contención y la sutileza que exige el cuento, en pasajes que vale destacar y que van desde lo mínimo, como “Estaciones” en que el empleo de la prosopopeya nos devuelve una “fábula moderna” y sin moralina, lo mismo ocurre en “Cíclicos”, “Amor líquido” “El Saludo” o el exquisito texto “Pérdida de tiempo”.

Y están los cuentos de mayor formato, donde los personajes son nuestros vecinos y sus idilios, en que el autor avanza por la cuerda floja, al borde de caer en el vacío de lo cursi, de lo vano, pero recuperando siempre la dignidad de sus personajes como en “La furia”, o “Una patria sin fútbol” y “Calentura”, donde aflora el buen humor, que sabe jugar y aprovecharse de los viejos clisés, textos provocadores que exigen una lectura crítica.
 
O los testimonios de las cosas perdidas y a la deriva por las demandas reales o no de la vida, donde hasta el último segundo se agradece como una recompensa que lo justifica todo como en el caso de “Espejismo en Circunvalación” y su secuela, “El despertador”, “Consulta médica” o por el contrario, ese mismo segundo puede amargarlo todo en el caso de “Pronta y cumplida”, “Protocolos”, “La Bóveda”, “Superación personal” y quizá el más amargo de todos, “Guardián”.
 
Hay una parte oscura en estos textos, y cómo no, las adicciones sutiles, inconscientes, no declaradas por las víctimas: como en “Conversación entre madre e hijo”, “Adicción” y “Semáforos” en donde por fin se revela que el objeto de esta adicciones no existe, son fantasmas, y se les llama memoria.
 
Hay más, pero no es nuestra intención anticiparnos a la lectura que usted hará de estos textos; si los sabe interrogar, posiblemente le ayuden a reconciliarse consigo mismo, y divagar con ellos hasta encontrar el sentido profundo de nuestras minúsculas y comunitarias singularidades, algo que Alonso Matablanco, ha descubierto y quiere revelar en este cuarto de espejos que parecen pintados por un René Magritte, pero esta vez sin que nuestro reflejo nos dé la espalda, cuando nos reconozcamos en ellos.
 
Una afortunada apuesta de Uruk Editores, y para muestra un botón, disfrute como primicia el relato "Una patria sin futbol" que publicamos aquí en el Signo roto en la sección de Convocatoria Permanente de Narrativa.
 
Germán Hernández
 
 

Alexánder Obando se refiere a Apología de los parques

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Esta novela se despliega en dos registros fundamentales: uno que es panorámico y podríamos asociar a la pintura impresionista del s. XIX, o bien otra íntima y oscura con fuertes sobretonos hiperrealistas. Así "Apología de los parques" va pintando un mundo josefino harto conocido por todos nosotros, pero rara vez visto con tanta lucidez interior. Es el San José que sabemos pero nunca exploramos; el de los rincones sucios, los hogares convertidos en vitrinas del tedio, y los sitios de trabajo anodinos y silenciosos. Es pues, el lugar donde las almas se trenzan como una grave marejada de agonía que, pese a su movimiento constante, no avanza hacia ningún lado. Germán Hernández vuelve con esta su segunda entrega narrativa a las obsesiones que marcaron su libro de cuentos: la soledad, el consumismo, la demencia, la miseria extrema, la violencia y la pulsión de muerte como un "zeitgeist" evidentemente colectivo, pues no hay esperanza donde nunca la hubo antes.



Alexánder Obando


Verano Rojo - Daniel Quirós

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Verano rojo es la primera novela del joven narrador Daniel Quirós, la misma compartió el premio nacional de novela 2011 con “El laberinto del verdugo” de Jorge Mendez Limbrick y ambas novelas fueron editadas por la Editorial Costa Rica inaugurando su colección “Novela negra”. Parece que ambas obras lo comparten todo.
 
Verano rojo, es efectivamente una novela de corte policiaco que se combina también con la ficción histórica[1]. Don Chepe, el protagonista, investiga la muerte de su amiga “La Argentina” quien ha muerto ejecutada, esto lo conducirá hasta el atentado de la Penca en 1984 y a una intensa casería  por la provincia de Guanacaste, escenario de la obra.
 
Aunque está aceptablemente escrita, y se esfuerza en crear una atmósfera de sofoco a lo largo de su desarrollo, y hasta logra interesarnos cuando especula alrededor de la reconstrucción de los hechos del atentado de la Penca, la trama está llena de incoherencias, fisuras e inexactitudes que le restan verismo y credibilidad.
 
Los problemas de veracidad en la trama comienzan desde las primeras páginas y serán un lastre a todo lo largo de la novela. El narrador, “don Chepe”, se entera del hallazgo de un cadáver en la playa cerca de Paraíso, la víctima es Iliana Echeverri, conocida como “la Argentina” quien era dueña de un Café cibernético que era cantina y alquiler de libros en Tamarindo y con quien don Chepe había construido una buena amistad. El problema es  cuando el cuerpo de Iliana es recogido por particulares y trasladado hacia Tamarindo en una buseta de turismo y velado esa misma noche y enterrada al día siguiente.
 
“apenas tuve tiempo de ver a unos hombres montar el cuerpo, envuelto en una sábana blanca, antes de que desapareciera la microbús, junto a una patrulla de la policía local, hacia Tamarindo entre una nube de tierra” (pág. 19)
 
“Esa primera noche la pasé en el café velando el cadáver. A la mañana siguiente, fue el entierro, al que asistió un buen número de personas” (pág. 23)
 
“Nadie sabe nada, puse la llamada para que vengan los del Departamento de Investigaciones Criminales del OIJ desde Liberia, pero usted sabe cómo es eso, dijeron que no tienen gente y que hay que esperar a que venga alguien de la capital, seguramente entre mañana o pasado” (Dicho por el cabo Hernández “el Gato”pág. 20)
 
Pese a lo dicho por el cabo Hernández “el Gato”, en Costa Rica, el cadáver encontrado en las circunstancias que narra la novela, no podría ser levantado a no ser en presencia de un juez y en coordinación con agentes judiciales, el cuerpo sería trasladado en un auto oficial hasta la Medicatura forense para su autopsia y por ningún motivo podría ser velado la noche del día de su hallazgo y menos sepultado al día siguiente[2]. Por cierto, vale aclarar también que el grado de “cabo” no existe en ninguno de los cuerpos policiales del país desde la promulgación de la Ley General de Policía de 1994, en que el grado de “cabo” pasó a llamarse “inspector”, tampoco es cierto que el “cabo Hernández” sea “Guardia rural”, la “Policía de asistencia rural” dejó de existir desde el año 2000, igual que la “guardia civil”, para llamarse genéricamente “Fuerza pública”; recordemos que la novela transcurre en el año 2009 y estas imprecisiones le restan verosimilitud al relato, falsean la realidad, e indirectamente debilitan la credibilidad especulativa del relato ficcional histórico que hay de fondo.
 
Don Chepe, protagonista y narrador de la novela, es un ex agente del Instituto Nacional de Seguros (pág.14) quien hereda un terreno cerca del mar, a dos kilómetros de Paraíso (pág. 14) donde construyó una casita con sus ahorros (pág.14). Tiene un pasado como guerrillero durante la Revolución sandinista (pág.21). Lo que no queda muy claro es la actividad económica de don Chepe, que parece más bien un matón a sueldo y no un detective aficionado:
 
“Todo comenzó un día en el bar de doña Eulalia. Era domingo y yo me tomaba las cervezas de todos los días. Un finquero local, al que siempre le daba la borrachera vaquera, le había faltado el respeto a doña Eulalia y después se rehusaba a salir del lugar. Cuando el Gato llegó, al hombre le pareció una buena idea tratar de partirlo a machetazos. Yo lo había convencido de que soltara el machete después de quebrarle un par de costillas. Antes de trabajar para el INS, yo había pasado varios años en Nicaragua, luchando en la Revolución, donde había aprendido a hacerme entender. En Paraíso no caía de mal alguien con ese tipo de experiencia. A partir de ese día, terminé echando mano en varios casos: robos, drogas, asesinatos, ese tipo de cosas. Todo extraoficialmente, por supuesto. Después también me empezaron a buscar personas del pueblo y del área que necesitaban ayuda con algún asunto personal. Los trabajos no daban mucho, pero aunque se mataban el aburrimiento y ayudaban a pagar los pocos gastos que tenía”.(págs. 20-21)
 
Es difícil creer que un “finquero” ande armado con un machete, algo más propio del “peón”, a un finquero le va mejor un revolver (si estuviera armado). Si nos atenemos a la cantidad de whiskys y cervezas que se toma el protagonista y las mordidas que paga durante la investigación (págs. 55), y los gastos de reparación de su vehículo, y la compra de un localizador GPS, dudamos mucho de su austeridad. También son cuestionables su insomnio (pasa días sin dormir) y desde luego su sobriedad.
 
Al comenzar la investigación del crimen, el relato se pierde en sus propias contradicciones y en más de una ocasión termina negando lo que acaba de afirmar, veamos este ejemplo cuando don Chepe y el Gato van a la escena en que encontraron el cuerpo de la Argentina:
 
“La arena es el mejor cómplice, borra todo tipo de huellas y desaparece cualquier evidencia. En verdad no había mucho que ver” (pág.21)
 
Pero casi inmediatamente dice:
 
“Primero, notamos unas huellas de llanta entradas en la arena” (pág.21)
 
Luego:
 
“la marea estaba completamente baja, y había, en el lugar donde Faustino había encontrado el cadáver, dos hoyos en la arena, a la altura de las piernas, más profundos que el resto de la silueta del cuerpo. Para el Gato, eso significaba que la Argentina había sido puesta de rodillas y luego asesinada a quemarropa, con uno dos tiros en la cabeza” (pág.21)
 
¿No era que la arena lo borraba todo?[3]
 
Siguiendo con el problema de verosimilitud, el mismo día del entierro de la Argentina, aparece un abogado (Eduardo Gómez) quien se acerca a Don Chepe, para indicarle que la víctima lo ha incluido en su testamento (pág. 25) ese mismo día Don Chepe finiquita el asunto y recibe unos libros, una carta enmarcada, documentos y una llave (pág. 26) y va hasta la Cafetería de la Argentina donde se entrevista con doña Rosa, antigua empleada de esta y heredera de la cafetería cantina y alquiler de libros (¿Acaso no resulta inverosímil que en menos de un día hubiera crimen, velorio, entierro, y proceso sucesorio?) y entre pláticas surge la sospecha sobre un par de maleantes de la zona. Por ahí seguirá la investigación: con los papeles heredados, y el seguimiento de esos dos maleantes.
 
De los dos maleantes, basta decir que don Chepe y el Gato los acechan, los intimidan y vapulean,  no obtienen mucho de ellos, salvo quizá que a uno de ellos un misterioso hombre le había encargado vigilar las entradas y salidas de la Argentina a cambio de una recompensa que el maleante recoge en unas tales Cabinas Río Celeste (Cap. IV), a donde se dirige después don Chepe para indagar  (Cap. V). Esa misma noche recibe un sorpresivo ataque en la calle, despierta al día siguiente en el hospital de Santa Cruz, aparentemente fue agredido por los dos maleantes que antes él había vapuleado, quienes también se ensañaron contra su auto, destruyendo vidrios y llantas de este, mientras lo manda a reparar y mientras Don Chepe también se recupera, se demora unos días en Tamarindo y se dirige hacia Puerto Soley (Cap. VI)
 
Respecto de los documentos, se da un verdadero artificio narrativo, una especie de laberinto trazado por la víctima donde todo ocurre convenientemente de una manera siempre muy casual[4] que comienza con una carta encriptada y una llave (págs. 33-34), que llevará a don Chepe hasta un recibo oculto en un cuadro (pág.35) con que retirará una encomienda (pág. 36), donde encontrará otros documentos, que por su contenido inducen al improvisado detective a sospechar que su amiga había pertenecido a una agrupación guerrillera durante la dictadura militar en Argentina (págs. 36-40) le llama particularmente la atención una foto de una playa que no reconoce, más tarde muy casual y convenientemente cuando está con doña Rosa, la foto se le cae y la mujer inmediatamente la reconoce, es Puerto Soley, lugar que ella y la Argentina habían visitado antes y donde casualmente y muy convenientemente doña Rosa tiene una hermana, don Chepe quiere contactarla para averiguar si la Argentina le ha dejado algo, y sorpresa, así es, una pequeña maleta (pág. 60)[5]. Cuando finalmente recoge la maleta, encuentra en ella un recorte de periódico que hace referencia a un tal periodista sueco Peter Olsson, que había llegado al país para “testificar” sobre el atentado de la Penca en 1984, el periodista es un sobreviviente del atentado, y pretende aclarar muchas cosas sobre los hechos y confirmar la identidad del responsable. Junto con el recorte de periódico un papel con el nombre de un hotel y un número de teléfono (págs. 69-73) Ahora todo lo conduce hacia Liberia, al hotel la Estancia, pero no encuentra al periodista sueco ahí, sino muy casual y convenientemente en un bar, ahí se entrevistan, el periodista le cuenta que la Argentina lo había buscado quince días antes, también le cuenta a don Chepe su versión sobre el atentado de la Penca, su remordimiento y temor a que lo relacionen como colaborador del verdadero asesino (Cap. VII). Al día siguiente, don Chepe busca a la fiscal que tomó la declaración, la cual, casual y muy convenientemente es  Alejandra Leardo[6], una sobrina de una excompañera de trabajo de don Chepe cuya hermana él había ayudado en el pasado, por lo tanto la fiscal, muy colaboradora con don Chepe se toma la tarde libre para hablar en un lugar más “discreto” que resulta ser el bar de un hotel, la opinión de la fiscal sobre el testimonio de Olsson es sencillamente que no tiene la menor relevancia, ni aporta nada a la ya conocida identidad del perpetrador, un tal Gandini, guerrillero argentino, amante de la Argentina en su juventud, maestro del disfraz que nunca ha sido atrapado y que ya nadie sabe si vive o muere, y el único que puede explicar quién  y por qué se ordenó el atentado de La Penca (Cap. VIII) don Chepe sospecha que está vivo y que anda cerca y va alertar a Olsson. Por variar, el improvisado detective llega tarde, el periodista sueco aparece muerto de un disparo en su habitación[7], el aparente suicidio no despista a don Chepe, sabe que Gandini anda cerca, por pura intuición sospecha que las llaves que le heredó la Argentina le indicarán el paradero del guerrillero (Cap. IX). Pero antes, pasa por donde su amigo el Gato, que le cuenta oportuna, casual y convenientemente un caso resiente de unos matones que buscaba la policía, y cómo el último de los matones había sido recién aprendido pues había chocado con un turista cerca de la entrada a Tamarindo (don Chepe recuerda haber visto esos autos hacía dos horas) el Gato le cuenta que el turista a pesar de las lesiones parecía como si nada le hubiese pasado y fumaba, don Chepe lo interrumpe y pregunta por la marca del cigarrillo y el Gato le da a entender que era Camel[8] inmediatamente don Chepe lo relaciona con Gandini le muestra la foto y el Gato lo reconoce. A toda prisa salen juntos hasta el Hospital de Santa Cruz donde había sido llevado Gandini, ahí se entrevistan con la enfermera que lo había atendido[9], el tipo se había fugado del hospital antes de terminar con él, don Chepe y el Gato intentan buscarlo en Santa Cruz, van a la policía en busca de pistas[10], descubren que había estado en una farmacia, pero que ya se ido de la ciudad (Cap. X). Don Chepe decide averiguar qué es lo que abre la llave que le heredó la Argentina, sospecha que eso lo conducirá hasta Gandini. Regresa hasta la soda donde doña Rosa, y cuando piensa que no podrá descifrar el enigma de la llave, muy casual y convenientemente aparece Carmen la hija de doña Rosa quien le revela que esa llave es de un apartado de una empresa llamada Correos Mercurio a donde llega don Chepe y encuentra en el apartado[11] un sobre con cinco palabras, cuyo mensaje lo llevaría hasta la mansión de un narcotraficante apodado el Ángel, quien casual y convenientemente le debía un favor a la Argentina y ahora para honrarlo le facilitaría la información que don Chepe necesitaba para encontrar a Gandini (Cap. XI). Don Chepe recibe de uno de los testaferros del narcotraficante unas coordenadas y un GPS, luego él se compra otro GPS[12]y le deja a doña Rosa un sobre para el Gato y parte al encuentro del asesino de la Argentina (Cap XII). 
 
“Si la Argentina quería hacerme entender lo que la había llevado a su muerte, no me lo estaba haciendo nada fácil”. (pág. 40)
 
“Podría ser que la Argentina no tuvo tiempo de nombrar quién o qué la acechaba, puede ser que nunca lo supo con certeza, que lo único que pudo hacer fue tomar algunas precauciones, dejar algunas boronas de pan detrás de sus pasos” (pág. 41)
 
Tiempo fue lo que más tuvo la víctima y comprobaremos también que la Argentina con una clarividencia excepcional parecía saberlo todo de antemano, incluso, cada cosa que hereda a don Chepe fue elaboradamente dispuesto por ella para que este arme un elaborado rompecabezas que lo lleve sin equívocos hasta su asesino. Lástima que la Argentina no empleó mejor su tiempo en resguardarse y acudir a la persona correcta, el narcotraficante por ejemplo, bastaba que le pidiera no solo que encontrara Gandini, sino también que lo eliminara y listo. ¿Para qué tantas complicaciones?
 
“Por un instante, pensé en preguntarle por la Argentina, por Olsson, por el atentado en La Cruz años atrás, tal vez podría averiguar quién lo había enviado o por qué había vuelto. Pensé que quizás había una razón detrás de tanta muerte, una explicación que iba atar todos los cabos sueltos. Pero en esos ojos no había respuestas.” (Pág. 154)
 


Daniel Quirós
Efectivamente ese es el gran problema de esta malograda novela policiaca, deja demasiadas fisuras, error imperdonable en el género. ¿Qué motivo tiene Gandini para matar a la Argentina y a Peter Olsson? Realmente ninguno. Por más de dos décadas nadie sabe nada de él, no saben si vive o muere, el testimonio del periodista sueco no aporta nada a lo que ya se sabe, nadie lo persigue, Gandini podría darse el lujo de morir de viejo sin la menor preocupación. ¿Por qué se toma la molestia? ¿De dónde saca los medios, cómo se financia para irse a matar a Guanacaste? ¿Tiene alguna relevancia saber hoy si fue la CIA o el FSLN quienes ordenaron el atentado en contra del mercenario Pastora? En todo caso, responsables o no, ambos tienen suficiente sangre en las manos para considerarse inocentes de algo. Lo lamentable, es que la novela no se aventura a especular y responder las propias interrogantes que se plantea.
 
Germán Hernández


NOTAS


[1]Usualmente se emplea la expresión “novela histórica” la cual me parece, llama a equívocos, y podría pensarse que por ser “histórica” es también “verdad”. Pero en todo caso, novela, y por lo tanto “ficción”. Yo prefiero llamarla así, “ficción histórica” porque sin importar el pretexto o la referencia a unos hechos históricamente verificables, toda novela es siempre “ficción”. El rigor histórico no es un requisito imponderable para la novela histórica.
[2]El autor insiste en justificar esta anomalía y la supuesta apatía de las autoridades judiciales para investigarlo en la página 42.
[3]Otros ejemplos de lo anterior de esa manía de negar lo que acaba de afirmar son estos:
 
“Había estacionado frente al cuarto número seis, y al abrir la puerta del carro, por alguna razón miré hacia el suelo de cemento, donde la luz de los fluorescentes que alumbraban el área recayó sobre una colilla de cigarrillo descartada. El cigarrillo había sido extinguido a medio fumar y aún era distinguible la marca. No le hubiera dado la menor importancia, sino fuera porque era un Camel, una marca que no se vende en el país. Aún se podía verla silueta del camello sobre la colilla amarillenta. Pero la verdad que con tanto turista no era demasiado extraño.” (pág. 57)
 
“Al principio pensé que podríamos dar con Gandini porque teníamos la ventaja de saber quién era y qué hacía en el país, mientras que él no sabía que alguien lo estaba persiguiendo.Yo pensaba que a lo mejor Gandini no se preocuparía mucho, que alquilaría un carro, que se alojaría en algún hotel, hasta tal vez aún bajo el nombre de Van der Roy. Pero eso era no saber con quién estaba lidiando. Un profesional no comete ese tipo de errores. Da por seguro que alguien siempre lo está buscando.” (pág. 124)
 
“Otra razón por la que pensaba que Gandini se dirigía a un lugar ya establecido, era por lo que traía consigo en el carro cuando lo del accidente. Solo llevaba una mochila pequeña, la que había descrito Mónica, la enfermera. El Gato también verificó eso, dijo que en el carro del supuesto holandés no se había encontrado nada más que la mochila, que por cierto la policía nunca inspeccionó (Pág. 127) ¿Pero si la mochila se encontró en el carro, cómo es posible que la llevara Gandini en el Hospital? ¿Y para qué habría la policía de inspeccionar la mochila de una víctima de un accidente de tránsito? En todo caso el Gato también era policía. ¿O no?
 
El subrayado es mío.
[4]Al respecto, y como bien afirma Juan Murillo sobre esta novela: La trama avanza siempre gracias a la coincidencia y no a la lógica causal. Las pistas y los actores del misterio se presentan como por arte de magia cuando se necesitan, lo cual quizá haya sido permisible en Crimen y castigo, de Dostoievski, pero se considera un defecto de forma en el género de novela negra actual. La novela negra, orientada como está hacia la ambientación y el estudio psicológico del protagonista, víctima o criminal, sigue siendo una relato de misterio que debe cumplir con el requerimiento de verosimilitud. Si las pistas y descubrimientos parecen sembrados por el autor, mucho se ha perdido”.
[5]¿Cómo es posible que la víctima previera que de algún modo esa foto, conectaría a don Chepe con la hermana de doña Rosa y esa maleta?
[6]A estas alturas el relato ya perdió cualquier sentido y coherencia. Si esta joven fiscal tiene tanta identificación con don Chepe, ¿Por qué no aprovechó para pedirle a ella que ordenara una investigación sobre lo ocurrido a su amiga la Argentina que es en el fondo lo que investiga?
[7]Resulta de lo más cómico enterarse de que al momento en que don Chepe llega al Hotel la Estancia en busca de Peter Olsson descubre: “El hombre del cuarto número nueve se pegó un tiro en la madrugada. Después de eso nadie quiso quedarse. La policía estuvo aquí toda la mañana. Juntaron el cadáver, limpiaron el cuarto y después se fueron. Me dijeron que se podía alquilar la habitación después de mañana, que dejara que se ventaran un poco los químicos con los que habían limpiado” (Pág. 108) ¡Resulta que la policía tan apática con el homicidio de la Argentina, ahora es tremendamente diligente en recoger los cadáveres y hasta de prestar servicio de limpieza!
[8] Las casualidades rayan lo absurdo, ahora el Gato vio hasta el paquete de cigarrillos del tipo.Recuérdese que antes el mismo narrador había dicho que eso no tenía nada de extraño con tanto turista (pág. 57) Resulta que ese detalle le basta ahora para relacionarlo con Gandini, ¿Cómo es posible relacionar una chinga de cigarro tirada en un hotel con Gandini?
[9]Es curioso cómo se enfatiza sobre la constitución física de Gandini en el episodio del choque y del hospital, su resistencia al dolor; teniendo en cuenta cómo había sobrevivido al atentado que él mismo perpetró, tal parece un “Terminator” hasta fumaba inmutable -¡Dentro del hospital mientras lo atendían!- (pág.124). 
[10]Es curioso que se dirigieran a la “Comisaría” (Ya no existen con ese nombre) de Santa Cruz en busca de indicios como si fuera una oficina de información, y que los ignoraran incluso siendo el Gato policía también y que luego en el capítulo XI don Chepe se niega a contactar la policía pues teme que eso haga escapara a Gandini. ¡Cuando precisamente vienen de la policía! Y a pesar de todo, El Gato va a la “Comisaría” para hablar con gente de su confianza. ¡Pongámonos de acuerdo por favor!
[11]No entendemos por qué el autor se enreda en sus mismos mecates. En Costa Rica siempre ha existido un eficiente sistema de correos y apartados postales, no hay la menor novedad en esa empresa de Correos Mercurio, la cual debe operar ilegalmente, pues esos servicios son monopolio estatal. Más preocupantes son las excusas con que don Chepe logra convencer a los funcionarios del Correo Mercurio para que le den el número del apartado, una empresa de este tipo exigiría por lo menos una autorización escrita del dueño del apartado para entregar alguna correspondencia a un tercero, pero ¿Darle el número de apartado? Eso es algo que no imagino.
[12]Muy extraño que teniendo un GPS se compre otro. ¿Sería para dejarle uno al Gato para que lo encontrara? Tal vez, pero no se dice ni queda claro.

Benedicto Víquez Guzmán se refiere a Apología de los parques

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Germán Hernández publica este año, 2014, la primera novela Apología de los parques y es Uruk Editores quien lo hace.

La novelita no pasa de las 86 páginas pero la calidad si supera esa  pequeñez.

Muchos podrían pensar que se trata de otra novela de la ciudad ahora enfocada a los parques pero no. La novela posee otras dimensiones literarias importantes y originales. No encontrará el lector una voz que lo guíe por una lineal historia sino voces que narran sus pequeñas historias o sus atisbos de historias, Así la novela pierde la linealidad del sintagma para desarrollar una especie de mural, no solo de voces sino de historietas entremezcladas que abren un hermoso paradigma lleno de sensibilidades humanas poco conocidas por el vidente que ve esas personas deambular por la ciudad sin aparente meta y menos proyectos de vida.

Ese mural permite ver y oír al lector gentes sin casi perfil alguno, con pequeñas ambiciones: una mujer que se escapa y el personaje la sigue por toda la ciudad sin poderla detener, asido a un amor desigual e imposible, un ciego que cuando un caminante le ayuda a pasar la avenida le quita los anteojos y recobra la vista, favor que se convierte en perjuicio para el cieguito que pierde su cotidianidad y rutina y  eso para él es fatal, un pordiosero que le falta una pierna y es rescatado por un médico que se sorprende cuando la pierna comienza a formarse y recobra su estado original, un guarda que se enamora de la jefa ejecutiva de recursos humanos en un hotel capitalino y no solo pierde su trabajo sino su amor platónico, imposible a pesar de su  lucha por conseguirlo, un zapatero que desea hacer un favor para que se lo agradezcan y daña unos zapatos que compra una joven y cuando viene a devolverlos le da el dinero y dos pares más. Poco después la muchacha regresa para que le cambie los dos pares regalados porque están dañados y muchas otras pequeñas historias más.

No es fácil observar, en esa casi vida de la ciudad y  los parques en particular, y penetrar en la sicología social, la impersonalidad, la rutina, la superficie sin perfiles, esa gente anodina que nada, en apariencia, tienen que decir y que más que vivir duran, y delinear sus limitados sentimientos, sus pequeños y a veces escasos proyectos de vida.

Y otro aspecto de la novela digno de destacarse es visualizar qué es lo que esa masa amorfa realmente necesita. Deja claro que sus necesidades son diferentes a los otros, los diferentes, los que disfrutan de otros bienes y condiciones o ¿serán iguales, vestidos decolores llamativos y peinados a la moda? La duda nos hará pensar. Y para ellos ni los milagros son importantes y más bien interrumpen sus actividades y  el logro de posibilidades de satisfacer necesidades primarias.
Benedicto Víquez Guzmán
Un símbolo de lo que  decimos está configurado con la muerte de las palomas. Quizás ellos son esas palomas que dan alegría y vida a seres anodinos, habitantes de los parques, niños inocentes como ellos, pero que también como ellos pareciera que algunos estorban y las matan. Es cierto que las palomas se vengan y la muerte por un cadáver de una de ellas, del viceministro, lo evidencia así  como la aparición de cadáveres en frente de los edificios y sobre todo las iglesias. Como a ellos, algunos piensan, hay que matarlos.

Original novela que bien podríamos ubicar como polifónica, de mural de voces, llena de sensibilidad y con un agudo sentido de la observación sobre un mundo que está a la vista pero que pocos se atreven, no a ver, sino a mirar y comprender.

Benedicto Víquez Guzmán


Georges Simenon – Maigret y las buenas personas

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Maigret recién ha regresado de unas vacaciones de tres semanas cuando lo despierta una llamada a las dos de la madrugada, es un colega suyo que lo alerta de un crimen  en un apartamento de Montparnasse, se trata de la familia Josselyn “el tipo de gente entre los cuales nunca se espera que pase una cosa así” La víctima es el señor René Josselyn quien ha muerto de dos disparos en su sillón, su mujer y su hija quienes estaban esa noche en el teatro lo han encontrado al llegar a casa. Antes, la víctima había estado jugando ajedrez con su yerno en esa misma sala “No ha habido robo ni fractura… los Josselyn no tenían enemigos… son buenas personas, que llevan una vida sin historia…”. 
 
Cuando Maigret llega al apartamento se pone al tanto y se entrevista con la hija de la víctima, luego con su yerno, la señora Josselyn está sedada y es incapaz de ayudar en ese momento, el cadáver es recogido, la investigación está en marcha, el revólver de la víctima ha desaparecido y todo apunta a que ha sido asesinado con esta, cuando Maigrét sale platica con el médico de la familia, no saca mucho “Son buenas personas. No tardé mucho tiempo en hacerme amigo de ellos” y del yerno de la víctima que también es médico “Es un hombre absolutamente entregado a la medicina y a sus enfermos, una especie de santo laico”, de la víctima descubre que padecía del corazón, que para cuidarse había vendido su pujante negocio de cartonería a sus empleados y que ahora se dedicaba a pasear por los jardines, a la lectura apasionada y al ajedrez. Maigret regresa a casa con un malestar, le produce un gran desasosiego tener que sospechar del doctor Fabre, el yerno de la víctima, tendrá que reconstruirlo paso a paso cada evento, descartado el robo, desaparecida el arma del Señor Josselyn con la que seguramente había sido asesinado, y estando la puerta cerrada cuando lo encontraron, sin duda el homicida era alguien conocido y en quien confiaba.
 
Maigret decide comenzar investigando en torno a René Josselyn, se dirige a su antigua cartonería y a ahí se entrevista con Juoane, uno de sus ex empleados a quienes les vendió el negocio y que al recibir la noticia de la muerte de su ex patrón reacciona sorprendido: 
 
“-¿Pero quién podía tener interés…? Escuche, señor comisario… Usted no lo conocía. Era la mejor persona del mundo… Para mí, un verdadero padre, más aún… Cuando entré aquí tenía dieciséis años y no sabía nada… Mi padre acababa de morir… Mi madre era asistenta… Empecé como mozo de recados, con un triciclo… Fue el señor Josselyn quien me lo enseñó todo… y quien, más tarde, me nombró jefe de servicio…”
-¿Tenía enemigos?
-¡Ninguno! Se hacía querer de todo el mundo. Dé una vuelta por las oficinas y pregunte a los empleados lo que piensan de él…
¡También él era una buena persona! ¿Es que Maigret, en ese asunto, no iba a encontrar más que buenas personas? El comisario estaba casi irritado”.
 
Más tarde en el apartamento de los Josselyn, Maigret se entrevista con la viuda, esta había pasado toda la noche fuertemente sedada, sorprendido por su aplomo, Maigret solo confirma lo que ya sabe en un penoso interrogatorio que dispara hacia la nada. Mientras tanto sus colaboradores han confirmado la coartada del yerno y le comunican los primeros resultados de la autopsia y las indagaciones con los vecinos del edificio.
 
Por fin, surge una pista, algo a lo que Maigret había perdido el hilo al principio, aparentemente entró al edificio un sujeto después de la partida del yerno anunciándose falsamente con el nombre de otro inquilino.
 
“¿Quién podía tener  una razón para matar a aquella buena persona?
Un poco más y el comisario empezaría a detestar a las buenas personas”.
 
Georges Simenon
Y es que en este bello capítulo de la saga creada por Simenon, los personajes son todos tan buenos que realmente cansan y agobian, no aportan nada al caso, el comisario habrá de hacer un gran esfuerzo para lograr penetrar esas fachadas de gente común, de bien y sin historia para resolver el crimen, habrá que esforzarse a fondo hasta encontrar la fisura, la grieta que finalmente saque afuera el secreto de la familia Josselyn. 
 
Maigret y las buenas personas fue escrita en 1962, y publicada con el título original en francés de Maigret et les bonnes gens, y es un hábil retrato de las familias pequeño burguesas de París.
 
“En París es raro que los vecinos se conozcan, excepto en los barrios populares. Todo el mundo vive su vida sin saber a quién tiene enfrente.” (¿Alguna asociación con nuestra vida urbana y pequeño burguesa de hoy?)
 
Y como es de esperar también, Maigret y las buenas personas es una demostración más del genio del autor para extraer excepcionales singularidades de entre la multitud y la generalidad.
Germán Hernández
 
 
 

Sergio Arroyo se refiere a Apología de los Parques

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Hay un punto del espacio en el que una cantidad indefinida de cuerpos se ha posado al menos una vez. Esos cuerpos nunca han coincidido y no pueden coincidir porque una de las cualidades fundamentales de la materia es que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo; sin embargo, en distintos tramos del tiempo sí es posible que dos cuerpos distintos ocupen el mismo lugar; con lo cual, al menos en la cuarta dimensión, esa en la que (no) interviene el tiempo, la soledad no existe. Y ese punto del espacio puede ser cualquier loseta del Parque Central de San José o de cualquiera de los parques y plazas donde ocurren las acciones de la primera novela de Germán Hernández, Apología de los parques.

Una fuerza o un impulso que nunca se nombra aparece en la novela desde la primera página y nunca se va, parece empujar a los personajes a escapar de la soledad. Pero, de todos los personajes, hay uno que parece recibir los mayores embates de esa fuerza y también es el personaje más misterioso de todos, un hombre llamado Raimundo.

Raimundo corre el riesgo de pasar inadvertido o, en el mejor de los casos, a ser confundido con un indigente. El hombre vaga por las calles de la ciudad siguiendo una ruta que solo él conoce. Cuando la noche lo encuentra, busca refugio en algún hotel barato y, más avanzada la novela, ya sin ningún reparo, se abandona a dormir en las aceras y las calles.

Sin embargo, a diferencia de los indigentes, Raimundo no es un sujeto estático ni está allí a la espera mejores tiempos, más bien está entregado a una búsqueda inútil, la de una mujer en quien descansan sus últimas esperanzas. A pesar de todos sus intentos por dar con ella, lo único que sale a su paso son multitudes de palomas muertas.

Ha sucedido algo en San José —no se sabe qué— que ha acabado con la vida de las palomas. Las permanentes habitantes de los parques de San José aparecen en distintas fases de descomposición, amontonadas unas sobre otras, a lo largo y ancho de toda la ciudad. Pero no todas están muertas, algunas se las arreglan para seguir volando en plena agonía, pero cuando ya no pueden más, simplemente se desploman, ya convertidas en diminutos kamikazes nacidos (o muertos) para matar.

Con la transformación de ese símbolo de la paz, que son las palomas, en agentes de la muerte, hay de fondo  una lectura irónica, pero profundamente crítica, del discurso pacifista costarricense de los eslóganes oficiales y los actos cívicos de las escuelas. No hay paz. La paz no es la ausencia de guerra. Nunca ha habido paz. Y si la hubo, la envenenaron.

Precisamente, a raíz de un accidente con una paloma que se derrumba, surge otra de las voces narrativas de la novela. Se trata de otro hombre, esta vez un vendedor de zapatos, que recibe en su casa una visita inusual.

Durante esta visita el hombre es objeto de un inesperado acto de bondad; y como si no fuera capaz de procesar el bien, se queda totalmente desarmado, incapacitado para reaccionar de otra forma que no sea devolviéndoselo a otra persona. El bien se convierte en ese objeto caliente que nadie está en condiciones de sostener y, por lo tanto, hay que pasárselo a otro.

Es en este momento cuando decide llevar a cabo un curioso experimento: se impone como objetivo hacer el bien por una vez en su vida, pero no un bien cualquiera, sino uno que no se pueda confundir de ninguna manera con el pago de un favor o con un chantaje velado. Este es otro de los temas de la novela, el bien inesperado en oposición al mal esperado.

Poco tardará el vendedor de zapatos en descubrir que no sabe cómo hacer el bien. La bondad no es parte de su naturaleza, sino un conocimiento por adquirir. La voluntad de hacer el bien lo termina arrastrando a crear un vacío que llenar o, dicho de otro modo, a preparar el camino para el bien a través del mal. Ese bien inesperado, más que un bien, parece ser la reparación de sus propias culpas añejas. La consigna de hacer el bien que nadie espera requiere de un beneficiado que esté dispuesto a sufrir antes un mal necesario.

El texto de Apología de los parques es un hervidero de crítica más o menos explícita. Al pasar cada página del libro, aparecen miradas que raspan sin miramientos la costarriqueñidad, sea lo que sea eso.

Una de ellas es la mirada que ridiculiza, por parcial, el discurso publicitario de sol y el pretendido amor por la naturaleza con el que se intenta vender el país en las ferias del turismo internacional, ese que destaca los valores ecologistas de una “Costa Rica esencial”.

Cada vez que un turista extranjero se topa con Raimundo, en pleno San José, y le pide las señas de una casa de cambio o de un putero, así es como responde Raimundo:

    —¿Ve estas vastas extensiones de banano? ¿Puede resistir un segundo como quien mira el sol todo este lesivo resplandor verde?, pues bien, internándose por estos estrechos surcos que dividen las matas y cuidando de no caer en las zanjas donde las coralillos y las terciopelos esperan los tobillos descuidados, caminando por ahí y esquivando los charcos infectados de Nemagón y las nubes de mosquitos, siga derecho, no le puedo decir cuánto, pues siempre se pierde la noción de la distancia entre la monotonía del paisaje, pero no se desanime, lleve el paso constante y al cabo de veinte minutos deténgase y descanse para recuperar el aliento, porque sin importar donde esté, ahí mismo debe doblar a la derecha y caminar siempre en línea recta, ahí la geografía es un poco más adversa, puede ser que tope con alguna aldea, los nativos le ofrecerán un vaso de agua, aunque tibia y de dudosa potabilidad, usted la beberá con gusto, jamás tenga miedo de perderse, eso sería lo peor, guarde energías para cuando deba cruzar los ríos, cuando al fin dé con unos antiguos rieles abandonados, ya estará cerca.

Sergio Arroyo
No es que Raimundo se burle de los turistas, nada de eso, lo que ocurre es uno de los numerosos momentos fantásticos que atraviesan Apología de los parques. Cada vez que da una dirección, él mismo parece migrar a esa San José de la jungla, cercada de plantaciones bananeras y poblada por nativos, una San José que solo se puede recorrer con alguna seguridad si se toman en cuenta sus indicaciones al pie de la letra. Y como si esto no fuera suficiente, ya sea que escuche los prudentes consejos de Raimundo o que no lo haga, el turista deberá asumir el riesgo de toparse con toda clase de bestias salvajes y hambrientas.

Muchos son los discursos que se cruzan en la novela de Hernández, cada uno ocupado de una cuestión distinta que no se profundiza en esta nota: la condenación de los milagros, la “sustituibilidad” de los engranajes —las personas— de la maquinaria urbana de producción y la dificultad de distinguir entre una persona y un objeto, como lo puede ser un maniquí.

Los discursos, sin embargo, no parecen resolver ningún problema. Tampoco lo intentan, solo ponen de manifiesto los líos y los nudos de que forman parte los solitarios visitantes de los parques y las calles de una ciudad cualquiera, como lo puede ser San José.

Sergio Arroyo.

El presente texto apareció publicado en la revista Paquidermo.


 

Diario de Finisterre – G.A. Chaves

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Todo lo que es sólido se disuelve en el aire
K. Marx


Antes de referirnos a esta estupenda novela, cabe hacer un par de aclaraciones o advertencias tanto para quien ya leyó Diario de Finisterre como para quienes están a punto de hacerlo.

Primera aclaración:

San José, como personaje o como escenario literario no es una novedad. Hace rato que la narrativa costarricense ha logrado librarse de los naturalismos y criollismos para apropiarse el espacio urbano. Habrá a quién quien le parezca “polo” referirse a San José como sujeto literario, ya sea que sirva de sustrato para el desarrollo narrativo, o ya sea como personaje, y tal vez tenga razón cuando San José es equiparada con una Babilonia, Sodoma, Gomorra y Babel todas juntas, cuna y suma del pecado y todos los males de la tierra. Eso por supuesto es un clisé muy cursi, y lleno de moralina y es un hecho que se evidencia en muchas obras, especialmente en la poesía: que el discurso sobre la ciudad y en especial San José parezca la toxica prédica condenatoria surgida de un púlpito dominical.

Pero no se alarme, en Diario de Finisterre, San José es una ciudad muy amable, un lugar donde se puede vivir y soñar, un lugar que se transforma a cada instante según su observador. Por sus proporciones, por sus múltiples rostros, San José puede ser abordada desde su diversidad y conocida selectivamente, ni la mejor ni la peor, tan solo un objeto-espacio con toda la dignidad de convertirse en un sujeto-literario. Igual valor literario tienen París, Londres y San José, lo profundamente humano y el sentido habitan igualmente en estas ciudades y en cualquier otra.

Aclaro esto, para ya no tener que referirme al asunto de la ciudad en Diario de Finisterre, brillantemente tratado, pero un tópico más, ni el más relevante, ni novedoso.

Segunda aclaración:

Tiene que ver con las expectativas de lectura, en especial en un país donde poco se lee, y de esa pequeña población de lectores, su preferencia por un autor u obra nacional es todavía menor. Salvo, eso sí, los libros condenados y destinados a las labores escolares y a fecundar el odio por la lectura, o bien, aquellos que generen algún tipo de escándalo (por demás extra literario)  que despierte la morbosidad del público. Para el lector más o menos habitual, que busca mensajes profundos, hermosas alegorías sobre la vida, enseñanzas y gestos ejemplares, de antemano le digo que no las busque en Diario de Finisterre. Esta novela debe ser leída sin prerrequisitos, tan solo con la intención ociosa de gozar un texto cuyos logros plásticos tanto de composición como lingüísticos son portentosos. Los otros constructos, sobre la existencia, sobre nosotros mismos, la manera en que nos desnuda esta novela, es ganancia.

Dicho lo anterior, podemos pasar al texto, priorizar en lo que nos parece más relevante y es la construcción de personajes sólidos, complejos y psicológicamente logrados, Carlos Agustín Galsonati es todo un logro literario, G.A. Chaves al igual que su tocayo Flaubert ha alcanzado construir un personaje al nivel de una Madame Bovary. Esa elaboración minuciosa que nos permite contemplar a un personaje, verlo actuar y desenvolverse, cobrando vida en el transcurso de la novela, un personaje que es "lo que hace" y no lo que "nos cuentan que hace", que es "lo que dice" y no lo que "nos dicen que dice"; eso requiere maestría y trabajo arduos, igual podemos referirnos de otros personajes: la tácita Sonia, la encantadora Denia, el maravilloso Rubén. G.A. Chaves ha logrado su  le mot juste” en cada personaje.

La novela está compuesta por siete capítulos que corresponden a un día, cada uno en orden cronológico, y de una Obertura y un Epílogo.

Sonia se ha ido para Brasil por quince días, y no ha pasado el primer fin de semana y Agustín Galsonati, su esposo, ha entrado en un profundo paroxismo, la casa está hecha una pocilga, no ha preparado sus clases universitarias, “Era como si el mundo se hubiera ido a Brasil con Sonia.” (pág.17) Tras mil esfuerzos logra reponerse, sobrevive a una intensa resaca el lunes, imparte sus lecciones en la Universidad de Costa Rica  y logra al fin ordenar un poco su mundo cuando se encuentra con Rubén, su amigo de la infancia y desde siempre, que es músico igual que él para almorzar juntos como todos los lunes y platicar entre bromas y discusiones bizantinas sobre la música por la que parecen sentir en lugar de vocación y convicción, oficio y obligación. Pero aquí es donde se nos declara un aspecto importante sobre la personalidad de Galsonati y Rubén. Para Rubén encontrarse con su amigo es parte de la vida, un asunto trivial, una escusa para nutrirse y renovarse, literalmente y anímicamente. En cambio para Galzonati es la vida, desde el momento en que algo se rompe o no funciona dentro de su administración de rutinas el protagonista entra en crisis. Es curiosa esa fragilidad, que contrasta con los odiosos juicios de valor de Galsonati que parece condenar las vidas y gestos de todo el mundo. Despotrica durante ese almuerzo contra el matrimonio, pero él está casado, pero claro, no como los demás, el sí tiene una razón verdadera (según él) “la necesidad de justificar que Sonia lo acompañara cuando él fue a hacer su doctorado al extranjero. Ellos no necesitaban de seguridades formales para estar juntos. Ni siquiera se habían molestado en intercambiar anillos de bodas.” (pág. 29)Y termina trivializando aquello que no se ajuste a su forma de ser “Es muy típico de gente que se casa con alguien sólo para que les regalen electrodomésticos en la boda, para que el banco les apruebe el préstamo para construir la casa, para dar la apariencia de ser estables y recibir un ascenso en el trabajo, para no sentirse solos y para amortiguar impuestos. Con ese bostezo de vida cualquiera se aburre y termina buscando consuelo en estupideces.” (pág. 29)

Más tarde, en casa, hace intento por retomar la lectura de una novelita, Boca del Monte de Susana Domingo, segundo volumen de una trilogía llamada Eva San José, pero no tiene éxito, dormita el resto de la tarde mientras “llegaba la hora de ir al concierto de esa noche del Festival Internacional de Música en el Melico Salazar. A Galsonati le era indiferente el concierto, pero tenía tiquetes de cortesía por haberse ofrecido a presentar a un profesor estadounidense que hablaría al día siguiente sobre Anton Reicha, su predilecto y olvidado compositor checo, y por alguna razón se sentía comprometido a asistir.” (pág. 34)

Inicia los rituales, “Como siempre, descartó ir de traje entero, convencido de que eso es lo que hace la gente que no sabe de música y asiste a conciertos por cultura. Descartó también ir en jeans y con las faldas por fuera (primero, porque hacía frío; segundo, porque él no era ningún fachoso con ínfulas de artista de esos que van a conciertos para “alimentar el alma”)”(págs. 36-37) como siempre con el aguijón para los demás y su altamente estimado sentido práctico.

Y previo al comienzo del concierto, “Notó que los músicos vestían todos iguales y fue cuando cayó en la cuenta de que el concierto de esa noche era con la Filarmónica, lo cual le resultó terriblemente aburrido porque él había venido con la esperanza de escuchar a músicos extranjeros, y no una orquesta local que podía oír cuando quisiera. Para eso lo llamaban, pensó, Festival Internacional de Música.” [….] “A Galsonati le resultaba siempre un fastidio tanta ceremonia alrededor de gente que él conocía de guareras y de chismes del medio. Lo único que le ayudaba a tomar distancia era ser profesor de teoría y no instrumentista, pero igual se sentía fastidiado por ese medio tan aburrido y endogámico.” [….] “No solo tengo que oír a una orquesta local, sino que también tengo que sufrir de entrada el mayor cliché de la música actual: una pianista china” [….] “No podía creer que, una vez más, hubiera caído en la trampa de asistir a un festival tercermundista” (págs. 38-39) Galsonati no lo aguanta y sale en el intermedio, cuando lo llaman en la calle, es Ana María, fagotista, salvadoreña-norteamericana, una antigua compañera de estudios, resulta que ella también toca esa noche, el encuentro hace a Galsonati regresar al concierto y luego salen a cenar, concretan un posible segundo encuentro, pero Galsonati titubea, siente que todo a su alrededor conspira en su contra, lo empuja hacia pensamientos y deseos hacia su amiga que no había considerado, pero lo peor es que se siente por un instante capaz de concretarlos. “Galsonati lo consideró. Se puso a pensar que si se quedaba un minuto más en esa habitación era posible que no pudiera irse nunca. Ana María notó la pesadez de los pensamientos de Galsonati y decidió cortar por lo sano”(pág. 54). Y aquí aparecen los escrúpulos de Galsonati, su falsa moral, esos “demonios solteros” que lo acosan según él, desde que perdió el confort y el orden de su vida con la partida de Sonia y que ya no lo abandonarán pese a negarlo.

El martes despierta con la llamada de su amigo Rubén, “ayer te vieron entrar a un hotel capitalino a altas horas de la noche con una chica de humo que nadie sabe a dónde va, dónde vive, y todo está mal…” (pág. 55) Galsonati aclara todo con naturalidad. Las llamadas matutinas de Rubén serán a partir de este momento el contrapunto, el detonador que enciende las luces de alerta en su amigo. A media mañana en su cubículo universitario Galsonati recibe una inesperada visita, se trata de Denia, una chica cándida y hasta ingenua, metida en el mundo vegano y new age, es estudiante de canto y además mesera en la Soda Pilar donde tan a menudo va el protagonista y quien nunca la había determinado. Ella le ha traído un sandwhich orgánico, quiere que lo pruebe, ella es beligerante y quisiera que en su trabajo se ampliara el menú con comida sana, y confía en la opinión de Galsonati, terminan charlando un rato. Galsonati escribe un correo a Sonia y hace una llamada furtiva a Ana María sin éxito.

Por la noche presenta al experto en Reicha. Téngase en cuenta que Galsonati pese a ser Doctor en alguna especialidad musical, no es quien hace la ponencia, sino otro; que siendo profesor universitario no da clases de composición, sino de apreciación musical en Estudios Generales; que su amigo Rubén lo llama “Teoriquín”, por lo visto Galsonati es un profesional venido a menos, o más bien, conforme. Al final de la conferencia Rubén se junta con su amigo. Dispuestos a tomarse unos tragos aparece Denia que también ha asistido, a Rubén le avisan que su hijo ha tenido una crisis de asma y tiene que irse. Es un momento crucial para Galsonati, tiene que ser espontáneo e invita Denia a una cerveza antes de irse, descubre que puede decir cosas ingeniosas, que puede pasar un buen rato, “que podía darse el lujo de ir caminando de noche por Barrio Escalante con una muchachita que apenas estaba naciendo cuando él ya tenía cédula”(pág. 73) que ha recuperado el control otra vez y entran al Bar Buenos Aires, al rato pasan a recoger a Denia unos amigos, ella se despide, “Bueno, profe… Galsonati escuchó “profe” y entendió “abuelito”” (pág. 76) la brecha entre ambos según él es inmensa, solo, toma una cerveza más y camina hasta su casa y se acuesta a dormir. Galsonati es un adulto joven que no llega a los cuarenta y cinco años, por eso sorprende su patetismo. No es que alentemos las relaciones asimétricas, pero definitivamente Galsonati confunde una cosa con otra, es él quien se impone una serie de límites y barreras bajo el estandarte de una dudosa ética, hipócrita y conservadora.

A las seis de la mañana del miércoles, un trasnochado Rubén llama a Galsonati. Hablan de la tragedia de su hijo Carlitos, Rubén bromea, alienta y condena su encuentro con Denia, y un siempre recto Galsonati niega cualquier posibilidad de aventura de su parte, “uno, que a mí nunca me han gustado las mujeres que son más jóvenes que yo; dos, que para mí no hay placer en la vida como dar clases de música y que no voy a comprometer eso por un revolcón escandaloso con una carajilla que de fijo lo que quiere es sacarse buenas notas conmigo cuando le toque” (págs. 79-81). Solo Galsonati se lo puede creer, hasta aquí sus posibilidades de un “revolcón” son ridículamente nulas, no ha hecho nada de qué arrepentirse, por eso es tan divertido leer las razones y meditaciones de Galsonati al respecto, ridículas para alguien tan “racional, laico y ateo” que jamás admitirá que se puede “pecar” de pensamiento. La única culpa que siente es no haber cocinado en todos esos días, ni haber ido de compras, el miércoles es su día libre y no lo pasará inmovilizado en casa.

Sale de su casa, desayuna en el Mercado Central, compra algunas cosas y cuando sale, divisa a una mujer que definitivamente tiene que ser Sonia su mujer, la sigue, tiene que comprobarse a sí mismo que no es ella, finalmente la pierde y no logra alcanzarla. Azorado, no le perturba el haber visto a una mujer idéntica a su esposa, sino haber creído que era ella. “Podía existir alguna razón para que Sonia hubiera querido ponerlo a prueba y montarse la impostura de un viaje a Brasil con el fin de seguirlo por dos semanas y ver de qué fibra moral estaba hecho su esposo?” (pág.90) caminando “se topó con la mirada acusante de los dos ángeles de la iglesia de La Dolorosa.  –Yo no he hecho nada –les dijo.” (pág. 90) Llegando a casa echó una miradilla hacia la Soda Pilar por si veía a Denia, ya en casa revisó su celular por si Ana María le había llamado, pero ni señales de ellas. Se dispuso a arreglar la casa y luego de unas horas, como para coronar aquel esfuerzo se puso a cocinar, hay que ver el detalle y parsimonia con que lo hizo, y todo el ritual para comer, terminó de arreglar la cocina y retomó la lectura de la novelita que había comenzado hacía unos días, así se pasó toda la tarde dormitando y leyendo hasta la hora de cena, volvió a cocinar, alistó sus clases y para congratularse por todo lo que había hecho ese día, salió a tomarse un par de cervezas en La Bohemia, ¡que animal de costumbres! “Todo estaba bajo control” (pág.93).

Pero tal vez no por mucho, Galsonati va a tomarse su recompensa en el bar La Bohemia, con toda tranquilidad lee La Boca del Monte, la novelita tantas veces pospuesta por la modorra y la apatía, un pasaje le ha recordado el episodio de la mañana cuando vio por la calle a una  mujer idéntica a Sonia y es interrumpido. Es Denia otra vez, que ha venido hasta su mesa a saludarlo, se sienta con él y se interesa por el libro que está leyendo, lo invita a una lectura de poesía la noche siguiente que amenizará ella con una amiga que casualmente cumple años esa noche, “Galsonati tenía sentimientos encontrados respecto a la propuesta. Por un lado, con solo tener a Denia enfrente por un par de minutos, sentía que ya no quería dejarla irse. Le alegraba la vida, y le entraban ganas de abrazarla. Eran pensamientos que al mismo tiempo lo excitaban y lo enternecían, y luego lo hacían sentir como un cretino.” (pág.96)

Despierta, es la mañana del jueves y la llamada de Rubén es breve, solo para confirmar el almuerzo juntos más tarde. Desayuna en la soda El Pilar, y camina hasta la academia donde da clases, pero en algún sitio “entre la Corte y la Asamblea Legislativa, se le había activado el culo-radar –como lo llamaba Rubén- y ahora en cada dirección que miraba lo único que podía detectar era escotes prominentes y enaguas talladas entre las abogadas, pasantes, magistradas, asesoras, secretarias, diputadas y cuanta mujer le saliera al paso. Se convenció de que el calor era culpa de los diablos solteros.”(pág.101) Termina las clases y sale caminando hasta su encuentro con su amigo en el Restaurante Whapin. San José es un territorio peatonal y conquistado por Galsonati, cuando se encuentra con su amigo bromean y ríen un rato hasta que Galsonati pregunta “¿Vos que pensarías de mi si yo le diera vuelta a Sonia con otra mujer?” (pág. 105) Un Rubén casi paternal le responde “yo no juzgo [….]yo creo que lo mejor que podés hacer es irte a casa, ver porno en Internet, jalártela un rato, y no arruinar tu vida y la de otra gente con varas que , por más que uno las idealice, nunca terminan bien.” (pág.105). El resto de la tarde pasó leyendo “La Boca del Monte” hasta terminarla, y ya en la noche se alistó para ir a la presentación de poesía en la Alianza Francesa, ahí se sentía un poco fuera de lugar pues no conocía a nadie, Denia fue a saludarlo y le dio un una mariposa de origami. Siempre juicioso, analizó la interpretación de Denia, a los poetas y cuando anunciaron al último, un tal G.A. Chaves, a Galsonati le resultó conocido, en efecto, sacó de su bolsillo el ejemplar de “La Boca del Monte” que había traído para prestárselo a Denia y confirmó que la contraportada había sido escrita por ese Chaves.

¿Quién es este G.A. Chaves de ficción?, ¿el autor de Diario de Finisterre?, ¿el narrador de Diario de Finisterre?, ¿tan solo un personaje? Desde luego que todas ellas. Pero detengámonos un instante en esta deliciosa intrusión del autor. No es nuevo, otros autores han hecho lo mismo, los tres primeros que se me vienen a la mente son Georges Simenon, Andrea Camilieri y Paul Auster y en los tres casos se trata de novela negra. En el primero, Georges Simenon en una de sus novelas de la saga de su comisario Maigret, “Las memorias de Maigret”, el detective cuenta cómo se le encomendó colaborar con un joven escritor George Sim (seudónimo muchas veces empleado por Simenon) para que lo acompañara en sus investigaciones y le facilitara información de cómo es el trabajo de la policía judicial de París. Maigret no solo nos hace saber sobre su inconformidad, sino que también nos da su opinión de los libros que Simenon escribe sobre él, los cuales considera como pura fantasía, y que nada dicen sobre cómo son realmente las cosas en el mundo de la policía judicial. El segundo caso es el de Andrea Camilieri, en su novela “El campo del alfarero”, su detective Salvo Montalvano, en medio de una investigación empantanada, toma de su biblioteca una novela de Andrea Camilieri y al leerla le sugestiona nuevas pistas para su investigación, desde luego que eso no le impide al comisario Montalvano criticar las novelas de Camilieri que considera mediocres. Y el tercer caso, en la novela “La ciudad de cristal” de Auster, el mismo Auster es personaje de su novela y asiste a su desvalido protagonista en sus delirios y enajenación.

Este hermoso y difícil recurso está bellamente logrado en Diario de Finisterre, surge sutilmente y a partir de este momento la novela da un giro y muchos eventos incidentales pasan ahora a primer plano y logran su justificación dentro del texto. Además, el curso de la narración deviene en su Epílogo en forma de “crónica”, desde luego que este cambio no es más que una simulación y una farsa, en ese sentido nos recuerda el genial díptico “Los lanzallamas” y “Los siete locos” de Roberto Arl.

G.A. Chaves
Dos versos de un soneto leído por G.A. Chaves han calado en Galsonati, “… y con sed genital se prodigaron afectos que la luz del día aclaró”(pág.108) Cuando termina el recital avanza hacia Chaves, “Sentía que Chaves, más que Rubén o que un cura o un psiquiatra, tendría alguna idea útil sobre cómo lidiar con esa “sed genital” que se confunde con “afectos” (pág.110) Galsonati lo aborda, y comienzan a platicar de “Boca del Monte” y de cómo conseguir la trilogía, (la sed genital pasa a segundo plano) Chaves le explica que solo se escribieron dos novelas, la primera escrita por él “Las cartas flamencas” y la segunda “La boca del monte”, “El tercero se encuentra en estado pirandélico: anda en busca de autor” (pág.111) Galsonati se interesa por la primera novela y Chaves se la ofrece y para ello caminan un par de cuadras hasta la casa del autor  donde Chaves le obsequia la novela. Galsonati regresa presuroso hasta la Alianza Francesa donde sabe que está Denia, para ir a la fiesta de cumpleaños de la amiga. En casa de la cumpleañera, en medio de grupos de jóvenes, Galsonati se sintió transportado a sus tiempos universitarios “un tiempo imborrable que por suerte ya se había acabado” (pág. 113) “y soportó, por espacio de unas dos horas, la música bailable, las constantes presentaciones de Denia a amigos suyos que a Galsonati no le interesaba conocer, varias versiones del mismo infructuoso intercambio en el que alguien quería saber a qué se dedicaba y varios gestos de temeroso respeto por parte de los asistentes varones que probablemente lo estaban confundiendo con el papá de Camila” (la cumpleañera) (pág. 114). En algún momento de la fiesta Denia y Galsonati tuvieron un momento a solas, hablaron de la mariposa de origami, del poema escrito en ella, del tiempo para estar con uno mismo, de los fracasos amorosos, en fin, la más inofensiva charla de amigos, pese a los escrúpulos de Galsonati. Antes de irse, le entregó el ejemplar de Boca del Monte a Denia.

La madrugada del Viernes, cuando ya se dirigía a su casa, sobre el Paseo Colón un evento va romper definitivamente el “mínimo de paz mental que había obtenido después de su conversación con Denia” (pág. 119), entramos en un intenso frenesí, Galsonati ha perdido el contacto con la realidad, todos sus ridículos sofismas naufragan, cree que sus racionamientos son más reales que la realidad y se pierde en su propia demencia inducida por sus escrúpulos, hasta que su errático noctambulismo lo lleva de nuevo hasta G.A. Chaves, que magnánimo lo recibe, le ofrece café y un enigma, y seguramente las mejores páginas de esta novela: la desmitificación definitiva de San José y la puesta en evidencia del intelectual orgánico (como diría Gramci) que es Galsonati, y que es a mi modo de ver, de los más logrados personajes de ficción que se ha construido en nuestra literatura.

A Galsonati todos lo conocemos, ha sido nuestro profesor en la universidad, ha sido nuestro jefe en el trabajo, es el laico hipócrita y conservador que se pierde en su retórica y su autosuficiencia, un inútil que nadie echará de menos, un heliogábalo onanista, el más cobarde de los cobardes. Un perfecto hombre occidental y moderno.

Este personaje,  sin ayuda de nadie se ha perdido para siempre hasta el fin del mundo donde nadie irá a buscarlo, y esta novela, última entrega de una trilogía imposible, es testimonio de una de las sagas más exquisitamente logradas de la literatura costarricense.

Germán Hernández.



Intento de prólogo en Fa menor - Laura Fuentes se refiere a "Apología de los parques"

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Se tiende a defender aquellas causas que mucha gente considera perdidas, como la vida en Marte, el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos, y claro, el hipotético caso que nos ocupa, el transcurrir de la vida en los parques de un satélite aldeano con ganas de ciudad. Este sitio, semejante al casco central de San José de Costa Rica, es donde Germán Hernández localiza la acción de su novela, es un contexto urbano ceniciento, cuya peculiar belleza quizás se encuentra en las grietas espacio-temporales que permiten la evasión del recinto, o bien, la asimilación al engranaje que sostenido entre neón y monumentos olvidados, recoge el gastado andar de una especie urbana neo-tropical.

Es sobre personajes desposeídos de glamour, cuyas vidas parten de la búsqueda, la huida y la persecución, a veces superpuestas, otras veces contradictorias, porque el monopolio del autoengaño huele a homo sapiens, que el autor construye un relato convincente sobre las carencias cotidianas, la sobrevivencia del cuerpo y del espíritu, o tal vez, solamente sobre los afectos idos y anhelados.

Ya dentro de la trama, el narrador entra y sale de las subjetividades de transeúntes y personajes que pueblan la aldea urbana, como si fuera un realizador cinematográfico mostrándonos los planos de sus personajes, va cámara en mano, proyectando una suerte de travellingmental, donde privilegia el monólogo interno. Así, este narrador nos presenta desde travellings de seguimiento, que finalizan bruscamente con un elemento inesperado que cambia la acción, cuyo desenlace creemos ingenuamente adivinar, hasta travellings de presentación progresiva, donde el narrador va mostrando paulatinamente los detalles de aquello que contempla el personaje, desde un plano subjetivo.

La comparación cinematográfica no es fortuita, pues en esta novela de Germán Hernández se nota un detallado trabajo de observación e interpretación de la fauna urbana, mostrada como una intrincada red de tentáculos humanos que se succionan los unos a los otros hasta perecer o formar otro tentáculo aún más monstruoso. El resultado parece ser el humus donde crece el cementerio de palomas en que se convierte la ciudad capital.

Abundan los guiños fantásticos en “Apología de los Parques”; las palomas se transforman en una plaga de proyectiles asesinos, un montículo de hojas implorante es una mujer violada que sigue al protagonista hasta dispersarse en el viento o en el olvido, otra mujer se extrae el corazón y lo conserva en la nevera, Dios es una luz azul surgida de un proyector imaginario que acosa con su presencia a uno de los protagonistas, y asistimos a un espectáculo –curiosamente aún no ideado por los tecnócratas- que podría llamarse explotación sexual comercial de maniquíes piromaníacos.

Por otra parte, Raimundo, el protagonista principal, devuelve la vista a un ciego y hace que se regenere un muñón en la pierna de un lisiado, sus anti-milagros son fruto del azar y de la ignorancia de su “don” en un zoológico humano, que de forma general vive mejor con su carencia y es incapaz de desenvolverse desde la completitud, una metáfora cargada como una Beretta 9mm dispuesta a mutilar más de una conciencia. El más ilustre representante del ethos de la aldea urbana es el mismo Raimundo, cuya naturaleza está representada por la carencia, y desde ahí, por la aspiración a encontrar una amada imaginaria cuyos tacones sólo resuenan en su interior.

Laura Fuentes Belgrave
Es una fauna principalmente masculina la que el autor describe, las mujeres constituyen en el mejor de los casos, personajes secundarios cuya naturaleza tiende a ser objetivizada de la misma forma en que la mayoría de las tribus de nuestras sociedades modernas lo hacen, con una pizca de Barbie goes to work y con otra pizca de la presa atávica a cazar por la horda masculina.

El lema de esta tribu urbanita podría ser “sálvese de la vulgaridad” como lo expresa con sarcasmo lúcido el mismo narrador, quien finalmente nos lanza un sálvese de la fetidez de su propia vida, no la huela, no la palpe, sobre todo, no la ingiera. Continúe viviendo una vida plástica como la margarina, parece mantequilla, pero es sólo plástico alimentando el cúmulo de chicles que constituyen sus entrañas.

Pero no se ofenda, ponga un poquito de edulcorante en su bebida, y disfrute esta breve novela que relata el agridulce triunfo de impotentes y fracasados en un mundo que enmascara las más básicas pulsiones humanas.

Laura Fuentes Belgrave[1]
San José, Abril de 2014


[1] Laura Fuentes Belgrave. Escritora costarricense, es autora de los libros de relatos “Cementerio de cucarachas” y “Antierótica feroz”.


El Enigma de París - Pablo de Santis

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Pablo De Santis nace en Buenos Aires, Argentina en 1963. Este escritor, periodista y guionista de historietas y más de diez novelas juveniles, es también el autor de El enigma de París, novela ganadora de la primera edición del premio Planeta-Casa de América en el 2007.
Sigmundo Salvatrio, el protagonista, nos narra los eventos ocurridos treinta y siete años antes, cuando todavía no era más que un aprendiz de detective y que comienzan un 15 de marzo de 1888, cuando, “a las diez de la mañana,” junto con otros 20 aspirantes llega hasta “la puerta del edificio de la calle De la Merced”, donde vive Renato Craig, “el famoso detective, el único de la ciudad”, quien con ellos funda su academia donde los jóvenes recibirán los conocimientos y las técnicas para ser “ayudantes de cualquier detective” y es que el gran detective Renato Craig miembro del Club de los Doce, curiosamente, nunca ha tenido un adlátere, ese acompañante, menos listo pero siempre fiel,  cronista de las proezas de su jefe[1]. ” Así comienza el sueño del joven  Sigmundo Salvatrio que desde niño leía y admiraba las aventuras de Los Doce Detectives (y sus ayudantes) a través de La Clave del Crimen, “un folletín quincenal que se vendía a 25 centavos”.
La academia de Renato Craig parecía tener como fin encontrar a su ayudante, pues tener uno era una de las reglas del club de Los Doce Detectives. Durante el adiestramiento, Craig tiene noticia de que Kalidán, un presunto mago hindú, mata para beber la sangre de sus víctimas, pero no ha sido detenido porque no se han hallado pruebas de sus crímenes. Craig ordena a sus discípulos que investiguen cada uno por su cuenta. Gabriel Alarcón, el aspirante más astuto, se infiltra como asistente de Kalidán. El joven, hijo de una rica familia, desparece sin dejar rastro, se viene a pique la reputación de Renato Craig, y sus alumnos lo abandonan. Sólo Sigmundo Salvatrio permanece al lado de su maestro quien días más tarde, convoca una conferencia de prensa y revela dónde está enterrado el cuerpo del joven Alarcón y prueba que Kalidán es el asesino y muestra una caja donde éste coleccionaba objetos de sus víctimas, luego de esto Craig se retira viejo y enfermo.
Poco después, Craig le encomienda a su ayudante que lo represente  ante el club de Los Doce Detectives, quienes sesionarán en la Exposición Universal de Paris y exhibirán algunas herramientas de trabajo y sus métodos al público. Craig le entrega su bastón multiusos para que sea parte de la exhibición y le indica que únicamente a  Viktor Arzaky, el detective polaco, le puede contar sobre “el método” con que resolvió su último caso.
Sigmundo parte de viaje, por fin conocerá en persona los miembros del Club, a   Magrelli, llamado el Ojo de Roma, el inglés Caleb Lawson, el alemán Tobías Hatter, el polaco Víctor Arzaky, el portugués Zagala, el holandés Castelevetia, el detective de Tokio Sakawa, el norteamericano Novarius, el español Fermín Rojos, el veterano Louis Darbon y Madorakis el detective de Atenas y también a sus singulares adláteres los cuales no tienen voz en las reuniones de los detectives ni pueden beber alcohol (los detectives sí pueden). Entre los ayudantes corre el rumor de que está prohibido que ellos asciendan a detectives. Sin embargo, existen cuatro cláusulas que lo permiten, entre ellas la cuarta,  destruida misteriosamente por el “recto” detective japonés, que estipula que un ayudante puede convertirse en detective, y miembro de Los Doce, si su jefe detective resulta ser un asesino. 
En su primera sesión, reunidos en la sala del hotel Necárt, cada uno de los detectives cuenta una historia de algún enigma que haya resuelto. Ciertamente este es uno de los pasajes más deliciosos de la novela, pues nos encontramos con el hermoso recurso del Decameron de contar historias dentro de otras historias. Ciertamente en sus relatos, los detectives privilegian al crimen de cuarto cerrado como “el non plus ultra de la investigación criminal”. Y en algún momento en sus clases de academia ya Renato Craig había afirmado: “Un asesinato siempre es un caso de ‘cuarto cerrado’. Ese cuarto cerrado es la mente del criminal.”
Pablo de Santis
Pero una noticia altera la velada y todas las actividades del grupo en adelante: Luis Darbon, que disputaba con Arzaky el título de “El detective de París” ha sido asesinado. El polaco Arzaky se propone tomar el caso y asigna como asistente a Salvatorio. Da lugar entonces una intensa investigación, llena de sorpresas, exéntricos personajes, mujeres enigmáticas, de pasiones y recelos entre detectives infalibles y vanidosos, toda una galería de extravagancias y misterios en París, hasta que llegamos en caída libre al más obvio de los finales, o al menos eso parece hasta que el joven Salvatrio, logra revelar el doble fondo de esta caja de pandora que guarda el último enigma.
En El enigma de París, convergen la vena por la literatura juvenil y folletinesca del autor, y su prosa bellamente ejecutada en un relato metaliterario y fascinante, cuya referencia no es la realidad, sino el mundo de la novela policiaca de la primera escuela, la del relato enigma, la de los maestros Poe, Conan Doyle y Wilkie Collins, para decirlo de otra forma, una novela de novelas, montada sobre el pastiche, la parodia, el arquetipo y los clises del género policiaco. El resultado es una obra de arte, una ejecución magistral y (¿por qué no?) un cierre y homenaje digno para nuestros primeros héroes de la novela negra[2].

Germán Hernández




[1]Poe crea el prototipo, pero Conan Doyle lo consagra en la figura de Watson.


[2]Particularmente y en especial a C. Auguste Dupin, y desde luego a todos los genios del raciocinio y la deducción previos y posteriores: Marlowe, Spade, Porot, Holmes, Dupin, Philo Vance, Peter Winsey, Nero Wolfe, el Dr. Thorndyke, etc.

Descender de la torre de marfil, la poética de Gustavo Solórzano-Alfaro (Primera Parte)

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Gustavo Solórzano-Alfaro. Fotografía de Esteban Chinchilla.
Si es sospechoso juzgar la calidad literaria de un escritor por uno de sus poemas, o uno de sus libros; lo es también cuando el conjunto de su obra está en progreso, es decir, inacabada, en construcción. Entonces, no queda más que juzgar al poema o libro de poemas en sí mismo, y todo lo que surge como juicio sobre este es válido solo para el texto en sí, y no es un criterio generalizable para la totalidad de la obra de un autor. Tampoco existen criterios homogéneos sobre el valor del conjunto de la obra de un autor, y mucho menos consensos entre los lectores. En otras palabras, difícilmente se puede juzgar el conjunto de las obras de un autor y asignarles igual valor a todas ellas; siempre existe un “a mí me gusta más” que responde a la experiencia del lector y dicha experiencia es singular e irrepetible. No hay consensos ni unanimidad sobre el valor de la obra de un autor, eso es válido como experiencia individual (a veces disfrazada de academicismo y objetividad, pero disfraz); como el “fan” de un equipo de futbol, pregunte a uno cuál es el mejor equipo, seguro que responderá que el suyo.
 
Vamos a referirnos a la obra de Gustavo Solórzano-Alfaro a partir de nuestra experiencia, su obra está en proceso y por lo tanto nuestra lectura inacabada, habrán algunos aspectos formales, hechos fácticos si se quiere que nos servirán de referencia a todos. Sirvan eso sí, dos proposiciones iniciales de nuestra parte en este recorrido que verificaremos al final:
 
El poema como fijeza del instante, la petrificación de la imagen como sustituto de lo perdido. El lugar donde habitan las imágenes es la imaginación, afuera los instantes se han perdido, la rueda del tiempo las ha aniquilado. Este será un eje en toda la poesía de Gustavo Solórzano, una obsesión constante en todos sus poemarios: La fijeza.
 
El descenso de la torre de Marfil, en referencia al registro de formas y abordajes, desde la más oracular y declamatoria estructura hacia la más minimalista y lacónica, veremos como en el transcurso de la obra de Gustavo Solórzano la búsqueda de eficacia lo llevará hacia una poesía más concreta y conversacional, y también cómo el interlocutor va pasando de la interpelación del objeto de la poesía, hacia la interpelación del lector, delegando a este la función interpretativa. Llamamos a este proceso “descenso” pues muy pronto el tono grandilocuente de la primera poesía de Solórzano-Alfaro se vuelve más lacónico;  se rompe el lazo con el superrealismo y lo poco de trascendentalismo que quedaba para vincular la imagen con los objetos y para que sean reinterpretados por el lector. En la última poesía de Solórzano-Alfaro, la perspectiva del poeta ha cambiado: ya no nos contempla omnisciente; prefiere ahora caminar entre nosotros, se ha convertido en un personaje, convive.
 
Adentrémonos ahora en el autor y su obra.
 
Portada de "Del sudor de tus ojos"
(apócrifo)
Gustavo Solórzano-Alfaro nació en 1975 en Alajuela, es filólogo, editor, poeta, ensayista y docente. En algún momento de su juventud literaria entre 1993 y 1996 formó parte del Círculo de Escritores Costarricenses (No el que fundaron Marco Aguilar, Jorge Debravo y  Laureano Albán, sino el que se apropió el último), pronto se fue separando de los presupuestos teóricos y la retórica de ese grupo, tal parece que no había espacio en el proceso de exploración y búsqueda de Solórzano-Alfaro para la endogámica condescendencia del cerrado círculo (perdón por la reiteración) y sus miembros. Pero tampoco se crea que Solórzano-Alfaro es un renegado del trascendentalismo y sus variantes, por lo contrario ha sido un riguroso investigador que ha sabido recoger y asimilar lo mejor de esa tentativa estética para sí mismo. De esa etapa juvenil queda el poemario Del sudor de tus ojos (San José, Líneas Grises) publicado en 1994, el cual el autor no incluye en el catálogo de su obra.
 
Es característica de Gustavo Solórzano-Alfaro su vocación como estudioso de la literatura y difusor de esta, para muestra tenemos que en el año 2000, junto al escritor Mauricio Vargas Ortega funda y dirige la revista de teoría y crítica literaria y artes Fijezas, llegando a editar tres números. También cuenta con sus blogs, La casa de Asterión y Directorio de escritores costarricenses, de este último se deriva también el grupo que administra en Facebook; además es editor y colaborador en la revista electrónica Las malas juntas, junto a un selecto grupo de escritores y escritoras de Venezuela; vale destacar también sus dos trabajos críticos impresos: La herida oculta. Del amor y la poesía. Una lectura del poema "Carta de creencia", de Octavio Paz(San José: EUNED, 2009) y Retratos de una generación imposible. Muestra de 10 poetas costarricenses y 21 años de su poesía (1990-2010) (San José: EUNED, 2010).
 
 
Las Fábulas del Olvido
 
Portada de "Las fábulas del olvido"
En el año 2005, aparece impreso Las fábulas del olvido poemario que en 2003 fue escogido como Libro de Poesía del Año de la editorial de la Universidad Estatal a Distancia (EUNED), el texto está dividido en dos secciones: Cuaderno primero. Exhumación del alba, que contiene diez poemas; y Cuaderno segundo. Las fábulas del olvido, que contiene 18 poemas. Los poemas que reúne fueron escritos entre los años 1995 y 2001, por lo que podemos ubicarlos en la etapa juvenil del autor, poco después de desprenderse de la influencia del Círculo de escritores costarricenses, por lo cual es evidente en estos textos la influencia del trascendentalismo y la transición hacia otros recursos y medios de expresión.
 
El Cuaderno Primero, Exhumación del Alba, está dividido en tres partes: Epitafios Nocturnos, con cuatro poemas, Mujeres de cera, con cuatro poemas y Huerto de Getsemaní con dos poemas. Abre el poemario con el poema Agonía del Alba:

Encontraré mujeres preguntando por tu casa.
Encontraré a la luna bañada en tu silencio.
Habré cabalgado sobre las rojas ubres de la muerte.
No tendré reparo en gritar tu nombre
ni en rendirme al dolor de ser de piedra.

Nos encontramos con una atmósfera superealista, las imágenes más que aludir al alba en sí, aluden a su imagen, a su petrificación, a la casa en que habita, es decir la memoria, que es piedra, fijeza, lo único que retiene el instante en que nace y agoniza.

La piedra se fija en un punto:
Gira y gira la eternidad sin destino.
En un punto muerto y pequeño
cabe todo el miedo y todo el cielo,
toda la sangre y todo el mar,
La nostalgia, el paraíso.
Gira hacia la nada, gira contra el aire,
piedra final sin descanso,
piedra final del remordimiento.

Esta conciencia, esta memoria capaz de retener la totalidad en la fijeza, entra en contradicción con el movimiento, con la rueda del tiempo.

Todo será instante en la roca que se fija en tu mejilla
en el mármol que se esculpe en tu mirada.
Sé que todo por fin
será instante en la roca
que se adhiere a tu mejilla.
Ahora por fin veo tu rostro inscrito en la ventana
y sé que todo por fin será instante.

Precisamente el instante que se fija en la roca, en la mejilla, en la casa, en la memoria. Pero el instante ha pasado, fue arrollado por el tiempo, lo que se contempla son los restos de un cortejo fúnebre, de la agonía del amanecer que pasa con el siguiente poema, El hastío aguardando:

Tus piernas que crujen cenizas del viento,
yo me acerco y mi madre que llama,
llora, llora y gime que me acerque
-la tumba es demasiado angosta sutil el cuerpo-.
Mi padre ha fallecido
la hermana ríe los perros la siguen,
la estancia lejos de la ventana se abre,
el sol que entra y el paseante ausente.
¿Qué nos va quedando detrás del hambre?
 
El hastío harto de sí mismo.
Con una linterna que alumbra su desnudez apócrifa,
su belfo limpio y disecado.
efuminación latente del crisol del Alba.

Y se mantiene esa atmósfera fúnebre, esa constante de que lo único que se fija es el instante, y que incluso el poeta también muere y con él todo lo fijado en la roca, en la memoria, acaso apenas y podrá transferirlo, con un beso, como pareciera indicarlo Elegía de los Salmos:

Yo solo quiero el portal destruido de mi credo,
una letanía para abrigarme,
una suave manera de pintar un jardín
Para callar todas las flores…
y a todos los muertos.
 
Solo quiero,
en esta mañana en que se me acaba el alma,
darte a vos, niña de luto y naranjo roto…
el último beso de los santos.

Cierra esta breve sección con Epitafio para una divinidad. En efecto, la muerte, la fijeza y la memoria son los elementos ejes, tenemos una Agonía, una Elegía, y ahora un Epitafio. Entiéndase que no nos referimos a las formas, en Elegía de los Salmos, no hay de hecho una elegía formalmente hablando, y en Epitafio de una divinidad (apréciese lo ambiguo del título, o bien la constatación de la mortalidad de lo divino) es más bien una Oda, pero sin la composición latina. Más adelante, destacaremos la cuestión sobre la composición y las licencias poéticas a las que recurre el autor. Vemos en la Elegía para una divinidadsintetizados los contenidos de todo lo que llevamos hasta ahora, y de alguna manera, esa fijeza en la roca, derrota al tiempo:

¿quién supiera que aún no has muerto?
No porque la memoria te invoque.
No porque el recuerdo sea
necio y tu voz ya canta,
sino porque el tiempo
en tu pincel se ha detenido
y el nacimiento divino y fuerte ya se anuncia.
Si aquí estuvieras pintando mi mano,
sabrías que tiembla trazando tu sombra,
que mi voz por ti hoy escribe
y hoy tu música por mí ya pinta:
pinta que la muerte,
día a día,
en el oscuro lienzo nace…
y aún no sabe que así es.

La segunda parte del Cuaderno primero Mujeres de cera, mantiene la misma tonalidad fúnebre en Epitafio vacio de una mujer desnuda, la casa, entendida como la conciencia y la memoria del narrante se reitera:

Cada día era despertar ligeramente
con el árbol repleto de criptas vacías
y los epitafios vacíos de mujeres desnudas:
de tricornio alado y belfo dulce.
La casa era el espejo más solo de la tierra.
Apenas mi rostro asomado; inmóvil y presto
a romper lúcidas esquirlas de sal.

Poco a poco, la misma conciencia del poeta se ha convertido en una prisión que fija la memoria, que no le permite transcurrir, como se afirma en Inutilidad de las cosas:

si lo único que quiero decir es que la amo.
Y yo aquí mirando la mañana que no acaba.

El siguiente poema es un diálogo entre el poeta y Jezabel, por el tratamiento y el uso de los modismos bíblicos parece referirse a la reina de origen fenicio quien contrajo nupcias con el Rey Acab del Reino del Norte. Los libros de Reyes, nos cuentan que esta mujer logró apartar a Acab del culto a Yavhé, y difundir el culto a Baal en todo el reino del norte; a la muerte de Acab, cogobernó a través de sus hijos Ahaziah y Jehoram, pero cae finalmente gracias al movimiento Yahvista que la derroca y defenestra. El sino maldito, desde el punto de vista de la tradición judía cristiana se invierte en el poema, a la mujer pagana se le considera como una madre, se le adora y venera, pero ella, consciente de su destino, de la inutilidad de las cosas, de la maldición que caerá sobre ella por toda la historia, advierte:

Aquí nada queda para nosotros,
solo la muerte y la sonrisa burlona del cordero[1].

Cierra esta segunda parte con el breve poema Pronunciarte, del canto de alabanza a una reina mítica en Jezabel, pasamos a una querida niña que escucha, que es receptora de las palabras y por lo mismo de la persistencia del poeta:

Déjame contarte, querida niña,
que no se me acabe la memoria.

Contar, transferir los recuerdos, quedarse en la memoria del otro, tal parece que es la única forma de sobrevivir, la memoria-vida se acaba, deja de fluir y se pierde como los instantes que retiene si se queda prisionera.

Para la tercera parte Huerto de Getsemaní nos encontramos con más referencias bíblicas, el poema Exhumación del Albaestá escrito como una brevísima pieza teatral, los personajes son concretos como el niño y la mujer, fantásticos como la aurora, y un Jesús que aparece en distintos estadios, transformado por los anhelos de la gente o escéptico, la exhumación es el último intento de recuperar lo perdido de la memoria, pero transformado, la aurora ha muerto, todo lo que surge de la memoria también.

- Seguras estaban las gentes del pueblo
De que aquel hombre habría de resucitar.
- Entre todos levantaron la piedra
Y asombrados perdieron el habla y la decencia.
Allí estaba aquel hombre:
Tieso.
Era el Alba convertida en silencio:
Muerta.

El poema Huerto de Getsemaní pese a la referencia externa del lugar bíblico se extiende como una introspección, la referencia en este poema y otros del libro es la imagen  proyectada “por el objeto” y no “del objeto”, es decir, nadie ha visto el “Huerto de Getsemaní”, lo único que poseemos son imágenes exhumadas de la memoria, no experiencias del objeto, sino mediaciones, imágenes de otras imágenes, ello calza perfectamente con el tono intimista de esta primera poesía de Solórzano, por eso a veces es difícil penetrarla, a falta de referencia a los objetos que nombra o bien por la resignificación que hace de ellos.
 
Tenemos la sensación de que este largo epitafio que es la primera parte de este libro, logra redondearse finalmente en estas líneas al confesar su proyecto y admitir sus derrotas:

Para aquel que fue tan difícil morir alguna vez
Y que siempre quiso lo imposible.
A aquel buscador de inmortalidades pasajeras
y de secretos del recuerdo
le toca ahora recordarlo todo
y sentir la extinción de su pobre memoria
y su mentira.

Curiosamente, el Segundo cuaderno. Las Fábulas del olvido comienza con un poema que se titula Despedida y le sigue Pasar, poemas donde el ritmo y la cadencia tienen énfasis; en ambos poemas destaca el elemento de las palomas con toda su carga de significados y sentidos. Continúa Muestrario del miedo, aquí comienza a acentuarse lo que señalábamos antes, que al existir una “imagen de la imagen” antepuesta al objeto resulta difícil traspasar el sentido de estas, todo ocurre dentro, en la habitación cerrada del poeta, en su conciencia y el poema es su proyección, ocurre que no es fácil interpretar sus propios signos, solo queda dejarse llevar por los entornos y sensaciones atmosféricas que rodean los poemas, íntimos, cerrados.
 
Se eleva el tono declamatorio y exaltado en El vuelo de la razón un canto que proclama el vuelo de la lechuza de Minerva como instauración de un nuevo orden sobre todas las cosas. Pero declina, el canto oracular disminuye de intensidad y pasamos a un tono más evocador en Parvulario, igualmente íntimo, pero la referencia a la infancia perdida es afín a la experiencia del lector que es capaz de reconocerse en estos versos:

Cuando los niños éramos nosotros
es apenas un recuerdo,
una reliquia en la pesada vitrina
que resguarda el viejo salón
donde jugábamos a ser grandes,
donde los grandes no nos dejaban jugar.
Hay un momento dócil,
preñado,
en que puedo y soy capaz, lo sé,
de olvidarme de todo aquello que fui.
Olvidar los cuadros, los libros.
Olvidarlo todo y callar cuando pregunten.
No sé cuándo, no sé dónde
ni a qué hora fuimos niños.
Ni siquiera recuerdo
los hombres que fuimos
y que alguna vez quisimos ser.

Esa nota nostálgica y evocadora de Parvulario se reitera en muchos poemas de Solórzano, conforme examinemos su obra veremos cómo se despliega su esfuerzo por alcanzar y habitar nuevamente la infancia, los recuerdos, la memoria de los parientes perdidos, de los distantes amores juveniles,  al menos en Fábulas del olvido vale la pena destacar también en ese sentido el poema  Volver la vista.
 
Hay un vaivén, del intimismo exaltado hacia uno más asequible, menos traspasado de imágenes como Parvulario y luego hacia otros que elevan su tono, se refugian y encriptados prefieren el juego plástico, la enumeración, el ritmo y la tonalidad, ejemplos de ello son Lamento para alguna temporada, Insomnio, Itinerario para un camino perdido,Calaz, con su tonalidad mortuoria (¿Y sus referencias a la Guerra Civil Española?), Invocación, El gran fauno, Tetralogía Noctámbula y el muy lorquiano Azahar.

En clave amatoria pero igualmente críptico en su cierre Anagrama de tu piel

Curtida en mi piel
y tu piel sin mañana.
Curtida en mi piel
te me quedaste
llena de asombro y distancias,
llena de mí sin aviso,
llena de todo el recuerdo
Y el recuerdo de mi piel sin descanso.
…y serán las sombras
Pretexto final para el martirio.

Como lo es también el hermoso poema Desayuno a una voz

Hoy me he levantado y me he dado cuenta
de que lentamente había envejecido,
que las flores del florero ya no estaban,
de que nadie había tocado a mi puerta.
Hoy me he levantado con el pie izquierdo,
las sábanas se han pegado a mi cuerpo.
Me he dado cuenta, lentamente triste,
que a la mesa de cada día y cada noche
solamente acude una persona,
que las flores junto a vos ya no estaban
y que cada vez que despierto
un centímetro más he envejecido
y ya no me importa la distancia.

Y cómo no, destacar en ese sentido el lúdico y fascinante poema Ascensión

Creo, de vez en cuando creo
necesario, seriamente lo digo,
asistir a la reunión de tus pies.
Pero después de meditar en los relojes
y despeinar el agua con los míos,
asumo que tus pies no me gustan,
que los pies de una persona callada
no me representan el mundo.
Entones pienso: ¿acaso me gustan?
¿De verdad puede gustarme algo?
No sé, el aroma de un crucifijo
o las margaritas ardientes de mi corazón anfibio.

Este primer poemario (oficial) de Solórzano-Alfaro nos ofrece un registro lleno de cantos rimbombantes, a veces demasiado íntimos y crípticos, inclusive lleno de un vocabulario rebuscado y hasta arcaico (efuminación, égida, domeñar, belfo, demudando, cadalsos, tricornio, lechuza de Minerva, ágrafa, úvula prístina, entre otros). Incluso su título lo manifiesta, y hasta puede generarnos extrañeza si no matizamos el género de la “fábula” en el sentido de la personificación de los objetos, ahora transformados e interpelados como sujetos a lo largo de todo el recorrido del libro como en el caso de: el alba, la razón, la infancia, el olvido, etc. Se percibe un clima, una actitud juvenil y desafiante, pero contenida (por el oficio) que no quiere disolverse en la de el beodo iconoclasta y recalcitrante, “maldito” sí, pero no tanto.
 
Por otra parte, son aquellos poemas más abiertos a la evocación (de la infancia, de la amada) los que más transparentemente se nos revelan, más lacónicos inclusive y donde más aciertos encontramos. En general, estamos ante un “primer libro” pretencioso (como debe ser) y que la actitud del autor apunta hacia arriba, hacia los horizontes infinitos, es quien contempla y revela; una actitud que como veremos, comienza a variar en sus siguientes trabajos.
 
Germán Hernández




[1]Nótese que pese a ser un relato veterotestamentario, Jezabel puede reconocer que la maldición en su contra va más allá de los profetas yahvistas, que traspasará el tiempo, que continuará incluso durante el auge y hegemonía del cristianismo.
 
 
 

A manera de orientación – Tania Hernández se refiere a "Apología de los parques”

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No hay mapas que puedan abarcar una ciudad moderna. Cualquier mapa es solo una instantánea de ese espacio en constante cambio y crecimiento que representa la ciudad. ¿Cómo hacer, entonces, para encontrar algo o alguien dentro del laberinto de calles y avenidas? Hay que buscar referencias, rostros conocidos, edificios que están o estuvieron en algún sitio, como la antigua Biblioteca y de allí,  "cien varas al norte a mano derecha, antes del parque".

Los parques pueden ser una buena referencia y un buen lugar para encontrarse, más aún siendo los parques un símbolo de espacio abierto. Me refiero a los parques públicos, por supuesto, no a los de diversiones, ni a los disneylands o a los malls, en donde tienes que pagar entrada o se reservan el derecho de admisión. Los parques, los no privatizados, son esos lugares donde la gente se encuentra y se desencuentra y donde pueden suceder los milagros más espantosos y las desgracias más sublimes, mientras se camina de prisa en busca de la persona amada, como es el caso de  Raimundo, uno de los protagonistas de esta novela.
Tania Hernández
En Apología de los Parques, Germán Hernández nos presenta a San José, precisamente, como una ciudad parque, un espacio público en el que los personajes se mueven libremente, dejando a su paso gracias y desgracias, en el que es posible encontrarse y desencontrarse con aquello que se busca  o perder lo que tan adecuadamente, nos hacía falta.  Sin embargo, no hay idealización, esto no es un paraíso. Aquí pasa la vida,  y pasa la muerte, como pasarán frente a nosotros las piernas de esa mujer que podría muy bien ser todas las mujeres o una sola, cualquiera, hasta la suya. En este espacio abierto a lo real y a lo surreal, los contornos se difuminan, y en los personajes cohabitan la indefensión de “un peatón que intenta cruzar una calle” con el efecto fulminante de un cerillo encendido o de una paloma muerta que perfora el pecho de un conductor.

Adentrémonos entonces, a este espacio abierto. Pero antes de iniciar el camino, debo recordarles que no hay mapas, solo referencias. Los parques por ejemplo. O el hotel, o la zapatería, o las palomas muertas, o la vitrina de los maniquíes o el bar de la esquina. O simplemente, seguir a Raimundo y cuando llegue al parque, a su historia preferida, a la palabra clave, imagine cien varas al norte y luego cruza a la derecha.



Tania Hernández[1]

Frankfurt 2014






[1]Tania Hernández. Escritora guatemalteca. Reside en Frankfur, Alemania. Es autora del libro del libro de relatos Love veintediez, 2011“



Verano Rojo - Daniel Quirós

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Verano rojo es la primera novela del joven narrador Daniel Quirós, la misma compartió el premio nacional de novela 2011 con “El laberinto del verdugo” de Jorge Mendez Limbrick y ambas novelas fueron editadas por la Editorial Costa Rica inaugurando su colección “Novela negra”. Parece que ambas obras lo comparten todo.
 
Verano rojo, es efectivamente una novela de corte policiaco que se combina también con la ficción histórica[1]. Don Chepe, el protagonista, investiga la muerte de su amiga “La Argentina” quien ha muerto ejecutada, esto lo conducirá hasta el atentado de la Penca en 1984 y a una intensa casería  por la provincia de Guanacaste, escenario de la obra.
 
Aunque está aceptablemente escrita, y se esfuerza en crear una atmósfera de sofoco a lo largo de su desarrollo, y hasta logra interesarnos cuando especula alrededor de la reconstrucción de los hechos del atentado de la Penca, la trama está llena de incoherencias, fisuras e inexactitudes que le restan verismo y credibilidad.
 
Los problemas de veracidad en la trama comienzan desde las primeras páginas y serán un lastre a todo lo largo de la novela. El narrador, “don Chepe”, se entera del hallazgo de un cadáver en la playa cerca de Paraíso, la víctima es Iliana Echeverri, conocida como “la Argentina” quien era dueña de un Café cibernético que era cantina y alquiler de libros en Tamarindo y con quien don Chepe había construido una buena amistad. El problema es  cuando el cuerpo de Iliana es recogido por particulares y trasladado hacia Tamarindo en una buseta de turismo y velado esa misma noche y enterrada al día siguiente.
 
“apenas tuve tiempo de ver a unos hombres montar el cuerpo, envuelto en una sábana blanca, antes de que desapareciera la microbús, junto a una patrulla de la policía local, hacia Tamarindo entre una nube de tierra” (pág. 19)
 
“Esa primera noche la pasé en el café velando el cadáver. A la mañana siguiente, fue el entierro, al que asistió un buen número de personas” (pág. 23)
 
“Nadie sabe nada, puse la llamada para que vengan los del Departamento de Investigaciones Criminales del OIJ desde Liberia, pero usted sabe cómo es eso, dijeron que no tienen gente y que hay que esperar a que venga alguien de la capital, seguramente entre mañana o pasado” (Dicho por el cabo Hernández “el Gato”pág. 20)
 
Pese a lo dicho por el cabo Hernández “el Gato”, en Costa Rica, el cadáver encontrado en las circunstancias que narra la novela, no podría ser levantado a no ser en presencia de un juez y en coordinación con agentes judiciales, el cuerpo sería trasladado en un auto oficial hasta la Medicatura forense para su autopsia y por ningún motivo podría ser velado la noche del día de su hallazgo y menos sepultado al día siguiente[2]. Por cierto, vale aclarar también que el grado de “cabo” no existe en ninguno de los cuerpos policiales del país desde la promulgación de la Ley General de Policía de 1994, en que el grado de “cabo” pasó a llamarse “inspector”, tampoco es cierto que el “cabo Hernández” sea “Guardia rural”, la “Policía de asistencia rural” dejó de existir desde el año 2000, igual que la “guardia civil”, para llamarse genéricamente “Fuerza pública”; recordemos que la novela transcurre en el año 2009 y estas imprecisiones le restan verosimilitud al relato, falsean la realidad, e indirectamente debilitan la credibilidad especulativa del relato ficcional histórico que hay de fondo.
 
Don Chepe, protagonista y narrador de la novela, es un ex agente del Instituto Nacional de Seguros (pág.14) quien hereda un terreno cerca del mar, a dos kilómetros de Paraíso (pág. 14) donde construyó una casita con sus ahorros (pág.14). Tiene un pasado como guerrillero durante la Revolución sandinista (pág.21). Lo que no queda muy claro es la actividad económica de don Chepe, que parece más bien un matón a sueldo y no un detective aficionado:
 
“Todo comenzó un día en el bar de doña Eulalia. Era domingo y yo me tomaba las cervezas de todos los días. Un finquero local, al que siempre le daba la borrachera vaquera, le había faltado el respeto a doña Eulalia y después se rehusaba a salir del lugar. Cuando el Gato llegó, al hombre le pareció una buena idea tratar de partirlo a machetazos. Yo lo había convencido de que soltara el machete después de quebrarle un par de costillas. Antes de trabajar para el INS, yo había pasado varios años en Nicaragua, luchando en la Revolución, donde había aprendido a hacerme entender. En Paraíso no caía de mal alguien con ese tipo de experiencia. A partir de ese día, terminé echando mano en varios casos: robos, drogas, asesinatos, ese tipo de cosas. Todo extraoficialmente, por supuesto. Después también me empezaron a buscar personas del pueblo y del área que necesitaban ayuda con algún asunto personal. Los trabajos no daban mucho, pero aunque se mataban el aburrimiento y ayudaban a pagar los pocos gastos que tenía”.(págs. 20-21)
 
Es difícil creer que un “finquero” ande armado con un machete, algo más propio del “peón”, a un finquero le va mejor un revolver (si estuviera armado). Si nos atenemos a la cantidad de whiskys y cervezas que se toma el protagonista y las mordidas que paga durante la investigación (págs. 55), y los gastos de reparación de su vehículo, y la compra de un localizador GPS, dudamos mucho de su austeridad. También son cuestionables su insomnio (pasa días sin dormir) y desde luego su sobriedad.
 
Al comenzar la investigación del crimen, el relato se pierde en sus propias contradicciones y en más de una ocasión termina negando lo que acaba de afirmar, veamos este ejemplo cuando don Chepe y el Gato van a la escena en que encontraron el cuerpo de la Argentina:
 
“La arena es el mejor cómplice, borra todo tipo de huellas y desaparece cualquier evidencia. En verdad no había mucho que ver” (pág.21)
 
Pero casi inmediatamente dice:
 
“Primero, notamos unas huellas de llanta entradas en la arena” (pág.21)
 
Luego:
 
“la marea estaba completamente baja, y había, en el lugar donde Faustino había encontrado el cadáver, dos hoyos en la arena, a la altura de las piernas, más profundos que el resto de la silueta del cuerpo. Para el Gato, eso significaba que la Argentina había sido puesta de rodillas y luego asesinada a quemarropa, con uno dos tiros en la cabeza” (pág.21)
 
¿No era que la arena lo borraba todo?[3]
 
Siguiendo con el problema de verosimilitud, el mismo día del entierro de la Argentina, aparece un abogado (Eduardo Gómez) quien se acerca a Don Chepe, para indicarle que la víctima lo ha incluido en su testamento (pág. 25) ese mismo día Don Chepe finiquita el asunto y recibe unos libros, una carta enmarcada, documentos y una llave (pág. 26) y va hasta la Cafetería de la Argentina donde se entrevista con doña Rosa, antigua empleada de esta y heredera de la cafetería cantina y alquiler de libros (¿Acaso no resulta inverosímil que en menos de un día hubiera crimen, velorio, entierro, y proceso sucesorio?) y entre pláticas surge la sospecha sobre un par de maleantes de la zona. Por ahí seguirá la investigación: con los papeles heredados, y el seguimiento de esos dos maleantes.
 
De los dos maleantes, basta decir que don Chepe y el Gato los acechan, los intimidan y vapulean,  no obtienen mucho de ellos, salvo quizá que a uno de ellos un misterioso hombre le había encargado vigilar las entradas y salidas de la Argentina a cambio de una recompensa que el maleante recoge en unas tales Cabinas Río Celeste (Cap. IV), a donde se dirige después don Chepe para indagar  (Cap. V). Esa misma noche recibe un sorpresivo ataque en la calle, despierta al día siguiente en el hospital de Santa Cruz, aparentemente fue agredido por los dos maleantes que antes él había vapuleado, quienes también se ensañaron contra su auto, destruyendo vidrios y llantas de este, mientras lo manda a reparar y mientras Don Chepe también se recupera, se demora unos días en Tamarindo y se dirige hacia Puerto Soley (Cap. VI)
 
Respecto de los documentos, se da un verdadero artificio narrativo, una especie de laberinto trazado por la víctima donde todo ocurre convenientemente de una manera siempre muy casual[4] que comienza con una carta encriptada y una llave (págs. 33-34), que llevará a don Chepe hasta un recibo oculto en un cuadro (pág.35) con que retirará una encomienda (pág. 36), donde encontrará otros documentos, que por su contenido inducen al improvisado detective a sospechar que su amiga había pertenecido a una agrupación guerrillera durante la dictadura militar en Argentina (págs. 36-40) le llama particularmente la atención una foto de una playa que no reconoce, más tarde muy casual y convenientemente cuando está con doña Rosa, la foto se le cae y la mujer inmediatamente la reconoce, es Puerto Soley, lugar que ella y la Argentina habían visitado antes y donde casualmente y muy convenientemente doña Rosa tiene una hermana, don Chepe quiere contactarla para averiguar si la Argentina le ha dejado algo, y sorpresa, así es, una pequeña maleta (pág. 60)[5]. Cuando finalmente recoge la maleta, encuentra en ella un recorte de periódico que hace referencia a un tal periodista sueco Peter Olsson, que había llegado al país para “testificar” sobre el atentado de la Penca en 1984, el periodista es un sobreviviente del atentado, y pretende aclarar muchas cosas sobre los hechos y confirmar la identidad del responsable. Junto con el recorte de periódico un papel con el nombre de un hotel y un número de teléfono (págs. 69-73) Ahora todo lo conduce hacia Liberia, al hotel la Estancia, pero no encuentra al periodista sueco ahí, sino muy casual y convenientemente en un bar, ahí se entrevistan, el periodista le cuenta que la Argentina lo había buscado quince días antes, también le cuenta a don Chepe su versión sobre el atentado de la Penca, su remordimiento y temor a que lo relacionen como colaborador del verdadero asesino (Cap. VII). Al día siguiente, don Chepe busca a la fiscal que tomó la declaración, la cual, casual y muy convenientemente es  Alejandra Leardo[6], una sobrina de una excompañera de trabajo de don Chepe cuya hermana él había ayudado en el pasado, por lo tanto la fiscal, muy colaboradora con don Chepe se toma la tarde libre para hablar en un lugar más “discreto” que resulta ser el bar de un hotel, la opinión de la fiscal sobre el testimonio de Olsson es sencillamente que no tiene la menor relevancia, ni aporta nada a la ya conocida identidad del perpetrador, un tal Gandini, guerrillero argentino, amante de la Argentina en su juventud, maestro del disfraz que nunca ha sido atrapado y que ya nadie sabe si vive o muere, y el único que puede explicar quién  y por qué se ordenó el atentado de La Penca (Cap. VIII) don Chepe sospecha que está vivo y que anda cerca y va alertar a Olsson. Por variar, el improvisado detective llega tarde, el periodista sueco aparece muerto de un disparo en su habitación[7], el aparente suicidio no despista a don Chepe, sabe que Gandini anda cerca, por pura intuición sospecha que las llaves que le heredó la Argentina le indicarán el paradero del guerrillero (Cap. IX). Pero antes, pasa por donde su amigo el Gato, que le cuenta oportuna, casual y convenientemente un caso resiente de unos matones que buscaba la policía, y cómo el último de los matones había sido recién aprendido pues había chocado con un turista cerca de la entrada a Tamarindo (don Chepe recuerda haber visto esos autos hacía dos horas) el Gato le cuenta que el turista a pesar de las lesiones parecía como si nada le hubiese pasado y fumaba, don Chepe lo interrumpe y pregunta por la marca del cigarrillo y el Gato le da a entender que era Camel[8] inmediatamente don Chepe lo relaciona con Gandini le muestra la foto y el Gato lo reconoce. A toda prisa salen juntos hasta el Hospital de Santa Cruz donde había sido llevado Gandini, ahí se entrevistan con la enfermera que lo había atendido[9], el tipo se había fugado del hospital antes de terminar con él, don Chepe y el Gato intentan buscarlo en Santa Cruz, van a la policía en busca de pistas[10], descubren que había estado en una farmacia, pero que ya se ido de la ciudad (Cap. X). Don Chepe decide averiguar qué es lo que abre la llave que le heredó la Argentina, sospecha que eso lo conducirá hasta Gandini. Regresa hasta la soda donde doña Rosa, y cuando piensa que no podrá descifrar el enigma de la llave, muy casual y convenientemente aparece Carmen la hija de doña Rosa quien le revela que esa llave es de un apartado de una empresa llamada Correos Mercurio a donde llega don Chepe y encuentra en el apartado[11] un sobre con cinco palabras, cuyo mensaje lo llevaría hasta la mansión de un narcotraficante apodado el Ángel, quien casual y convenientemente le debía un favor a la Argentina y ahora para honrarlo le facilitaría la información que don Chepe necesitaba para encontrar a Gandini (Cap. XI). Don Chepe recibe de uno de los testaferros del narcotraficante unas coordenadas y un GPS, luego él se compra otro GPS[12]y le deja a doña Rosa un sobre para el Gato y parte al encuentro del asesino de la Argentina (Cap XII). 
 
“Si la Argentina quería hacerme entender lo que la había llevado a su muerte, no me lo estaba haciendo nada fácil”. (pág. 40)
 
“Podría ser que la Argentina no tuvo tiempo de nombrar quién o qué la acechaba, puede ser que nunca lo supo con certeza, que lo único que pudo hacer fue tomar algunas precauciones, dejar algunas boronas de pan detrás de sus pasos” (pág. 41)
 
Tiempo fue lo que más tuvo la víctima y comprobaremos también que la Argentina con una clarividencia excepcional parecía saberlo todo de antemano, incluso, cada cosa que hereda a don Chepe fue elaboradamente dispuesto por ella para que este arme un elaborado rompecabezas que lo lleve sin equívocos hasta su asesino. Lástima que la Argentina no empleó mejor su tiempo en resguardarse y acudir a la persona correcta, el narcotraficante por ejemplo, bastaba que le pidiera no solo que encontrara Gandini, sino también que lo eliminara y listo. ¿Para qué tantas complicaciones?
 
“Por un instante, pensé en preguntarle por la Argentina, por Olsson, por el atentado en La Cruz años atrás, tal vez podría averiguar quién lo había enviado o por qué había vuelto. Pensé que quizás había una razón detrás de tanta muerte, una explicación que iba atar todos los cabos sueltos. Pero en esos ojos no había respuestas.” (Pág. 154)
 


Daniel Quirós
Efectivamente ese es el gran problema de esta malograda novela policiaca, deja demasiadas fisuras, error imperdonable en el género. ¿Qué motivo tiene Gandini para matar a la Argentina y a Peter Olsson? Realmente ninguno. Por más de dos décadas nadie sabe nada de él, no saben si vive o muere, el testimonio del periodista sueco no aporta nada a lo que ya se sabe, nadie lo persigue, Gandini podría darse el lujo de morir de viejo sin la menor preocupación. ¿Por qué se toma la molestia? ¿De dónde saca los medios, cómo se financia para irse a matar a Guanacaste? ¿Tiene alguna relevancia saber hoy si fue la CIA o el FSLN quienes ordenaron el atentado en contra del mercenario Pastora? En todo caso, responsables o no, ambos tienen suficiente sangre en las manos para considerarse inocentes de algo. Lo lamentable, es que la novela no se aventura a especular y responder las propias interrogantes que se plantea.
 
Germán Hernández


NOTAS


[1]Usualmente se emplea la expresión “novela histórica” la cual me parece, llama a equívocos, y podría pensarse que por ser “histórica” es también “verdad”. Pero en todo caso, novela, y por lo tanto “ficción”. Yo prefiero llamarla así, “ficción histórica” porque sin importar el pretexto o la referencia a unos hechos históricamente verificables, toda novela es siempre “ficción”. El rigor histórico no es un requisito imponderable para la novela histórica.
[2]El autor insiste en justificar esta anomalía y la supuesta apatía de las autoridades judiciales para investigarlo en la página 42.
[3]Otros ejemplos de lo anterior de esa manía de negar lo que acaba de afirmar son estos:
 
“Había estacionado frente al cuarto número seis, y al abrir la puerta del carro, por alguna razón miré hacia el suelo de cemento, donde la luz de los fluorescentes que alumbraban el área recayó sobre una colilla de cigarrillo descartada. El cigarrillo había sido extinguido a medio fumar y aún era distinguible la marca. No le hubiera dado la menor importancia, sino fuera porque era un Camel, una marca que no se vende en el país. Aún se podía verla silueta del camello sobre la colilla amarillenta. Pero la verdad que con tanto turista no era demasiado extraño.” (pág. 57)
 
“Al principio pensé que podríamos dar con Gandini porque teníamos la ventaja de saber quién era y qué hacía en el país, mientras que él no sabía que alguien lo estaba persiguiendo.Yo pensaba que a lo mejor Gandini no se preocuparía mucho, que alquilaría un carro, que se alojaría en algún hotel, hasta tal vez aún bajo el nombre de Van der Roy. Pero eso era no saber con quién estaba lidiando. Un profesional no comete ese tipo de errores. Da por seguro que alguien siempre lo está buscando.” (pág. 124)
 
“Otra razón por la que pensaba que Gandini se dirigía a un lugar ya establecido, era por lo que traía consigo en el carro cuando lo del accidente. Solo llevaba una mochila pequeña, la que había descrito Mónica, la enfermera. El Gato también verificó eso, dijo que en el carro del supuesto holandés no se había encontrado nada más que la mochila, que por cierto la policía nunca inspeccionó (Pág. 127) ¿Pero si la mochila se encontró en el carro, cómo es posible que la llevara Gandini en el Hospital? ¿Y para qué habría la policía de inspeccionar la mochila de una víctima de un accidente de tránsito? En todo caso el Gato también era policía. ¿O no?
 
El subrayado es mío.
[4]Al respecto, y como bien afirma Juan Murillo sobre esta novela: La trama avanza siempre gracias a la coincidencia y no a la lógica causal. Las pistas y los actores del misterio se presentan como por arte de magia cuando se necesitan, lo cual quizá haya sido permisible en Crimen y castigo, de Dostoievski, pero se considera un defecto de forma en el género de novela negra actual. La novela negra, orientada como está hacia la ambientación y el estudio psicológico del protagonista, víctima o criminal, sigue siendo una relato de misterio que debe cumplir con el requerimiento de verosimilitud. Si las pistas y descubrimientos parecen sembrados por el autor, mucho se ha perdido”.
[5]¿Cómo es posible que la víctima previera que de algún modo esa foto, conectaría a don Chepe con la hermana de doña Rosa y esa maleta?
[6]A estas alturas el relato ya perdió cualquier sentido y coherencia. Si esta joven fiscal tiene tanta identificación con don Chepe, ¿Por qué no aprovechó para pedirle a ella que ordenara una investigación sobre lo ocurrido a su amiga la Argentina que es en el fondo lo que investiga?
[7]Resulta de lo más cómico enterarse de que al momento en que don Chepe llega al Hotel la Estancia en busca de Peter Olsson descubre: “El hombre del cuarto número nueve se pegó un tiro en la madrugada. Después de eso nadie quiso quedarse. La policía estuvo aquí toda la mañana. Juntaron el cadáver, limpiaron el cuarto y después se fueron. Me dijeron que se podía alquilar la habitación después de mañana, que dejara que se ventaran un poco los químicos con los que habían limpiado” (Pág. 108) ¡Resulta que la policía tan apática con el homicidio de la Argentina, ahora es tremendamente diligente en recoger los cadáveres y hasta de prestar servicio de limpieza!
[8] Las casualidades rayan lo absurdo, ahora el Gato vio hasta el paquete de cigarrillos del tipo.Recuérdese que antes el mismo narrador había dicho que eso no tenía nada de extraño con tanto turista (pág. 57) Resulta que ese detalle le basta ahora para relacionarlo con Gandini, ¿Cómo es posible relacionar una chinga de cigarro tirada en un hotel con Gandini?
[9]Es curioso cómo se enfatiza sobre la constitución física de Gandini en el episodio del choque y del hospital, su resistencia al dolor; teniendo en cuenta cómo había sobrevivido al atentado que él mismo perpetró, tal parece un “Terminator” hasta fumaba inmutable -¡Dentro del hospital mientras lo atendían!- (pág.124). 
[10]Es curioso que se dirigieran a la “Comisaría” (Ya no existen con ese nombre) de Santa Cruz en busca de indicios como si fuera una oficina de información, y que los ignoraran incluso siendo el Gato policía también y que luego en el capítulo XI don Chepe se niega a contactar la policía pues teme que eso haga escapara a Gandini. ¡Cuando precisamente vienen de la policía! Y a pesar de todo, El Gato va a la “Comisaría” para hablar con gente de su confianza. ¡Pongámonos de acuerdo por favor!
[11]No entendemos por qué el autor se enreda en sus mismos mecates. En Costa Rica siempre ha existido un eficiente sistema de correos y apartados postales, no hay la menor novedad en esa empresa de Correos Mercurio, la cual debe operar ilegalmente, pues esos servicios son monopolio estatal. Más preocupantes son las excusas con que don Chepe logra convencer a los funcionarios del Correo Mercurio para que le den el número del apartado, una empresa de este tipo exigiría por lo menos una autorización escrita del dueño del apartado para entregar alguna correspondencia a un tercero, pero ¿Darle el número de apartado? Eso es algo que no imagino.
[12]Muy extraño que teniendo un GPS se compre otro. ¿Sería para dejarle uno al Gato para que lo encontrara? Tal vez, pero no se dice ni queda claro.

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